-->

Viaje A Ixtlan

На нашем литературном портале можно бесплатно читать книгу Viaje A Ixtlan, Castaneda Carlos-- . Жанр: Эзотерика. Онлайн библиотека дает возможность прочитать весь текст и даже без регистрации и СМС подтверждения на нашем литературном портале bazaknig.info.
Viaje A Ixtlan
Название: Viaje A Ixtlan
Автор: Castaneda Carlos
Дата добавления: 16 январь 2020
Количество просмотров: 279
Читать онлайн

Viaje A Ixtlan читать книгу онлайн

Viaje A Ixtlan - читать бесплатно онлайн , автор Castaneda Carlos

Este es el tercer libro de la serie de las Ense?anzas de don Juan -y seg?n muchos de sus lectores, el mejor de la colecci?n. Fue escrito por el autor para presentar su tesis doctoral en la universidad de UCLA, y con ?l obtuvo el doctorado, al mismo tiempo que un enorme reconocimiento popular tras su publicaci?n. Este ?xito catapult? sus anteriores obras, as? como las que estaban por venir, a una popularidad sin precedentes, de tal forma que los libros de Castaneda podr?an considerarse como uno de los iconos culturales del siglo XX. Emplazados en el plano de la realidad m?gica -entre las ense?anzas y la alegor?a-, y haciendo gala de una enorme habilidad para la narraci?n, los libros de esta serie han cautivado a toda una generaci?n de personas que buscaban una renovaci?n de ense?anzas espirituales, y que quedaron fascinadas por el acopio de sagaces conversaciones que brotaban del encuentro entre un joven antrop?logo deseoso de conocer las plantas visionarias, y un enigm?tico indio yaqui -la fuente de los desvelos de Castaneda-.

Es por el ?nimo de formar parte de una tesis doctoral que Viaje a Ixtl?n retoma el encuentro entre el autor y don Juan desde su inicio, pero con la suficiente habilidad como para contar nuevas historias y ver lo sucedido desde un distinto ?ngulo, hecho que convierte el libro en perfectamente v?lido para las personas que conozcan las anteriores entregas de la serie. Esto, unido a la amenidad de los relatos y la excepcional capacidad del autor para describir situaciones y adentrarse en estados de ?nimo propios y ajenos, convierten este libro en uno de los relatos m?s atractivos de la literatura espiritual y popular de los ?ltimos tiempos. De hecho, una de las caracter?sticas de estos libros es la facilidad con la que el lector se identifica con el personaje encarnado por el autor, participando de las ense?anzas y contrastando sus estados de ?nimo con lo que va aconteciendo en los libros.

En relaci?n a las plantas maestras -como el peyote o el honguito-, Castaneda inicia en este libro un suave distanciamiento, reconociendo en la introducci?n que Don Juan le hab?a contado que los alucin?genos eran s?lo uno de los posibles caminos para adentrarse en el arte de percibir la realidad desde un ?ngulo distinto al habitual. As?, las ense?anzas expuestas en este volumen cuentan con menos relaciones de viajes enteog?nicos, y toman un sendero m?s po?tico y espiritual, con la narraci?n de un di?logo m?s completo entre alumno y maestro. As?, en estas conversaciones, nos enfrentamos al camino y a la m?stica del guerrero, y a la estrategia del cazador -el ser humano que vive sin rutinas, imprevisible para las acepciones de los dem?s, fluyendo con el momento (hay quien ha querido ver en esto paralelismos con las ense?anzas orientales del zen, y de hecho existe un libro que analiza estas similitudes). El cenit de estas ense?anzas es el arte de parar el mundo, que le conduce nuestro autor a Ixtl?n: un aprendizaje para concebir el acontecer como una emanaci?n de esp?ritu y no como un juego de la materia (que es como nuestra mente representa al mundo).

Внимание! Книга может содержать контент только для совершеннолетних. Для несовершеннолетних чтение данного контента СТРОГО ЗАПРЕЩЕНО! Если в книге присутствует наличие пропаганды ЛГБТ и другого, запрещенного контента - просьба написать на почту [email protected] для удаления материала

1 ... 47 48 49 50 51 52 53 54 55 ... 65 ВПЕРЕД
Перейти на страницу:

Al parecer, los jóvenes se hallaban al tanto de la situación, pero yo no tenía la menor idea acerca del procedimiento a seguir en tratos con aprendices de brujería.

