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El Segundo Anillo De Poder

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El Segundo Anillo De Poder
Название: El Segundo Anillo De Poder
Автор: Castaneda Carlos
Дата добавления: 16 январь 2020
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El Segundo Anillo De Poder - читать бесплатно онлайн , автор Castaneda Carlos

La vida transcurre en diversas dimensiones. Este libro las explora a todas, introduci?ndose en un mundo extra?o y alucinante de la mano de Carlos, aprendiz de hechicero. Lucha o iniciaci?n m?gica, rito o realidad, poco importa que los hechos sucedan verdaderamente o no sean m?s que s?mbolos de un conflicto interior desencadenado por las tendencias contradictorias del ser y narrado con una imaginaci?n desbordante que crea sin cesar mundos paralelos y situaciones insospechadas. El segundo anillo del poder es una de las obras m?s celebradas de Carlos Castaneda."Si los libros de Castaneda son una obra de ficci?n literaria, lo son de una manera muy extra?a: su tema es la derrota de la antropolog?a y la victoria de la magia."

Octavio Paz.

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– ¡Qué lástima! -exclamó.

Se puso de pie, rodeó la mesa y me abrazó. Sus ojos eran claros y serenos. Comprendí que no me guardaba rencor.

– Es parte de nuestro destino el que estés obstruido -dijo-. Pero sigues siendo el Nagual para nosotras. No te molestaré con feos pensamientos. Al menos, de eso puedes estar seguro.

Comprendí que lo decía de verdad. Me hablaba desde un nivel en que yo sólo había visto a don Juan. Había insistido en atribuir su talante a la pérdida de la forma humana; ciertamente, era un guerrero sin forma. Me recorrió una oleada de profundo cariño hacia ella. Estaba a punto de llorar. Fue en ese instante, al percibir que estaba ante un maravilloso guerrero, que me sucedió algo sumamente curioso. Tal vez la mejor forma de describirlo consista en decir que me estallaron los oídos inesperadamente. Salvo por el hecho de que sentí el estallido en medio del cuerpo, exactamente debajo del ombligo, con más intensidad que en los oídos. Una ráfaga caliente recorrió mi cuerpo. Y de pronto recordé algo que jamás había visto. Como si una memoria ajena hubiese tomado posesión de mí.

Recordé a Lidia, aferrada a dos cuerdas rojizas horizontales, andando por la pared. A decir verdad, no caminaba: se deslizaba sobre un denso lío de líneas, sobre las cuales afirmaba los pies. La recordé jadeante y con la boca abierta, debido al esfuerzo que le representaba tirar de las cuerdas rojizas. La razón por la cual había perdido el equilibrio al finalizar su exhibición consistía en que la había visto como una luz que rodeaba el cuarto vertiginosamente; tironeaba de la zona de alrededor de mi ombligo.

También vinieron a mi memoria los actos de Rosa y de Josefina. Rosa realmente había estado allí colgada, asiendo con la mano izquierda largas fibras rojizas verticales pendientes del oscuro techo como hojas de un emparrado. El brazo derecho le servía para mantenerse cogida a otras fibras, también verticales, que parecían ayudarle a conservar la estabilidad. También se sujetaba con los pies. Hacia el final de su demostración semejaba una fosforescencia cerca del techo. El contorno de su cuerpo había desaparecido.

Josefina se había escondido detrás de unas líneas que daban la impresión de surgir del suelo. Lo que había hecho con el brazo alzado había sido reunirlas en un haz del ancho necesario para ocultar su cuerpo. Su vestido, inflado, le había sido de gran ayuda: de algún modo había contraído su luminosidad. Su gran bulto era tan sólo aparente. Al finalizar su acto, Josefina, al igual que Lidia y Rosa, no pasaba de ser una mancha de luz. Logré pasar mentalmente de un recuerdo a otro.

Cuando les hablé de todo lo que había acudido a mi memoria, las hermanitas me miraron, desconcertadas. La Gorda era la única que parecía al corriente de lo que me estaba ocurriendo. Rió verdaderamente complacida y comentó que el Nagual tenía razón al afirmar que yo era demasiado perezoso para recordar lo que «veía»; en consecuencia, sólo me preocupaba por lo que miraba.

¿Es posible -pensé- que haya seleccionado inconscientemente mis recuerdos? ¿O todo esto es obra de la Gorda? De ser cierto que al principio había limitado las posibilidades de mi memoria, para terminar luego aceptando las porciones censuradas, también debía ser verdad que había percibido mucho más respecto a las acciones de don Genaro y don Juan; no obstante, sólo retenía una parte del conjunto de percepciones de aquellos sucesos.

