El Urinario
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Texto construido desde una advertida ilusi?n documental y precedido de una nota donde el autor nos invita a leer sus j?venes palabras conjuntamente con otras dos novelas escritas con posterioridad (La flaqueza del bolchevique y El angel oculto) El urinario, de Lorenzo Silva, nos introduce en el territorio obsceno de dos cartas en las cuales la subjetividad de un exitoso y joven asesor bancario rumia sus frustraciones, sus fantas?as, sus sue?os y su cr?tica visi?n del mundo al que pertenece: `En casi todos los momentos se?alados de mi vida, ha habido un urinario`, confiesa el personaje, para completar, m?s adelante`[…] el urinario, donde se vierte la destilaci?n de toda la inmundicia del alma`. En efecto, la atm?sfera asfixiante del desencanto, la l?cida iron?a de la autocr?tica y los fantasmas que habitan en la escritura de las cartas, convierten esta novela-urinario en una gran met?fora que reproduce ese momento de intimidad por todos alguna vez (o frecuentemente) experimentado: cuando en la soledad de un peque?o cuarto, vac?o como una p?gina, arrojamos rabias, decepciones, ocultos e insatisfechos deseos… contra el rostro mudo que nos contempla, irremediable como la vida, desde el espejo.
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NOTA DEL AUTOR
Por circunstancias diversas (y no todas infelices) este libro aparece cinco años después de ser escrito. En alguna ocasión, quizá era inevitable, me he preguntado si merecía la pena hacer el viaje en el tiempo que supone ponerlo ahora encima de la mesa. Por un lado, algunos de los temas de los que la novela se ocupa los he abordado, no sé si mejor o peor, en otros libros que se han venido publicando a lo largo de este tiempo. Por otra parte, un lustro después, he atravesado la barrera de los treinta años y algunas de las reflexiones que El urinario contiene, marcadamente situadas al otro lado de esa barrera, me parecen hoy escritas por otra persona.
Supongo que ése es el destino de todo lo que uno escribe: convertirse en el vestigio de otro que desaparece tras arrojar la piedra. Por fortuna. En caso contrario, la literatura podría llegar a ser una forma de perpetuación que, como bien atinó a demostrar el corrosivo Jonathan Swift, es algo extremadamente desasosegante, además de una ofensa a la naturaleza.
Renunciando pues a oponerme a su autónoma trayectoria, aquí entrego la piedra arrojada hace cinco años por el veinteañero que ya no soy. De un modo bastante laxo forma una trilogía con La flaqueza del bolchevique y El ángel oculto. Estas dos novelas presentan tonos y asuntos muy diferentes, y muy diferentes entre sí, pero tienen en común con El urinario que las tres aluden a las nostalgias y las pérdidas de los estafados por el modo de vida que la actual organización del mundo impone a la mayoría de las personas. Tengo la sensación, equivocada o no, de que esas personas (personas normales, que no anodinas, porque casi nadie lo es) tienden a estar insuficientemente representadas en la literatura (que prefiere ocuparse de seres bohemios, excesivos o desorbitados, a menudo inexistentes). Esta laxa trilogía vendría a ser mi homenaje a ellas. Si alguna reconoce en El urinario sus preocupaciones y sus inquietudes, me permitiré considerar que no erré al publicarlo.
Madrid, 16 de septiembre de 1999