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Qu? Vida ?sta

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Qu? Vida ?sta
Название: Qu? Vida ?sta
Автор: Evanovich Janet
Дата добавления: 16 январь 2020
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Qu? Vida ?sta - читать бесплатно онлайн , автор Evanovich Janet

Es una verdad universa reconocida que si se tiene un trabajo de riesgo, lo mejor que se puede hacer es mantenerlo al margen de la vida privada.

Sin embargo, ?sta es una regla que la incombustible Stephanie Plum, la caza recompensas m?s patosa de la Costa este, parece incapaz de cumplir

En esta nueva entrega de sus descacharrantes aventuras, cuando Stephanie emprenda la b?squeda de una madre y una hija desaparecidas, no s?lo la perseguir?n malos mal?simos como el mafioso Eddie Abruzzi, sino que adem?s tendr? que soportar los bienintencionados consejos de la abuela Mazur, arreglarle la vida a su hermana Valerie, aceptar con buena cara la ayuda entusiasta aunque poco eficaz de su amiga Lula, los hirientes comentarios de los polic?as de su pueblo, siempre dispuestos a pasar un buen rato con sus meteduras de pata… Y por si todo esto fuera poco a?n tendr? que decidir entre abandonarse a la lujuria en brazos del apuesto y misterioso Ranger o reconciliarse con Joe Morelli su novio de toda la vida

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– No. No va a haber necesidad de salir corriendo. No eres el conductor. No vas a conducir. Yo conduzco.

– Claro, claro. Ya lo sé -dijo.

Dejamos el aparcamiento, entramos en la avenida Hamilton y nos dirigimos al Burg girando por el hospital St. Francis. Atravesamos el laberinto de callejuelas y me detuve delante de la casa de Evelyn. El barrio estaba muy tranquilo a mediodía. Sin niños ni bicicletas. Nadie sentado en los porches. Prácticamente nada de tráfico.

Necesitaba hablar con los vecinos de Evelyn, pero no quería que Lula y Kloughn estuvieran presentes. Lula asustaba terriblemente a la gente. Y Kloughn nos daba un aire de misioneros. Aparqué junto a la acera, Lula y yo bajamos del coche y me guardé las llaves en el bolsillo.

– Vamos a echar un vistazo por ahí -dije a Lula.

Ella miró a Kloughn.

– ¿No crees que deberíamos dejarle una ventana abierta? ¿No hay alguna ley al respecto?

– Creo que la ley sólo se refiere a los perros.

– Pero es que él parece entrar en ese grupo -dijo Lula-. La verdad es que es muy mono, muy de andar por casa.

No me apetecía volver al coche y abrir la puerta. Me temía que Kloughn saliera corriendo.

– No le va a pasar nada -dije-. No tardaremos mucho.

Nos acercamos al porche y llamamos al timbre. No hubo respuesta. Seguía sin verse nada a través de la ventana de la fachada.

Lula pegó la oreja a la puerta.

– No se oye nada ahí dentro -dijo.

Fuimos a la parte de atrás y miramos por la ventana de la cocina. Los mismos dos cuencos de cereales y los mismos vasos seguían en la repisa junto al fregadero.

– Tenemos que echar un vistazo dentro -dijo Lula-. Seguro que la casa está plagada de pistas.

– Nadie tiene llave.

Lula intentó abrir la ventana.

– Cerrada.

Le dio un meneo a la puerta.

– Claro que nosotras somos cazarrecompensas y si creyéramos que ahí dentro hay algún delincuente tendríamos derecho a romper la puerta.

Sabido es que de vez en cuando he quebrantado la ley levemente, pero aquello era una fractura múltiple.

– No quiero fastidiarle la puerta a Evelyn.

Vi cómo Lula examinaba la ventana.

– Y tampoco quiero romperle la ventana. En este caso no estamos actuando como personal de cumplimiento de fianzas y no tenemos motivos para entrar a la fuerza.

– Sí, pero si la ventana se rompiera accidentalmente, sería de buenas vecinas entrar a investigar. Como para intentar arreglarla por dentro -Lula describió un arco con su enorme bolso de cuero negro y lo estrelló contra la ventana-. ¡Uy! -dijo.

