Corazon Congelado
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«Durante mi infancia mis aspiraciones eran sencillas: quer?a ser una princesa intergal?ctica.»
La cazarrecompensas Stephanie Plum tiene una misi?n bastante simple: todo lo que tiene que hacer es llevar a los tribunales a un viejecito sordo, casi ciego y con problemas de pr?stata, acusado de contrabando de cigarrillos. ?Es culpa suya si se le escurre continuamente de entre las manos?
Las cosas se complicar?n todav?a m?s despu?s de que dos de sus amigos desaparezcan misteriosamente tras ser atacados por una jubilada enloquecida y de que su perfecta hermana Valerie le pida consejos sobre c?mo hacerse lesbiana.
Quiz? la vida de Stephanie ser?a m?s f?cil ?y menos divertida? si no estuviera tratando de huir de su propia boda, si su abuela no se empe?ara en acompa?arla en una Harley Davidson y, por supuesto, si el incre?blemente sexy Ranger no le ofreciera su ayuda a cambio de una perfecta noche de pasi?n…
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Tenía razón.
Atravesamos el patio por la parte más oscura y pasamos a la casa de detrás de la de Soba. Por toda la calle se encendían las luces de los porches. Los perros ladraban. Y Vinnie y yo corríamos, jadeando, entre los arbustos. Cuando ya estábamos a corta distancia del coche salimos de entre las sombras y caminamos sosegadamente el trecho que nos quedaba. Todo el jaleo quedaba atrás, enfrente de la casa de Soba.
– Por esto nunca hay que aparcar delante de la casa que vas a registrar -dijo Vinnie.
Tenía que recordarlo.
Nos metimos en el coche. Vinnie giró tranquilamente la llave de contacto y nos alejamos como dos respetables y responsables ciudadanos. Llegamos a la esquina y Vinnie bajó la mirada.
– Joder -dijo-. Me he empalmado.
La luz del sol se filtraba entre las cortinas de mi dormitorio y yo estaba pensando en levantarme cuando alguien llamó a la puerta. Tardé un minuto en encontrar la ropa y, mientras lo hacía, los golpes de la puerta se convirtieron en gritos.
– ¡Eh, Steph! ¿Estás ahí? Somos El Porreta y Dougie.
Les abrí la puerta y me recordaron a Bob, con sus caras de felicidad y llenos de energía desmañada.
– Te hemos traído donuts -dijo Dougie entregándome una gran bolsa blanca-. Y queremos contarte una cosa.
– Sí -dijo El Porreta-, espera a que te lo contemos. Es total. Dougie y yo estábamos charlando y tal y descubrimos lo que había pasado con el corazón.
Puse la bolsa en la barra de la cocina y todos nos servimos de ella.
– Fue el perro -dijo El Porreta-. El perro de la señora Belski, Spotty, se comió el corazón.
El donut se me quedó inmovilizado a medio camino.
– Verás, DeChooch hizo un trato con el Dougster para que le llevara el corazón a Richmond -explicó El Porreta-. Pero DeChooch sólo le dijo que tenía que entregar la nevera a la señora. Así que el Dougster puso la nevera en el asiento del copiloto del Batmóvil, pensando en llevarla a la mañana siguiente. El problema fue que a mi compañero de piso, Huey, y a mí nos apeteció algo de Ben amp; Jerry Cherry García como a medianoche y cogimos el Batmóvil para ir allí. Y como el Batmóvil sólo tiene dos asientos, puse la nevera en la escalera de atrás.
Dougie sonreía.
– Esto es tan increíble… -dijo.
– Total, que Huey y yo devolvemos el coche a la mañana siguiente supertemprano, porque Huey tenía que entrar a trabajar en Shopper Warehouse. Dejé a Huey en el trabajo y, cuando fui a devolver el coche, la nevera estaba volcada y Spotty estaba comiéndose algo. No le di mucha importancia. Spotty siempre anda hurgando en la basura. Total, que volví a meter la nevera en el coche y me fui a casa a ver un poco el programa matinal de la televisión. Katie Couric es…, no sé, tan mona.
– Y yo me llevé la nevera vacía a Richmond -dijo Dougie.
