El Conocimiento Silencioso

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El Conocimiento Silencioso
Название: El Conocimiento Silencioso
Автор: Castaneda Carlos
Дата добавления: 16 январь 2020
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El Conocimiento Silencioso - читать бесплатно онлайн , автор Castaneda Carlos

" La brujer?a -dice don Juan, sabio maestro de Carlos Castaneda – es un estado de conciencia… Existe un poder escondido dentro de nuestro ser que se puede alcanzar… Una vez que lo alcanzamos, empezamos a ver, es decir, a percibir algo m?s. Y despu?s comenzamos a saber de una manera directa, sin tener que usar palabras… Es una percepci?n acrecentada, un conocimiento silencioso".

Este brillante destello de conocimiento ilumina los rec?nditos parajes de la mente humana. La brujer?a y la magia se revelan as? como met?foras de la necesidad del hombre de comprenderse a s? mismo.

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El modo en que acentuó sus palabras dio a sus frases un tono muy divertido y burlón. Agregó que en ocasiones era el espíritu y no nuestra razón quien decidía nuestras historias. Y éste era uno de esos casos. El espíritu había despertado esa específica historia en mi mente, sin duda porque tenía que ver con mi indestructible importancia personal. Dijo que el fuego del enojo y la humillación habían ardido en mí por años enteros, y que mi sensación de fracaso y desolación aún estaban intactos.

– Cualquier psicólogo se daría un banquete con tu historia y su contexto social -prosiguió-. En tu mente, yo estoy identificado con el policía, que hizo añicos de tu noción de ser invencible.

Tuve que admitir, ahora que él lo mencionaba, que eso era lo que yo sentía, aunque no lo hubiera pensado, de modo consciente.

Caminamos en silencio. Su analogía me había conmovido tanto que olvidé completamente al jaguar que nos acechaba, hasta que un rugido salvaje me recordó la situación.

Don Juan me indicó que me pisara con gran fuerza sobre las ramas bajas y largas de unos arbustos hasta romper un par de ellas, para hacer una especie de escoba larga. El hizo otro tanto. A medida que corríamos, me enseñó a usar las ramas para levantar una nube de polvo, agitando y pateando la tierra seca y arenosa.

– Eso hará preocupar al jaguar -dijo, cuando nos detuvimos otra vez para recobrar el aliento-. Sólo nos quedan unas pocas horas de luz. En la noche el jaguar es invencible. Será mejor que echemos a correr derecho hacia esas rocas.

Señaló unas colinas no muy distantes, quizá un par de kilómetros hacia el sur.

– Tenemos que ir hacia el este -dije-. Esas colinas están demasiado al sur. Si vamos hacia allá, jamás llegaremos a mi coche.

– De todas maneras, no llegaremos a tu coche hoy día -dijo calmadamente- y quizá tampoco mañana. Quién puede decir si volveremos o no.

Sentí una punzada de terror. Luego, una extraña paz se apoderó de mí. Le dije a don Juan que, si la muerte me iba a agarrar en ese chaparral, al menos esperaba que no fuera dolorosa.

– No te preocupes -dijo-. La muerte es dolorosa sólo cuando se le viene a uno en la cama, enfermo. En una lucha a vida o muerte, no se siente dolor; si acaso sientes algo, es exaltación.

Dijo que una de las diferencias más dramáticas entre los hombres civilizados y los brujos es el modo en que les sobreviene la muerte. Sólo con los brujos es la muerte dulce y bondadosa. Podrían estar mortalmente heridos y, sin embargo, no sentir ningún dolor. Y aún lo más extraordinario es que la muerte deja que los brujos la manejen.

– La mayor diferencia entre el hombre común y corriente y el brujo es que el brujo domina a su muerte con su velocidad -prosiguió don Juan-. Si se presentase el caso, el jaguar no me comería a mí, te comería a ti, porque tú no tienes la velocidad necesaria para contener a tu muerte.

Empezó entonces a explicar las complejidades de la velocidad y de la muerte. Dijo que, en el mundo de la vida cotidiana, nuestra palabra o nuestras decisiones se pueden cancelar con mucha facilidad. Lo único irrevocable en nuestro mundo es la muerte. En el mundo de los brujos, por el contrario, la muerte normal puede recibir una contraorden, pero no la palabra ni las decisiones de un brujo, las cuales no se pueden cambiar ni revisar. Una vez tomadas, valen para siempre.

