Cuenta hasta diez
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Tras ser abandonados por su madre, un chico y su hermano peque?o terminan en la red estatal de hogares de acogida. Sin embargo, quienes a partir de entonces ten?an que cuidar de ellos los dejan a su suerte. Y a?os despu?s…
Reed Solliday tiene m?s de quince a?os de experiencia en el cuerpo de bomberos de Chicago, luchando contra los incendios y, sobre todo, investigando su origen. Pero nunca hab?a presenciado nada parecido al reciente estallido de fuegos provocados por alguien fr?o, meticuloso y cada vez m?s violento. Cuando en la ?ltima casa incendiada aparece el cad?ver de una mujer asesinada, Reed se ve obligado a colaborar con la polic?a. Y la detective de homicidios Mia Mitchell es una mujer impetuosa, m?s acostumbrada a dar ?rdenes que a recibirlas, y se niega a aceptar que los motivos habituales puedan ser la causa de un odio tan calculado. Algo m?s se esconde detr?s de todo ello…
Una intriga absorbente por una de las autoras con mayor ?xito de ventas en Estados Unidos, Gran Breta?a y Alemania.
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Reed esperó a estar de vuelta en su habitación del hotel, solo por primera vez desde… desde el sábado por la noche, se percató, cuando, sentado en su sala de estar, comprendió que Mia le hacía feliz. Mia iba a despertar. Tenía que despertar. No podía creer en otra posibilidad.
Sacó el libro de la bolsa y frunció el entrecejo. Era de poesía. Poesía radical, sarcástica, de un tipo llamado Bukowski. Se titulaba El amor es un perro infernal. Espiró hondo y lo abrió por la nota que Mia le había escrito. Como todo lo demás, su letra era amplia, descontrolada, caótica.
No es mi corazón. Más bien mi bazo. Pero mis palabras son torpes y este tipo dice lo que siento. Puede que, después de todo, me guste la poesía.
¿No era su corazón? «Oh». Cerró los ojos, recordando la noche que Mia le vio la cadena con el anillo en el cuello. Había estado leyendo el cuaderno de poemas de Christine. Cuando despertó, el cuaderno estaba en la mesilla de noche. Mia debió de leer la dedicatoria de Christine. Ahora el cuaderno de Christine, cargado de lirismo, había sido destruido y en sus manos sostenía un libro nuevo de palabras crudas, apasionadas, en ocasiones vehementes. Pero el sentimiento le tocó hondo y mientras leía el libro que ella había elegido, finalmente se permitió derramar las lágrimas que llevaba tantos días conteniendo.
Se pondría bien. Mia era demasiado testaruda para aceptar otro resultado. «Y yo».
Capítulo 25
Lunes, 11 de diciembre, 15:55 horas
Una enfermera entró en la habitación.
– Tiene visita, detective.
Mia quiso soltar un gruñido. Le dolía la cabeza. No había parado de recibir visitas desde que la trasladaron a una habitación individual. Podría haberles pedido a las enfermeras que pusieran fin a tanta entrada y salida, pero cada persona que llegaba era alguien a quien quería. Y alguien que la quería a ella. Una jaqueca era un precio pequeño.
– Hágala pasar.
Jeremy asomó la cabeza por la puerta y Mia sonrió.
– Hola, chaval.
– Hola. -Se acercó a la cama-. Tienes mejor aspecto.
– Me encuentro mejor. -Mia dio unas palmaditas al colchón-. ¿Cómo va el colegio?
Con cuidado, Jeremy se sentó a su lado.
– Hoy mi profesora se ha equivocado.
– ¿En serio? Cuéntamelo.
El niño le explicó, en un tono muy grave, como Mia sabía ya que era su manera, que la profesora había pronunciado mal el nombre de un rey babilónico del que Mia jamás había oído hablar. Mientras hablaba, el dolor de cabeza amainó y Mia apartó de su mente las preocupaciones sobre el estado de su cuerpo y su carrera. Ese niño estaba sano y salvo. Había hecho algo importante.
Ahora quería que Jeremy estuviera algo más que sano y salvo. Ya sonreía de vez en cuando y aquella semana incluso había reído en una ocasión. Parecía estar a gusto en casa de Dana, pero, en cierto modo, no era suficiente. Mia quería que se sintiera feliz, no solo a gusto.
Jeremy acabó su relato y, después de hacer una larga pausa y observar detenidamente a Mia, dijo:
– Tú te equivocaste aquel día. -Arrugó el entrecejo-. De hecho, mentiste.
No fue necesario especificar el día.
– ¿En serio?
Jeremy asintió.
– Le dijiste a Kates que nunca te había hablado de él. Mentiste.
– Hum. -O sea que la historia de la profesora no había sido más que un astuto ardid-. Estoy de acuerdo. ¿Habrías preferido que hubiese dicho la verdad?
