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El Laberinto

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El Laberinto
Название: El Laberinto
Автор: Mosse Kate
Дата добавления: 16 январь 2020
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El Laberinto - читать бесплатно онлайн , автор Mosse Kate

Un misterio sepultado durante ochocientos a?os. Tres pergaminos y el secreto del Grial. Dos hero?nas separadas por ocho siglos, pero unidas por un mismo destino. ?Qu? se esconde en el coraz?n del laberinto? En las monta?as de Carcasona, la vieja tierra de los c?taros, un secreto ha permanecido oculto desde el siglo XIII. En plena cruzada contra los c?taros, la joven Ala?s ha sido designada para proteger un antiguo libro que contiene los secretos del Santo Grial. Ochocientos a?os despu?s, la arque?loga Alice Tanner trabaja en una excavaci?n en el sur de Francia y descubre una cueva que ha ocultado oscuros misterios durante todos estos siglos. ?Qu? pasar? si todo sale a la luz?

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«El instinto. Simplemente sabía que había algo ahí.»

– En realidad, no. Subí por la ladera de la montaña porque estaba segura de que había algo. -Dudó un momento-. No pude encontrar a la doctora O’Donnell para pedirle permiso, de modo que… tomé una… una decisión práctica.

Noubel frunció el ceño.

– Ya veo. Entonces, estaba trabajando. El peñasco se soltó. Cayó. ¿Qué ocurrió después?

Había auténticas lagunas en su memoria, pero Alice respondió lo mejor que pudo. El inglés de Noubel era bueno, aunque demasiado formal, y sus preguntas eran directas.

– Oí algo en el túnel, detrás de mí, y…

De pronto, las palabras se le secaron en la garganta. Algo que había suprimido en su mente volvió a ella con un golpe seco, con una sensación punzante en el pecho, como si…

«¿Como si qué?»

Alice se respondió a sí misma. «Como si me hubiesen apuñalado.» Así lo había sentido. La hoja de un arma blanca hundiéndose en su carne, precisa y limpia. No había habido dolor, sólo una ráfaga de aire frío y un tenue espanto.

«¿Y después?»

La luz brillante, gélida e insustancial. Y oculto en su interior, un rostro. Un rostro de mujer.

La voz de Noubel se abrió paso a través de los recuerdos que afloraban, dispersándolos.

– ¿Doctora Tanner?

«¿Habían sido alucinaciones?»

– ¿Doctora Tanner? ¿Mando buscar a alguien?

Alice se lo quedó mirando por un instante, con ojos vacíos.

– No, no, gracias. Estoy bien. Ha sido sólo el calor.

– Me estaba diciendo que la había sorprendido un ruido…

Se obligó a concentrarse.

– Así es. La oscuridad me desorientaba. No podía determinar de dónde venía el ruido y eso me dio miedo. Ahora me doy cuenta de que no eran más que Shelagh y Stephen.

– ¿Stephen?

– Stephen Kirkland. K-i-r-k-l-a-n-d.

Noubel le enseñó brevemente la página de su libreta, para que confirmara la grafía. Alice asintió con la cabeza.

– Shelagh vio que caía el peñasco y subió a ver qué pasaba. Stephen la siguió, supongo -volvió a titubear-. No estoy segura de lo que sucedió después. -Esta vez, la mentira acudió fácilmente a sus labios-. Debí de tropezar con los peldaños o algo así. Lo siguiente que recuerdo es que Shelagh me llamaba por mi nombre.

– La doctora O’Donnell dice que estaba usted inconsciente cuando la encontraron.

– Sólo por unos instantes. No creo que perdiera el conocimiento más de uno o dos minutos. Sea como sea, no me pareció mucho tiempo.

– ¿Ha sufrido desmayos en otras ocasiones, doctora Tanner?

Alice se sobresaltó al venirle a la mente el recuerdo aterrador de la primera vez que le había sucedido.

– No -mintió.

Noubel no reparó en su repentina palidez.

– Dice que estaba oscuro -señaló- y que por eso tropezó. Pero ¿antes de eso tenía alguna luz?

