El premio
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Un «ingeniero» de las finanzas esta contra las cuerdas y quiere limpiar su imagen promoviendo el premio mejor dotado de la literatura universal. La fiesta de concesi?n del Premio Venice-L?zaro Conesal congrega a una confusa turba de escritores, cr?ticos, editores, financieros, pol?ticos y todo tipo de arribistas y trepadores atra?dos por la combinaci?n de «dinero y literatura». Pero L?zaro Conesal ser? asesinado esa misma noche, y el lector asistir? a una indagaci?n destinada a descubrir qu? colectivo tiene el alma m?s asesina: el de los escritores, el de los cr?ticos, el de los financieros o el de los pol?ticos.
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– Ha estado y le he dicho lo que me dijiste.
Ahora Conesal fingía descubrir la presencia de Carvalho en el despacho e interrogaba a su hijo sobre la sustancia o accidente del intruso.
– Pepe Carvalho, el detective de Barcelona.
Carvalho tuvo la posibilidad de oponer un tour de force entre la mano posesiva, ancha, dura pero no cálida del financiero y la propia, que salió bastante bien del intento de estrujamiento.
– No puedo perder ni un minuto. Me espera el gobernador del Banco de España, aún he de considerar los últimos detalles del premio y luego vendrá lo que vendrá. Charlaremos mientras almorzamos. ¿Ya está el almuerzo en marcha?
– Lo está. ¿Te interesa saber de qué restaurante?
– Un zumo de pomelo y un filete, vuelta y vuelta. No puedo distraer el paladar. He de morder mucho esta tarde.
– Pues para ese viaje…
No se le había escapado a Conesal el mohín de disgusto que apareciera en la cara de Carvalho y pasó a fingir entonces un imprescindible interés por su invitado, como si se tratara del próximo objetivo de su vida.
– Presiento que mi menú no le ha gustado.
– No lo comparto.
– ¿Lo desaprueba?
– Es usted muy suyo, pero yo en su lugar, de tener pendiente una visita con el gobernador del Banco de España procuraría ir desde una sensación de dominio de la situación, dominio imposible de establecer si uno se ha tomado un vaso de zumo de pomelo, probablemente de lata, y un filete a la plancha o a la parrilla, vuelta y vuelta. En último extremo le aconsejo que sea a la parrilla y algo grueso. Un filete de buey de unos trescientos gramos, por ejemplo.
– ¿Es usted un especialista en higiene alimentaria?
– Sólo en higiene mental.
– El zumo de pomelo hubiera sido natural, porque el barman, entre otros atributos, es el intendente de mi salud y está al tanto de lo que tomo. Pero, sea, aconséjeme un menú previo a un encuentro con el gobernador del Banco de España.
Carvalho ganó tiempo mientras examinaba la expresión irónica, condescendiente, casi divertida del financiero y finalmente emitió un veredicto, como si fuera la ficha más adecuada encontrada por la memoria de un ordenador.
– Como entrante una combinación de verduras y mariscos serios, por ejemplo, unas ostras. Recuerdo un glorioso minestrone de ostras de Girardet que usted podría reconvertir en un minestrone de cangrejos de río, regado con un Ribera del Duero blanco o un Albariño o un Penedés, porque es importante que ante una comida de tan altos negocios usted registre variedad de gustos, desde la evidencia casi absoluta de que el señor gobernador del Banco de España va a tomarse unas judías tiernas cocidas aliñadas con aceite y una tortilla a la francesa muy hecha. A continuación algo barroco y sabroso, al estilo del brioche de tuétano y foie que yo probé en Jockey hace años, acompañado de un Rioja Alta, por ejemplo un 904 o un Centenario. Es posible que usted acumule la tentación de tener mala conciencia por haber abusado de la cantidad y la calidad y es aconsejable entonces un postre restaurador de la buena conciencia: frutas de bosque, por ejemplo. Sin nada. Ni vinos acompañantes, ni zumos, ni natas. Eso sí, café, un habano de reglamento y una copa de aguardientes viejos, de coñac para arriba. No cometa la tontería de tomarse un orujo o un licor de frambuesa. Los excelentes aguardientes blancos son coloquiales. Después de una comida de matrimonios o entre amigos. Para negociar con el gobernador del Banco de España no hay nada como un Armañac o un Calvados.
