Compasi?n
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`Compasi?n` es un t?rmino que se ha usado para describir una amplia gama de comportamientos y actitudes humanas, desde la misericordia hasta la piedad y la caridad.
En este libro Osho examina la naturaleza de la compasi?n desde una perspectiva radicalmente distinta. Nos se?ala que la `pasi?n` se encuentra en la ra?z de la palabra, y procede a examinar las hip?tesis sobre el verdadero significado de aquel t?rmino.
Muchos supuestos actos de compasi?n, dice ?l, est?n te?idos de un sutil sentimiento de autoimportancia o deseo de reconocimiento. Otros se sustentan no en el deseo de ayudar a los dem?s sino en el de obligarlos a cambiar. Utilizando historias de la vida de Jes?s, de Buda y del mundo del zen, Osho muestra c?mo surge de nuestro interior el camino hacia la aut?ntica compasi?n, empezando por una profunda aceptaci?n y amor por uno mismo. Solo entonces, dice Osho, puede florecer la compasi?n y convertirse en una fuerza sanadora, arraigada en la aceptaci?n incondicional del otro tal y como es.
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Sin embargo, en la superficie no parece que haya nada raro. Buda guarda su túnica, guarda su cuenco, arregla su asiento, se lava los pies y se sienta en la silla… no parece haber nada extraño. Pero este hombre, Subhuti… Subhuti es uno de los discípulos de Buda más clarividentes; muchas de las más bellas historias sobre Buda tienen que ver con Subhuti. Esta es una de esas historias y es muy rara.
En aquella época, el anciano Subhuti, que estaba en la asamblea, se levantó de su asiento, se descubrió el hombro derecho, se arrodilló sobre su rodilla derecha, juntó respetuosamente las manos y le dijo a Buda: «Es muy raro, ¡oh, muy Venerable! ¡Es muy raro!».
Nunca se había visto algo parecido, es único.
Las actividades diarias de Tathagata eran muy parecidas a las del resto de las personas, pero había algo distinto, y los que se sentaron frente a él no se habían dado cuenta.
Ese día, de repente Subhuti lo desveló, alabándolo y diciendo: «¡Qué raro! ¡Es muy raro!».
¡Qué lástima! Tathagata había estado treinta años con sus discípulos y aún no conocían sus actos cotidianos. Como no sabían, creían que se trataba de actos ordinarios, por lo que pasaron inadvertidos. Pensaban que era como todos los demás y por tanto desconfiaban de él y no creían lo que decía. Si Subhuti no hubiese tenido tanta claridad, ahora nadie conocería a Buda.
Esto es lo que cuentan las escrituras. Si Subhuti no hubiese existido, nadie se habría dado cuenta de lo que ocurría en su interior. Pero ¿qué estaba ocurriendo en su interior? Buda continúa siendo el anfitrión. En ningún momento pierde su eternidad, su intemporalidad. Buda permanece meditativo. En ningún momento pierde su hua t'ou. Buda permanece en samadhi incluso cuando se lava los pies: lo hace estando presente, estando alerta, consciente, sabiendo perfectamente que «yo no soy estos pies», sabiendo perfectamente que «yo no soy este cuenco», sabiendo perfectamente que «yo no soy esta túnica», sabiendo perfectamente que «yo no soy este hambre», sabiendo perfectamente que «todo lo que hay a mi alrededor no soy yo. Yo solo soy un testigo, un observador de todo ello».
De ahí la gracia de Buda, de ahí la belleza no terrenal de Buda. Él permanece tranquilo. Esa tranquilidad es la meditación. Se consigue estando más atento al anfitrión, estando más atento al huésped, no identificándose con el huésped, desconectando del huésped. Los pensamientos vienen y van, los sentimientos vienen y van, los sueños vienen y van, los estados de ánimo vienen y van, el clima cambia. Lo que no cambia eres tú.
¿Hay algo que permanece inmutable? Eso eres tú y eso es la divinidad. Saberlo, serlo, estar en ello, es alcanzar el samadhi. El método es la meditación, el objetivo es el samadhi. La meditación, dyana, es la técnica para destruir la identificación con el huésped. Y el samadhi es disolverse en el anfitrión, permanecer en el anfitrión, quedarse centrado ahí.