– Tenía un mechero, pero se me cayó cuando oí el ruido. Y también el anillo.

La reacción del inspector fue inmediata.

– ¿Un anillo? -preguntó secamente-. No había mencionado ningún anillo.

– Había un anillo pequeño de piedra entre los esqueletos -dijo, alarmada por la expresión del rostro del policía-. Lo recogí con las pinzas, para verlo mejor, pero antes de…

– ¿Qué clase de anillo? -la interrumpió él-. ¿De qué material?

– No lo sé. Algún tipo de piedra; no era de oro, ni de plata, ni nada de eso. No tuve ocasión de verlo bien.

– ¿Tenía algo grabado? ¿Letras, un sello, algún dibujo?

Alice abrió la boca para responder, pero en seguida la cerró. De repente, no quiso decirle nada más.

– No sé, lo siento. Fue todo tan rápido.

Noubel se la quedó mirando un momento y después chasqueó los dedos, para llamar la atención del joven oficial que tenía detrás. Alice pensó que él también parecía agitado.

– Biau, on a trouvé quelque chose comme ça?

– Je ne sais pas, monsieur l’inspecteur.

– Dépêchez-vous, alors. Il faut le chercher… Et informez-en monsieur Authié. Allez ! Vite!

Alice notaba una persistente franja de dolor detrás de los ojos, a medida que el efecto de los analgésicos empezaba a disiparse.

– ¿Tocó alguna otra cosa, doctora Tanner?

– Desplacé accidentalmente uno de los cráneos con el pie -respondió ella, frotándose las sienes con los dedos-. Pero aparte de eso y del anillo, nada. Como ya le he dicho.

– ¿Y qué me dice del objeto que encontró debajo del peñasco?

– ¿La hebilla? Se la di a la doctora O’Donnell cuando salimos de la cueva -replicó, levemente molesta por el recuerdo-. No tengo idea de lo que habrá hecho con ella.

Pero Noubel ya no la escuchaba. No hacía más que mirar por encima del hombro. Finalmente, dejó de fingir que le prestaba atención y cerró la libreta.

– Voy a rogarle que espere un poco, doctora Tanner. Es posible que tenga que hacerle algunas preguntas más.

– Pero no tengo nada más que decirle -empezó a protestar ella-. ¿No puedo ir con los demás, al menos?

– Más tarde. De momento, preferiría que se quedara aquí.

Alice volvió a hundirse en su silla, contrariada y exhausta, mientras Noubel salía pesadamente de la tienda y se dirigía montaña arriba, donde un grupo de agentes uniformados examinaba el peñasco.

Al acercarse Noubel, el círculo se abrió, justo lo suficiente para que Alice tuviera un breve atisbo de un hombre alto vestido de paisano, de pie en el centro.

Contuvo el aliento.

El hombre, que lucía un elegante traje veraniego de color verde pálido, sobre una fresca camisa blanca, estaba claramente al mando. Su autoridad era evidente. Se le veía acostumbrado a dar órdenes y a que las obedecieran. Noubel le pareció desmañado y torpe en comparación. Alice sintió un hormigueo de incomodidad.

No era únicamente la ropa y el porte del hombre lo que lo distinguía. Incluso desde la distancia que los separaba, Alice podía sentir la fuerza de su personalidad y su carisma. Tenía la tez pálida y el rostro enjuto, impresión acentuada por la forma en que llevaba el pelo, peinado hacia atrás desde la ancha frente despejada. Tenía un aire monacal. Un aire que le resultaba familiar.

«No seas tonta. ¿De qué vas a conocerlo?»

Alice se puso de pie y se dirigió hacia la puerta de la tienda, observando con atención a los dos hombres mientras éstos se apartaban del grupo. Estaban hablando. O mejor dicho, Noubel hablaba y el otro escuchaba. Al cabo de un par de segundos, el hombre se dio la vuelta y subió hasta la entrada de la cueva. El agente de guardia levantó la cinta, el hombre se agachó para pasar y se perdió de vista.

Sin ningún motivo que lo explicara, Alice tenía las palmas de las manos húmedas de angustia. El vello de la nuca se le erizó, lo mismo que cuando había oído el ruido en la cámara subterránea. Apenas podía respirar.