Cerré los ojos y apoyé la frente en la puerta. Respiré profundamente y me dije a mí misma que había que mantener la calma. Por supuesto, tenía ganas de gritarle a Lula y puede que incluso de estrangularla, pero ¿qué lograría con eso?

– Vas a pagar el arreglo de esa ventana -dije.

– Y una mierda. Es una casa de alquiler. Tienen seguros y rollos de ésos -quitó los trozos de cristal que quedaban, metió el brazo por la ventana rota y abrió la puerta.

Saqué del bolso unos guantes de goma desechables y nos los pusimos. No tenía sentido dejar aquello lleno de huellas, teniendo en cuenta que habíamos entrado ilegalmente. Con la suerte que tengo, seguro que entraban ladrones y cuando llegara la policía encontraban mis huellas por todas partes.

Lula y yo entramos en la cocina y cerramos la puerta tras de nosotras. Era una cocina pequeña y, con Lula a mi lado, la abarrotábamos por completo.

– Tal vez sería mejor que vigilaras desde el salón -dije-. No vaya a ser que alguien entre y nos pille.

– Vigilancia es mi segundo nombre. No se me escapa nadie.

Empecé por la encimera, revolviendo los habituales cacharros de cocina. No había mensajes escritos en el bloc de notas. Revisé un montón de correo. No había nada de interés, aparte de unas toallas muy monas de Martha Stewart que se venden por teléfono. Pegado con papel celo en el frigorífico había un dibujo de una casa hecho con ceras de color rojo y verde. De Annie, supuse. Los platos estaban cuidadosamente apilados en los armarios de encima del fregadero. Los vasos no tenían ni una mancha y estaban alineados en fila de a tres en los estantes. En el frigorífico había cantidad de condimentos, pero ningún alimento perecedero. Ni leche, ni zumo de naranja. Ni fruta, ni verduras frescas.

Saqué algunas conclusiones de aquella cocina. La despensa de Evelyn estaba mejor surtida que la mía. Se marchó precipitadamente, pero tuvo la precaución de tirar la leche. Si era una borracha, se drogaba o estaba chiflada, era una borracha, drogada o chiflada responsable.

No encontré nada de interés en la cocina, así que pasé al salón y al comedor. Abrí cajones y miré debajo de los cojines.

– ¿Sabes adonde iría yo si tuviera que esconderme? -dijo Lula-. Iría a Disney World. ¿Has estado alguna vez en Disney World? Iría allí, sobre todo si tuviera problemas, porque en Disney World todo el mundo es feliz.

– Yo he ido siete veces a Disney World -dijo Kloughn.

Lula y yo dimos un brinco al oír su voz.

– Oye -dijo Lula-, tú tenías que quedarte en el coche.

– Me he cansado de esperar.

Le lancé a Lula una mirada asesina.

– Estaba vigilando -dijo ella-. No sé cómo se me ha colado -Lula se volvió hacia Kloughn-. ¿Cómo has entrado aquí?

– La puerta de la cocina estaba abierta. Y la ventana, rota. No la habréis roto vosotras, ¿verdad? Podríais meteros en un buen lío por algo así. Eso se llama allanamiento de morada.

– Nos hemos encontrado la ventana así -dijo Lula-. Por eso nos hemos puesto guantes de goma. No queremos joder las pruebas si han robado algo.

– Bien pensado -dijo Kloughn, con los ojos brillantes y la voz una octava más aguda-. ¿De verdad creéis que han robado algo? ¿Creéis que habrá habido algún herido?

Lula le miró como si nunca hubiera visto a nadie tan simple.

– Voy a investigar en el piso de arriba -dije-. Vosotros dos quedaos aquí y no toquéis nada.

– ¿Qué vas a buscar en el piso de arriba? -quiso saber Kloughn, siguiéndome por las escaleras-. Apuesto a que vas a buscar alguna pista que te lleve hasta Evelyn y Annie. ¿Sabes dónde miraría yo? Miraría…

Me giré en redondo, casi haciéndole perder el equilibrio.

– ¡Abajo! -dije, señalando con un brazo rígido y gritándole a un milímetro de su nariz-. Siéntate en el sofá y no te levantes hasta que yo te lo diga.

– Jo. No hace falta que me grites. Con que me lo digas es suficiente, ¿vale? Madre mía, hoy debes de tener uno de esos días, ¿verdad?