Todas las noches mientras uno duerme abraza a un buda,
todas las mañanas uno se vuelve a despertar con él.
Al levantarse o al sentarse, ambos se observan y se siguen mutuamente.
Tanto si hablan como si no, ambos están en el mismo espacio.
No se separan ni un instante pero son como el cuerpo y su sombra.
Si deseas conocer el paradero del buda,
está en el sonido de tu propia voz.
Hay un dicho zen: «Todas las noches mientras uno duerme, abraza a un buda». El buda siempre está ahí, el no buda también está ahí. En ti se encuentran el mundo y el nirvana, en ti se encuentran lo inmaterial y la materia, en ti se encuentran el espíritu y el cuerpo. Dentro de ti se encuentran todos los misterios de la existencia, tú eres el punto de encuentro, tú eres el lugar donde confluyen. De un lado, todo el mundo, y del otro, la totalidad del mundo espiritual. Tú no eres más que un vínculo entre los dos. Solo es una cuestión de énfasis. Si te sigues enfocando en el mundo, permanecerás en el mundo. Si empiezas a cambiar el foco, lo desvías y empiezas a enfocarte en la conciencia, eres dios. Solo se trata de un pequeño cambio, como un cambio de marcha en el coche, no es nada más que eso.
«Todas las noches abrazas a un buda al dormir, todas las mañanas te vuelves a levantar con él.» Siempre esta ahí porque la conciencia siempre está ahí, no se pierde ni un solo instante.
«Al levantarse o al sentarse, ambos se observan y se siguen mutuamente.» El anfitrión y el huésped, ambos están ahí. Los huéspedes van cambiando, pero siempre hay alguien en el hostal. Nunca está vacío, a menos que no te identifiques con el huésped. Entonces surgirá un vacío. A veces puede ocurrir que tu hostal esté vacío y solo esté el anfitrión sentado tranquilamente, sin ser molestado por los huéspedes. El tráfico se detiene, no viene nadie. Esos son momentos de beatitud, son momentos de una gran bendición.
«Tanto si hablan como si no, ambos están en el mismo espacio.» Cuando estás hablando, también hay algo en silencio dentro de ti. Cuando estás sensual, hay algo más allá de la sensualidad. Cuando estás deseando, hay alguien que no tiene deseos en absoluto. Obsérvalo y te darás cuenta. Sí, estás muy próximo; sin embargo eres diferente. Te encuentras y, sin embargo, no te encuentras. Es como el agua y el aceite, no se juntan; la separación se mantiene. El anfitrión está muy cerca del huésped. A veces se cogen de la mano y se abrazan, pero el anfitrión es el anfitrión y el huésped es el huésped. El huésped es el que va y viene; el huésped va cambiando. Y el anfitrión es el que se queda, el que permanece.
«No se separan ni un instante, pero son como el cuerpo y su sombra. Si deseas conocer el paradero del buda, está en el sonido de tu propia voz.» Deja de buscar a Buda en el exterior. Reside en ti y además es el anfitrión.
Pero ¿cómo llegar a este estado del anfitrión? Me gustaría hablarte de una técnica muy antigua; esta técnica te será de gran ayuda. Esta es una de las sencillas fórmulas que propuso Buda para llegar al anfitrión incognoscible, para llegar al misterio supremo de tu ser:
Despójate de todas las posibles relaciones y observa lo que eres. Supón que no eres el hijo de tus padres, ni el marido de tu mujer, ni el padre de tus hijos, ni el pariente de tu familia, ni el amigo de tus conocidos, ni un ciudadano de tu país, y así sucesivamente… entonces, lo que queda eres tú dentro de ti mismo.
Simplemente desconecta. Siéntate en silencio en algún momento del día y desconecta de todas las conexiones. Desconéctate de todas las conexiones como si estuvieses descolgando el teléfono. Desconecta… deja de pensar que eres el padre de tus hijos. Ya no eres un padre para tu hijo, ya no eres un hijo para tu padre. Desconecta de la idea de que eres un marido o una mujer; ya no eres una mujer ni un marido. Ya no eres un jefe ni un sirviente. Ya no eres negro ni eres blanco. Ya no eres indio, chino o alemán. Ya no eres joven ni eres viejo. Desconecta y sigue desconectando.