Observé a los jóvenes. Formaban un semicírculo perfecto, encarando a don Juan. Advertí que don Juan me miraba de frente, y que dos jóvenes hablan tomado asiento a mi izquierda y los otros dos a mi derecha.

Don Juan empezó a contarles que yo estaba en las montañas de lava para aprender a “no-hacer”, y que un aliado nos andaba siguiendo. Me pareció un comienzo muy dramático, y por lo visto lo era. Los jóvenes cambiaron de postura y se sentaron sobre la pierna izquierda. Yo no había observado qué posición tenían antes. Suponía que tenían las piernas cruzadas, igual que yo. Un vistazo a don Juan me reveló que también él estaba sentado sobre la pierna izquierda. Hizo con la barbilla un gesto apenas perceptible, señalando mi postura. Plegué la pierna con disimulo.

Don Juan me había dicho una vez que ésa era la postura adoptada por un brujo cuando las cosas estaban inciertas. Pero siempre había resultado, para mi, una posición muy fatigosa. Sentí que me costaría un esfuerzo terrible quedarme sentado así mientras durara su charla. Don Juan parecía comprender por entero mi desventaja, y en forma sucinta explicó a los jóvenes que los cristales de cuarzo podían hallarse en ciertos sitios específicos de aquella zona, y de que una vez hallados se requerían técnicas especiales para convencerlos de dejar su morada. Entonces los cuarzos se convertían en el hombre mismo, y su poder escapaba al entendimiento.

Dijo que por lo común los cristales se encontraban en racimos, y que a la persona que los hallase correspondía elegir cinco hojas de cuarzo, de las mejores y más largas, y arrancarlas de su matriz. El descubridor tenía la responsabilidad de tallarlas y pulirla; para sacarles punta y para hacerlas ajustar perfectamente al tamaño y a la forma de los dedos de su mano derecha.

Luego agregó que los cuarzos eran armas usadas para brujería; que por lo general se lanzaban a matar, y que, tras penetrar el cuerpo del enemigo, regresaban a la mano del dueño como si nunca se hubieran ido.

Después habló sobre la búsqueda del espíritu que convertiría en armas los cuarzos comunes, y dijo que lo primero era hallar un sitio propicio para llamar al espíritu. Tal sitio debía estar en la cima de un cerro, y se localizaba moviendo la mano, con la palma vuelta hacia la tierra, hasta que cierto calor se detectaba en la palma de la mano. Había que encender fuego en ese sitio. Don Juan explicó que el aliado, atraído por las llamas, se manifestaba a través de una serie continuada de ruidos. La persona que buscaba aliado debía seguir la dirección de la cual venían los ruidos y, cuando el aliado se revelaba, luchar con él y derribarlo al suelo para domeñarlo. En ese punto, uno podía hacer que el aliado tocase los cuarzos parar infundirles poder.

Nos advirtió que había otras fuerzas sueltas en aquellas montañas de lava, fuerzas que no se parecían a los aliados; no producían ruido alguno, aparecían sólo como sombras fugaces y carecían por completo de poder.

Don Juan añadió que una pluma de vívidos colores, o unos cuarzos muy pulidos, atraían la atención del aliado, pero a la larga un objeto cualquiera sería igualmente efectivo, porque lo importante no era hallar los objetos sino hallar la fuerza que les infundiera poder.

– ¿De qué les sirve tener cuarzos bellamente pulidos si jamás encuentran al espíritu dador de poder? -dijo-. En cambio, si no tienen los cuarzos, pero encuentran al espíritu, pueden ponerle cualquier cosa en el camino para que la toque. Pueden ponerle la verga si no hallan otra cosa.

Los jóvenes soltaron risitas. El más audaz, el que me habló primero, río con fuerza.

Noté que don Juan había cruzado las piernas y relajado su postura. También los jóvenes tenían las piernas cruzadas. Traté de adoptar desenfadadamente una posición más cómoda, pero mi rodilla izquierda parecía tener un nervio torcido o un músculo dolorido. Tuve que ponerme en pie y trotar marcando el paso unos cuantos minutos.

