Cuenta hasta diez
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Tras ser abandonados por su madre, un chico y su hermano peque?o terminan en la red estatal de hogares de acogida. Sin embargo, quienes a partir de entonces ten?an que cuidar de ellos los dejan a su suerte. Y a?os despu?s…
Reed Solliday tiene m?s de quince a?os de experiencia en el cuerpo de bomberos de Chicago, luchando contra los incendios y, sobre todo, investigando su origen. Pero nunca hab?a presenciado nada parecido al reciente estallido de fuegos provocados por alguien fr?o, meticuloso y cada vez m?s violento. Cuando en la ?ltima casa incendiada aparece el cad?ver de una mujer asesinada, Reed se ve obligado a colaborar con la polic?a. Y la detective de homicidios Mia Mitchell es una mujer impetuosa, m?s acostumbrada a dar ?rdenes que a recibirlas, y se niega a aceptar que los motivos habituales puedan ser la causa de un odio tan calculado. Algo m?s se esconde detr?s de todo ello…
Una intriga absorbente por una de las autoras con mayor ?xito de ventas en Estados Unidos, Gran Breta?a y Alemania.
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Reed rio y la besó de nuevo.
– Yo también. -Se trasladó a la silla-. Beth va a participar en otro concurso de poesía. Estoy invitado. Y tú también, si sales a tiempo.
Mia se puso seria.
– ¿Le pediste que te leyera «Casper»?
Algo vibró en los ojos oscuros de Reed, algo intenso y profundo.
– Sí, y luego le dije que la quería, tal como me aconsejaste.
– Tiene un don.
– Y que lo digas. No tenía ni idea de que se sintiera así. -Reed tragó saliva-. Pensar que creía que estaría dispuesto a cambiarla por su madre. Nunca fue mi intención herirla de ese modo.
– ¿Y qué piensas hacer al respecto?
Reed sonrió.
– He tenido una reunión con los contratistas para hablar de la casa. He aprobado los planos estructurales, pero voy a dejar que Beth y Lauren la decoren. Tú podrás opinar sobre mi dormitorio.
Mia enarcó las cejas.
– ¿No me digas?
– Vendrás a vivir con nosotros cuando salgas de aquí.
Lo dijo con una belicosidad impropia de él. Mia mantuvo las cejas en alto.
– ¿En serio?
– En serio. Al menos hasta que estés del todo bien. Después podrás irte, si quieres. ¿Tienes algo que decir al respecto, Mitchell?
Estaba nervioso. Era enternecedor.
– Vale. Pero ¿solo podré opinar?
Reed se relajó.
– No quiero rayas ni cuadros. Beth tiene buen ojo para esas cosas. Tú puedes opinar.
– Vale. -Entrelazaron sus manos-. Jeremy ha venido hoy a verme.
– Y habéis visto la tele -comentó con ironía Reed.
Mia rio.
– La historia del queso, creo. -Suspiró-. Reed, llevo días dándole vueltas a algo. -Contempló las manos de ambos-. No quiero que Jeremy crezca en un hogar de acogida, aunque sea un buen hogar como el de Dana.
– Quieres adoptarlo.
– Sí. Me preguntó si podía vivir conmigo cuando salga del hospital. Le dije que sí y haré lo que haga falta para cumplir mi promesa. Quería que lo supieras.
– Tenemos una habitación de más. Puede ocuparla. Pero no debe tener su propio televisor. Ese chiquillo ya ve suficiente tele.
Representaba tan poco esfuerzo para él acoger a un niño… Mia casi no podía hablar ante la generosidad y la facilidad con que Reed se estaba comprometiendo.
– Estamos hablando de un niño, Reed, de una persona. No quiero que tomes esta decisión a la ligera.
Reed la miró con gravedad.
– ¿Lo hiciste tú?
– No.
– Yo tampoco. -Solliday respiró hondo-. Yo también he estado dándole vueltas a algo. ¿Te acuerdas cuando te pregunté si creías en las almas gemelas?
El corazón de Mia se aceleró.
– Sí.
– Dijiste que creías que algunas personas las tenían.
– Y tú dijiste que cada persona solo podía tener una.
– No, dije que no lo sabía.
– Vale. Luego dijiste que no habías conocido a ninguna mujer que pudiera reemplazar a Christine.
– Y nunca la conoceré.
Mia parpadeó. No había esperado que la conversación fuera por esos derroteros.
– ¿Por qué me has pedido que viva en tu casa, Reed? Porque si es solo por compasión, no estoy interesada.
Reed contempló el techo con un suspiro de frustración.
– Qué mal se me da esto. Tampoco se me dio bien la primera vez. De hecho, fue Christine quien me propuso matrimonio.
Mia la miró boquiabierta.
– ¿No… no me estarás proponiendo matrimonio?
Reed le clavó esa sonrisa pícara que siempre conseguía seducirla.
