Cuenta hasta diez
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Tras ser abandonados por su madre, un chico y su hermano peque?o terminan en la red estatal de hogares de acogida. Sin embargo, quienes a partir de entonces ten?an que cuidar de ellos los dejan a su suerte. Y a?os despu?s…
Reed Solliday tiene m?s de quince a?os de experiencia en el cuerpo de bomberos de Chicago, luchando contra los incendios y, sobre todo, investigando su origen. Pero nunca hab?a presenciado nada parecido al reciente estallido de fuegos provocados por alguien fr?o, meticuloso y cada vez m?s violento. Cuando en la ?ltima casa incendiada aparece el cad?ver de una mujer asesinada, Reed se ve obligado a colaborar con la polic?a. Y la detective de homicidios Mia Mitchell es una mujer impetuosa, m?s acostumbrada a dar ?rdenes que a recibirlas, y se niega a aceptar que los motivos habituales puedan ser la causa de un odio tan calculado. Algo m?s se esconde detr?s de todo ello…
Una intriga absorbente por una de las autoras con mayor ?xito de ventas en Estados Unidos, Gran Breta?a y Alemania.
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Mia le echó un vistazo al gato. Las placas de identificación de su collar se parecían mucho a las suyas.
– Eres un gato con suerte, Percy. Te has librado de una bala dos veces en esta semana.
El gato parpadeó.
– Le gusto -murmuró Mia-. Por ahora puedes sentarte en mi coche.
Viernes, 1 de diciembre, 5:05 horas
Reed notó que estaba detrás de él antes de que ella hablara.
– ¿Has encontrado algo? -preguntó Mia.
Reed sacudió la cabeza.
– No. No ha usado gas porque no hay. No cubrió el pecho de Donna Dougherty con el catalizador sólido como hizo con Penny y Brooke.
– Usó un huevo con una mecha -dijo Ben desde el rincón donde cribaba escombros-. Eso es lo único que hizo igual.
– Se lo he notificado a Joe padre y he recabado información puerta a puerta.
Reed podía ver lo mucho que le costaba a Mia.
– ¿Le has preguntado qué relación tenían Joe Junior y Donna con Penny Hill?
– Lo he intentado. Después de lo que le he contado sobre sus muertes, ha dejado de hablar. -Mia frunció el ceño-. He tenido que llamar al sheriff local y lo han encontrado desvanecido en el suelo con el teléfono aún en la mano. Lo han llevado corriendo al hospital. Creen que ha tenido un ataque al corazón.
– Esto se pone aún mejor -dijo Reed-. Pobre hombre.
– Lo sé. Me habría gustado saber que tenía una dolencia cardíaca. Iré a buscar información sobre el pariente más próximo de Donna Dougherty a la oficina cuando abra dentro de unas horas. Además, me han dado una descripción de un coche de aspecto sospechoso que anoche estuvo en la calle unas dos horas. Una chica y su novio se estaban magreando en el asiento de atrás del coche del novio y cada vez que salían a tomar aire veían ese coche. Un Saturn azul claro.
– ¿Tomaron el número de la matrícula cuando salieron en busca de aire? -preguntó Jack con sarcasmo.
– Solo la mitad. ¡Ah!, y volvió a soltar al gato.
– ¿Dónde está Percy? -preguntó Reed.
– En mi coche. Esta vez está limpio. Si estás preparado, sigo queriendo ir a casa de Burnette.
– Vamos.
Esperó a que ella saliera primero, luego refunfuñó. Una furgoneta de Action News estaba aparcada a un lado de la calzada, y una bien acicalada Holly Wheaton, de pie en la calle. Notó que Mia se tensaba cerca de él.
– No digas nada -murmuró Reed-. Por favor. Aunque te mueras de ganas de rajarle la cara. No menciones ni a Kelsey ni su historia. Deja que diga: «Sin comentarios».
Holly caminó hacia ellos, con un brillo salvaje en los ojos.
– Este es el cuarto incendio del pirómano en esta semana. ¿Qué está haciendo la policía para mantener a la gente de Chicago a salvo?
– Sin comentarios -dijo Reed y apretó el paso, pero Holly no pensaba detenerse.
– Las víctimas eran el señor y la señora Dougherty, la misma pareja cuya casa fue destruida el pasado sábado por la noche.
Mia se detuvo y Reed quiso protestar, pero él la había aplacado la última vez que las dos se batieron en duelo. Esta vez mantendría la boca cerrada, mientras pudiera, claro.
– No damos los nombres de las víctimas hasta habérselo notificado a sus familias. -Miró directamente a la cámara muy seria-. Es la política de nuestro Departamento de Policía y es lo más humano. Espero que esté de acuerdo conmigo. Ahora, si nos permite volver a nuestro trabajo…
– Detective Mitchell, Caitlin Burnette será enterrada hoy. ¿Irá usted?
Mia siguió caminando y Reed empezó a respirar aliviado.
