Cuenta hasta diez
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Tras ser abandonados por su madre, un chico y su hermano peque?o terminan en la red estatal de hogares de acogida. Sin embargo, quienes a partir de entonces ten?an que cuidar de ellos los dejan a su suerte. Y a?os despu?s…
Reed Solliday tiene m?s de quince a?os de experiencia en el cuerpo de bomberos de Chicago, luchando contra los incendios y, sobre todo, investigando su origen. Pero nunca hab?a presenciado nada parecido al reciente estallido de fuegos provocados por alguien fr?o, meticuloso y cada vez m?s violento. Cuando en la ?ltima casa incendiada aparece el cad?ver de una mujer asesinada, Reed se ve obligado a colaborar con la polic?a. Y la detective de homicidios Mia Mitchell es una mujer impetuosa, m?s acostumbrada a dar ?rdenes que a recibirlas, y se niega a aceptar que los motivos habituales puedan ser la causa de un odio tan calculado. Algo m?s se esconde detr?s de todo ello…
Una intriga absorbente por una de las autoras con mayor ?xito de ventas en Estados Unidos, Gran Breta?a y Alemania.
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– ¿Qué tiene, Michaels? -preguntó.
– Dos adultos, un hombre y una mujer. Ambos de unos cincuenta años. Al hombre lo han apuñalado en la espalda con una hoja fina y larga, a la mujer la han degollado. Los dos estaban en la cama cuando ocurrió. La cama ha ardido en llamas, pero los aspersores del techo han apagado la mayor parte de las llamas, de modo que los cadáveres están quemados, pero no carbonizados. He dejado los cuerpos en la cama hasta que los investigadores tengan la oportunidad de echar un vistazo. Tengo entendido que están de camino.
– He llamado al teniente Solliday en cuanto me he enterado. De hecho -dijo Mia mirando por encima del hombro-, debería estar aquí ya.
El todoterreno de Solliday aparcó al final de la línea de coches. Reed sacó su maletín de herramientas y se dirigió hacia el camión de bomberos. Se detuvo para charlar con el jefe de la dotación, echando algún vistazo de vez en cuando a la casa. De repente, levantó la mano para saludarla, como si no acabara de salir de su cama. Como si ella no le hubiera contado la maldita historia de su vida de la manera más vergonzosa y humillante. «¿En qué estaría yo pensando?» ¿Qué estaría pensando él en aquel momento?
Mia supuso que Reed trataba la situación de la mejor manera posible. Se volvió hacia los agentes.
– ¿Quién ha identificado a la pareja como los Dougherty? Lo último que sabíamos de ellos es que estaban en el Beacon Inn.
– La propietaria de la casa. Está sentada en el coche patrulla -dijo uno de los policías uniformados-. Se llama Judith Blennard.
El policía acompañó a Mia hasta el coche patrulla y se inclinó, hablando en voz muy fuerte.
– Señora, esta es la detective Mitchell. Quiere hablar con usted.
Judith Blennard tenía unos setenta años y pesaba muchos más kilos, pero tenía ojos intensos y una voz atronadora.
– Detective.
– Tendrá que hablar alto, detective. La han traído sin audífono.
– Gracias. -Mia se acuclilló-. ¿Se encuentra bien, señora? -preguntó en voz alta.
– Estoy bien. ¿Cómo están Joe Junior y Donna? ¿Nadie me lo va a decir?
– Lo siento, señora. Están muertos -dijo Mia y el rostro de la mujer se vino abajo.
Se tapó la boca con una mano pequeña y huesuda.
– ¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios mío!
Mia le cogió la mano. Estaba fría como el hielo.
– Señora, ¿por qué estaban en su casa?
– Conozco a Joe Junior desde que tenía cinco años. No había personas en el mundo más buenas que Joe padre y Laura Dougherty. Siempre se ofrecían para labores benéficas, acogiendo niños descarriados. Cuando vi lo que les había pasado a Joe Junior y a Donna, me pareció justo devolverles el favor y acogerlos a ellos. Les ofrecí que usasen esta ampliación de mi casa todo el tiempo que necesitaran. Al principio se negaron, pero… Esto no ha sido una coincidencia, detective.
Mia le apretó la mano.
– No, señora. ¿Ha visto entrar a alguien o ha oído algo?
– Sin mi audífono apenas oigo nada. Me fui a dormir a las diez y no me he despertado hasta las seis. Aún estaría dormida si este amable bombero no hubiera venido a buscarme.
No era la compañía de David Hunter, Mia lo había notado enseguida. Mientras los bomberos recogían su equipo, Reed acabó de hablar con el jefe y se dirigió hacia ellas, hablando por su pequeña grabadora. Se detuvo junto al coche patrulla y Mia le hizo una seña para que se agachara.
– Esta es la señora Blennard. Es la propietaria de la casa. Conocía a los padres de Joe Dougherty.
