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El premio

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El premio
Название: El premio
Дата добавления: 16 январь 2020
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El premio - читать бесплатно онлайн , автор Montalban Manuel V?zquez

Un «ingeniero» de las finanzas esta contra las cuerdas y quiere limpiar su imagen promoviendo el premio mejor dotado de la literatura universal. La fiesta de concesi?n del Premio Venice-L?zaro Conesal congrega a una confusa turba de escritores, cr?ticos, editores, financieros, pol?ticos y todo tipo de arribistas y trepadores atra?dos por la combinaci?n de «dinero y literatura». Pero L?zaro Conesal ser? asesinado esa misma noche, y el lector asistir? a una indagaci?n destinada a descubrir qu? colectivo tiene el alma m?s asesina: el de los escritores, el de los cr?ticos, el de los financieros o el de los pol?ticos.

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– Desierto -espetó Requesens, el responsable del Atlas lingüístico-. Me lo temía.

– ¿De qué desierto habla usted? -inquirió suspicaz el inspector Ramiro.

– Del premio. Se ha declarado desierto. Todo ha sido una añagaza publicitaria, me lo temía. Las bases se redactaron de una manera tan sibilina que el premio puede declararse desierto y ahora quedamos todos los del jurado a la altura del betún. Y tú tienes la culpa, Bastenier, porque nos vendiste la moto.

– No utilices vulgarismos, Requesens.

– ¡Los utilizo porque me sale de los cojones! Que me tienes muy harto con tus maneras de cerebro recuperado y no hay tribunal de oposiciones en que no machaques a mis ayudantes o a la gente que ha hecho la tesis conmigo o bajo mi especial percepción de la literatura. Ahora me metes en esta degradante aventura, por cuatro piastras de mierda…

– No digas tonterías, Requesens -le riñó severamente Ricardo Bastenier sin darle opción a replicar y a continuación invitó a Álvaro Conesal a que prosiguiera su información.

– Mi padre ha sido asesinado.

Los seis jurados adquirieron un súbito aspecto de viudez desamparada y de voluntad indagatoria retórica.

– ¿Cómo ha sido?

– ¿Están ustedes seguros?

– ¿No será un corte de digestión?

– ¡Increíble!

Ramiro metió baza decididamente.

– Les invito a que no abandonen esta habitación a la espera del inevitable interrogatorio. Les ruego disculpen las molestias.

Volvieron a salir agrupados, pero Leguina les detuvo a medio corredor.

– Me parece que estamos haciendo el ridículo. No vayamos más en grupo porque esto se parece a las visitas médicas en los hospitales clínicos, el cá-tedro por delante y los alumnos tomando apuntes.

– También me recuerda las inauguraciones de cualquier cosa, pero falta la Reina o el Rey -apoyó la ministra.

– Me permito proponer un plan operativo -se permitió Ramiro y todos quedaron a la escucha-. Centralizamos el mando en la sala de personal y telemática y así las autoridades pueden pasar al comedor para tranquilizar a los asistentes, mientras tanto estableceremos un plan de interrogatorios con aquellas personas seleccionadas entre los invitados al acto.

– Interrogatorio es una palabra muy fuerte.

– Conversaciones indagatorias -corrigió Leguina y añadió-: Así pienso comunicarlo a la sala. Manténganos en todo momento informados, tanto a la señora ministra como a mí.

Marcharon las supremas autoridades seguidas de los escoltas y quedó Carvalho a la espera de instrucciones de Álvaro. Como no llegaban se plantó ante el grupo que aglutinaba el jefe superior, el inspector Ramiro, el jefe de personal y Álvaro Conesal.

– ¿A qué grupo me sumo?

Menos Conesal y el jefe de personal, los demás repararon de pronto en la presencia de Carvalho.

– ¿Y éste quién es?

– El detective privado, Pepe Carvalho. Había sido contratado especialmente por mi padre para un trabajo concreto en el transcurso de esta cena. Es indispensable que forme parte del equipo de investigación porque está en posesión de informaciones que tal vez puedan ser interesantes.

– ¿Conocía su padre las limitaciones indagatorias que deben respetar los detectives privados?

Álvaro se encogió de hombros y respondió a Ramiro:

– Vayan ustedes a preguntárselo.

– No tenemos ningún inconveniente en colaborar con un detective privado -sentenció el jefe de policía-. Pero deberíamos situarle en una función estricta.

– De eso nada. Yo tengo licencia para circular por donde crea conveniente y de momento me voy al comedor a ver lo que pasa allí.

– Yo me apunto. Luego nos encontramos en la sala de personal y telemática.

– Ramiro, sala de personal y telemática, ese nombre es más largo que un día sin tele. Dejémoslo en sala de personal, que para largo ya la noche se presenta de campeonato.

– Sí, señor.

Carvalho y Ramiro compartieron ascensor descendente y se estudiaron de soslayo. Carvalho pensaba que Ramiro era un producto de academia, tal vez algún master de criminología en alguna universidad extranjera pero no demasiado lejana y Ramiro sospechaba que Carvalho era un huelebraguetas cantamañanas, pero algún mérito le asistía porque lo había contratado Lázaro Conesal, que compraba lo mejor de lo mejor. El ascensor que bajaba al presidente de la Comunidad Autónoma, la ministra y su séquito les llevaba diez pisos de ventaja, pero luego fue fácil ponerse a la estela de los otros cuando entraban en el salón cerrado donde los vapores del tabaco, las indignaciones y los rumores alcoholizados componían una atmósfera enervante que Leguina respiró con gusto, como si el político novelista se metiera en un ámbito de ficción. No le faltaron preguntas a su paso, incluso intentos de retenerle tirándole de la manga de la chaqueta, pero siguió impertérrito hasta la tarima donde esta vez sí funcionó el micrófono para dar un comunicado suficiente.

