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Tentacion

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Tentacion
Название: Tentacion
Автор: Kennedy Douglas
Дата добавления: 16 январь 2020
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Tentacion - читать бесплатно онлайн , автор Kennedy Douglas

Como cualquier guionista de Hollywood, David Armitage aspira convertirse en rico y famoso para huir de la mediocridad de su vida. Cuando est? a punto de dar por muerta su carrera, se produce el milagro: la televisi?n compra uno de sus guiones y se convierte en un rotundo ?xito. Pasado un tiempo, el millonario Philip Fleck le propone ir a su isla privada para trabajar en un nuevo gui?n cinematogr?fico. David se lleva una desagradable sorpresa cuando descubre que se trata de uno de sus propios guiones, escrito unos a?os antes, copiado palabra por palabra. Furioso, David se niega a colaborar con el millonario. Pero su decisi?n le costar? cara…

***

«?Esto es una novela!: flechazos, dilemas, pesares, y la certeza de que el ?xito se conjuga siempre con el condicional o el imperfecto.» Le Figaro.

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Por su parte, Les era un jefe agradable. Sólo trabajaba los lunes y los martes (los dos días que yo tenía libres). El resto de los días los pasaba navegando y jugando a la bolsa en Internet. En una de nuestras conversaciones me dio a entender que había heredado algo de dinero de la familia, y eso le había permitido abrir la librería (un antiguo sueño de los años en que trabajaba de publicista en Seattle) y mantener un agradable estilo de vida en aquel rincón de la Pacific Coast Highway. También me mencionó en una ocasión, de paso, que estaba divorciado, pero vivía con una novia. Como era de esperar, no la llegué a conocer. Y cuando el día que empecé a trabajar le comenté que tenía que llamar a mi hija cada dos días a las siete, Les insistió para que lo hiciera desde la tienda. Cuando me ofrecí a pagar aquella llamada habitual de quince minutos, no quiso ni oír hablar de ello.

– Tómatelo como un beneficio del trabajo -dijo.

De todos modos, Lucy seguía sin querer hablar conmigo. Después de dos meses, llamé a Walter Dickerson y le pregunté si podía intentar negociar alguna clase de visita a Caitlin.

– Si Lucy quiere que sea supervisada, estoy dispuesto a aceptarlo -dije-. Estoy desesperado por ver de nuevo a mi hija.

Pero al cabo de unos días, Dickerson me llamó para darme la mala noticia:

– La situación no ha cambiado, David. Según el abogado de su esposa, ella sigue «insegura» respecto a la idea de que la vea personalmente. La buena noticia, sin embargo, es que, según su abogado, Caitlin está presionando a su madre sobre el tema, y exige saber por qué no puede ver a su padre. La otra buena noticia es que, después de un tira y afloja, le he conseguido una llamada diaria.

– Ésa es una buena noticia.

– Dele un poco más de tiempo, David. Siga comportándose tan bien. Tarde o temprano, Lucy tendrá que ceder.

– Gracias por conseguirme las llamadas. ¿Sabe dónde mandar la factura?

– Esta vez invita la casa.

Al tercer mes de trabajar en Books and Company, la vida se había convertido en una agradable y compartimentada rutina. Corría, trabajaba, cerraba la tienda a las siete, llamaba a Caitlin a diario, volvía a casa, leía o veía una película. En mis días libres, a menudo conducía por la costa. O pasaba la tarde en el multicine y a veces comía en un restaurante mexicano modesto de Santa Bárbara. Intentaba no pensar en lo que pasaría al cabo de ocho semanas cuando tuviera que pagar los once mil dólares de pensión. Intentaba no pensar en cómo afrontaría los pagos de la FRT y la Warner Brothers, que tenía pendientes. Y también intentaba no pensar en qué sería de mí cuando Willard Stevens decidiera volver de Londres, que según Alison sería dentro de tres meses.

Por el momento había decidido afrontar las cosas día a día. Sabía que, si empezaba a plantearme el futuro, volvería a caer en un estado de hiperansiedad.

Alison, todo hay que decirlo, siguió llamándome todas las semanas. No tenía novedades que comunicarme, no había perspectivas de trabajo, ningún cobro de derechos de autor o derechos de nueva sindicación porque, evidentemente, lo había perdido todo cuando anularon mi contrato con la FRT. Pero ella seguía insistiendo en llamarme todos los sábados por la mañana, sólo para saber cómo me iba. Yo siempre le decía que todo iba bien.

– Estaría más contenta si me dijeras que todo te va fatal -decía ella.

– Pero es que no me va fatal.

