El Senuelo

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El Senuelo
Название: El Senuelo
Автор: Parker Robert B.
Дата добавления: 16 январь 2020
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El Senuelo - читать бесплатно онлайн , автор Parker Robert B.

Spenser has gone to London – and not to see the Queen. He's gone to track down a bunch of bombers who've blown away his client's wife and kids. His job is to catch them. Or kill them. His client isn't choosy.

But there are nine killers to one Spenser – long odds. Hawk helps balance the equation. The rest depends on a wild plan. Spenser will get one of the terrorists to play Judas Goat – to lead him to others. Trouble is, he hasn't counted on her being very blond, very beautiful and very dangerous.

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– ¿A qué conclusión has llegado? -inquirió Hawk.

– No estoy seguro, pero creo que Paul ha marcado un punto de trasposición de tiro. Miró por el catalejo e hizo una raya en la pared, a la altura del hombro. Me gustaría echar un vistazo a lo que se ve desde ese sitio.

Kathie regresó. Nos dirigimos al estadio. Los asistentes a los juegos de la tarde empezaban a entrar. Los acompañamos y nos dirigimos al segundo nivel. En la pared de la esquina de los servicios, cerca de la rampa de entrada, estaba la marca de Paul. Antes de acercarnos dimos un paseo por la zona. No vimos a Paul.

Estudiamos la marca. Si apoyabas la mejilla contra la pared y seguías con la vista su radio de acción, contemplabas el extremo más alejado del campo interior del estadio, a este lado de la pista de atletismo. En ese momento allí sólo había hierba. Hawk también echó un vistazo.

– ¿Por qué este sitio? -preguntó.

– Tal vez es el único lugar semiescondido que permite un disparo a la acción.

– En ese caso, ¿para qué la marca? Puede recordar el lugar.

– Allá, en ese sitio, tiene que haber algo. Si decidieras cargarte a alguien para llamar la atención durante los Juegos Olímpicos, ¿a quién elegirías?

– A los que obtengan medallas.

– Claro, yo haría lo mismo. Me gustaría saber si las ceremonias de entrega de galardones tienen lugar ahí abajo.

– No he visto ninguna. No hay muchas ceremonias de ese tipo al comienzo de los juegos.

– Vigilaremos.

Estudiamos la situación. Yo vigilé la marca y Hawk circuló por el estadio en compañía de Kathie. Paul no hizo acto de presencia. No hubo reparto de medallas. Al día siguiente sí lo hubo y, guiándome por la marca de Paul en la pared de los servicios, vi las tres tarimas blancas y al ganador de la medalla de oro en lanzamiento del disco de pie, en la del centro.

– La cosa se aclara -dije a Hawk-. Sabemos qué se propone. Bastará con que nos mantengamos por aquí y lo cojamos cuando lo intente.

– ¿Cómo sabes que en el estadio no hay otras seis marcas como ésta?

– No lo sé, pero supuse que tú vigilarías y que si no las encontrabas, podíamos contar con ésta.

– Tienes razón. Quédate aquí. Kathie y yo seguiremos circulando. Por lo que dice el programa, hoy no se celebran más finales. En consecuencia, no creo que lo intente hoy mismo.

Paul no lo intentó ese día ni al siguiente, pero se presentó al próximo acompañado de Zachary.

Zachary no alcanzaba, ni remotamente, el tamaño de un elefante. De hecho, no era mucho más grande que un caballo de tiro belga. Llevaba el pelo rubio cortado al rape y su frente era estrecha. Vestía una camiseta sin mangas a rayas azules y blancas y bermudas a cuadros. Cuando llegaron, yo montaba guardia junto a la marca de tiro y Hawk circulaba con Kathie.

Paul, que acarreaba una bolsa deportiva que en los lados decía olympique montreal, 1976, miró la hora, dejó la bolsa en el suelo, sacó un pequeño catalejo y miró siguiendo la marca. Zachary cruzó sus increíbles brazos sobre su pecho monumental y se apoyó contra la pared de los servicios, cubriendo a Paul. Éste se arrodilló y abrió la bolsa detrás de Zachary. Vi aparecer a Hawk y a Kathie en la curva de la rampa del estadio. No quería que los descubrieran. Paul no estaba mirando y Zachary no me conocía. Abandoné mi hueco y caminé hacia Hawk. Al verme se detuvo y se acercó a la pared. Cuando los alcancé, Hawk preguntó:

– ¿Están aquí?

– Sí, junto a la marca. Zachary también ha venido.

– ¿Estás seguro de que es Zachary?

– Es Zachary o hay una ballena suelta en medio de las gradas.

– ¿Es tan grande como dijo Kathie?