Conesal repasaba mentalmente el menú y no tuvo más objeción que decir:
– No fumo.
– Usted se lo pierde y el gobernador del Banco de España se lo gana. Después de un Partagás Grand Connaisseur las victorias están aseguradas y sobre todo sobre un personaje que tiene cara de abstemio.
– ¿Conoce usted al gobernador?
– Creo haberlo visto en un No-Do.
– ¿En qué No-Do? El No-Do ya no se emite en democracia.
– Bueno, en la televisión. Es lo mismo.
– No se fíe de las apariencias. Los gobernadores del Banco de España, engañan. -Se dirigió entonces a su hijo que contemplaba a Carvalho con un gran respeto-. ¿Qué se puede hacer para cumplir los consejos de tu detective privado?
Álvaro había tomado nota y emitió un veredicto.
– Veremos lo que pueden hacer en Jockey, puesto que el menú se inclina por ahí. Yo no me atrevo a estas horas a violentar las pautas de otros restaurantes.
– Pues ponte de acuerdo con el señor Carvalho y mientras tanto me voy al squash.
Carvalho empezaba a tener apetito y tras la salida del financiero se lo dijo abiertamente a Álvaro.
– Si se va al squash va a volver a las tantas y a mí la acción me despierta el apetito.
– En este edificio hay un Health Club a disposición de los altos cargos. En total unas veinte personas que disponen de llave propia para acceder al gimnasio, piscina, sauna, sala de masaje y vestuarios. Sólo mi padre tiene una hora siempre libre para él y es precisamente ésta, de una a dos. Normalmente la emplea para jugar a squash con algún invitado. Hoy tiene a uno de sus socios, Iñaki Hormazábal, pero no se quedará al almuerzo. Mi padre es un maniático de los niveles de relación: Hormazábal muy bien para jugar a squash, pero no le apetece como compañero de mesa.
– ¿Comeremos nosotros tres?
– Mi padre hubiera querido que asistiera la señora de Pomares amp; Ferguson, Beba Leclerq, pero no es posible. En cambio nos hemos librado de que asista Mona d'Ormesson, una auténtica pelmaza, pero a mi padre le divierten las mujeres pedantes. Bueno, las que no son pedantes también. Mi padre sostiene que una mujer sentada a la mesa relaja mucho más que un buen vino. Sobre todo si es la única mujer de la mesa y no es la propia.
– ¿Qué opina su madre de todo eso?
– Mi madre hace mucho tiempo que no opina sobre cuanto se refiere a mi padre.
– ¿Y él se lo agradece?
– Mi padre no agradece lo que le regalan.
– Toda esa inmensa sabiduría, ¿procede de cuna o su padre la aprendió en los libros?
– Mi abuelo paterno tenía una fonda en Brihuega.
– ¿Su padre no ha escrito algún manual de cómo ser rico a pesar de no serlo?
– Un día u otro lo escribirá. Mientras concierto el almuerzo, ¿le apetece darse una vuelta por el Health Club?
– De momento déjeme bajar otra vez en la parada del bar. Me espera un barman muy acogedor.
Pero el barman no estaba solo. De pie, con la espalda apoyada en la barra, un hombre calvo, de cara mal subrayada por una barba rala y descuidadamente cana. Esa misma barba en el rostro de Lázaro Conesal hubiera parecido de anuncio de cómo prefabricar las mejores barbas canosas de este mundo, pero en la de aquel individuo más parecía barba de segunda cara. En cambio compensaba lo irresoluto de su aspecto con la decisión espasmódica con que tragueaba del vaso lleno de whisky de buen color. Señaló Carvalho el contenido del vaso del nuevo cliente.