– Spotty se comió el corazón de Louie D -dije.
– Eso es -dijo El Porreta. Se acabó un donut y se limpió las manos en la camisa-. Bueno, hemos de irnos. Tenemos cosas que hacer.
– Gracias por los donuts.
– Oye, nou problem.
Me quedé de pie en la cocina diez minutos, intentando asimilar aquella nueva información, preguntándome qué significado tendría en toda aquella historia. ¿Es eso lo que ocurre cuando te jodes irremediablemente el karma? ¿Que un perro te come el corazón? No lograba llegar a ninguna conclusión, así que decidí darme una ducha y ver si eso me ayudaba en algo.
Eché el pestillo de la puerta y me dirigí al cuarto de baño.
No había llegado al salón cuando oí llamar otra vez y, antes de que pudiera llegar a la puerta, ésta se abrió con tal fuerza que la cadena de seguridad, después de desplazarse ruidosamente a su sitio, saltó de sus tornillos. A esto le siguieron unas maldiciones que enseguida reconocí como de Morelli.
– Buenos días -dije, mirando la cadena de seguridad, que colgaba rota.
– Éste no es un buen día ni en la más trastornada de las imaginaciones -dijo Morelli. Traía los ojos oscuros y entrecerrados y la boca tensa-. Tú no irías a casa de Pinwheel Soba anoche, ¿verdad?
– No -dije sacudiendo la cabeza-. Yo no.
– Muy bien. Eso es lo que yo pensaba…, porque algún idiota estuvo allí y la destrozó. La hizo mierda a tiros. De hecho, se sospecha que fueron dos los participantes en el tiroteo del siglo. Y yo ya sabía que tú no serías tan estúpida.
– Tienes mucha razón -dije.
– Dios mío, Stephanie -gritó-, ¿en qué estabas pensando? ¿Qué demonios pasó allí?
– No fui yo, ¿recuerdas?
– Ah, sí. Se me había olvidado. Bueno, entonces ¿tú qué supones que estaba haciendo en casa de Soba quienquiera que fuese
– Me imagino que estaban buscando a DeChooch. Y que le encontraron y que surgió un altercado.
– ¿Y DeChooch escapó?
– Yo diría que sí.
– Menos mal que no se han encontrado más huellas en la casa que las de DeChooch, porque si no quienquiera que fuera tan estúpido como para tirotear la casa de Soba no sólo tendría problemas con la policía; además se las tendría que ver con Soba.
Empezaba a hartarme de que me riñera.
– Menos mal -dije con mi voz de síndrome premenstrual-. ¿Algo más?
– Sí, hay algo más. Me he encontrado con Dougie y El Porreta en el aparcamiento. Me han contado que Ranger y tú les rescatasteis.
– ¿Y?
– En Ríchmond.
– ¿Y?
– Y Ranger resultó herido.
– Un arañazo
Morelli tensó aún más los labios.
– Dios.
– Me preocupaba que descubrieran que el corazón era de cerdo y se vengaran con El Porreta y Dougie.
– Muy encomiable, pero no hace que me sienta mejor. Dios santo, me va a salir una úlcera. Me obligas a beber botellas de antiácido. Y lo odio. Odio pasarme el día pensando en qué plan descerebrado estarás metida, en quién te estará disparando.
– Eso es hipocresía. Tú eres poli.
– A mí no me disparan nunca. El único momento en que tengo que preocuparme de que me peguen un tiro es cuando estoy contigo.
– Y ¿qué quieres decir con eso?
– Quiero decir que vas a tener que elegir entre tu trabajo y yo.
– Bueno, pues fíjate, no me voy a pasar el resto de mi vida con una persona que me da ultimátums.
– Vale.
– Vale.
Y se fue dando un portazo. Me gusta pensar que soy una persona bastante estable, pero aquello había sido demasiado. Lloré hasta que no me quedó ni una lágrima; luego me comí tres donuts y me di una ducha. Después de secarme con la toalla seguía sintiéndome desasosegada, así que se me ocurrió decolorarme el pelo. Los cambios son buenos, ¿no?