Don Juan hizo un comentario en broma. Dijo que yo había perdido la práctica de arrodillarme porque llevaba años sin ir a confesión, desde que empecé andar con él.

Eso produjo una gran conmoción entre los jóvenes. Rieron a borbotones. Algunos se taparon la cara lanzaron risitas nerviosas.

– Voy a enseñarles algo, muchachos -dijo don Juan, con despreocupación, cuando la risa de los jóvenes cesó.

Supuse que nos mostraría algunos objetos de poder sacados de su morral. Durante un segundo creí que los jóvenes iban a apeñuscarse en torno suyo, pues hicieron al unísono un movimiento súbito. Todos se inclinaron un poco hacia adelante, como para ponerse en pie, pero luego plegaron la pierna izquierda y recuperaron esa misteriosa posición que tanto me maltrataba las rodillas.

Con la mayor naturalidad posible, puse mi pierna izquierda bajo mi cuerpo. Descubrí que si no me sentaba sobre el pie izquierdo, es decir, si mantenía una postura medio arrodillada, las rodillas no me dolían tanto.

Don Juan se levantó y rodeó el gran peñasco hasta desaparecer de nuestra vista.

Sin duda alimentó el fuego antes de ponerse en pie, mientras yo plegaba la pierna, pues las nueva varas chisporrotearon al encender, y brotaron larga llamas. El efecto fue extremadamente dramático. Las llamas duplicaron su tamaño. De pronto, don Juan dejó el cubierto de peñasco y se paró donde había estado sentado. Tuve un instante de desconcierto. Don Juan se había puesto un curioso sombrero negro. Tenía picos a los lados, junto a los oídos, y copa redonda. Se me ocurrió que era de hecho un sombrero de pirata. Don Juan llevaba también una larga casaca negra, de cola, abrochada con un solo botón metálico, brillante, y tenía una pierna de palo.

Reí para mis adentros. Don Juan se veía realmente ridículo en su traje de pirata. Empecé a preguntarme de dónde había sacado ese disfraz en pleno desierto. Asumí que debía haberlo tenido oculto detrás de la roca. Comenté para mí mismo que don Juan no necesitaba más que un parche sobre el ojo y un loro en el hombro para ser el perfecto estereotipo de un bucanero.

Don Juan miró a cada miembro del grupo, deslizando despacio los ojos de derecha a izquierda. Luego alzó la vista por encima de nosotros y escudriñó las tinieblas a nuestras espaldas; permaneció así un momento y luego rodeó el peñasco y desapareció.

No me fijé en cómo caminaba. Obviamente debía llevar la rodilla doblada para representar a un hombre con pata de palo; cuando dio la media vuelta para ir tras el peñasco debí haber visto su pierna doblada, pero me hallaba tan intrigado por sus actos que no presté atención a los detalles.

Las llamas perdieron fuerza en el momento mismo que don Juan rodeó el peñasco. Pensé que su sincronización era magistral; indudablemente calculó cuánto tiempo tardarían en arder las varas añadidas al fuego, y dispuso su aparición y su salida de acuerdo con ese cálculo.

El cambio en la intensidad del fuego fue muy dramático para el grupo; hubo un escarcen de nerviosismo entre los jóvenes. Conforme las llamas disminuían de tamaño, los cuatro recuperaron, al unísono, una postura de piernas cruzadas.

Yo esperaba que don Juan regresara de inmediato y volviera a tomar asiento, pero no lo hizo. Permaneció invisible. Aguardé con impaciencia. Los jóvenes tenían una expresión impasible en sus rostros.

No entendía cuál era el propósito del histrionismo de don Juan. Tras una larga espera, me volví al joven a mi derecha y le pregunté en voz baja si alguna de las prendas que don Juan se había puesto -el sombrero chistoso y la larga casaca de cola-, o el hecho de que se sustentara en una pierna de palo, tenían algún sentido para él.

El joven me miró con una expresión rara, vacía. Parecía confundido. Repetí mi pregunta, y el joven junto al primero me miró con atención para prestar oído.

1 ... 47 48 49 50 51 52 53 54 55 ... 65 ВПЕРЕД
Перейти на страницу:
Комментариев (0)
название