– Lo mismo que este señor.
– Glendeveron, cinco años. Una edad de whisky que sólo debe admitirse en el aperitivo. La mejor edad del Glendeveron es la de doce. Un malta ligero, que huele a turba…
A pesar de las consideraciones sabias de Simplemente José, el bebedor calvo y canoso le escuchaba como si se tratara de un molesto telón de fondo verbal.
– Lázaro de Tormes, cállate ya, hijo, que no me puedo beber a gusto este whisky con agua que me has dado. Debe ser agua del Tormes, me figuro.
– Que no tiene agua, señor Sagazarraz.
– Pues lo parece. ¿Me recibe ese tío o no me recibe?
Ni siquiera había advertido la presencia de Álvaro.
– Saga, mi padre no puede recibirte.
El hombre clavó unos ojos rómbicos y aguados en la condescendiente mirada del delfín. Harto de tanto aguante de miradas se despegó de la barra y acercó el rostro de Álvaro al suyo por el procedimiento de cogerle por las solapas y acercarle el busto.
– No ha nacido el tío con los suficientes cojones como para negarle una audiencia a Justo Jorge Sagazarraz.
– Saga. No te pases y vete a dormir la mona.
El llamado Saga ganó espacio con respecto al joven y desde cierta distancia lanzó una bofetada que ya chocó blanda contra el brazo interpuesto. El otro brazo de Álvaro Conesal se había convertido en puño que dio contra la sien del hombre, lo suficiente como para hacerle perder el equilibrio y quedar sentado en el suelo. Permaneció allí sorprendido. Contempló a Álvaro Conesal y Carvalho de abajo arriba, levantó una mano, chasqueó los dedos.
– A ver quién me baja el whisky.
Se lo bajó Carvalho y Justo Jorge Sagazarraz bebió un largo sorbo sentado sobre la moqueta con las piernas abiertas. Álvaro estaba fastidiado e hizo un gesto de complicidad al barman que ya tenía el walkie talkie en la mano y se dirigía a algún centro lejano de poder. Carvalho seguía la precipitada marcha del joven cuando se cruzaron en la puerta con dos guardias de seguridad que iban a recoger lo que quedaba del presunto borracho.
– Le acompaño al Health Club y desde allí arreglo lo del almuerzo.
Dos pisos más arriba. Una terraza cubierta de gravilla, un sendero de piedra granítica y al final un seto de árboles encerraba el espacio deportivo a treinta pisos sobre el nivel de Madrid.
– ¿Quién era el bebedor de whisky?
– Justo Jorge Sagazarraz, un naviero casi arruinado, bueno arruinado, en declive. Mi padre metió dinero en su negocio hace algunos años pero lo está retirando porque es previsible una caída en picado de la industria pesquera y si no se pesca, ¿para qué sirven los barcos? No es mal tipo, pero está obsesionado con mi padre y le llora todo el día, siempre que puede le recuerda aquellos tiempos en que cerraban para ellos los bares de Alemania hasta el amanecer.
– ¿Por qué Alemania?
– Mi padre hizo un master de gestión industrial en Düsseldorf y a ese curso asistía también Justo Jorge Sagazarraz. Entonces era el heredero de una empresa saneada y ahora es el presidente de una sociedad en bancarrota.
Mientras el delfín iba a encargar el almuerzo, Carvalho entró en la sala de squash y tras el cristal blindado pudo presenciar el partido entre Lázaro Conesal y un hombre fibroso y también calvo, al parecer de la colección completa de calvos que rodeaban a Lázaro Conesal, que respondía con un juego musculado y elegante a los feroces embates de su partenaire. Conesal jugaba como si fuera aquélla la última pelota de su vida y el hombre calvo le respondía con precisión técnica y frialdad cerebral. Ganaba el hombre fibroso y calvo, pero Conesal seguía arremetiendo con todo el cuerpo contra la pelota desafecta.