El Valle del Issa
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«El valle del Issa ha estado siempre habitado por una ingente cantidad de demonios.» As? empieza una de las descripciones que hace el narrador del entorno en que vive Tom?s, el ni?o lituano que protagoniza esta historia. Al igual que Milosz, Tom?s habita un mundo donde todav?a no han llegado los ritos religiosos tradicionales, y un tiempo, a principios de nuestro siglo, en que la naturaleza produc?a un ?xtasis pagano y un horror maniqueo. La historia de
Elvalle de Issa tambi?n est? poblada por la imaginer?a propia de un poeta, y por innumerables an?cdotas que, sin dejar de remitirnos a referencias autobiogr?ficas, est?n lejos de ser comunes y corrientes.
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Cierto invierno (cada uno de ellos tiene esa primera mañana en que se pisa la nieve caída durante la noche), Tomás vio un armiño, o una comadreja, junto al Issa. El hielo y el sol, las varas de los arbustos en la ladera inclinada del otro lado, parecían ramos de oro con pinceladas, aquí y allá, grises y azules. Y, de pronto, apareció aquella bailarina increíblemente ligera y graciosa, una blanca hoz que se doblaba y enderezaba. Tomás la contemplaba con los labios entreabiertos, como petrificado, pero lleno de deseo. ¡Poseer! Si tuviera en la mano una escopeta, dispararía, porque uno no puede quedarse así, cuando la admiración te ordena que aquello que la produce sea tuyo para siempre. ¿Pero qué ocurriría entonces? No quedaría ni la comadreja, ni la admiración, sólo un ser sin vida en tierra; es mejor que sólo los ojos se salgan de las órbitas y que no se pueda hacer nada más que esto.
En primavera, cuando florecen las lilas, los niños se quitaban las botas y caminaban torciendo los pies, porque cada piedrecilla pinchaba como un clavo. Pero, en seguida, la piel se endurecía y, hasta los primeros hielos, Tomás correteaba descalzo por los senderos; los domingos, los zapatos le apretaban y se los quitaba en seguida después de la misa.