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Es un libro bello, largo y complejo. Consta de cinco partes que tienen ritmos y temas diferentes, pero que armonizan y convergen para conformar un todo inmenso, un relato multifac?tico que presenta la realidad social y la realidad individual en el siglo XX y el enigm?tico comienzo del XXI.
Podr?a decirse que el protagonista es un escritor alem?n que tiene un proceso de desarrollo singular?simo, dram?tico y c?mico a la vez, que, careciendo de educaci?n y capacidades comunicativas, escribe por puro talento y debe ocultar su identidad para protegerse del caos del nazismo, mientras que sus cr?ticos lo buscan sin ?xito por todo el mundo, todo lo cual conforma un relato que mantiene al lector en suspenso, de sorpresa en sorpresa. Pero eso no ser?a exacto. Tambi?n podr?a decirse, y tal vez ser?a m?s cierto, que el protagonista de la novela es la maldad misma y la sinraz?n del ser humano en el siglo XX, desde el noroeste de M?xico hasta Europa Oriental, desde la vida liviana de unos cr?ticos de literatura hasta las masacres de una aristocracia mafiosa en los pueblos del tercer mundo, pasando por la Segunda Guerra Mundial, el mundo del periodismo, el deporte (boxeo), la descomposici?n familiar y los establecimientos siqui?tricos. El singular escritor alem?n encarna, tal vez, la bondad y la autenticidad que resplandecen en medio de tanta maldad.
Cada una de las cinco partes es una peque?a novela. Una serie de estupendos personajes secundarios dan vida a cinco cuentos que se entrelazan de forma insospechada. No obstante, es el conjunto el que presenta el cuadro fabuloso que el autor quiere comunicar.
El estilo es sobrio, preciso, estricto, bello. El suspenso mantiene el inter?s del lector. Un verdadero ejemplo de literatura.
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Habló con uno de ellos, apodado el Elvis, quien le dijo que el camión se lo había regalado por cuatro pesos un salidor de Sinaloa. Cuando Sergio le preguntó cómo sabía que era de Sinaloa, el Elvis contestó que por la forma de hablar. Cuando le preguntó cómo sabía que era un salidor, el Elvis contestó que por los ojos. Miraba como salidor, generoso, sin miedo a nada, ni a los tirantes ni a los ricardos, un salidor de verdad, uno que igual te pega un balazo en el hígado que te cambia su camión por un Marlboro o un toquesín de mora. ¿Te dio el camión a cambio de un cigarrillo de grifa?, le preguntó Sergio riéndose.
Medio cigarro de mostaza, dijo el Elvis. Esta vez sí que Campuzano sintió coraje.
¿Por qué Enriquito Hernández, a su manera, claro, está protegiendo a Haas?, se preguntó el judicial Juan de Dios Martínez.
¿Cómo se beneficia? ¿A quiénes perjudica protegiendo a Haas? Y también se preguntó: ¿hasta cuándo piensa protegerlo?
¿Durante un mes, durante dos meses, todo el tiempo que crea necesario? ¿Y por qué descartar la simpatía, la amistad? ¿Acaso no era posible que Enriquito se hubiera hecho amigo de Haas?
¿Acaso no era posible que la protección sólo estuviera determinada por la amistad? Pero no, se dijo Juan de Dios Martínez, Enriquito Hernández no tenía amigos.
En octubre de 1995 no apareció ninguna mujer muerta en Santa Teresa ni en sus alrededores. Desde mediados de septiembre, como se suele decir, la ciudad respiraba en paz. En noviembre, sin embargo, fue encontrada una desconocida en la barranca El Ojito, a quien posteriormente se identificó como Adela García Estrada, de quince años de edad, desaparecida una semana antes, trabajadora de la maquiladora EastWest. Según el forense la causa de la muerte había sido la rotura del hueso hioides. Llevaba una sudadera gris con un estampado de un grupo de rock y debajo de la sudadera un sostén blanco. Sin embargo el pecho derecho estaba cercenado y el pezón del pecho izquierdo había sido arrancado a mordidas. Se ocuparon del caso el judicial Lino Rivera y posteriormente los judiciales Ortiz Rebolledo y Carlos Marín.
El veinte de noviembre, una semana después del hallazgo del cadáver de Adriana García Estrada, fue encontrado el cuerpo de una desconocida en un descampado de la colonia La Vistosa.
Aparentemente la desconocida tenía unos diecinueve años y las causas de la muerte eran varias cuchilladas en el tórax, producidas por un arma con doble filo, todas o casi todas mortales.
La desconocida llevaba un chaleco gris perla y un pantalón negro. Cuando en el laboratorio del forense le quitaron el pantalón se encontraron con que debajo de éste llevaba otro pantalón, de color gris. Las manías de los seres humanos son un misterio, dictaminó el forense. Se encargó del caso el judicial Juan de Dios Martínez. Nadie reclamó el cuerpo.
Cuatro días después apareció el cadáver mutilado de Beatriz Concepción Roldán a un lado de la carretera Santa TeresaCananea. La causa de la muerte era una herida, presumiblemente infligida con un machete o un cuchillo de grandes dimensiones, que la había abierto en canal desde el ombligo hasta el pecho. Beatriz Concepción Roldán tenía veintidós años, medía un metro sesentaicinco, era delgada y de tez morena.
