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Qu? Vida ?sta

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Qu? Vida ?sta
Название: Qu? Vida ?sta
Автор: Evanovich Janet
Дата добавления: 16 январь 2020
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Qu? Vida ?sta - читать бесплатно онлайн , автор Evanovich Janet

Es una verdad universa reconocida que si se tiene un trabajo de riesgo, lo mejor que se puede hacer es mantenerlo al margen de la vida privada.

Sin embargo, ?sta es una regla que la incombustible Stephanie Plum, la caza recompensas m?s patosa de la Costa este, parece incapaz de cumplir

En esta nueva entrega de sus descacharrantes aventuras, cuando Stephanie emprenda la b?squeda de una madre y una hija desaparecidas, no s?lo la perseguir?n malos mal?simos como el mafioso Eddie Abruzzi, sino que adem?s tendr? que soportar los bienintencionados consejos de la abuela Mazur, arreglarle la vida a su hermana Valerie, aceptar con buena cara la ayuda entusiasta aunque poco eficaz de su amiga Lula, los hirientes comentarios de los polic?as de su pueblo, siempre dispuestos a pasar un buen rato con sus meteduras de pata… Y por si todo esto fuera poco a?n tendr? que decidir entre abandonarse a la lujuria en brazos del apuesto y misterioso Ranger o reconciliarse con Joe Morelli su novio de toda la vida

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– Joder, ha sido espantoso -dijo Valerie; los dientes le castañeteaban-. Estaba asustadísima, joder -se miró las muñecas, todavía inmovilizadas con la cinta adhesiva-. Tengo las manos atadas: -observó, como si no se hubiera dado cuenta hasta ese momento.

Héctor sacó una navaja y nos cortó las cintas. Primero a mí y luego a Valerie.

– ¿Cómo quieres que lo hagamos? -preguntó Morelli a Ranger.

– Tú llévate a Steph y a Valerie a casa -contestó.

Ranger me miró y nuestros ojos se encontraron por un instante. Entonces Morelli me echó un brazo por encima y me ayudó a subir a su coche. Tank acomodó a Valerie a mi lado.

Morelli nos llevó a su casa. Hizo una llamada de teléfono y apareció ropa limpia. De su hermana, supuse. Estaba demasiado cansada para preguntarlo. Valerie se arregló y la llevamos a casa de mis padres. Nos paramos un instante en la sala de urgencias del hospital para que me vendaran la quemadura y volvimos a casa de Morelli.

– Clávame un tenedor -dije a Morelli-. Estoy muerta.

Morelli cerró la puerta de su casa con llave y apagó las luces.

– Quizá debieras plantearte la posibilidad de hacer un trabajo menos peligroso, como ser bala de cañón humana o muñeco de banco de pruebas.

– Estabas preocupado por mí.

– Sí -dijo Morelli, acercándome a él-. Estaba preocupado por ti.

Me abrazó con fuerza y descansó su mejilla en mi cabeza.

– No he traído pijama -dije. Sus labios me rozaron la oreja.

– Bizcochito, no lo vas a necesitar.

Desperté en la cama de Morelli con el brazo ardiéndome salvajemente y el labio superior hinchado. Morelli me tenía firmemente abrazada. Y Bob estaba al otro lado. El timbre del despertador sonaba junto a la cama. Morelli alargó un brazo y lo tiró de la mesilla.

– Va a ser uno de esos días… -dijo.

Se levantó de la cama y media hora después estaba vestido y en la cocina. Llevaba zapatillas de deporte, vaqueros y una camiseta. Tomaba café y una tostada apoyado en la encimera.

– Ha llamado Costanza mientras estabas en el cuarto de baño -dijo, dando un sorbo al café y mirándome por encima del borde de la taza-. Uno de los coches patrulla encontró a Eddie Abruzzi hace una hora más o menos. Estaba en su coche, en el aparcamiento del mercado de frutas y verduras de los granjeros. Al parecer, se ha suicidado.

Miré a Morelli estupefacta. No podía creer lo que acababa de oír.

– Dejó una nota -siguió Morelli-. Decía que estaba deprimido por unos asuntos de negocios.

Hubo un largo silencio entre los dos.

– No ha sido un suicidio, ¿verdad? -dije en tono de pregunta, cuando quería ser una afirmación.

– Soy policía -contestó Morelli-. Si creyera que no es un suicidio tendría que investigarlo.

Ranger había matado a Abruzzi. Estaba tan segura de ello como de que estaba allí de pie. Y Morelli también lo sabía.

– Vaya -dije en voz baja.

Morelli me miró.

– ¿Te encuentras bien?

Dije que sí con la cabeza.

Se acabó el café y dejó la taza en el fregadero. Me abrazó con fuerza y me besó.

Dije «vaya» otra vez. Ahora con más sentimiento. Morelli sí que sabía besar.

Cogió la pistola de la repisa de la cocina y se la encajó en la cintura.

– Hoy me llevaré la Ducati y te dejo la camioneta. Y cuando vuelva del trabajo tenemos que hablar.

– Madre mía. Más charlas. Hablar nunca nos lleva a nada.

– Vale, a lo mejor no deberíamos hablar. A lo mejor sólo deberíamos dedicarnos al sexo salvaje.

Por fin, un deporte que me gustaba.

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