Le dije que sus afirmaciones, por impresionantes que fueran, no podían convencerme de que la muerte se pudiera revocar. Y él explicó, una vez más, lo que ya me había explicado antes. Dijo que, para un vidente, los seres humanos son masas luminosas, oblongas o esféricas, compuestas de incontables campos de energía, estáticos, pero vibrantes, y que sólo los brujos pueden inyectar movimiento a esas masas de luminosidad estática. En una milésima de segundo, pueden mover sus puntos de encaje a cualquier lugar de la masa luminosa. Ese movimiento y la velocidad con la cual lo realizan, entrañan una instantánea percepción de otro universo y consecuentemente un vuelo a dicho universo. O bien los brujos, al mover sus puntos de encaje, de un solo tirón, a través de toda su luminosidad, pueden crear una fuerza tan intensa que los consume instantáneamente.

Dijo que, si se nos venía encima el jaguar, en ese preciso momento, él podría anular el efecto normal de una muerte violenta. Utilizando la velocidad con que se movía su punto de encaje, él podría o bien cambiar de universo o quemarse desde adentro en una fracción de segundo. Yo, por el contrario, moriría bajo las garras del jaguar, porque mi punto de encaje no tenía la velocidad necesaria para salvarme.

Yo le dije que, a mi modo de ver, los brujos habían hallado un modo alternativo de morir, lo que no es lo mismo que anular la muerte. Y él contestó que sólo había dicho que los brujos tienen dominio sobre su propia muerte. Morían solamente cuando debían hacerlo.

Aunque yo no ponía en duda lo que él me decía, había continuado haciéndole preguntas, y mientras él hablaba, memorias de otros universos perceptibles se iban formando en mi mente, como en una pantalla.

Le dije a don Juan que se me venían a la mente extraños pensamientos. El se echó a reír y me recomendó que me limitara al jaguar, pues era tan real que sólo podía ser una verdadera manifestación del espíritu.

La idea de lo real que era la bestia me produjo un escalofrío.

– ¿No sería mejor que cambiáramos de dirección en vez de ir directamente hacia esas colinas? -pregunté, pensando que al cambiar inesperadamente de rumbo podríamos provocar cierta confusión en el animal.

– Es demasiado tarde para cambiar de dirección -dijo don Juan-. El jaguar ya sabe que no tenemos adónde ir, como no sea a esas colinas.

– ¡Eso no puede ser cierto, don Juan! -exclamé.

– ¿Por qué no?

Le dije que, si bien yo podía dar fe de la capacidad del animal para mantenerse un paso por delante de nosotros, me era imposible aceptar que el jaguar tuviera la capacidad de prever lo que deseábamos hacer.

– Tu error es pensar que el poder del jaguar es una capacidad de razonar las cosas -dijo-. El jaguar no puede pensar; él simplemente sabe.

Explicó que nuestra maniobra de levantar polvo era para confundir al jaguar, dándole una información sensorial de algo que no tenía ninguna utilidad intrínseca para nosotros. Aunque nuestra vida dependiera de ello, el hecho de levantar polvo no nos despertaba ningún sentimiento genuino.

– En verdad, no comprendo lo que está usted diciendo -me quejé.

La tensión hacía estragos en mí. Me costaba mucho concentrarme.

Don Juan explicó que los sentimientos humanos eran como corrientes de aire frías o calientes que podían ser fácilmente percibidas por las bestias. Nosotros éramos los emisores; el jaguar era el receptor. Cualquier sensación o sentimiento que tuviésemos, se abriría paso hasta el jaguar. O mejor dicho: el jaguar podía capturar cualquier sensación o sentimiento que para nosotros fuera usual. En el caso de levantar una nube de polvo, nuestro sentimiento al respecto era tan fuera de lo común que sólo podrían crear un vacío en el receptor.

– Otra maniobra que podría dictar el conocimiento silencioso sería levantar polvo a puntapiés -dijo don Juan.

Me miró por un instante, como si esperara mi reacción.

– Vamos a caminar con mucha calma, ahora -dijo-. Y tú vas a levantar polvo a puntapiés como si fueras un gigante de tres metros.

Debí de poner una expresión bastante estúpida, don Juan se estremeció de risa.

– Levanta una nube de polvo con los pies -me ordenó-. Siéntete enorme y pesado.

Lo traté de hacer y, de inmediato, tuve una sensación de corpulencia. En tono de broma, comenté que su poder de sugestión era increíble. Me sentía realmente gigantesco y feroz.

El me aseguró que mi sensación de tamaño no era, de modo alguno, producto de su sugestión, sino que era producto de un movimiento de mi punto de encaje. Dijo que los mitos de hombres legendarios de la antigüedad eran para él historias de brujería acerca de hombres reales que sabían, gracias al conocimiento silencioso, el poder que se obtiene moviendo el punto de encaje.

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