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El premio

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El premio
Название: El premio
Дата добавления: 16 январь 2020
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El premio - читать бесплатно онлайн , автор Montalban Manuel V?zquez

Un «ingeniero» de las finanzas esta contra las cuerdas y quiere limpiar su imagen promoviendo el premio mejor dotado de la literatura universal. La fiesta de concesi?n del Premio Venice-L?zaro Conesal congrega a una confusa turba de escritores, cr?ticos, editores, financieros, pol?ticos y todo tipo de arribistas y trepadores atra?dos por la combinaci?n de «dinero y literatura». Pero L?zaro Conesal ser? asesinado esa misma noche, y el lector asistir? a una indagaci?n destinada a descubrir qu? colectivo tiene el alma m?s asesina: el de los escritores, el de los cr?ticos, el de los financieros o el de los pol?ticos.

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– ¿Quién ha contabilizado los que salieron de este salón?

Carvalho levantó el dedo y luego lo dirigió a la lista de nombres que figuraba en los dos folios desplegados. El jefe superior de policía se echó a reír.

– Parece desconocer que estamos en tiempos modernos y que hay un circuito de televisión que debe haber grabado a todos los que se han movido por el hotel. Bastará seguir las filmaciones para descubrir quiénes entraron en la suite de Conesal.

Álvaro intervino sin poner emoción en sus palabras.

– Cuando mi padre estaba en la suite ordenaba que se cortase ese circuito. No quería que se fiscalizaran las entradas y salidas.

Veía una montaña ante sí el jefe superior porque fingió sudores y manos para restañarlos.

– ¿Partimos de cero entonces?

– Partimos de esta lista.

Casi sin pedirle permiso, el jefe de policía tomó los folios de la mano de Carvalho y leyó en voz alta lo allí escrito:

La gorda y el gordo que hablan en verso,
el amante de retretes, el fabricante de retretes,
la mujer del fabricante de retretes,
la borracha melancólica,
el vendedor de diccionarios,
el hijo de su padre,
Fernández y Fernández,
el adolescente sensible,
la novelista con las varices,
el marido varicoso,
el amante del whisky,
la sacristana,
Sánchez Bolín,
Daoíz y Velarde,
el ejecutivo de acero inoxidable,
el chulo armado,
la dama duende,
el marido es el último en enterarse.

Sólo Álvaro Conesal miraba a Carvalho con respeto. Los demás temían ser víctimas de una broma.

– ¿A santo de qué este jeroglífico? Yo sólo reconozco al señor Sánchez Bolín, todo lo demás es metáfora y a estas horas de la noche me joden las metáforas.

– No olviden que yo desconozco el nombre de la mayor parte de la gente que está aquí, salvo el del señor Sánchez Bolín, el del académico y las autoridades. Pero me atrevo a señalarles uno por uno a los personajes que responden a estos nombres.

– No hace falta. -Era Álvaro quien había intervenido y ante la sorpresa general, apostilló-: Para mí esas metáforas no tienen secretos. Para empezar, «El hijo de su padre» soy yo.

– ¿Alguien de aquí se llama Carvalho?

Dos guardias de seguridad del hotel contemplaron al detective con desconfianza en cuanto se identificó.

– Hemos detenido a un tipo con aspecto de quinqui o de skin head que dice conocerle a usted.

– Precise. Un quinqui es un quinqui y un skin head es un skin head.

– Va vestido como un golfo y no sé qué dice de Dios nos pille confesados. Va con una señora que asegura ser su madre, pero les tenemos retenidos porque el tipo no nos gusta nada.

– Dios nos pille confesados.

A Álvaro no le gustaba la derivación del asunto y Carvalho siguió a los dos guardias hasta un almacén de bebidas situado en el trasero del bar. Allí estaba el hijo de Carmela esposado y Carmela entre llorosa y vociferante contra el guardia de seguridad que les vigilaba.

– Pero ¿es que hay un disfraz legalizado? ¿Por qué mi hijo parece un sospechoso y a usted no le detienen con la cara de mafioso que tiene?

– Calla madre, que ahí llega tu tronco.

La madre reparó en la aproximación de Carvalho y hombre y mujer se estudiaron a través de un parapeto de quince años. Carvalho recordó la consigna de los comunistas que le recibieron en Barajas: Entre usted en aquella cafetería y verá a una chica sentada leyendo Diario 16. Se presenta y ella le acompañará. Ella estaba combinando bocaditos de porra con traguito de cortado. Tenía las piernas bonitas aunque un poco delgadas y el flequillo le permitía empezar la cara en dos ojos espléndidos, ojerados, patéticos como su delgadez a lo Audrey Hepburn subrayada por el atuendo negro y lila. Las piernas ahora seguían siendo bonitas pero más carnosas dentro de unas medias negras transparentes, la frente despejada, demasiado alta, ya no imponía la presencia de unos ojos que seguían siendo bonitos aunque algo cargados por unas ojeras moradas que se habían abultado, pero que tal vez por origen o por la circunstancia seguían pareciéndole patéticas.

– Son amigos míos -les identificó Carvalho.

El vigilante permanente abrió las esposas del muchacho y escapó de la esperable bronca de Carmela, como escaparon los otros dos guardias para dejarles a solas. Carvalho y Carmela trataban de retroceder por el túnel del tiempo, pero cada cual tenía el suyo y no se encontraban. Carvalho esperaba la mano de ella, pero la mujer se alzó sobre sus zapatos de tacón medio y le besó las dos mejillas. El chico no les dejó tiempo de saludarse convencionalmente.