– Ni más ni menos -respondí-. Te caerá muy bien.

Llegó un tintineo del interior del estadio y a través del amplificador se oyó la voz de un locutor en francés.

– Ceremonia de entrega de medallas -dijo Hawk.

– Entendido -dije-. Tenemos que actuar de inmediato.

Avanzamos con Kathie a nuestras espaldas.

A la vuelta de la esquina, detrás de Zachary, Paul había montado un rifle con mira telescópica. Saqué mi revólver de la funda y dije:

– Quédate donde estás.

Era una maniobra inteligente. Hawk había sacado la escopeta de cañones recortados y apuntado. Miró a Zachary y soltó un taco estirando mucho las letras.

Zachary llevaba en la mano una pequeña pistola automática que apretaba contra el muslo. La alzó en cuanto hablé. Paul giró apuntando con el rifle de francotirador y los cuatro quedamos inmovilizados. Tres mujeres y dos niñas salieron de los servicios y se detuvieron.

– ¡Oh, Dios mío! -exclamó una de las mujeres.

Kathie apareció por la otra esquina del quiosco de los servicios y, con las dos manos, golpeó a Paul en pleno rostro. Él la apartó con el cañón del rifle. Las tres mujeres y sus hijas chillaban e intentaban quitarse de en medio. Apareció más gente.

– No dispares -dije a Hawk.

Asintió, cambió de mano la escopeta y la balanceó como un bate de béisbol. Alcanzó a Paul en la nuca con la culata, y éste cayó sin decir esta boca es mía. Zachary me disparó pero erró y le golpeé la mano que empuñaba la pistola con el cañón de mi revólver. No le di bien, pero se vio obligado a sacudir el brazo y volvió a fallar a corta distancia. Intenté apuntarle para disparar sin alcanzar a otra persona, pero me golpeó con la mano izquierda y el revólver cayó al suelo estrepitosamente. Le sujeté la derecha con ambas manos y aparté la pistola.

Hawk le dio con la escopeta, pero Zachary hundió los hombros y le pegó demasiado bajo, en los músculos trapecio tensados. Mientras sujetaba su brazo derecho, Zachary giró a medias, alcanzó a Hawk con el izquierdo, como la botavara que cruza el velero, y mandó a mi amigo y su escopeta en direcciones distintas. Mientras Zachary estaba ocupado, conseguí que aflojara la pistola. Fue la fuerza de mis dos manos contra sus dedos y estuve a punto de perder. Empujé tanto como pude su dedo índice hacia atrás y la automática se estrelló contra el suelo de cemento.

Zachary gruñó y me envolvió de nuevo con su brazo derecho. Hizo ademán de rodearme con el izquierdo, pero antes de que lo consiguiera, Hawk se puso en pie y lo sujetó. Di un topetazo a Zachary bajo la nariz, me retorcí y me zafé. Volvió a quitarse de encima a Hawk y, mientras lo hacía, me alejé rodando y me puse nuevamente en pie.

A esa altura estábamos rodeados de gente. Oí que alguien gritaba algo acerca de la policía y una especie de murmullo de miedo en diversos idiomas. Zachary había retrocedido varios pasos y estaba contra la pared, con Hawk a la derecha y yo a la izquierda, en medio de un mar de gente que se desplazaba de un lado a otro. Zachary respiraba con dificultad y tenía el rostro bañado en sudor. A mi derecha vi que Hawk adoptaba el arrastramiento de pies típico de los boxeadores. En el pómulo, bajo el ojo derecho, lucía un morado que se estaba hinchando. Su rostro estaba encendido y brillante y sonreía. Respiraba con normalidad y movía ligeramente las manos, a la altura del pecho. Silbaba casi imperceptiblemente con los dientes apretados No hagas nada hasta recibir mis noticias.

Zachary miró a Hawk y luego me observó. Me di cuenta de que yo había adoptado prácticamente la misma postura que Hawk. Zachary volvió a mirar a Hawk. Y a mí. Y a Hawk. El tiempo estaba de nuestra parte. Si lo reteníamos allí, en pocos minutos aparecerían polis armados, y él lo sabía. Volvió a mirarme y respiró hondo.

– Hawk -dije.

Zachary arremetió. Hawk y yo lo sujetamos y salimos rebotados, Hawk de su hombro derecho y yo de su muslo izquierdo. Había intentado agarrarlo por abajo, pero fue más rápido de lo que esperaba y no pude descender lo suficiente con bastante rapidez. La muchedumbre se dispersó como una bandada de palomas, precipitándose y volviendo a posarse mientras Zachary la atravesaba en dirección a la rampa. Al incorporarme noté sabor a sangre en la boca y vi que Hawk parecía sangrar por la nariz.

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