«La culpa es tuya. Tú lo has traído.»

De inmediato, se recompuso.

«¿De qué estás hablando?»

Pero la voz en el interior de su cabeza se negaba a guardar silencio.

«Tú lo has traído.»

Sus ojos volvieron a la entrada de la cueva, como atraídos por un imán. No pudo evitarlo. La idea de que él estuviera allí dentro, después de todo lo que habían hecho para mantener oculto el laberinto…

«Lo encontrará»

– ¿Encontrar qué? -murmuró para sí misma. No lo sabía con certeza.

Pero deseó haberse llevado el anillo cuando tuvo oportunidad de hacerlo.

CAPÍTULO 13

Noubel no entró en la cueva. En lugar de eso, se quedó esperando fuera, a la sombra gris de la cornisa rocosa, con el rostro enrojecido.

«Sabe que algo no va bien», pensó Alice. De vez en cuando, el inspector dirigía algún comentario al agente de guardia y fumaba cigarrillo tras cigarrillo, encendiendo el último con la colilla del anterior. Alice escuchaba música para ayudarse a pasar el tiempo Las canciones de Nickelback estallaban en su cabeza, borrando todos los demás sonidos.

Al cabo de quince minutos, el hombre del traje volvió a aparecer. Noubel y el agente parecieron crecer cinco o seis centímetros. Alice se quitó los auriculares y devolvió la silla al sitio donde estaba antes de sacarla a la entrada de la tienda.

Observó cómo los dos hombres bajaban juntos desde la cueva.

– Empezaba a creer que se había olvidado de mí, inspector -dijo en cuanto éste pudo oírla.

Noubel murmuró una disculpa, pero eludió su mirada.

– Doctora Tanner, je vous présente monsieur Authié

De cerca, la primera impresión de Alice de que el hombre tenía presencia y carisma se vio reforzada. Pero sus ojos grises eran fríos y clínicos. De inmediato, sintió que se ponía en guardia. Reprimiendo su antipatía, le tendió la mano. Tras un instante de vacilación, Authié se la estrechó. Sus dedos eran fríos y su tacto, inmaterial. Se le puso la carne de gallina

Lo soltó tan rápidamente como pudo.

– ¿Entramos? -dijo él.

– ¿Usted también es de la Pólice Judiciaire , monsieur Authié?

El fantasma de una respuesta pareció brillar en sus ojos, pero no dijo nada. Alice aguardó, preguntándose si sería posible que no la hubiese oído. Noubel se movió, incómodo con el silencio.

– Monsieur Authié es de la mairie , del ayuntamiento. De Carcasona.

– ¿De veras?

Le pareció sorprendente que Carcasona perteneciera a la misma jurisdicción que Foix.

Authié se apropió de la silla de Alice, obligándola a sentarse de espaldas a la entrada. Desconfiaba de él, sentía que debía obrar con cautela.

Su sonrisa era la ensayada sonrisa de los políticos: oportuna, atenta y superficial. Sin los ojos.

– Tengo una o dos preguntas para usted, doctora Tanner.

– No creo que pueda decirle nada más. Ya le he contado al inspector todo lo que recuerdo.

– El inspector Noubel me ha hecho un cumplido resumen de su declaración, pero aun así necesito que la repita. Hay discrepancias, ciertos puntos de su historia que requieren aclaración. Puede que haya olvidado algunos detalles, aspectos que antes quizá le hayan parecido carentes de importancia.

Alice se mordió la lengua.

– Se lo he contado todo al inspector -insistió obstinadamente.

Authié apretó las yemas de los dedos de ambas manos, haciendo oídos sordos a sus objeciones. No sonrió.

– Empecemos por el momento en que entró en la cámara subterránea, doctora Tanner. Paso a paso.

La elección de las palabras sobresaltó a Alice. ¿Paso a paso? ¿La estaba poniendo a prueba? Su rostro no revelaba nada. Los ojos de ella se posaron en una cruz dorada que él llevaba al cuello, antes de volver a sus ojos grises, que la seguían mirando fijamente.

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