– Detective Mitchell, algunos dicen que el asesinato de Caitlin Burnette está relacionado con la actividad profesional de su padre. ¿Cree usted que un hijo debe ser castigado por los pecados de su padre?
Mia se detuvo, con el cuerpo rígido. Volvió la cabeza y abrió la boca para escupir lo que sin duda habría sido una mordaz réplica en nombre de Burnette. Luego Reed notó el cambio brusco de sus hombros al relajarse. Aceleró el paso.
– Sígueme -dijo en un tono de voz tan bajo que solo Reed pudo oírla-. Holly puede tener algo.
Capítulo 19
Viernes, 1 de diciembre, 5:40 horas
Mia se reunió con él en el bordillo.
– Lo siento, no quería que ella nos siguiera hasta aquí.
Reed miró a su alrededor. Era un barrio bien cuidado.
– ¿Qué hay aquí?
– La casa de la hija de Blennard. Algo que ha dicho Wheaton sobre los pecados del padre me ha hecho pensar.
– Wheaton solo quería pincharte, Mia.
– Lo sé. -Echó a andar por el camino de entrada-. Pero ¿y si los Dougherty fueron asesinados por los pecados de los padres de Joe hijo? Y, a juzgar por la forma en que murió Donna Dougherty, ¿por los pecados de la madre? Blennard ha dicho que los Dougherty acogían siempre a niños.
Reed comprendió al fin.
– Padres de acogida. Y los dos se llaman Joe Dougherty. Joe hijo ni siquiera tuvo que cambiar el nombre en el buzón. Mató al matrimonio equivocado.
– Eso creo. He intentado telefonear a Joe padre para confirmarlo, pero la poli de Florida dice que el ataque al corazón ha sido muy fuerte. Está intubado y no puede hablar. Tal vez Blennard recuerde algo. -Mia pulsó el timbre y un hombre les abrió la puerta-. Soy la detective Mitchell y este es mi compañero, el teniente Solliday. Necesitamos hablar con la señora Blennard.
– Clyde, ¿quién es? -La señora Blennard apareció al lado del hombre, ya con el audífono puesto. Abrió los ojos como platos-. ¿Qué puedo hacer por ustedes, detectives?
– Señora -comenzó Mia-, antes ha dicho que los Dougherty «acogían a muchachos descarriados». ¿Se refería a que eran padres de acogida?
– Así es. Lo fueron durante diez años o más, después de que Joe hijo se hubo marchado de casa para casarse. ¿Por qué? -Entornó sus ojos ancianos-. La otra mujer asesinada, Penny Hill… era asistente social.
Mia, haciendo al respecto un gesto con los labios, afirmó:
– Sí, señora. ¿Recuerda si tuvieron problemas con alguien? ¿Con los muchachos o con sus familias?
La señora Blennard frunció el entrecejo mientras reflexionaba.
– Ha pasado mucho tiempo. Sé que acogían a muchos chicos. Lo siento, detective, no puedo recordarlo. Debería preguntarle a Joe padre. Le daré su teléfono.
– No se preocupe, ya lo he llamado. -Mia titubeó-. Señora, la noticia le ha afectado mucho.
Las mejillas de la anciana palidecieron.
– Lleva años delicado del corazón. ¿Ha muerto?
– No, pero su estado es grave. -Mia arrancó una hoja de su libreta y anotó un nombre-. Es el agente de Florida con el que he hablado. Ahora debemos irnos. Gracias por todo.
Una vez en la calle, Mia comentó:
– Perdonó a Joe hijo e interrumpió su venganza contra la mujer que creía era Laura Dougherty.
– Porque se dio cuenta de que se había equivocado de mujer. Tiene sentido. Buen trabajo.
– Ojalá lo hubiera deducido antes. -Mia se detuvo frente al coche. El gato blanco estaba acurrucado en el asiento del conductor-. Tenemos que hacer una lista de todos los niños que Penny Hill colocó con los Dougherty.
– Y averiguar qué niño guarda relación con White.
– O como se llame. Aparta, Percy. -Mia subió al coche y envió al gato al asiento del copiloto-. Pero primero tengo que hablar con Burnette.
– Te sigo.
Viernes, 1 de diciembre, 6:05 horas
Mia estaba esperando en la acera.
– No hay luz en la casa -dijo Reed-. Deben de estar durmiendo.
Mia se volvió y le clavó una mirada sombría.
– Reed, hoy va a enterrar a su hija. Burnette cree que la culpa es suya. Si se tratase de Beth… ¿podrías dormir?
Reed carraspeó.
– No, no podría.
Se encaminaron a la puerta, donde todavía pendía el dibujo del pavo. Un detalle nimio, pero a Reed se le encogió el corazón. Para esa familia el tiempo se había detenido. Durante una semana, un padre había vivido sabiendo que había servido de herramienta para el brutal asesinato de su hija. Si hubiese sido Beth…