Tenía el pelo largo, hasta la mitad de la espalda. Trabajaba de mesera en un establecimiento de la Madero-Norte y vivía con Evodio Cifuentes y una hermana de éste, llamada Eliana Cifuentes, aunque nadie denunció su desaparición. En diversas partes del cuerpo el cadáver exhibía hematomas, pero cuchilladas sólo una, la que provocó su muerte, por lo que el forense dedujo que la víctima no se defendió o que estaba inconsciente en el instante en que fue mortalmente agredida. Tras aparecer su foto en La Voz de Sonora, una llamada anónima la identificó como Beatriz Concepción Roldán, vecina de la colonia Sur. Al presentarse la policía, cuatro días después, en el domicilio de la víctima, hallaron el inmueble, de cuarenta metros cuadrados y con dos habitaciones pequeñas, más la sala provista con muebles forrados de plástico transparente, completamente abandonado.
Según los vecinos, el llamado Evodio Cifuentes y su hermana Eliana hacía seis días, aproximadamente, que no estaban allí. Una de las vecinas los vio salir arrastrando dos maletas cada uno. Examinada la casa, pocos efectos personales de los hermanos Cifuentes se encontraron. Desde el principio el caso fue llevado por el judicial Efraín Bustelo, que no tardó en descubrir que los hermanos Cifuentes sólo tenían un poco más de entidad que un par de fantasmas. No había fotos de ellos. Las descripciones que pudo conseguir fueron vagas, cuando no contradictorias: Cifuentes era chaparro y muy delgado y su hermana tenía rasgos físicos nada memorables. Según un vecino creía recordar, Evodio Cifuentes trabajaba en la maquiladora File-Sis, pero allí no tenían en nómina a ningún tipo que se llamara así, ni ahora ni en los últimos tres meses. Cuando Efraín Bustelo pidió las listas de trabajadores de hacía seis meses, le dijeron que lamentablemente, por un fallo técnico, éstas se habían perdido o traspapelado. Antes de que Efraín Bustelo les preguntara cuándo podían tener esas listas para que él les echara una mirada, un ejecutivo de File-Sis le entregó un sobre con dinero y Bustelo se olvidó del asunto. Probablemente en aquellas listas, si es que aún existían, si es que nadie las había quemado, pensó, tampoco iba a encontrar el rastro de Evodio Cifuentes. Se dictó una orden de detención a nombre de los dos hermanos, que circuló como circula un mosquito alrededor de una fogata por varias comisarías de la República. El caso quedó sin aclarar.
En diciembre, en un descampado de la colonia Morelos, a la altura de la calle Colima y la calle Fuensanta, no lejos de la preparatoria Morelos, se encontró el cadáver de Michelle Requejo, desaparecida una semana antes. El hallazgo del cuerpo fue realizado por unos niños que acostumbraban a jugar partidos de béisbol en el descampado. Michelle Requejo vivía en la colonia San Damián, al sur de la ciudad, y trabajaba en la maquiladora HorizonW amp;E. Tenía catorce años y era delgada y sociable.
No se le conocía novio. Su madre trabajaba en la misma empresa y en sus ratos libres ganaba unos pesos extra como adivina y curandera. Básicamente atendía a mujeres del barrio o a algunas compañeras de trabajo que tenían problemas de amor.
Su padre trabajaba en la maquiladora Aguilar amp;Lennox. Solía hacer turnos dobles cada semana. Tenía dos hermanas menores de diez años que iban a la escuela y un hermano de dieciséis que trabajaba, junto al padre, en la Aguilar amp;Lennox. El cuerpo de Michelle Requejo presentaba varias heridas de cuchillo, algunas en los brazos y otras en el tórax. Iba vestida con una blusa negra, que presentaba desgarraduras producidas, presumiblemente, por el mismo cuchillo. Los pantalones eran ajustados, de tela sintética, y estaban bajados hasta las rodillas. Calzaba tenis de color negro, de la marca Reebok. Las manos las llevaba atadas a la espalda y poco después alguien indicó que el nudo era idéntico al que ataba a Estrella Ruiz Sandoval, lo que hizo sonreír a algunos policías. El caso lo llevó José Márquez, quien le comentó algunas de sus particularidades a Juan de Dios Martínez. Éste le hizo notar que las casualidades curiosas no sólo se limitaban a los nudos, sino que antes, en un baldío junto a la preparatoria Morelos, ya se había cometido un crimen.
José Márquez no recordaba el caso. Juan de Dios Martínez le dijo que era una mujer que jamás pudo ser identificada. Aquella noche los dos judiciales fueron al descampado donde se encontró el cadáver de Michelle Requejo. Durante un rato estuvieron mirando las sombras del descampado. Luego salieron del coche y caminaron por entre los matorrales pisando bolsas de plástico con materia blanda en su interior. Se pusieron a fumar.
Olía a cadáver. José Márquez le dijo que empezaba a estar harto de ese trabajo, habló de un puesto de jefe de seguridad en Monterrey y le preguntó dónde quedaba la preparatoria. Juan de Dios Martínez señaló un sitio en la oscuridad. Allí, dijo.