La Reina En El Palacio De Las Corrientes De Aire
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Los lectores que llegaron con el coraz?n en un pu?o al final de La chica que so?aba con una cerilla y un bid?n de gasolina quiz?s prefieran no seguir leyendo estas l?neas y descubrir por s? mismos c?mo sigue la sene y, sobre todo, qu? le sucede a Lisbeth Salander.
Como ya imagin?bamos, Lisbeth no est? muerta, aunque no hay muchas razones para cantar victoria: con una bala en el cerebro, necesita un milagro, o el m?s habilidoso cirujano, para salvar la vida. Le esperan semanas de confinamiento en el mismo centro donde un paciente muy peligroso sigue acech?ndola: Alexander Zalachcnko, Zala. Desde la cama del hospital, y pese a su grav?simo estado, Lisbeth hace esfuerzos sobrehumanos para mantenerse alerta, porque sabe que sus impresionantes habilidades inform?ticas han a ser, una vez m?s, su mejor defensa.
Entre tanto, con una Erika Berger totalmente inmersa en las luchas de poder y las estrategias comerciales del poderoso peri?dico Svenska Morgon-Posten, en horas bajas tras el descenso de las ventas y de los anunciantes, Mikael se siente muy solo. Quiz?s Lisbeth le haya apartado de su vida, pero a medida que sus investigaciones avanzan y las oscuras razones que est?n tras el complot contra Salander van tomando forma, Mikael sabe que no puede dejar en manos de la Justicia y del Estado la vida y la libertad de Lisbeth. Pesan sobre ella dur?simas acusaciones que hacen que la polic?a mantenga la orden de aislamiento, as? que Kalle Blomkvist tendr? que ingeni?rselas para llegar hasta ella, ayudarla, incluso a su pesar, y hacerle saber que sigue all?, a su lado, para siempre.
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Annika Giannini se volvió hacia Peter Teleborian.
– Aunque sí está la escena en la que Bjurman atraviesa el pezón de mi clienta con una aguja y que el doctor Teleborian sostiene que es una muestra más de la exagerada fantasía de Lisbeth Salander. Tiene lugar en el minuto setenta y dos y estoy dispuesta a mostrar esa escena ahora mismo.
– Gracias, pero no va a ser necesario -dijo Iversen-. Señorita Salander…
Se quedó callado un segundo sin saber cómo continuar.
– Señorita Salander, ¿por qué grabó usted esa película?
– Bjurman ya me había violado una vez, pero quería más. En aquella primera ocasión el muy asqueroso me obligó a hacerle una mamada. Creí que me obligaría a hacerle lo mismo una vez más, de modo que pensé que así podría conseguir unas pruebas lo suficientemente buenas como para poder chantajearlo y mantenerlo alejado de mí. Lo juzgué mal.
– Pero teniendo una documentación tan… tan convincente, ¿por qué no puso una denuncia policial por grave violación?
– Yo no hablo con policías -contestó Lisbeth Salander con voz monótona.
De repente, Holger Palmgren se levantó de la silla de ruedas. Se apoyó contra el borde de la mesa. Su voz sonó muy clara:
– Por principio, nuestra clienta no habla con policías ni con ninguna otra autoridad estatal ni, sobre todo, con los psiquiatras. La razón es muy sencilla: desde que era niña intentó, una y otra vez, hablar con policías, psicólogos y las autoridades que fueran para explicar que su madre era maltratada por Alexander Zalachenko. En todas esas ocasiones fue castigada porque los funcionarios del Estado habían decidido que Zalachenko era más importante que Salander.
Carraspeó y siguió.
– Y cuando al final se dio cuenta de que nadie la escuchaba, la única salida que le quedó para intentar salvar a su madre fue la de utilizar la violencia contra Zalachenko. Y entonces ese cabrón que se llama a sí mismo doctor -señaló con el dedo a Teleborian- redacta un falso informe psiquiátrico que la declara mentalmente enferma y que le brinda la posibilidad de tenerla amarrada a una camilla de Sankt Stefan durante trescientos ochenta días. ¡Qué asco!
Palmgren se sentó. Iversen pareció sorprenderse por el exabrupto que acababa de soltar Palmgren. Se dirigió a Lisbeth Salander.
– Tal vez quiera usted descansar…
– ¿Por qué? -preguntó Lisbeth.
– De acuerdo, prosigamos. Abogada Giannini: la película será examinada. Quiero un informe técnico que certifique su autenticidad. Pero continuemos…
– Con mucho gusto. A mí también me resulta muy desagradable todo esto. Pero la verdad es que mi clienta ha sido víctima de abuso físico, psicológico y judicial. Y la persona que más culpa tiene en todo esto es Peter Teleborian. Traicionó su juramento hipocrático y traicionó a su paciente. Junto con Gunnar Björck, colaborador de un grupo ilegal de la policía de seguridad, redactó un informe psiquiátrico pericial con el propósito de encerrar a una testigo difícil. Creo que este caso debe de ser único en la historia jurídica sueca.
