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Fan Club
Название: Fan Club
Автор: Wallace Irving
Дата добавления: 16 январь 2020
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Fan Club - читать бесплатно онлайн , автор Wallace Irving

Sharon Fields, estrella de cine, es una mujer cuyo ?xito parece irresistible a todo el mundo. Existe un silecioso grupo masculino de fans que est? planeando raptarla. Su meta retorcida, sus aspiraciones, son satisfacer sus m?s oscuros deseos y frustraciones con ella. Sharon, a quien la vida sonre?a, se ve secuestrada, atada, humillada y, lejos de rendirse, planea su propia escapada. Uno por uno engatusa a los secuestradores para salir sana y salva de su prisi?n.

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– ¿Cómo? ¡Bromeas!

– Es cierto. El capitán Culpepper me ha entregado el boletín hace escasos segundos. Iba a leerlo cuando has llamado.

– Eso es increíble -estaba diciendo él tan emocionado como ella-. ¿Algún detalle?

– Estoy leyendo. -Marion se detuvo bruscamente-. Oye, Charley, no debiera de habértelo dicho. Se me ha escapado. Lo olvidarás, ¿verdad?

– Pero, bueno, ¿que estás diciendo? Estamos casados, ¿no? Si no puedes confiar en mí, ¿en quién podrás confiar?

– Confío en ti pero ya conoces las normas de aquí. Sobre todo en un caso como éste, en el que se me ha dicho que no transmita nada hasta que me lo ordenen oficialmente.

Me parece que el capitán quiere averiguar si la información debe permanecer en secreto o bien puede transmitirse por la cadena sin poner en peligro su vida.

– Entonces no hablemos más -dijo Charley-. Sólo te llamaba para decirte que te quiero.

– Yo también te quiero a ti.

– Y para decirte que esta noche regresaré a casa temprano. Es un día de muy poco trabajo y el señor Hubbard está dedicando mucho espacio a cosas que ya tenía grabadas. ¿Te apetece que nos comamos una hamburguesa por ahí y nos vayamos al cine?

– Ya estás citado, señor Owen. Charley, oye…

– Perdona, cariño, me están llamando. Nos veremos a las seis.

Su marido le colgó el teléfono y Marion lo colgó también decepcionada.

Había querido recordarle una vez más que fuera muy discreto en relación con la noticia que acababa de comunicarle.

Pero después llegó a la conclusión de que no tenía por qué preocuparse.

Tal como él le había dicho, si no podía confiar en su marido, ¿en quién podría confiar? Pero diez minutos más tarde empezó a preocuparse de nuevo a causa de su error accidental.

Empezó a preocuparse porque, a pesar de que llevaban escaso tiempo juntos, ya estaba al corriente del alcance de la ambición de Charley.

Sabía, además, lo mucho que ansiaba Charley destacar en su trabajo. La oportunidad de actuar de colaborador de un comentarista tan famoso como Sky Hubbard, se le antojaba como un primer paso y andaba siempre a la caza de noticias, al objeto de que Hubbard se percatara de sus cualidades.

Era posible que Charley le repitiera a su patrón la noticia confidencial del Departamento de Policía.

Caso de hacerlo, justificaría su proceder alegando que lo había hecho por los dos, para conseguir un aumento de sueldo, para abrirse camino y alcanzar una posición desahogada.

O tal vez disimular la traición afirmando que él no le había dicho ni media palabra a Sky Hubbard, que el comentarista ya se había enterado del secuestro a través de alguno de sus numerosos espías pagados, aquellos a quienes los mercaderes de sensacionalismo suelen calificar de "fuentes no identificadas".

Se avergonzó de no confiar en su Charley, pero tenía que pensar en su propia situación y en la confianza que en ella depositaban los amables oficiales como el capitán Culpepper. Decidida a enmendar su error, a decirle a Charley que se había equivocado en lo que le había dicho, que había leído erróneamente el mensaje del boletín, que no habían secuestrado a Sharon Fields, llamó al despacho de Charley.

El teléfono estaba comunicando. Llamó una vez y volvió a llamar sin lograr establecer comunicación.

Le contestaron a la cuarta vez. Una secretaria le dijo que lo sentía pero que el señor Owen había salido.

Marion colgó el teléfono lentamente.

Rezó para que la salida de Charley no tuviera nada que ver con Sharon Fields.

