Cartas de un asesino insignificante
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Durante su solitaria estancia en el pueblo costero de Roquedal, una traductora, Carmen del Mar Poveda, recibe misteriosas cartas de un desconocido que le declara su intenci?n de matarla. Las cartas son abandonadas en el muro que rodea su casa y el desconocido exige una respuesta. Comienza as? un extra?o intercambio epistolar, un juego de acertijos y falsas soluciones, de identidades y espejos, en el que, inexorablemente, se imbricar?n las oscuras leyendas del pueblo, sus antiqu?simas fiestas populares y algunos de sus m?s enigm?ticos habitantes. Escrita en clave l?dica, siguiendo una estructura argumental que recuerda el juego m?ltiple de las cajas chinas, la novela aborda do manera brillante la idea de la muerte, ese asesino particular que siempre nos acompa?a como interlocutor privilegiado de toda la vida, al tiempo que presenta la escritura como met?fora y espejo del destino humano. Estimada se?orita. Voy a matarla y usted lo sabe, as? que me asombra su silencio. La flor del almendro ya destella de blancura en las ramas, pero no advierto la flor de sus cartas en el muro. Eso no es lo convenido. Yo me tomo en serio mi papel de verdugo: haga lo mismo con el suyo de v?ctima. Le sugiero, por ejemplo, que se vuelva rom?ntica.
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Brevísima historia policíaca
La víctima muere porque descubre que su asesino no es, ni fue nunca, como ella se lo imaginaba. Por tanto, su asesino no necesita matarla, y no es descubierto. Pero como su asesino no la mató, no se siente verdaderamente asesino. Para sentirse asesino, se entrega a la policía asegurando que fue él quien mató a la víctima. La policía no lo cree, y lo expulsa de la cárcel. El asesino, frustrado, se desespera porque tiene la íntima convicción de que la víctima no hubiera muerto sin él. Él no ha matado a la víctima, pero la víctima no hubiera muerto sin él. Entonces se suicida. Pero antes de morir piensa algo horrible: «Dios mío, la víctima me ha matado. La víctima es el asesino». Y muere.
Claro está que he visitado el cementerio. Todos terminamos en uno, y yo, además, necesitaba saber de alguna forma que las extrañas historias de Eulogia «la de la flecha» y Amparito eran reales. Quiero decir, no sus historias, que ya sólo son un conjunto de palabras, dos fábulas desarrolladas con las convenciones propias del género y por ende mentirosas, sino sus vidas de seres humanos, de mujeres que nacieron en Roquedal. Y como la mayor seguridad que poseemos en la vida es la muerte, nada mejor para cerciorarnos de que alguien ha existido que asegurarnos de que dejó de existir alguna vez. La visita, sin embargo, ha tenido otras consecuencias.