Jeremy negó con la cabeza.
– No. -Se mordió el labio-. Mi mamá también mintió.
Ajá.
– ¿Te refieres a cuando dijo que no lo había visto? Te estaba protegiendo.
– Tú también. -Jeremy se enderezó bruscamente-. Quiero vivir contigo.
Mia parpadeó. Abrió la boca. Negativas y razones de por qué no podía ser brotaron en su mente, pero se negaron a cruzar sus labios. Solo existía una respuesta para aquel niño que había pasado por tanto.
– Vale. -Ya encontraría la manera de hacer que ocurriera, aunque tuviera que remover cielo y tierra-. Pero te advierto que soy una cocinera pésima.
– No importa. -Jeremy se acurrucó a su lado con el mando de la tele en la mano-. He estado viendo programas de cocina. No parece tan difícil. Creo que podré cocinar para los dos.
Mia rio y lo besó en la coronilla.
– Bien.
Lunes, 11 de diciembre, 17:15 horas
Dana se había llevado a Jeremy y Mia volvía a estar sola. Tenía mucho en lo que pensar. Había ganado un gato, un novio y un niño y había perdido un riñón y su actividad profesional, todo en apenas dos semanas. Kates había muerto, a manos de Reed. Jeremy estaba vivo. Y también su madre. Habría sacrificado casi cualquier cosa por salvar a Jeremy, pero salvar a su madre le había supuesto sacrificar su profesión y eso le parecía un precio muy alto.
«Debí matar a Kates cuando tuve la oportunidad», pensó. Cuando Kates sostenía el cuchillo contra la garganta de su madre, tuvo la sensación de que era una desconocida. Había arriesgado su vida para salvar a su madre. Pero había arriesgado su vida por desconocidos muchas otras veces.
Había más probabilidades de que un desconocido le diera un riñón, por eso. Era difícil no estar resentida. «Viviré». Y en realidad eso era lo único que importaba. Aunque ya podía despedirse de su profesión a menos que encontraran un donante. Kelsey no era compatible, tampoco Dana, Reed, Murphy y los demás amigos que se habían ofrecido sin que nadie se lo pidiera. Por lo visto hasta Carmichael se había hecho las pruebas, pero no había habido suerte.
Olivia era una posibilidad que tenía presente en su mente, pero no era algo que se creyera con derecho a pedir. Eran dos extrañas. Tal vez algún día se hicieran amigas, y Mia quería que fuera por las razones correctas, no porque hubiera cultivado una relación con ella con la esperanza de suplicarle un riñón. Eso le parecía… deshonesto.
Así pues, se avecinaba para ella un cambio profesional. «¿Qué podría hacer?» Era una pregunta interesante y bastante aterradora, pero de momento no necesitaba pensar en eso. Se estaba dando el respiro que Spinnelli le había prometido. Aunque no precisamente en la playa, y su piel estaba adquiriendo el tono contrario a un bronceado. «Pero viviré».
– Hola. -Reed entró con un periódico en una mano y una bolsa de plástico en la otra-. ¿Cómo te encuentras?
– Me duele la cabeza, pero por lo demás bien. Te juro, Solliday, que si llevas una caja de condones en esa bolsa, será mejor que te busques a otra.
Reed se sentó en el borde de la cama y la besó dulcemente.
– Nunca pensé que echaría de menos tu delicada boca. -Le tendió el periódico-. Pensé que te gustaría ver esto. -El titular rezaba: Presentadora de informativos local acusada de extorsión. Firmado por Carmichael.
A Mia le temblaron los labios.
– Esto es mucho mejor que todos los calmantes que me obligas a tragar. -Leyó por encima y levantó la vista con una sonrisa-. La pobre Wheaton tendrá que emitir desde una celda. Nunca pensé que esa amenaza se haría realidad.
– Me has contado por qué ella te odiaba, pero nunca me has contado por qué la odiabas tú.
– Ahora me parece tan trivial… ¿Recuerdas que te conté que había discutido con Guy en aquel restaurante elegante y le devolví la sortija? Pues por lo visto alguien se lo sopló a Wheaton. En aquel entonces la habían degradado de noticias de primera plana a crónicas de sociedad porque ningún poli la dejaba acercarse a los escenarios de los crímenes. El caso es que Wheaton nos estaba esperando fuera del restaurante con una cámara. Me preguntó si era verdad que Guy y yo habíamos roto. Ni siquiera era un buen chisme. Solo lo hizo por resentimiento.
Mia suspiró.
– Y así fue como Bobby descubrió que se le habían acabado las entradas de hockey gratis. Se aseguró de comunicarme su descontento. En realidad no debería haberme importado. Supongo que era una razón estúpida para odiarla. -Sonrió-. Pero, de todos modos, me alegro de vaya a parar con sus huesos a la cárcel.