Tentacion
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Como cualquier guionista de Hollywood, David Armitage aspira convertirse en rico y famoso para huir de la mediocridad de su vida. Cuando est? a punto de dar por muerta su carrera, se produce el milagro: la televisi?n compra uno de sus guiones y se convierte en un rotundo ?xito. Pasado un tiempo, el millonario Philip Fleck le propone ir a su isla privada para trabajar en un nuevo gui?n cinematogr?fico. David se lleva una desagradable sorpresa cuando descubre que se trata de uno de sus propios guiones, escrito unos a?os antes, copiado palabra por palabra. Furioso, David se niega a colaborar con el millonario. Pero su decisi?n le costar? cara…
***
«?Esto es una novela!: flechazos, dilemas, pesares, y la certeza de que el ?xito se conjuga siempre con el condicional o el imperfecto.» Le Figaro.
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¿Era ése el objetivo de su malvada maquinación? ¿Quería poner en práctica su convicción de que tenía «el derecho, el privilegio, de ejercitar un control absoluto sobre otro ser humano»? ¿Era Martha otro factor de la ecuación, que le había convencido de que la momentánea simpatía de su esposa por mí me convertía en un objetivo natural de sus maniobras? ¿O era envidia, una necesidad de destruir la carrera profesional de otro para compensar su evidente falta de creatividad? Poseía tal inconcebible cantidad de dinero, tal inconcebible cantidad de todo… Es evidente que al cabo de un tiempo es posible empezar a aburrirse. El aburrimiento de tener un Rothko de más, de beber siempre Cristal, y saber siempre que el Gulfstream o el 767 está esperando tus órdenes. ¿Había creído que había llegado el momento de ver si podía trascender todos esos miles de millones haciendo algo realmente original, audaz, existencialmente puro? Asumiendo un papel que sólo un hombre que tenía de todo podía asumir. El último acto creativo: jugar a ser Dios.
No sabía la respuesta a esa pregunta. Ni me importaba. Su motivación era asunto suyo. Lo que sí sabía era que Fleck estaba detrás de todo. Había planificado mi ruina como un general que asedia un castillo: ataca los cimientos básicos, después ve cómo se desmorona la construcción. Su mano lo controlaba todo… y a su vez, me controlaba a mí.
Alison habló y me sacó de mi ensimismamiento.
– David, ¿estás bien?
– Estaba pensando.
– Sé que esto es difícil de asumir. Es un golpe muy fuerte.
– ¿Puedo pedirte un favor? -Lo que quieras.
– ¿Puedes pedirle a Suzy que haga fotocopias de todos los documentos que ha descubierto el detective?
– ¿Qué piensas hacer?
– Jugar sucio.
– No me gusta cómo suena.
– No voy a acudir a la prensa. No pienso intentar pegar a MacAnna otra vez. No voy a apostarme ante la casa de Fleck en Malibú hasta que se presente. Sólo necesito los documentos y el original de mi guión.
– Esto me está poniendo nerviosa.
– Tienes que confiar en mí.
– Al menos dame una pista…
– No.
Me miró sinceramente preocupada.
– David, si lo jodes todo…
– Entonces estaré un poco más jodido que ahora, que es del todo jodido. Y esto significa ni más ni menos que no tengo nada que perder.
Alison cogió el teléfono y pidió a Suzy que viniera. Cuando ella entró, dijo:
– ¿Podrías fotocopiar todo lo que contiene esta carpeta, por favor?
Media hora después, recogí la carpeta y el guión. Me preparé a toda prisa un bocadillo de salmón ahumado y me lo guardé en el bolsillo de la chaqueta. Después le di un beso a Alison en la mejilla y le di las gracias por todo.
– No hagas ninguna estupidez, te lo ruego -dijo.
– Si la hago, serás la primera en enterarte.
Salí de la oficina. Subí al coche y dejé la gruesa carpeta en el asiento del pasajero. Me palpé los bolsillos de la chaqueta para asegurarme de que llevaba la agenda. La saqué y busqué una entrada concreta. Después fui a West Hollywood, paré en una librería, encontré el libro que buscaba y seguí hasta un cybercafé que conocía por haber pasado mil veces por Doheny. Entré, me senté delante de una pantalla y me conecté. Abrí mi agenda de direcciones y tecleé la dirección electrónica de Martha Fleck: [email protected] En el espacio reservado para el remitente, puse la dirección de la librería: books &co.wirenet.com, pero omití mi nombre deliberadamente. Después tecleé las líneas siguientes del libro que acababa de comprar.
