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El lejano pa?s de los estanques

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El lejano pa?s de los estanques
Название: El lejano pa?s de los estanques
Автор: Silva Lorenzo
Дата добавления: 16 январь 2020
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El lejano pa?s de los estanques - читать бесплатно онлайн , автор Silva Lorenzo

En mitad de un t?rrido agosto mesetario, el sargento Bevilacqua, que pese a la sonoridad ex?tica de su nombre lo es de la Guardia Civil, recibe la orden de investigar la muerte de una extranjera cuyo cad?ver ha aparecido en una urbanizaci?n mallorquina. Su compa?era ser? la inexperta agente Chamorro, y con ella deber? sumergirse de inc?gnito en un ambiente de clubes nocturnos, playas nudistas, trapicheos dudosos y promiscuidades diversas. Poco a poco, el sargento y su ayudante desvelar?n los misterios que rodean el asesinato de la irresistible y remota Eva, descubriendo el oscuro mundo que se oculta bajo la dulce desidia del paisaje estival.

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– ¿Cuáles eran exactamente sus relaciones con Eva Heydrich?

Regina levantó los ojos hacia el techo.

– ¿No se ha hecho ya una idea?

– No. Hágamela usted.

Regina se volvió entonces hacia Chamorro y se quedó contemplándola con una expresión entre insolente y misteriosa. Mi ayudante soportó sin inmutarse su escrutinio.

– ¿Cómo te llamas? -habló al fin la suiza.

– Se llama Chamorro. ¿Se acoge a su derecho a no contestar a mi pregunta?

– Quiero decir de nombre de pila -eludió mi requerimiento.

– Virginia -intervino Chamorro, con aplomo.

– Virginia. Como Virginia Woolf. ¿Has leído algo de ella, querida? -Y dedicando a mi subordinada lo que en otro tiempo, cuando su cuerpo y su rostro no habían sufrido aún la ofensa de la edad, podía haber sido una seductora disposición, hizo memoria y declamó con oficio-: Y el tigre saltó, mientras la golondrina se mojaba las alas en oscuros estanques, al otro lado del mundo. Una bonita metáfora, ¿no? La escribió hacia 1930, un poco antes de que yo naciese.

Traté de recuperar el mando de la situación:

– Señora Bolzano, esto no es un salón de té. Si quiere luego recitamos unas poesías y jugamos al backgammon, pero ahora estamos tratando de establecer si tenemos que acusarla de asesinato, y por si no se ha enterado, vamos camino de establecerlo.

– Parece que a tu jefe no le gusta Virginia Woolf -opinó para Chamorro.

– ¿Debo interpretar que no desea confiarnos la naturaleza de sus relaciones con Eva Heydrich? -deduje, con desgana.

Regina se volvió hacia mí y recuperó su frialdad.

– Si quiere oírlo de mis labios, le complaceré. Nuestras relaciones eran que yo me acostaba con Eva, cuando podía, y que ella dejaba que lo hiciera, cuando le venía en gana. ¿Es suficiente con eso o hace falta que aclare si había también amor?

– ¿Lo había?

– Por mi parte, sí. Por la suya, naturalmente, no. Y no me escandalizaba, aunque me doliera. Hace treinta años Eva habría podido quererme, porque yo era otra, mucho mejor. Ahora sólo me soportaba, no siempre. Yo no le pedía tampoco más. A partir de cierto momento hay que aceptar ésa y otras cosas todavía más desagradables.

– ¿Dónde se conocieron?

– En Milán, donde vivo, o vivía.

– ¿Vivía ella allí? ¿Desde cuándo?

– Desde hacía un año, que yo sepa.

– ¿Con usted?

– Ya no. Es decir, desde antes del verano.

Aproveché su momentánea docilidad para atacar por otra parte:

– ¿Conoce a Klaus Heydrich?

– Así se llamaba o se llama su padre, creo.

– ¿Le conoce?

– Jamás le he visto. Ni en fotografías. Eva nunca me enseñó ninguna.

– ¿Está segura?