Entorné los ojos.

– ¿Uno de qué días?

– Ya sabes.

– No es uno de esos días.

– No, ella es así en los días buenos -dijo Lula-. No quieras saber cómo se pone en uno de esos días.

Dejé a Lula y a Kloughn en la planta baja y me metí por los dormitorios a solas.

Todavía quedaba ropa colgada en los armarios y doblada en los cajones de las cómodas. Evelyn debía de haberse llevado sólo lo imprescindible. O su desaparición era temporal o se había marchado a toda prisa. O puede que las dos cosas a la vez.

No había ni una señal de Steven que yo pudiera distinguir. Evelyn había esterilizado la casa de su presencia. No había productos de higiene masculina abandonados en el cuarto de baño, ni un cinturón de hombre colgado en el armario, ni una foto de familia en un marco de plata. Yo había hecho una limpieza similar en mi casa cuando me separé de Dickie. Pero, aun así, durante meses me vi sorprendida por elementos olvidados: un calcetín de hombre que se había caído detrás de la lavadora, un juego de llaves del coche que había desaparecido debajo del sofá y habíamos dado por perdido…

En el armario de las medicinas había lo de siempre: un bote de Tylenol, un frasco de jarabe infantil para la tos, seda dental, tijeras de uñas, colutorio, una caja de tiritas, polvos de talco… Ni estimulantes ni tranquilizantes. Nada de alucinógenos. Nada de píldoras de la felicidad. También era notoria la ausencia de cualquier tipo de alcohol. Ni vino ni ginebra en los armarios de la cocina. Ni cerveza en el frigorífico. Puede que Carol estuviera equivocada respecto a la bebida y a las píldoras. O puede que Evelyn se lo hubiera llevado todo.

Kloughn asomó la cabeza por el quicio de la puerta del baño.

– No te importa que yo también eche un vistazo, ¿verdad?

– ¡Sí, me importa! Te he dicho que te quedes en el sofá. Y ¿qué está haciendo Lula? Ella tenía que controlarte.

– Lula está de centinela. No hacen falta dos personas para eso, así que he pensado ayudarte en la búsqueda. ¿Ya has mirado en el dormitorio de Annie? Acabo de mirar yo y no he encontrado ni una pista, pero sus dibujos dan miedo. ¿Te has fijado en sus dibujos? Esa cría está trastornada, te lo digo yo. Es por culpa de la televisión. Demasiada violencia.

– El único dibujo que he visto ha sido el de una casa verde y roja.

– ¿Y el rojo parecía sangre?

– No, parecían ventanas.

– Ah-ah -dijo Lula desde el salón.

Maldita sea. Odio ese «ah-ah».

– ¿Qué pasa? -grité desde arriba.

– Un coche acaba de aparcar detrás de tu CR-V.

Escudriñé entre las cortinas del dormitorio de Evelyn. Era un Lincoln negro. De él se apearon dos sujetos y se acercaron a la puerta de la casa de Evelyn. Agarré a Kloughn de la mano y lo arrastré escaleras abajo detrás de mí. Que no te entre el pánico, pensé. La puerta está cerrada. Y no se ve nada desde fuera. Hice un gesto a los otros para que estuvieran callados y todos nos quedamos quietos como estatuas, sin apenas respirar, mientras uno de los hombres llamaba a la puerta.

– No hay nadie en casa -dijo.

Solté el aire cuidadosamente. Ahora se largarían, ¿no? Pues no. Se oyó una llave entrando en la cerradura. Ésta chascó y la puerta se abrió.

Lula y Kloughn se pusieron detrás de mí. Los dos hombres se quedaron quietos en el porche.

– ¿Sí? -les dije, intentando aparentar que era de la casa.

Los hombres tendrían cuarenta y muchos o cincuenta años. De estatura media. Estructura sólida. Vestidos con trajes oscuros. Ambos blancos. Y no parecía que les alegrara especialmente haberse encontrado a los Tres Chiflados en casa de Evelyn.

– Queremos ver a Evelyn -dijo uno de ellos.

– No está -contesté-. ¿De parte de quién?

– Eddie Abruzzi. Y éste es mi socio, Melvin Darrow.

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