El Senuelo
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Spenser has gone to London – and not to see the Queen. He's gone to track down a bunch of bombers who've blown away his client's wife and kids. His job is to catch them. Or kill them. His client isn't choosy.
But there are nine killers to one Spenser – long odds. Hawk helps balance the equation. The rest depends on a wild plan. Spenser will get one of the terrorists to play Judas Goat – to lead him to others. Trouble is, he hasn't counted on her being very blond, very beautiful and very dangerous.
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– Veo que sé llevarme bien con las zorras -comenté.
Kathie enrojeció, sin dejar de mirar a Hawk, pero permaneció callada.
– Le dije que era algo apresurada en sus juicios.
– ¿Y te creyó?
– No.
– ¿Has comprado algo para cenar, algo que no sea alcohol?
– No, hombre, porque me hablaste de un restaurante llamado Bacco. Supuse que nos llevarías a pasear a Kathie y a mí y que le demostrarías que no eres un degenerado. Pensé que nos invitarías a una buena comida.
– De acuerdo -respondí-, pero antes me ducharé.
– ¿Has visto, Kathie? -preguntó Hawk-. Es muy limpio.
Bacco estaba en el segundo piso de una casa del barrio viejo de Montreal, no lejos de la plaza Victoria. Servían cocina francocanadiense y uno de los mejores patés de campaña que haya probado. Tenían buen pan francés y cerveza Labatt 50. Hawk y yo lo pasamos muy bien. Llegué a pensar que probablemente Kathie nunca lo pasaba bien, aunque estuvo pasiva y amable durante la cena. Se había puesto una especie de mono con peto y una chaqueta larga, estaba bien peinada y tenía buen aspecto.
El viejo Montreal estaba de fiesta a causa de los Juegos Olímpicos. En una plaza cercana había espectáculos al aire libre e infinidad de jóvenes bebían cerveza y vino, fumaban y escuchaban música rock.
Subimos a nuestro coche alquilado y regresamos a nuestra casa alquilada. Hawk y Kathie se dirigieron a lo que se había convertido en su dormitorio. Seguí levantado un rato, acabé las O'Keefe y vi las pruebas de la tarde -lucha y algo de halterofilia- a solas en la sala de la casa alquilada, en el ridículo y viejo televisor de borde blanco.
A las nueve en punto me metí en la cama. En solitario. La noche anterior no había dormido mucho y estaba cansado. Me sentí solo y viejo. Esa idea me mantuvo despierto hasta las nueve y cuarto.
Capítulo 26
Cogimos el metro hasta el estadio olímpico. Probablemente decir metro no sea correcto. Si el transporte en el que ocasionalmente me desplazo en Boston es el metro, lo que cogimos en Montreal no lo era. Las estaciones estaban impecables, los trenes no hacían ruido y el servicio cumplía el horario. Hawk y yo abrimos un pequeño espacio para Kathie en medio de la maraña de cuerpos. Cambiamos de línea en Berri Montigny y nos apeamos en Viau.
Puesto que yo era un joven excéntrico, superfrío, sofisticado, con experiencia de la vida y crecidito, no me dejé impresionar por el inmenso complejo que rodeaba el estadio olímpico. Tampoco me dejé impresionar por el hecho de asistir en vivo y en directo a los Juegos Olímpicos. La sensación circense que experimentaba en la boca del estómago no era más que la sensación natural que siente el cazador al aproximarse a su presa. Directamente delante se encontraban los pabellones de alimentación y diversos tipos de concesiones. Más allá se elevaba el Centro Deportivo Maisonneuve, a mi derecha la Pista Maurice Richard, a mi izquierda el velódromo y, un poco más lejos, cerniéndose como un coliseo, el gris e inconcluso estadio monumental. Oí aclamaciones. Ascendimos por la larga rampa serpenteante que conducía al estadio. Al entrar contuve la respiración.
– Kathie dice que Zachary es un rompehuesos -dijo Hawk.
– ¿Es muy grande?
– Kathie -la azuzó Hawk.
– Muy grande -replicó la chica.
– ¿Más grande que Hawk o que yo? -inquirí.
– Claro. Cuando digo grande, quiero decir realmente grande.
– Peso noventa kilos -dije-. ¿Cuánto dirías que pesa él?
– Pesa ciento treinta y ocho kilos. Lo sé porque una vez se lo dijo a Paul.
Miré a Hawk.
– ¿Ciento treinta y ocho kilos?
– Sólo mide dos metros -respondió Hawk.
– Kathie, ¿es gordo? -yo aún abrigaba esperanzas.
– No, en realidad, no. En otros tiempos era levantador de pesos.