Hay mil y una conexiones; sigue desconectándote de todas ellas. Cuando lo hayas hecho, pregúntate de repente: ¿Quién soy yo? Y no habrá ninguna respuesta porque te has desconectado de todas las respuestas que podría haber.
«¿Quién soy yo?», y surge la respuesta «soy un médico», pero te has desconectado de todos tus pacientes. Surge la respuesta «soy un profesor», pero te has desconectado de tus alumnos. Surge la respuesta «soy chino», pero te has desconectado. Surge la respuesta «soy un hombre» o «soy una mujer», pero te has desconectado. Surge la respuesta «soy un anciano», pero te has desconectado.
Desconecta todo lo que hay; entonces estarás dentro de ti. Por primera vez, el anfitrión está a solas y no hay huéspedes. A veces es muy bueno estar a solas y sin huéspedes porque puedes ver tu calidad de anfitrión más de cerca, más atentamente. Los huéspedes crean confusión, los huéspedes hacen ruido, llegan y reclaman tu atención. Los huéspedes dicen: «Haz esto, necesitamos agua caliente, ¿dónde está el desayuno?, ¿dónde está mi cama?, ¡hay chinches!», te exigen mil y una cosas y el anfitrión tiene que ocuparse de los huéspedes: «Sí, por supuesto, ¡tienes que hacerte cargo de toda esa gente!».
Cuando estás completamente desconectado, nadie te molesta, nadie puede molestarte. De repente, estás en toda tu soledad, en la pureza de tu soledad, esa inmaculada pureza de la soledad. Eres como una tierra virgen, una cima virgen del Himalaya a la que no ha subido nadie todavía.
Eso es la virginidad. Es eso lo que quiero decir cuando digo: «Sí, la madre de Jesús era virgen». Eso es lo que quiero decir. No estoy de acuerdo con los teólogos católicos, lo que dicen es una tontería. Esto es la virginidad: María debió de concebir a Jesús cuando se encontraba en un estado de desconexión. En ese estado de desconexión, si liega un niño solo puede ser Jesús, nadie más.
En la antigua India había varios métodos para concebir un hijo. A no ser que estés en un estado de meditación profunda, no hagas el amor. Haz que la meditación sea una preparación para el amor: ese es el significado del tantra. Haz que la meditación sea la base: solo entonces debes hacer el amor, de ese modo invitarás a almas más elevadas. Cuanto más profundo seas, más elevada será el alma que invites.
María debía de estar absolutamente desconectada en el momento en el que Jesús entró en su cuerpo. Debió de estar en esa virginidad; debió de ser una anfitriona. Ya no era un huésped, no la acosaba ningún huésped ni se identificaba con ningún huésped. No era el cuerpo ni era la mente, ni sus pensamientos, ni una esposa, no era nadie. En este no ser nadie, ella estaba ahí, sentada en silencio, pura luz, una llama sin humo alrededor, una llama sin humo. Virgen.
Cuando fue concebido Buda o Mahavira, o Krisna, o Nanak, te digo que sucedió lo mismo, porque no se puede concebir a este tipo de personas, de otra manera. Este tipo de personas solo pueden entrar en el vientre más virgen. Pero este es mi concepto de virginidad, y no tiene nada que ver con todas las ideas absurdas que circulan por ahí: que ella nunca hubiese hecho el amor con un hombre, que Jesús no hubiese sido concebido con un hombre, o que Jesús no fuese el hijo de José. Por eso los católicos dicen: «Jesús el hijo de María». No hablan de su padre, no era su padre. «Hijo de María» e «Hijo de Dios», pero no hablan de José. ¿Por qué la toman con el pobre José? Si Dios puede usar a María, ¿por qué no puede usar también a José? ¿Qué hay de malo en ello? Usa a María por su vientre y esto no afecta a la historia, ¿por qué no puede usar a José también? El vientre es la mitad de la historia porque se ha usado el óvulo de la madre; ¿por qué no usar entonces el esperma de José? ¿Por qué tanto enfado con este pobre carpintero?