– No, pero deberías haberte visto la cara. -Se llevó las manos de Mia a los labios y se puso serio-. Nadie puede reemplazar a Christine. Fue una parte importante de mi vida. Me dio a Beth. Pero lo que he comprendido es que no necesito que nadie la reemplace. -Contempló las manos de ambos-. Amaba a Christine porque con ella era más de lo que era solo. Me hacía feliz. -Levantó la vista y sonrió-. Tú me haces feliz.
Mia intentó engullir el nudo que se había formado en su garganta.
– Me alegro.
Reed levantó una ceja.
– ¿Y?
– Y tú también me haces feliz. -Mia torció el gesto-. Me pregunto cuál será el próximo desastre.
– Ser feliz no es ningún crimen, Mia. ¿Crees en el amor a primera vista?
Era una pregunta con trampa.
– No.
Reed sonrió.
– Yo tampoco. Sobre todo porque a primera vista parecías una demente.
– Y tú parecías Satanás. -Le pasó un dedo por la perilla-. Pero está empezando a gustarme. Reed, puede que no vuelva a ser la misma… nunca más.
Él recuperó la seriedad.
– Lo sé, y resolveremos los problemas a medida que se presenten. Por el momento, concéntrate en ponerte bien. Seguiremos buscando un donante compatible. -Se aclaró la garganta-. Te he traído algo. -Introdujo la mano en la bolsa de plástico y sacó el juego de mesa Clue-. Para que mantengas en forma tus habilidades detectivescas.
Los ojos de Mia se humedecieron.
– Empiezo yo. Y seré cualquier ficha menos el revólver y el cuchillo.
Reed preparó el tablero.
– Puedes ser el candelabro. Y que tengas un agujero en la barriga no es razón para hacer favoritismos contigo. Tiraremos los dados para ver quién sale primero, como todo el mundo.
Mia estaba a punto de descubrir al coronel Mustard en la biblioteca con la pipa cuando una voz en la puerta la sobresaltó.
– La señorita Scarlett en el conservatorio con la cuerda.
Mia abrió los ojos como platos.
– ¿Olivia?
Reed parecía mucho menos sorprendido, pero más preocupado.
– Olivia.
Olivia llegó al pie de la cama y respiró hondo.
– De acuerdo.
Un fino hilo de esperanza penetró en la mente de Mia.
– ¿De acuerdo qué?
Olivia miró a Reed.
– ¿No se lo has contado?
Solliday negó con la cabeza.
– No quería que se hiciera ilusiones. Además, dijiste que no.
– No, simplemente no dije que sí. -Olivia se volvió hacia Mia-. Reed me llamó el día después de que te dispararan y me explicó lo que necesitabas. También me dijo que tu madre se negó a hacerse las pruebas. Tú ganas, hermana mayor. Tu familia es mucho peor que la mía.
Mia se había quedado muda.
– ¿Estás dispuesta a hacerte las pruebas?
– No. Me he hecho las pruebas. Nunca digo que sí a nada de buenas a primeras. Tenía que informarme, hacerme las pruebas, pedir una excedencia.
– ¿Y? -preguntó Reed con impaciencia.
– Y aquí estoy. Soy compatible. Lo haremos la semana que viene.
Reed soltó un fuerte suspiro.
– Gracias a Dios.
Mia sacudió la cabeza.
– ¿Por qué?
– No porque te quiera. Ni siquiera te conozco. -Olivia frunció el entrecejo-. Pero sé a lo que tendrías que renunciar si no lo hiciera. Eres policía. Una buena policía. Si no consigues un riñón, perderás eso y Chicago te perderá a ti. Yo puedo evitar que eso ocurra y lo evitaré.
Mia la observó detenidamente.
– No me debes nada, Olivia.
– Lo sé. Creo. -Su mirada se ensombreció-. O tal vez sí. Pero que te deba algo o no carece de importancia. Si un policía de mi departamento lo necesitara, lo haría. ¿Por qué no por alguien que lleva mi misma sangre? -Enarcó las cejas-. Claro que si no quieres mi riñón…
– Sí lo quiere -dijo firmemente Reed. Cogió la mano de Mia-. Deja que te ayude, Mia.
– Olivia, ¿lo has meditado bien? -No quería hacerse ilusiones. Todavía no.
Olivia se encogió de hombros.
– Mi médico me ha dicho que podré volver al trabajo en dos o tres meses. Mi capitán está de acuerdo en que me tome ese tiempo. No creo que hubiera podido aceptar si no hubiesen sido esas las condiciones.
Mia aguzó la mirada.
– Una vez que me lo des no pienso devolvértelo.
Olivia rio.
– Lo sé. -Acercó una silla a la cama de Mia y recuperó la seriedad-. Quería disculparme contigo. La noche que hablamos… estaba tan alterada que conduje directamente hasta Minnesota.
– Necesitabas tiempo. Nunca fue mi intención soltártelo de ese modo.
– Lo sé. Habías tenido un mal día. Por cierto, buen trabajo con el caso Kates. -Sonrió-. Leo el Trib. Tengo boicoteado el Bulletin por principios.