Mi vida se cerró dos veces antes de su cierre
aunque queda por ver
si la Inmortalidad desvela
un tercer acontecimiento para mí.
Tan enorme, tan imposible de concebir
como los que dos veces sucedieron.
La despedida es lo único que sabemos del cielo
y todo lo que necesitamos del infierno.
… a propósito, me encantaría recibir noticias tuyas.
Tu amiga Emily D.
Apreté la tecla «Enviar», esperando que fuera su dirección de correo privada. Si no lo era, si Fleck vigilaba todos sus movimientos, contaba con la posibilidad de que lo considerara un mensaje inocente de una librería… o, con un poco de suerte, que ella me contestara antes de que él lo interceptara.
Me quedé un rato más en West Hollywood, tomé un café con leche en una terraza, pasé con el coche frente a la casa donde vivíamos Sally y yo, pensando lo raro que era que -a pesar de lo doloroso que había sido para mí su abandono- hacía mucho que había dejado de añorarla…, si es que había llegado a añorarla en algún momento. Desde que nos habíamos separado, no me había llamado ni una sola vez. Había mandado a Alison los cinco mil dólares de mi parte del depósito y los muebles; reenviaba mi correo a mi nueva dirección. Estaba seguro de que había puesto un mensaje en nuestro contestador diciendo: «David Armitage ya no vive aquí». Aunque seguramente no me llamaba nadie, porque había desaparecido del radar de todo el mundo en cuanto mis «problemas» se habían clasificado como terminales, y yo había desaparecido de la ciudad. Pero al pasar frente a nuestra casa, aquella vieja costra volvió a dolerme. De nuevo, repetí aquella silenciosa reflexión tan manida en muchos hombres de mediana edad: «¿En qué estaría pensando?».
Y tampoco entonces supe la respuesta.
Al salir de West Hollywood, fuera de los límites de la ciudad, aceleré y volví hacia la costa. Llegué a Meredith a las seis. Les estaba detrás del mostrador y pareció sorprendido al verme.
– ¿No te gusta tener días libres? -preguntó.
– Es que espero un correo. ¿Te has fijado si…?
– No lo he mirado en todo el día. Tú mismo.
Entré en el pequeño despacho, y encendí el Apple Mac; entré en el Internet Explorer y fui a «Recibir correo». Contuve el aliento y…
Allí estaba: Carta para Emily D… [email protected]
Abrí el mensaje.
Esperar una hora es largo
si el Amor está más allá
esperar la Eternidad es corto
si el amor recompensa al final.
… creo que conoces al autor, como creo que sabes que esta remitente estará encantada de volver a verte. Pero ¿por qué tienes la dirección de una librería? Estoy muy intrigada. Llámame al móvil: (917)5553739. Sólo contesto yo, lo que lo convierte en el mejor canal de comunicación, no sé si entiendes. Llama pronto.
Con mis mejores saludos.
La bella de Amherst
Grité a Les:
– ¿Puedo usar tu teléfono?
– Adelante -dijo.
Cerré la puerta. Marqué el número del móvil. Respondió Martha. Y la verdad es que el corazón se me aceleró un poco al oír su voz.
– Hola -dije.
– ¿David? ¿Dónde estás?
– En Books and Company, en Meredith. ¿Sabes dónde está Meredith?
– ¿Subiendo por la Pacific Coast?
– Eso es.
– ¿Te has comprado una librería?
– Es una larga historia.
– Lo imagino. Oye, debería haberte llamado hace dos meses, cuando te echaron encima la caballería. Pero te lo diré ahora: lo que hiciste…, todo eso de que te acusaban…, era una tontería. Yo misma se lo dije a Philip: si me dieran un centavo por cada guión que he leído que tiene una línea prestada de otra parte…
– ¿Serías tan rica como él?
– Nadie es tan rico, exceptuando cinco personas más del planeta. Lo que quería decir es que siento mucho lo que te ha sucedido, sobre todo las difamaciones de ese imbécil de MacAnna. Pero al menos Philip te compensó un poco con lo que te pagó por el guión.
Cuidado con esto.
– Claro -respondí inexpresivamente.
– ¿Así es como pudiste comprar la librería?
– Es una larga historia.
– Ya lo supongo. Por cierto, el guión está muy bien. Es muy ingenioso, muy cotidiano y al mismo tiempo subversivo. Pero cuando nos veamos, voy a intentar convencerte de que no le den a Philip toda la autoría…