– Creo que estás en una especie de fase de negación cósmica -decía entonces-, que un día te caerá encima como King Kong.

– Qué se le va a hacer -contestaba yo.

– Otra cosa, David: uno de estos días podrías llenarme de asombro y gastarte un céntimo para llamarme.

Dos semanas después, eso fue lo que hice. Eran las diez de la mañana. Acababa de abrir la librería. No había clientes, así que me preparé un café y eché un vistazo al correo. Decidí mirar por encima Los Angeles Times -hacía poco que había empezado a leer de nuevo los periódicos- y en la sección de «Arte y Espectáculos» en un rincón, vi el siguiente artículo:

El multimillonario eremita Philip Fleck ha decidido volver a ocupar la silla de director, a los cinco años del estreno de su primera película, autofinanciada, el fiasco de cuarenta millones de dólares La última oportunidad, que fue ridiculizada y retirada de la programación pocos días después del estreno. Ahora Fleck anuncia que va a realizar una obra relativamente tradicional, una comedia de acción, Nosotros, los veteranos. La trama gira alrededor de dos veteranos del Vietnam, quienes, tras haber tocado fondo, idean una lucrativa actividad: robar bancos. De nuevo, Fleck se auto financiará la película, que ha escrito él mismo, y sostiene que contendrá mucho del humor irónico tan característico de las películas del gran Robert Altman de los setenta. Fleck también promete algunas sorpresas en el reparto, que se anunciarán próximamente. Esperemos que Fleck -cuyo patrimonio actual ronda los veinte mil millones de dólares- no intente transformar esta presunta comedia en una sesuda película seudobergmaniana sobre la angustia existencial, sobre todo porque la angustia existencial no casa bien con el perfil de la ciudad de Chicago.

Dejé el periódico. Volví a cogerlo, furioso e incrédulo. Mis ojos se pararon en una frase en particular: «De nuevo Fleck se autofinanciará la película, que ha escrito él mismo».

Qué cabrón. Un cabrón asqueroso sin ningún talento No sólo me había vuelto a robar el guión, sino que esa vez había tenido la osadía de mantener el título original.

Cogí el teléfono y marqué el prefijo de Los Ángeles.

– ¿Alison? -dije.

– Estaba a punto de llamarte.

– ¿Lo has visto?

– Sí -respondió-. Lo he visto.

– No puede hacerlo en serio.

– Tiene veinte mil millones de dólares. Puede hacer en serio lo que le dé la gana.

Capítulo 4

– No te preocupes por eso -dijo Alison.

– ¿Cómo quieres que no me preocupe? -exclamé-. Me ha robado el guión. Es lo más irónico del mundo. Lo pierdo todo por apropiarme de un par de líneas… y él señor multimillonario le pone su nombre a un guión de ciento ocho páginas que he escrito yo.

– No se saldrá con la suya.

– Ya lo creo que no -dije.

– Y te diré exactamente por qué no se saldrá con la suya. Porque la registraste en la Asociación de Autores cuando la escribiste en los noventa. Una llamada confirmará que eres el autor legal de Nosotros, los veteranos. Después, otra llamada a mi abogado hará salir una citación como un misil en dirección al señor Fleck. ¿Recuerdas que, hace meses, te ofreció un millón cuatrocientos mil dólares por el guión? Ése es el precio que va a pagarte ahora, si no quiere que su robo salga en todas las primeras páginas desde aquí a Tierra del Fuego.

– Quiero que lo empapeles. El tipo tiene unos bolsillos sin fondo, un millón cuatrocientos es calderilla para él. Además está intentando arruinarme moralmente al intentar estafarme precisamente cuando estoy más indefenso.

Alison soltó una de sus risotadas de fumadora.

– Me alegro de ver que estás en plena forma -dijo.

– ¿De qué hablas?

– Los últimos dos meses te habías vuelto muy zen y centrado en ti mismo. Lo atribuí a tu recreación del Libro de Job y a los efectos del shock. Pero me alegro de que hayas vuelto a ser un tipo duro.

– Bueno, ¿qué esperabas? Esto es mucho más grave que cualquier cosa de las que me han pasado…

– No temas -dijo Alison-. Ese mierda pagará.

No me llamó al día siguiente. Tampoco me llamó al otro. La llamé al tercer día, pero su secretaria me dijo que había salido y que me llamaría sin falta al día siguiente. Pero no me llamó.

Entonces llegó el fin de semana. Creo que le dejé tres mensajes en el contestador de su casa, pero siguió sin llamarme. Llegó el lunes y se acabó el lunes. Finalmente el martes por la mañana me llamó a la casa.

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