El Segundo Anillo De Poder
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La vida transcurre en diversas dimensiones. Este libro las explora a todas, introduci?ndose en un mundo extra?o y alucinante de la mano de Carlos, aprendiz de hechicero. Lucha o iniciaci?n m?gica, rito o realidad, poco importa que los hechos sucedan verdaderamente o no sean m?s que s?mbolos de un conflicto interior desencadenado por las tendencias contradictorias del ser y narrado con una imaginaci?n desbordante que crea sin cesar mundos paralelos y situaciones insospechadas. El segundo anillo del poder es una de las obras m?s celebradas de Carlos Castaneda."Si los libros de Castaneda son una obra de ficci?n literaria, lo son de una manera muy extra?a: su tema es la derrota de la antropolog?a y la victoria de la magia."
Octavio Paz.
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– Vamos a caminar en la oscuridad, Maestro -me dijo Pablito.
La Gorda aseveró, en tono imperativo, que yo no podía ir con ellos porque no había terminado de decirme todo lo que el Nagual le había encargado comunicarme.
Pablito se volvió hacia mí y me guiñó un ojo.
– Te lo he dicho -dijo-. Son brujas tiránicas, tenebrosas. Espero sinceramente que tú no seas así, Maestro.
Néstor y Benigno se despidieron y me abrazaron. Pablito salió con su silla a hombros, como si fuese una mochila. Salieron por la puerta trasera.
Unos pocos segundos más tarde, un golpe horriblemente fuerte en la puerta delantera hizo que la Gorda y yo nos pusiéramos de pie de un salto. Pablito volvió a entrar, cargando su silla.
– Pensaste que no me iba a despedir, ¿verdad? -comentó, y se alejó riendo.
5 EL ARTE DEL SOÑAR
Pasé a solas toda la mañana del día siguiente. Trabajé en mis notas. Por la tarde ayudé a la Gorda y a las hermanitas, con mi coche, a transportar los muebles de la casa de doña Soledad a la suya.
Al atardecer, la Gorda y yo nos sentamos en la zona destinada a comedor, a solas. Estuvimos un rato en silencio. Me encontraba muy cansado.
La Gorda rompió el silencio para decir que todos habían estado demasiado satisfechos de sí mismos desde la partida del Nagual y de Genaro. Se habían dedicado exclusivamente a sus tareas particulares. Me hizo saber que el Nagual le había recomendado ser un guerrero vehemente y seguir cualquiera de los caminos que su destino le trazara. Si Soledad hubiese robado mi poder, la Gorda debía huir y tratar de salvar a las hermanitas, uniéndose a Benigno y a Néstor, los únicos dos Genaros que habrían sobrevivido. Si las hermanitas me hubiesen asesinado, su deber consistía en sumarse a los Genaros: las hermanitas ya no necesitarían de ella. Si yo no hubiese sobrevivido al ataque de los aliados, tendría que haberse alejado de la zona y vivir a solas. Me comentó, con los ojos brillantes, que había estado convencida de que ninguno de los dos iba a salvar la vida, y que esa era la razón por la cual se había despedido de las hermanas, la casa y las colinas.
– El Nagual me dijo que en caso de que sobreviviéramos al enfrentamiento con los aliados -prosiguió- debía hacer cualquier cosa por ti, porque ese era mi camino como guerrero. Fue por eso que intervine anoche ante lo que Benigno te estaba haciendo. Estaba apretándote el pecho con los ojos. Ese es su arte como acechador. Tú viste la mano de Pablito ayer; eso también forma parte del mismo arte.
– ¿En qué consiste ese arte, Gorda?
– El arte del acechador. Era la actividad predilecta del Nagual, y los Genaros son sus verdaderos hijos en ese sentido. Nosotros, por otra parte, somos soñadores. Tu doble está en el soñar.
Lo que me refería era enteramente nuevo para mí. Deseaba que aclarara sus afirmaciones. Me detuve un momento para leer lo que tenía escrito y escoger la pregunta más adecuada. Le comuniqué que lo que más me interesaba averiguar era lo que ella sabía de mi doble, y en segundo término, me preocupaba el arte del acecho.
– El Nagual me dijo que tu doble era algo que requería muchísimo desgaste de poder para manifestarse -explicó-. Él suponía que tu energía alcanzaba para hacerlo surgir dos veces. Fue por eso que preparó a Soledad y a las hermanitas para matarte o para ayudarte.