– Bueno, Hawk y yo hacemos mucho ejercicio con los pesos.
– No, me refiero a lo que hacen los soviéticos. Ya sabes, un auténtico levantador de pesos. Fue campeón de no sé dónde.
– ¿Y tiene el mismo aspecto que un levantador de pesos soviético?
– Sí, exactamente. Paul y él solían verlos por la tele. Tiene ese tipo de gordura que uno sabe que es maciza.
– Al menos no será difícil reconocerlo.
– Aquí será más difícil que en el resto del mundo -dijo Hawk.
– Es verdad. Seamos cuidadosos y procuremos no tenderle una zancadilla a Alexeev ni a alguien parecido.
– ¿Ese petimetre también intenta salvar África? -preguntó Hawk.
– Sí. De… detesta a los negros más que cualquier otra persona que conozco.
– ¡Qué alegría! -ironicé-. Hawk, podrás hacerlo entrar en razones.
– Debajo de la chaqueta tengo algo que le ayudará a entrar en razones.
– Si nos topamos con él tendremos dificultades para disparar. Aquí hay demasiada gente.
– ¿Crees que deberíamos luchar cuerpo a cuerpo con él? -preguntó Hawk-. Chico, ya sé que somos buenos, pero no estamos acostumbrados a dárnoslas con gigantes. También tenemos que pensar en el otro maldito chupón.
Llegamos a la puerta. Entregamos las entradas y pasamos. Había varias gradas. Nuestras entradas eran para la grada número uno. Oí los aullidos de la multitud. Me moría de ganas de verlo.
– Hawk, Kathie y tú trazaréis un círculo por aquel lado y yo iré por aquí -propuse-. Comenzaremos por el primer nivel e iremos subiendo. Ten cuidado. No permitas que Paul os vea antes de que lo veáis.
– O el viejo Zach -apostilló Hawks-. Seré sumamente cuidadoso con respecto a Zach.
– Vale. Subiremos hasta la última grada y luego volveremos a bajar. Si los ves, quédate con ellos. Mientras permanezcamos dentro del estadio, seguro que volveremos a cruzarnos.
Hawk y Kathie se pusieron en marcha. Hawk dijo por encima del hombro:
– Si ves a Zachary y decides cargártelo, adelante. No hace falta que me esperes. Puedes acabar con él.
– Muy amable -respondí-. Creo que deberías ocuparte de ese cerdo racista.
Hawk se alejó con Kathie. Parecía deslizarse en lugar de caminar. No estaba tan seguro de que Hawk fuera incapaz de hacerle frente a Zachary. Tomé la dirección contraria e intenté deslizarme. Parecía irme bastante bien. Tal vez yo fuera capaz de acabar con Zachary. Estaba en condiciones óptimas para hacerlo. Levi’s azul claro, polo blanco, Adidas de ante azul con tres franjas blancas, chaqueta deportiva azul y una gorra de cuadros para ocultar mi cara. La chaqueta no pegaba, pero servía para ocultar el revólver que llevaba en la cadera. Sentí la tentación de cojear un poco para que la gente pensara que era un competidor momentáneamente fuera de juego. Tal vez un especialista en decatlón. Como nadie me hacía mucho caso, ni me tomé la molestia. Subí por la rampa hasta los asientos del primer nivel. Era mejor de lo que había imaginado. Los asientos del estadio eran de colores -azules, amarillos, etcétera- y al salir del pasillo vi una brillante llamarada multicolor. En el suelo del estadio se veía la brillante hierba verde, bordeada por la pista de atletismo roja. Directamente a mis pies y cerca del costado del estadio, las chicas competían por el salto de longitud. La mayoría lucía camisetas blancas con grandes números y pantalones muy cortos y ceñidos. El tanteador electrónico estaba a mi izquierda, cerca del foso donde acababan los saltos. En el punto de partida, en la salida y en el foso, vi jueces de chaquetas amarillas. Una chica de la República Federal de Alemania echó a correr por la pista con ese peculiar paso largo de los saltadores de longitud, casi con las piernas estiradas. Cometió un error en la salida.
En el centro del estadio, los hombres lanzaban el disco. Todos se parecían a Zachary. Un africano acababa de hacer su lanzamiento. No parecía muy bueno y resultó aun peor cuando un minuto después un polaco realizó un lanzamiento mucho más largo.
Alrededor del estadio había atletas con chándals de todos los colores, corriendo y practicando ejercicios, relajándose, manteniendo el calor y haciendo todo lo que los deportistas suelen hacer antes de participar en una prueba. Se movían, se masajeaban los músculos, daban saltitos y giraban los hombros.