– Lo quiero rubio -le dije al señor Arnold, el único peluquero que pude encontrar abierto el sábado por la tarde-. Rubio platino. Quiero parecerme a Marilyn Monroe.
– Cariño -dijo Arnold-, con tu pelo no te puedes parecer a Marilyn. Más bien a Art Garfunkel.
– Limítese a hacerlo.
El señor Morganstern estaba en el portal cuando volví a casa.
– Caray -dijo-, te pareces a esa estrella de la canción…, ¿cómo se llama?
– ¿Garfunkel?
– No. La de las tetas como cucuruchos de helado.
– Madonna.
– Sí. Esa misma.
Entré en el apartamento y me fui directamente al baño a mirarme el pelo en el espejo. Me gustaba. Era diferente. Tenía clase, dentro de un estilo putón.
Sobre la barra de la cocina había un montón de correo que había estado evitando. Me serví una cerveza para celebrar el nuevo pelo y empecé a ojear el correo. Facturas, facturas y más facturas. Repasé el talonario de cheques. No tenía dinero suficiente. Necesitaba capturar a DeChooch.
Yo suponía que DeChooch también tendría problemas de dinero. El fiasco de los cigarrillos no le habría dejado nada. Y el Snake Pit, poco o nada. Y ahora ya no tenía ni coche ni sitio para vivir. Rectificación: no tenía el Cadillac. Pero había huido en algo. Yo no lo llegué a ver.
El contestador tenía cuatro mensajes. No los había escuchado por miedo a que fueran de Joe. Sospecho que la verdad es que ninguno de los dos estamos preparados para el matrimonio. Y en lugar de enfrentarnos a la realidad buscamos formas de sabotear nuestra relación. No hablamos de temas importantes como los niños o el trabajo. Cada uno de nosotros se aferra a una postura y le grita al otro.
Puede que no sea el momento indicado para casarnos. No quiero ser cazarrecompensas el resto de mi vida, pero desde luego, ahora mismo, tampoco quiero ser ama de casa. Y de verdad que no quiero casarme con una persona que me da ultimátums.
Y quizá Joe debiera reflexionar sobre lo que espera de su esposa. Creció en un hogar tradicional italiano, con una madre dedicada a la casa y un padre dominante. Si quiere una mujer que se ajuste a ese modelo, yo no soy la más conveniente. Puede que algún día llegue a convertirme en ama de casa, pero siempre querré volar desde el tejado del garaje. Así soy yo.
A ver si le echas redaños, rubita, me dije a mí misma. Ésta es la Stephanie nueva y mejorada. Oye esos mensajes. Sé temeraria.
Escuché el primero y era de mi madre.
– ¿Stephanie? Soy tu madre. He preparado un rico asado para esta noche. Y magdalenas de postre. Con anises por encima. A las chicas les gustan las magdalenas.
El segundo era de la tienda de novias para recordarme otra vez que ya había llegado el vestido.
El tercero era de Ranger, con las últimas noticias sobre Sophia y Christina. Christina se había presentado en el hospital con todos los huesos de la mano rotos. Su hermana se la había machacado con un mazo de carne para librarla de las esposas. Christina se presentó en el hospital incapaz de soportar el dolor, pero Sophia seguía en libertad.
El cuarto mensaje era de Vinnie. Se habían retirado las acusaciones contra Melvin Baylor y éste se había comprado un billete de ida para Arizona. Al parecer, su ex mujer había presenciado su ataque de ira contra el coche y le había dado miedo. Si era capaz de hacerle hacer una cosa así al coche, no quería ni pensar lo que sería capaz de hacer después. Así que le había pedido a su madre que retirara las acusaciones y habían llegado a un acuerdo económico. A veces la locura compensa.
Ésos eran los mensajes. Ninguno de Morelli. Es curioso cómo funciona la cabeza de las mujeres. Ahora estaba hundida porque Morelli no llamaba.
Le dije a mi madre que iría a cenar. Luego le dije a Tina que había decidido no quedarme con el vestido. Cuando le colgué a Tina me sentí diez kilos más ligera. El Porreta y Dougie estaban bien. La abuela estaba bien. Yo era rubia y no tenía vestido de novia. Aparte de los problemas con Morelli, la vida no podía ser mejor.