Solliday se acuclilló junto a ella.
– El fuego solo ha alcanzado la ampliación -comentó en voz alta-. Alguien fue lo bastante listo como para construir cortafuegos y aspersores de sobra.
– Mi yerno es el constructor. Construimos la ampliación para mi madre. Nos daba miedo que se dejara un fuego o algo encendido e instalamos aspersores de más.
– Eso ha salvado su casa, señora -le dijo Reed-. Probablemente pueda volver en unos días, pero nos gustaría que se quedara en algún otro lugar esta noche si no le importa.
La señora Blennard le dirigió una mirada intensa.
– Mi yerno viene a buscarme. No soy una vieja estúpida. Alguien ha matado a Joe Junior y a Donna esta noche. No voy a quedarme aquí para que venga en mi busca. Aunque sería bueno recuperar mi audífono.
– Enviaré a alguien a buscarlo, señora. -Solliday le dio la orden a uno de los agentes y luego le hizo un gesto a Mia-. Los aspersores han causado estragos en lo que respecta a la conservación de pruebas, pero los cuerpos no se han quemado.
– Eso es lo que dijo Michaels. ¿Podemos entrar?
– Sí. Ben ya está dentro y estoy esperando a que llegue Foster con su cámara.
– Y yo he llamado a Jack. Está enviando un equipo. -Mia lo siguió hasta la parte trasera y entró donde Ben Trammell estaba montando los focos.
– El fuego solo ha quemado la habitación, Reed -dijo Ben-. Y no demasiado. Esta vez podemos tener suerte y conseguir algo que vincule a nuestro tipo con el escenario del crimen.
– ¡Ojalá! -dijo Solliday, apuntando con la linterna al techo-. Bonita instalación. White no debió de notar los aspersores.
Los focos se encendieron y todo el mundo miró la cama. El señor Dougherty yacía boca abajo mirando de costado y la señora Dougherty yacía boca arriba en la almohada. La sangre empapaba la ropa de cama.
– Él murió al instante -dijo Michaels detrás de ellos-. La hoja fue directa al corazón. Ella tiene heridas que demuestran que se defendió. -Le levantó el camisón para mostrar un enorme moretón oscuro en la parte baja de la espalda-. Probablemente le puso la rodilla encima.
– ¿Le ha cortado usted el camisón? -preguntó Mia y Michaels negó con la cabeza.
– La han encontrado así. El tejido está cortado limpiamente.
– Le hará un test de violación, ¿verdad?
Él le clavó la mirada.
– No parece haber indicios de que la hayan forzado, detective. A esta dama le salen morados con bastante facilidad, y no hay señales de morados en sus muslos. Pero le haremos la prueba.
– Gracias. ¿Puede llevárselos? -le preguntó a Solliday y él asintió. Frustrada y triste, permaneció con Reed al pie de la cama de los Dougherty mientras Michaels se los llevaba. Luego Mia volvió a centrarse-. Mató primero al señor Dougherty.
– Porque podía intentar proteger a su esposa.
– Justo. Murió sin dolor, pero la señora Dougherty… La ató, le hundió la rodilla en la espalda y en algún momento le dio la vuelta y le cortó el camisón.
– Pero parece que no la violó. Me pregunto por qué. No puedo imaginármelo como un personaje que de repente tiene conmiseración.
– Tal vez desbarataron su plan. Entonces le dio la vuelta y le cortó el cuello desde detrás. Se asustó y salió huyendo. ¿Por qué?
– No lo sé. ¿Por qué los Dougherty para empezar?
– No tiene sentido -coincidió Mia-. Los Dougherty ni siquiera conocían a Penny Hill.
– Y hemos estado toda la semana buscando lazos que no existían -añadió él de modo sombrío.
Pero más que las horas perdidas leyendo expedientes, Mia estaba pensando en Roger Burnette y la pena que encerraban sus ojos cuando la había enfrentado a los pocos progresos que habían hecho.
– Necesitamos contárselo a Burnette. Necesita saber que no es responsable de la muerte de Caitlin.
– ¿Quieres que vaya contigo? -preguntó Reed.
Pensó en la rabia ebria de los ojos de Burnette. Sería buena idea tener a Solliday cerca.
– Si quieres.
– Cuando acabe aquí iremos.
– Llamaré al padre de Joe Dougherty en Florida.
Se dirigía a su coche cuando oyó su nombre. Era uno de los agentes y sostenía un gato blanco.
– ¿Detective? Hemos encontrado este gato fuera y dice la señora Blennard que era de los Dougherty. No puede llevárselo con ella a casa de su hija.
Mia miró el gato.
– ¿Y qué quiere que haga yo con él?
Él se encogió de hombros.
– Puedo llamar a la protectora de animales o… -Sonrió con encanto-. ¿Quiere un gato?