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El Evangelio segun Jesucristo

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El Evangelio segun Jesucristo
Название: El Evangelio segun Jesucristo
Автор: Saramago Jose
Дата добавления: 16 январь 2020
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El Evangelio segun Jesucristo - читать бесплатно онлайн , автор Saramago Jose

El Evangelio seg?n Jesucristo responde al deseo de un hombre y de un escritor de excavar hasta las ra?ces de la propia civilizaci?n, en el misterio de su tradici?n, para extraer las preguntas esenciales. Es tr?gicamente problem?tico, y ser?a absurdo condenarlo con leyes que no sean sus propias leyes, literarias, po?ticas y filos?ficas. En palabras del propio autor, El Evangelio seg?n Jesucristo "es como una relectura de los evangelios, es como un viaje al origen de una religi?n". Narrada en tercera persona y centrada de modo particular en las etapas y zonas de la vida de Jesucristo acerca de las que procuran menos informaci?n los textos evang?licos, la presente novela ha sido acogida del modo m?s favorable por la cr?tica en virtud de su vigor y pujanza literaria.

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Pero Jesús no se decidía, tenía miedo de que el Señor hiciera escarnio de él, de que lo humillase, como en el desierto hizo y podía haber hecho después, aún hoy se estremecía pensando la vergüenza que hubiera sentido si cuando por primera vez dijo Lanzad la red a este lado, la viera subir vacía. Tanto lo ocupaban estos pensamientos que una noche soñó que alguien le decía al oído, No temas, recuerda que Dios te necesita, pero cuando despertó tuvo dudas sobre la identidad del consejero, podría haber sido un ángel, de los muchos que andan haciendo los recados del Señor, podría haber sido un demonio, de los otros tantos que a Satán sirven para todo, a su lado María de Magdala parecía dormir profundamente, por eso no pudo ser ella, ni pensó Jesús que lo fuera. En esto estaba cuando un día, que por los indicios en nada se mostraba diferente a los otros, Jesús fue al mar para el milagro de costumbre. El tiempo estaba cargado, con nubes bajas, amenazando lluvia, pero no por eso va a quedarse un pescador en casa, buenos estaríamos si todo en la vida fuera regalo y bienestar. Le tocaba precisamente aquel día la barca de Simón y Andrés, aquellos dos hermanos pescadores que fueron testigos del primer prodigio, y con ella, de reserva, va también la de los dos hijos de Zebedeo, Tiago y Juan, pues, aunque no sea el mismo efecto milagroso, siempre la barca que está más cerca aprovecha algo del pescado que quede. El viento fuerte los lleva rápidamente hacia altamar y allí, arriadas las velas, empiezan los pescadores, en una barca y en la otra, a desdoblar las redes, a la espera de que Jesús diga de qué lado deben lanzarlas. En esto están, cuando de pronto se levantan los vientos en una tempestad que cayó del cielo sin anunciarse, porque como anuncio no podría entenderse un simple cielo cubierto, y fue de manera tal que las olas eran como las del mar verdadero, de la altura de casas, empujadas por una ventolera enloquecida, ahora aquí, ahora allá, y en medio aquellos cascarones de nuez saltando sin gobierno, que la maniobra nada podía contra la furia de los elementos desencadenados. La gente que estaba en la orilla, viendo el peligro en que se hallaban las pobres criaturas, ya sin defensas, empezó a dar gritos desolados, había allí esposas y madres, y hermanas, e hijos pequeñitos, alguna suegra compasiva, y era un clamor que no se sabe cómo no llegó al cielo, Ay, mi querido marido, Ay mi querido hijo, Ay, mi querido hermano, Ay, mi yerno, Maldito seas mar, Señora de los Afligidos, ayudadnos, Señora del Buen Viaje, échales una mano, los niños sólo sabían llorar, pero ni así.