– ¿Por qué no había de estarlo?

Al insistir en su mentira, la primera que yo podía identificar sin ninguna duda como tal, a Regina Bolzano no le había temblado la voz ni lo más mínimo. Fuera cual fuera su responsabilidad en los acontecimientos, desde luego estaba lejos de ser una incapaz. Traté de sorprenderla:

– ¿Quién la ayudó a eliminarla?

– ¿Cómo?

– ¿Quién fue su cómplice? ¿Quién colgó a Eva de la viga?

– Se equivoca.

– ¿Era de aquí? ¿Cuánto le pagó?

– No sé de qué me habla. Se lo juro.

Le dejé unos segundos para que recapacitara. La mujer permanecía entera. Si era una ficción, había estado preparándola minuciosamente. Ni se traicionaba ni se ponía nerviosa.

– Está bien. Vamos a mirarlo por un momento a su manera. Usted no tuvo nada que ver. ¿Quién lo hizo entonces?

– No tengo ni la más remota idea. Acaso fueron los de la playa, pero ni los había visto antes ni los he vuelto a ver después.

– ¿Por qué cree que la mataron?

La suiza se tomó su tiempo.

– He estado meditándolo mucho, todos estos días -aseveró-. No entiendo esa saña de dejarla allí colgada, aunque no negaré que a veces ella sabía resultar exasperante. En eso consistía en parte su juego, pero había mucho más. Eva era una criatura muy poco corriente. Estaba siempre mezclada con alguien y sin embargo su corazón era remoto. A menudo aparentaba pasión, pero en el fondo daba la sensación de que no sentía nada. Bien mirado, ese trozo de la vieja Virginia del que me acordé antes sirve bastante para retratarla. Por un lado, la imagen violenta del tigre que salta sobre su presa. Por otro, esa golondrina que se moja las alas en los estanques, siempre al otro lado del mundo. Aunque la mayoría de la gente se dejaba guiar por el espejismo fácil del tigre, creo que ella era más bien el pájaro. Vivía entre nosotros, pero su alma estaba allí, perdida entre las aguas quietas y oscuras de un país lejano. Si quiere que haga una apuesta, apuesto que alguien no pudo o no supo aceptarla así como era y no se le ocurrió nada menos idiota que matarla. Si pregunta si me consta que fue así o quién lo hizo, no me consta ninguna de las dos cosas.

Regina Bolzano estaba dotada para la lírica. Aunque su discurso lo había vertido en italiano, el idioma en que ganaba a la vez velocidad y toda su fuerza de convicción, Chamorro y yo lo habíamos seguido como si hubiera hablado en nuestra lengua materna. Por primera vez la sospechosa parecía conmovida por el sentimiento. Juzgué que era la ocasión para tratar de arrancarle algunas informaciones más precisas:

– Señora Bolzano, le seré sincero. Hoy por hoy, la única posibilidad que tiene de no ser inculpada es que demos con otros sospechosos a los que podamos relacionar con el crimen de forma más concluyente que a usted. Quiero que me diga si le suena el nombre de Lucas.

Regina se revolvió al instante, reconstruyendo su compostura.

– En absoluto -dijo.

– ¿Y el de Andrea?

– Ése sí. Eva me presentó a alguien llamado así, en el puerto, un par de días antes de que la mataran. Una chica de Milán, no muy alta, de ojos claros. ¿Sospechan de ella?

– Por ahora sólo sospechamos de usted, señora Bolzano. Le recomiendo que reflexione sobre su situación. Si tiene que rectificar algo, rectifíquelo deprisa. Seguiremos hablando.

Me dispuse a levantarme. Entonces Regina me tomó del brazo y me clavó una mirada entre la exigencia y la súplica.

– Yo no fui, sargento -aseguró-. Verá, no me considero una mujer pusilánime. Cuando compré un arma admití que podía tener que usarla y tal vez quitarle a alguien la vida. Pero quiero que crea una cosa, porque es la pura verdad. Nunca habría podido reunir el coraje necesario para dispararle en la cabeza a Eva Heydrich.

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