– Señoras y señores, debo comunicarles que la situación está bajo control y esperamos que las molestias sean mínimas para todos ustedes. Lázaro Conesal, nuestro anfitrión, ha sido, al parecer, asesinado y es imprescindible que todos permanezcamos en nuestro sitio, tanto desde el punto de vista anímico y ético de estar donde debemos estar, como en el físico. Es decir, por favor, no se muevan de sus mesas ni traten de abandonar el salón hasta que la policía mantenga las imprescindibles conversaciones indagatorias. Para completar las informaciones derivadas de las listas de invitados, les rogamos que escriban su nombre, dirección, número de carnet de identidad, números de teléfono y lugares donde puedan ser hallados con facilidad en los próximos días y semanas.

– La vida imita a la literatura, querida Marga. Y fíjate cómo después de todo lo que hemos dicho sobre la novela policíaca, resulta que estamos viviendo una novela policíaca.

– Sinceramente, prefiero vivirla que leerla. Y especular a partir de esta propuesta sin precedentes. Por ejemplo. Lázaro Conesal ha sido asesinado porque había amenazado con un dossier que implicaba a las más altas instancias de la nación. Ya sabemos cómo utilizaba Conesal los dossiers. Le han matado. ¿Quién le ha matado?

– Las más altas instancias de la nación.

– Elemental. Eso es lo que pide el lector pasivo y adocenado que espera repetir la fórmula conocida, la receta del género. Pero ahí funciona la única válvula de escape de la servidumbre retórica de la literatura de género. Su única coartada si quiere acercarse, sólo acercarse, a lo literario.

– Lo li-te-ra-rio. ¿Por qué lo silabeas?

– Para resaltar la importancia de ese concepto. Si el lector espera el código preestablecido, hay que burlarlo y entonces la novela policíaca de género, por ejemplo, debe dejar de ser novela policíaca. Y un instrumento para conseguirlo es que el asesino no sea ni el esperado ni el no esperado, porque también es manido que el asesino sea el menos esperado.

– Entonces, ¿quién debe ser el asesino?

– Nadie. La novela policíaca perfecta es aquella en la que no hay crimen y por lo tanto no hay asesino.

– Ponme un ejemplo.

– No se me ocurre. Es una hipótesis de laboratorio. Pero al formularla, me tienta, siento algo que me dice: ahí está el camino y no en la instrumentalización del género para convertir la novela en instrumento de conocimiento social o psicológico, a la manera de Sánchez Bolín o de Patricia Highsmith por ejemplo. Yo detesto a Patricia. Me sabe mal que se haya muerto y todo eso, pero hemos de reconocer que se limitó a escribir aproximaciones balbucientes, y a veces babosas, a la literatura psiquiátrica.

– Siguiendo tu esquema, Lázaro Conesal no ha sido asesinado porque no se ha cometido ningún crimen.

– Probablemente.

– Entonces, ¿vamos a saber quién ha ganado el premio?

– No. Eso no. Eso sería vulgarizar la situación. Adelgazarla hasta la nada, más allá incluso de la transparencia.

Sagalés y su mujer se habían quedado solos en la mesa. Los demás habían pretextado los más diversos motivos para alejarse. No se miraban y bebían silenciosa y silenciadamente hasta que el escritor escupió más que dijo…

– No controlas lo que dices. Para ti se ha convertido en un deporte decir lo primero que se te ocurre en público, en presencia de cualquiera, tu número apesta: la distanciada mujer del distanciado escritor. Todo tiene un límite.

– No te perteneces ni a ti mismo.

– ¿Y qué?

– Pero bien me enviaste a que hablara con Lázaro. Bien sabías lo que querías y no te importaba lo que hubiera pasado o pudiera pasar entre nosotros.

Sagalés miraba preocupadamente alrededor por si alguien seguía la conversación. Allí estaba Manzaneque, de pie, a cinco metros, aparentemente desentendido, con una oreja en la conversación del matrimonio y la otra en la cháchara de la señora Puig que le enumeraba las bellezas de Cuenca y su maravillosa gastronomía entre la que destacaba el mortaduelo.

– El morteruelo, sí señora. Mi abuela hacía unos morteruelos memorables.

– Mortaduelo o morteruelo, es lo mismo. Está buenísimo.

El señor Puig había conseguido un aparte con Hormazábal y hablaban tenebrosamente sobre el futuro de aquella noche ya tan vencida y sobre el futuro económico de España. Urgía retirar cuanto antes la confianza al Gobierno socialista que dependía de los votos parlamentarios de los nacionalistas catalanes. El señor Puig insistía una y otra vez al presidente Pujol: No vale la pena respaldar a un Gobierno que está moribundo, president. Pero el presidente Pujol es muy suyo y desconfía de esos chicos del PP que pertenecen a una derecha que jamás, jamás ha reconocido la pluralidad de España y la razón del hecho diferencial de Cataluña. El mejor vendedor de libros del hemisferio occidental de España buscaba a un camarero que le facilitara agua del Carmen y un terrón de azúcar.

– Mi señora está algo mareada en el lavabo.

Sagalés le dijo que un pescador de calamares, de la mesa cuatro, llevaba un cordial en el bolsillo y a por él se fue el vendedor, aunque al encontrarse ante Sagazarraz no le pareció Un pescador de calamares y optó por asegurarse.

– ¿Se dedica usted a algo relacionado con el calamar?

– ¿Se me nota?

– Me han dicho que usted tiene un cordial. Mi mujer se ha mareado del disgusto por todo lo que está pasando.

– El cordial es suyo.

Ofreció generosamente la petaca de whisky que en primera instancia fue rechazada.

– La botella es de plata.

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