La Gorda afirmó que yo había tenido más energía de lo que el Nagual creía, y que mi doble había salido tres veces. Aparentemente, el ataque de Rosa no había sido acción irreflexiva; por el contrario, había calculado con inteligencia que, si me hería, mis posibilidades de defensa serían nulas: la misma treta de doña Soledad en relación con su perro. Le había dado a Rosa una oportunidad de golpearme al gritarle, pero su tentativa de lastimarme había fracasado. En cambio, mi doble había salido para dañarla a ella. La Gorda aseveró que Lidia le había dicho que Rosa no quería despertar en el momento en que debimos huir de la casa de Soledad y por eso le había estrujado la mano lesionada. Rosa no sintió ningún dolor y comprendió instantáneamente que la había curado, lo cual significaba para ellas que mi poder se encontraba mermado. La Gorda sostuvo que las hermanitas eran muy inteligentes y tenían proyectado disminuir mi poder; a ese efecto habían insistido en que curase a Soledad. Tan pronto como Rosa comprendió que también la había curado a ella, pensó que mi debilidad superaba los límites de lo tolerable para mí. Todo lo que debían hacer era esperar a Josefina para acabar conmigo.
– Las hermanitas ignoraban que al sanar a Rosa y a soledad lo que habías hecho era recuperar energía -dijo la Gorda, riendo como si se tratara de una broma-. Esa es la razón por la cual tu energía te sirvió para hacer surgir a tu doble por tercera vez en cuanto ellas intentaron arrancarte la luminosidad.
Le narré mi visión de doña Soledad acurrucada contra la pared de su habitación, comentándole el modo en que había unido mi imagen al sentido táctil y terminado por arrancar una sustancia viscosa de su frente.
– Eso era, verdaderamente, ver -acotó la Gorda -. Viste a Soledad en su cuarto, a pesar de que ella estaba en la casa de Genaro conmigo y viste tu nagual en su frente.
Llegados a ese punto, me sentí obligado a relatarle los detalles de mi experiencia, en especial en todo lo relativo al modo en que me había hecho cargo de que estaba curando a doña Soledad y a Rosa mediante al contacto con su sustancia viscosa, que intuía como parte de mí mismo.
– Ver aquello sobre la mano de Rosa era también ver en verdad -dijo-. Y tú tenías toda la razón: la sustancia era tú mismo. Salió del cuerpo; era tu nagual. Al tomar contacto con él, lo recobraste.
La Gorda me dijo entonces, como si me estuviese revelando un misterio, que el Nagual le había ordenado no comunicar el hecho de que, puesto que todos poseíamos una luminosidad semejante, el contacto de mi nagual con cualquiera de ellos no me debilitaría, como hubiera sucedido en el caso de un hombre corriente.
– Si tu nagual nos toca -comentó, dándome una palmadita cariñosa en la frente-, tu luminosidad permanece en la superficie. Puedes recuperarla sin que nada se pierda.
Le hice saber que me resultaba imposible creer el contenido de su explicación. Se encogió de hombros, como para comunicarme que eso no era de su interés. Le pregunté entonces por el uso de la palabra «nagual». Mencioné el hecho de que don Juan me había expuesto que el nagual era el principio indescriptible, la fuente de todo.
– Claro -dijo sonriendo-. Sé lo que quería decir. El nagual se halla en todo.
Le señalé, en un tono un tanto despectivo, que también se podía aseverar lo contrario: que el tonal está en todo. Me explicó detalladamente que no existía oposición alguna y que mi declaración era correcta; que el tonal también se encuentra en todo. Que el tonal es susceptible de ser fácilmente aprehendido por nuestros sentidos, en tanto el nagual sólo puede ser captado por el ojo del brujo. Agregó que nos podíamos tropezar con las más extravagantes visiones del tonal, y asustarnos o aterrorizarnos ante ellas, o serles indiferentes, puesto que eran accesibles a todos. Una visión del nagual, por otro lado, requería de los sentidos especializados de un brujo para ser contemplada por entero. Y, sin embargo, tanto el tonal como el nagual estaban presentes en todo siempre. Por tanto, correspondía a un brujo decir que «mirar» consistía en contemplar el tonal presente en todas las cosas, mientras que «ver» suponía, por su parte, el percibir el nagual, también presente en todas las cosas. Según ello, si un guerrero contemplaba el mundo como ser humano, estaba mirando; pero si lo hacía como brujo, estaba «viendo», y lo que «veía» debía llamarse con propiedad «nagual».