– Es difícil creer -dije a la Gorda – que puedo recordar en cierto momento algo que no había recordado un momento antes.

– El Nagual decía que todos podíamos ver, y escoger, y sin embargo, no tener memoria de lo visto -respondió-. Ahora comprendo cuánta razón tenía. Todos somos capaces de ver; unos más que otros.

Informé a la Gorda que era consciente de que acababa de dar con una clave. Ellas me habían devuelto una pieza extraviada. Pero no era fácil especificar de qué se trataba.

Anunció que terminaba de «ver» que yo había practicado mucho el «soñar» y ello había contribuido a desarrollar mi atención; no obstante, me dejaba engañar por mi propia apariencia de no saber nada.

– Quería hablarte de la atención -continuó-, pero tú sabes tanto como yo sobre el tema.

Le aseguré que mis conocimientos eran intrínsecamente diferentes de los suyos, que resultaban infinitamente más espectaculares que los míos. En consecuencia, todo lo que me pudiera decir acerca de sus prácticas sería de valor para mí.

– El Nagual nos encomendó demostrarte que, merced a la atención, podemos retener las imágenes de un sueño tal como retenemos las del mundo -dijo la Gor da-. El arte del soñador es el arte de la atención.

Los pensamientos se precipitaban sobre mí como si hubiera sobrevenido un corrimiento de tierras. Tuve que ponerme en pie y andar un poco por la cocina. Volví a sentarme. Pasamos un rato en silencio. Sabía perfectamente qué había querido decir al afirmar que el arte del soñador era el arte de la atención. Comprendí entonces que don Juan me había dicho y mostrado todo lo posible. Sin embargo, yo no había sido capaz de captar las premisas de su conocimiento con mi cuerpo mientras le tuve cerca. Él sostenía que la razón era el demonio que me tenía encadenado y que debía derrotarlo si quería llegar a captar sus enseñanzas. Todo, por lo tanto, consistía en dar con el medio idóneo para vencer mi razón. Nunca se me había ocurrido forzarle a que me diera una definición de lo que entendía por razón. Siempre había supuesto que con esa palabra aludía a la capacidad de entender, inferir o pensar de un modo racional, ordenado. Al escuchar a la Gorda, me di cuenta de que, para él, «razón» era sinónimo de «atención».

Don Juan aseveraba que el núcleo de nuestro ser era el acto de percibir, y lo mágico de nuestro ser era la toma de conciencia. Para él la percepción y la conciencia constituían una sola, inseparable, unidad funcional, una unidad con dos esferas. La primera de ellas correspondía a la «atención del tonal», es decir, a la capacidad de la gente corriente de percibir y situar su conciencia en el mundo ordinario, el de la vida diaria. Don Juan también llamaba a esa forma de atención «primer anillo de poder», y la describía como nuestra terrible pero indiscutible facultad de poner orden en nuestra percepción del mundo.

La segunda esfera abarcaba la «atención del nagual», esto es, la capacidad de los brujos de situar su conciencia en el mundo no ordinario. El denominaba a este ámbito «segundo anillo de poder»: la facultad completamente tormentosa, que todos teníamos, pero sólo los brujos usaban, de poner orden en ese otro mundo.

La Gorda y las hermanitas, al demostrarme que el arte de los soñadores consistía en retener las imágenes de los sueños mediante la atención, no habían hecho más que desarrollar el aspecto práctico del esquema de don Juan. Ellas habían llevado a la práctica el conjunto teórico de sus enseñanzas. Para poder realizar una exhibición de tal arte, debían valerse de su «segundo anillo de poder», o «atención del nagual». Y para poder presenciarla, yo debía hacer lo mismo. En realidad, era evidente que yo había repartido mi atención entre ambos dominios. Tal vez todos percibimos constantemente ambas formas, pero decidimos aislar una para el recuerdo y descartar la otra; o tal vez archivamos la segunda, como había hecho yo. En ciertas condiciones de tensión y receptividad, la memoria censurada sale a la superficie y tenemos entonces dos visiones distintas de un mismo acontecimiento.

Lo que don Juan había luchado por derrotar, o, mejor dicho, suprimir en mí, no era mi razón considerada en el sentido de capacidad para el pensamiento racional, sino mi «atención del tonal» o conciencia del mundo del sentido común. La Gorda me había explicado el motivo por el cual él había buscado que así fuera al explicarme que el mundo diario existe porque sabemos cómo retener sus imágenes; por lo tanto, si uno pierde la atención necesaria para conservarlas, el mundo se derrumba.

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