– Esas acusaciones son tremendas -dijo Peter Teleborian-. Yo he intentado ayudar a Lisbeth Salander de la mejor manera que he sabido. Ella intentó matar a su padre. Resulta obvio que algo le pasaba…
Annika Giannini lo interrumpió.
– Ahora me gustaría atraer la atención del tribunal con el segundo informe psiquiátrico pericial que el doctor Teleborian realizó sobre mi clienta, el mismo informe que se ha presentado hoy en esta sala. Yo afirmo que es falso, al igual que la falsificación de 1991.
– ¡Pero bueno, esto es…!
– Juez Iversen, ¿puede pedirle al testigo que deje de interrumpirme?
– Señor Teleborian…
– Ya me callo. Pero estas acusaciones son inauditas. No le extrañe que me indigne…
– Señor Teleborian, guarde silencio hasta que se le haga una pregunta. Prosiga, abogada Giannini.
– Este es el informe psiquiátrico pericial que el doctor Teleborian le ha presentado al tribunal. Se basa en las llamadas observaciones que se le realizaron a mi clienta, las cuales tuvieron lugar, en teoría, a partir del mismo momento en que la trasladaron a la prisión de Kronoberg, el 6 de junio, y hasta, supuestamente, el 5 de julio.
– Sí, así lo tengo entendido -dijo el juez Iversen.
– Doctor Teleborian, ¿es cierto que no tuvo usted ninguna posibilidad de realizarle a mi clienta alguna prueba u observación antes del 6 de junio? Como ya sabemos, ella estuvo aislada en el hospital de Sahlgrenska hasta ese mismo día…
– Sí.
– Durante el tiempo que mi clienta permaneció en el Sahlgrenska, usted intentó hablar con ella en dos ocasiones. En ambas le negaron el acceso. ¿Es eso cierto?
– Sí.
Annika Giannini abrió de nuevo su maletín y sacó un documento. Rodeó la mesa y se lo entregó al juez Iversen.
– Muy bien -asintió Iversen-. Esta es una copia del informe del doctor Teleborian. ¿Qué se supone que va a demostrar este documento?
– Quiero llamar a dos testigos que están esperando en la puerta del tribunal.
– ¿Quiénes son esos testigos?
– Mikael Blomkvist, de la revista Millennium, y el comisario Torsten Edklinth, jefe del Departamento de protección constitucional de la policía de seguridad.
– ¿Y están esperando ahí fuera?
– Sí.
– Hágalos entrar -dijo el juez Iversen.
– Eso es antirreglamentario -protestó el fiscal Ekström, que llevaba un largo rato callado.
Prácticamente en estado de shock, Ekström se había dado cuenta de que Annika Giannini estaba a punto de fulminar a su testigo clave. La película resultaba demoledora. Iversen ignoró a Ekström y, con la mano, le hizo una seña al conserje para que abriera la puerta. Mikael Blomkvist y Torsten Edklinth entraron en la sala.
– Quiero llamar, en primer lugar, a Mikael Blomkvist.
– Entonces tendré que pedirle a Peter Teleborian que se retire un momento.
– ¿Ya han terminado ustedes conmigo? -preguntó Teleborian.
– No, ni de lejos -dijo Annika Giannini.
Mikael Blomkvist ocupó el lugar de Teleborian en el banquillo de los testigos. El juez pasó rápidamente por todas las formalidades y Mikael pronunció las palabras por las que juraba decir toda la verdad.
Annika Giannini se acercó a Iversen y le pidió que le devolviera el informe que le acababa de entregar. Acto seguido, se lo dio a Mikael.
– ¿Has visto este documento con anterioridad?
– Sí, lo he visto. Tengo tres versiones en mi poder. La primera me la dieron alrededor del 12 de mayo, la segunda el 19 de mayo y la tercera, que es ésta, el 3 de junio.
– ¿Puedes contarnos cómo conseguiste esta copia?
– Lo recibí en calidad de periodista; me la dio una fuente que no voy a revelar.
Lisbeth Salander miró fijamente a Peter Teleborian: estaba lívido.
– ¿Qué hiciste con el informe?
– Se lo di a Torsten Edklinth, del Departamento de protección constitucional.
– Gracias, Mikael. Me gustaría llamar ahora a Torsten Edklinth -dijo Annika Giannini, volviendo a coger el informe. Se lo dio a Iversen, que lo sostuvo en la mano, pensativo.
Se repitió el procedimiento del juramento.
– Comisario Edklinth, ¿es correcto afirmar que Mikael Blomkvist le dio un informe psiquiátrico pericial sobre Lisbeth Salander?
– Sí.
– ¿Cuándo lo recibió?
– Se registró en la DGP /Seg con fecha de 4 de junio.
– ¿Y se trata del mismo informe que acabo de entregarle al juez Iversen?
– Si mi firma figura al dorso, se trata del mismo informe.
Iversen le dio la vuelta al documento y constató que la firma de Torsten Edklinth se encontraba allí.
– Comisario Edklinth, ¿puede usted explicarme cómo es posible que reciba en mano un informe psiquiátrico pericial sobre una persona que sigue aislada en el hospital de Sahlgrenska?
– Sí, puedo.