María de Magdala estaba también allí y murmuraba, Jesús, Jesús, pero no era por él por quien lo decía, pues sabía que el Señor lo había guardado para otro momento, no para una vulgar tormenta en el mar, sin más consecuencias que unos cuantos ahogados, decía Jesús Jesús, como si decirlo pudiera servir de algo a los pescadores, que esos, sí, parecía que allí iban a cumplir su suerte. Jesús, en la barca, viendo el desánimo y la confusión de las tripulaciones, y que las olas saltaban por encima de la borda y lo inundaban todo, y que los mástiles se partían llevándose por los aires las velas sueltas, y que la lluvia caía en torrentes que sólo ellos bastarían para hundir una nave del emperador, Jesús, viendo todo esto, se dijo, No es justo que mueran estos hombres y quede yo con vida, sin contar con que el Señor seguro que me lo reprocharía Podías haber salvado a los que estaban contigo y no los salvaste, no te bastó lo de tu padre, el dolor de este recuerdo hizo saltar a Jesús, y entonces, de pie, firme y seguro como si debajo lo sostuviera un sólido suelo, gritó, Cállate, e iba esto para el viento, Aquiétate, y esto para el mar, apenas dijo estas palabras se calmaron el mar y el viento, las nubes del cielo se apartaron y el sol apareció como una gloria, que lo es y siempre lo ha de ser, al menos para quien vive menos que él. No se puede imaginar la alegría en aquellos barcos, los besos, los abrazos, las lágrimas de alegría en tierra, los de aquí no sabían por qué había acabado tan rápidamente la tempestad, los de allí, como resucitados, no pensaban sino en su vida a salvo, y si algunos exclamaron Milagro, milagro, en aquellos primeros momentos no se dieron cuenta de que alguien tenía que haber sido su autor. Pero de repente se hizo el silencio en el mar, los otros barcos rodeaban al de Simón y Andrés, y los pescadores miraban todos a Jesús, mudos de asombro porque, pese al estruendo de la tempestad, oyeron los gritos, Cállate, Aquiétate, y allí está él, Jesús, el hombre que había gritado, el que ordenaba a los peces que salieran de las aguas para los hombres, el que ordenaba a las aguas que no llevaran a los hombres a los peces. Jesús estaba sentado en el banco de los remeros, con la cabeza baja, con una difusa y contradictoria sensación de triunfo y de desastre, como si, habiendo subido hasta el punto más alto de una montaña, en el mismo instante comenzara el melancólico e inevitable descenso. Pero ahora, en círculo, los hombres esperaban una palabra suya, no bastaba haber dominado el viento y amansado las aguas, tenía que explicarles cómo lo pudo hacer un simple galileo hijo de carpintero, cuando el propio Dios parecía haberlos abandonado al frío abrazo de la muerte. Se levantó Jesús entonces y dijo, Esto que acabáis de ver no lo he hecho yo, las voces que alejaron la tempestad no fueron dichas por mi boca, yo sólo soy la lengua de que se sirvió Dios para hablar, acordaos de los profetas. Dijo Simón, que en la misma barca estaba, Así como hizo venir la tempestad, el Señor podía haber mandado que se fuera, y nosotros diríamos el Señor la trajo, el Señor se la llevó, pero fueron tu voluntad y tus palabras las que nos salvaron la vida cuando, ante los ojos de Dios, la creíamos perdida, Dios lo hizo, volvió a decir, no yo.

Dijo entonces Juan, el hijo menor de Zebedeo, probando de esta manera que no era tan simple de espíritu, Sin duda lo hizo Dios, pues en él moran toda la fuerza y todo el poder, pero lo hizo por mediación de ti, de donde saco la conclusión de que Dios quiere que te conozcamos, Ya me conocíais, De aparecer aquí llegado de nadie sabe dónde, de llenar nuestras barcas de peces, no sabemos cómo, Soy Jesús de Nazaret, hijo de un carpintero que murió crucificado por los romanos, durante un tiempo fui pastor del mayor rebaño de ovejas y cabras que se haya visto, ahora, con vosotros, y quizá hasta mi muerte, soy pescador.

Dijo Andrés, el hermano de Simón, Nosotros sí que debemos estar contigo, porque si a un hombre común, como tú dices ser, le fueron dados tales poderes y el poder de usarlos, pobre de ti, porque tu soledad será más pesada que una piedra atada al cuello. Dijo Jesús, Quedaos conmigo si el corazón os lo pide, pero no digáis a nadie nada de lo que aquí ha pasado, porque aún no ha llegado el tiempo de que el Señor confirme la voluntad que quiere ejecutar en mí, si, como dice Juan, quiere Dios que me conozcáis. Dijo entonces Tiago, el hijo mayor de Zebedeo, tan poco simple, en definitiva, como su hermano, No creas que el pueblo va a callar, míralos allí en la orilla, mira cómo te esperan para aclamarte, y algunos, de impaciencia, empujan ya barcos al agua para unirse a nosotros, pero aunque consiguiéramos moderar su entusiasmo, aunque los convenciésemos para que guardaran, si pueden, el secreto, tú tendrás la certeza de que, en cualquier momento, incluso no deseándolo tú, se manifestará Dios, más que por tu presencia, por tu mediación. Dejó Jesús caer su cabeza, era una representación viva de la tristeza y el abandono, y dijo, Estamos todos en manos del Señor, Tú más que nosotros, dijo Simón, porque él te ha preferido, pero nosotros estaremos contigo, Hasta el fin, dijo Juan, Hasta cuando tú quieras, dijo Andrés, Hasta donde podamos, dijo Tiago. Se acercaban los barcos que venían de la orilla, gesticulaban los que iban dentro, se multiplicaban las bendiciones y las alabanzas y Jesús, resignado, dijo, Vamos, el vino está en el vaso, hay que beberlo. No buscó a María de Magdala, sabía que ella esperaba en tierra, como siempre, que ningún milagro alteraría la constancia de esa espera, y una alegría grata y humilde sosegó su corazón.

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