– He convencido a mi madre para venir al Venice, a ver si le encontrábamos. Nos metemos en la selva y salen los zulúes y nos cogen. Pero esto, ¿qué es? ¿Es cierto que le han dado un corte al forrao ese, al tragón de Conesal? Pues me querían hacer comer el marrón y menos mal que iba con mi mengui que tiene pinta sanera, de lo contrario me dan un homenaje y a comerme el consumao.

Salieron al hall y Dios nos pille confesados silbó:

– Me cago en el copón ¡qué guai! Guapo el garito, tío. Cuando les cuente a mis troncos que casi he visto cómo rajaban al gominolo ese, con el pelo lleno de lefa y que me han cogido los maderos como si yo fuera el cuchillero, se les va a caer la pesa en los pantalones.

Carvalho miró a Carmela en demanda de auxilio.

– Dice que cuando le cuente a sus compinches que casi ha visto cómo mataban a Lázaro Conesal y que la policía ha pensado que podía ser el asesino, se van a cagar en los pantalones.

– Más o menos, tía. Invítame a un güisqui, anda, porque aquí no se puede encender un nevadito en presencia de tanto madero, ni echarse al jaco o al chocolate, o rular un mai, además tengo un clavo de no te menees. Pero el sitio es de película, de puta madre y un día traigo a mi guarra para que desfile.

Carmela cerró los ojos resignada y prosiguió con la traducción simultánea.

– Tía soy yo.

– A eso llego. Lo del whisky también lo entiendo.

– Tener un clavo es tener resaca. Un nevadito es un cigarrillo de cocaína y costo, jaco o chocolate pues imagínatelo, la mierda de la droga, igual que rular un mai, es decir lías un porro, un cigarrillo de hachís. Su guaira es su chica, una monada y un día la traerá para que se pasee entre tanta maravilla. Oye, el signo de mi vida es traducirte las cosas del argot. ¿Recuerdas aquellos tíos tan majos que traducían Las tesis de abril de Lenin al cheli?

– Eran otros tiempos. Quizá también el mes de abril era diferente.

El rockero seguía su discurso:

– Algo emporrado sí que estoy. Y este espacio me inspira. Es sideral, tío, esas palmeras vampirizadas, me inspira todo un montón. Yo soy músico, aunque no tengo ni guaira idea de solfeo. Pero tengo imaginación musical. Tres acordes, un ritmo, le meto la batera y el bajo y chin-ta-chín, la cosa funciona, colega, y uno se convierte en brucespinguer.

El barman negro del cóctel bar era más negro, ennegrecido por el sueño, del que gozaba con la cabeza entre los brazos acodados sobre la barra. Se resignó a servirle un cubata de vino con cerveza a aquel punki, probablemente un racista de mierda, un antinegro.

– Es guai que un charol te sirva una pochola. A mí los charoles me caen de puta madre. Ojo. Yo de racista nada. Yo me parto la jeta por defender a los charoles, incluso a los moracos.

Aunque las miradas de Carmela y Carvalho se buscaban, el chico no les dejaba espacio ni tiempo y Álvaro llegó con el deseo irrechazable de que Carvalho estuviera presente en los interrogatorios de Ramiro.

– He llegado a un pacto con el jefe superior. Le deja asistir a los interrogatorios. Le he dado la lista de equivalencias entre sus metáforas y los nombres reales. Le pido sólo una cosa. Que haga lo posible para que yo pueda declarar el último.

Partió Álvaro y Carvalho no sabía cómo decirle a Carmela que aún quedaba noche para recuperar el tiempo perdido. Pero una vez más Dios nos pille confesados estaba al quite:

– Tranquilo, tío. Yo me bebo dos pocholas más. Me doy un garbeo por este garito y me voy a sobar. Mi madre te esperará. Tiene noche de tango, tío.

Carmela cerró los ojos afirmativamente. Tenía noche de tango.

Álvaro anunciaba el espectáculo con los labios susurrantes junto a una oreja de Carvalho: A mi padre le encanta conceder entrevistas en público. Se crece. Las dos muchachas superaban su nerviosismo gorgojeando sobre lo imprevisible de la tecnología y poniendo a prueba una y mil veces un magnetofón portátil recién comprado. Lázaro Conesal no hacía el menor esfuerzo por ayudarlas y se limitaba a ajustarse la corbata, comprobar la presencia exacta de sus gemelos heráldicos, mirar ora el magnetofón ora a la rubia, facción por facción, como un antiguo vopo en la frontera de Alemania Democrática, detalle por detalle de una perfecta anatomía adolescente, resumida cual emblema en la poderosa trenza rubia contenida sobre la espalda como una reserva de virtud dorada de diosa aria criada en La Moraleja. La rubia era consciente de su atractivo, la morena de su carencia y lo compensaba iniciando la entrevista y llevando la voz cantante en su transcurso.

– Señor Conesal, el Gobierno dice que la economía va bien. ¿A usted qué le parece?

– No recuerdo para qué revista trabajan ustedes.

– No es una revista, es como una monografía sobre las actitudes del poder financiero en España, a editar en cuadernos F y S.

– ¿F y S? ¿Fenergán y Sindicato? ¿Farináceos y Solsticio?

– Fe y Secularidad, dentro de la editorial Sal Terrae.

Conesal estudió a la rubia como si la examinara y a la vez la juzgara.

– Sal Terrae. La sal de la Tierra. ¿Son ustedes monjas? ¿Es usted monja?

La rubia le plantó cara entonces.

– Tanto como usted fraile.

Pero no era su papel y resolvió sustituir a la morena en la función de sagaz e implacable entrevistadora.

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