Y después se preguntó quién podría ser el insensato capaz de secuestrar a una persona tan famosa como Sharon Fields.

Al volante de la camioneta de reparto sin leyenda alguna, Howard Yost pisó el freno al llegar al semáforo en rojo del cruce del paseo Sunset y la autopista de la Costa del Pacífico.

Desde Arlington hasta Los Angeles, el tráfico había sido muy denso, y había aumentado más si cabe al llegar a la zona en que el paseo Sunset confluía con la autopista de la playa.

Casi todos los automóviles llevaban tablas de "surf" amarradas a la capota, y a cada semáforo en rojo Yost envidiaba a los muchachos que pronto se divertirían en la arena y el agua, en un día tan bochornoso como aquél.

Se preguntaba qué estarían pensando de él. Probablemente sentirían lástima por aquel pobre conductor de camioneta que tenía que trabajar en día de fiesta, eso si es que los chiquillos se molestaban en echarles un vistazo a los mayores y eran capaces de sentir lástima.

Al llegar al mar, Yost empezó a sentir lástima de sí mismo por estar pasando los apuros que estaba pasando en el transcurso de un día destinado al descanso teniendo que emprender una misión tan potencialmente arriesgada.

Al detenerse ante un semáforo, vio la playa de Santa Mónica parecida a un hervidero de bronceados cuerpos semidesnudos y experimentó la tentación de abandonar el vehículo, comprarse unos calzones de baño y reunirse en la playa con todos aquellos despreocupados hijos del sol.

Pensó automáticamente en Nancy y Timothy.

En aquellos momentos ya habrían regresado de Balboa y se preguntó si Elinor les habría traído a esta playa si se encontrarían entre toda aquella gente.

Pero entonces pensó que no era probable.

A Elinor no le gustaban las aglomeraciones de gente y seguramente estaría trajinando por la casa y Nancy y Timothy se habrían ido a casa de los Manyard para jugar con los hijos de éstos y utilizar la piscina que estos vecinos acababan de instalar.

Yost escuchó un claxon a su espalda y se percató entonces de que el semáforo había cambiado a verde.

Enfilando la autopista de la Costa del Pacífico y siguiendo el carril de más a la derecha, avanzó en dirección norte.

E inmediatamente experimentó dos transformaciones psíquicas.

Su estado de hipnosis cedió el lugar a una sensación casi dolorosa de cansancio.

Hacía mucho tiempo que no se sentía tan nervioso y agotado, desde la época en que jugaba al fútbol americano.

Estaba seguro de que no se trataba de miedo ni de nada parecido al miedo.

Las personas que se dedicaban a su profesión estaban familiarizadas con las probabilidades -probabilidades basadas en estadísticas actuariales en las que se establecían las tarifas de los seguros de vida-y él hubiera estado en condiciones de recitar todas las probabilidades relacionadas con la muerte por enfermedad de un hombre de cuarenta años, las probabilidades que se tienen de resultar herido por un ladrón, las probabilidades que tiene uno de fracturarse la pierna al meterse en la bañera.

Si morías por accidente, había dos probabilidades contra una de que ello se debiera a un accidente de tráfico (con tres probabilidades contra una de que ello le ocurriera a un hombre y no ya a una mujer), y tenías siete probabilidades contra una de morir de una caída y seis contra una de morir en un incendio o bien ahogado.

Pues, bien, había calculado las probabilidades de que Félix Zigman les traicionara, hablara con la policía y entregara la vida de Sharon Fields a cambio de apresar a un secuestrador.

Había una probabilidad contra mil de que Zigman no cumpliera con la palabra dada.

A Yost no le cabía la menor duda.

El millón de dólares estaría en el interior de las dos maletas marrones y las maletas habrían sido depositadas detrás de la Fortress Rock antes de la una.

Recoger las maletas entrañaba un riesgo mínimo, inferior al que entraña meterse en una bañera.

¿A qué se debía, pues, su creciente desazón? El descubrimiento de la respuesta fue la causa de la segunda transformación psíquica que en él se produjo.

Su temor se desvaneció porque comprendió que, dentro de treinta o cuarenta minutos, según fuera la intensidad del tráfico, se convertiría en millonario o, mejor dicho, en un cuarto de millonario por primera vez en su vida.

Le aturdía pensar que aquél iba a ser el día más importante de su vida.

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