El Evangelio segun Jesucristo
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El Evangelio seg?n Jesucristo responde al deseo de un hombre y de un escritor de excavar hasta las ra?ces de la propia civilizaci?n, en el misterio de su tradici?n, para extraer las preguntas esenciales. Es tr?gicamente problem?tico, y ser?a absurdo condenarlo con leyes que no sean sus propias leyes, literarias, po?ticas y filos?ficas. En palabras del propio autor, El Evangelio seg?n Jesucristo "es como una relectura de los evangelios, es como un viaje al origen de una religi?n". Narrada en tercera persona y centrada de modo particular en las etapas y zonas de la vida de Jesucristo acerca de las que procuran menos informaci?n los textos evang?licos, la presente novela ha sido acogida del modo m?s favorable por la cr?tica en virtud de su vigor y pujanza literaria.
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Sentada en la piedra, a la espera de que Jesús vuelva de la pesca, María de Magdala piensa en María de Nazaret.
Hasta este día en que estamos, la madre de Jesús, para ella, fue sólo eso, la madre de Jesús, ahora sabe, porque después lo preguntó, que su nombre también es María, coincidencia en sí misma de mínima importancia, dado que son muchas las Marías en esta tierra, y más que han de ser si la moda se extiende, pero nosotros nos aventuraríamos a suponer que existe un sentimiento de más profunda fraternidad en quienes llevan nombres iguales, es como imaginamos que se sentirá José cuando se acuerde del otro José que fue su padre, no hijo, sino hermano, el problema de Dios es ese, nadie tiene el nombre que él tiene.
Llevadas a semejante extremo, no parecen ser tales reflexiones producto de un discernimiento como el de María de Magdala, aunque no nos falte información de que lo tiene muy capaz para otras reflexiones de no menor alcance, lo que pasa es que van en direcciones diferentes, por ejemplo, en el caso de ahora, una mujer ama a un hombre y piensa en la madre de ese hombre. María de Magdala no conoce, por propia experiencia, el amor de la madre por su hijo, conoció al fin el amor de la mujer por su hombre, después de haber aprendido y practicado antes el amor falso, los mil modos del no amor. Quiere a Jesús como mujer, pero desearía quererlo también como madre, tal vez porque su edad no esté tan lejos de la edad de la madre verdadera, la que mandó recado para que su hijo volviera, y el hijo no volvió, un pregunta se hace María de Magdala, qué dolor sentirá María de Nazaret cuando se lo digan, pero no es igual que imaginar lo que ella sufriría si Jesús le faltase, le faltaría el hombre, no el hijo, Señor, dame, juntos, los dos dolores, si así tiene que ser, murmuró María de Magdala esperando a Jesús. Y cuando la barca se acercó y fue arrastrada a tierra, cuando los cestos cargados de pescado hasta rebosar empezaron a ser transportados, cuando Jesús, con los pies en el agua, ayudaba al trabajo y se reía como un niño, María de Magdala se vio a sí misma como si fuese María de Nazaret y, levantándose de donde estaba, bajó hasta la orilla del mar, entró en el agua para estar junto a él y dijo, después de besarlo en el hombro, Hijo mío. Nadie oyó que Jesús hubiera dicho, Madre, pues ya se sabe que las palabras pronunciadas por el corazón no tienen lengua que las articule, las retiene un nudo en la garganta y sólo en los ojos se pueden leer. De manos de los pescadores recibieron María y Jesús el cesto de pescado con que les pagaban el servicio y, como hacían siempre, se retiraron los dos a la casa donde pernoctarían, porque su vida era esto, no tener casa propia, ir de barco en barco y de estera en estera, algunas veces, al principio, Jesús dijo a María, Esta vida no te conviene, busquemos una casa que sea nuestra y yo iré a estar contigo siempre que sea posible, a lo que María respondió, No quiero esperarte, quiero estar donde tú estés. Un día, Jesús le preguntó si tenía parientes con quienes pudiera vivir y ella respondió que tenía un hermano y una hermana que vivían en la aldea de Betania de Judea, ella se llamaba Marta, él Lázaro, pero que los dejó cuando se prostituyó y que, para no avergonzarlos, se fue lejos, de tierra en tierra, hasta llegar Magdala.
Entonces tu nombre debería ser María de Betania, si allí naciste, dice Jesús, Sí, fue en Betania donde nací, pero en Magdala me encontraste, por eso de Magdala quiero seguir siendo, a mí no me llaman Jesús de Belén, pese a haber nacido en Belén, de Nazaret no soy, porque ni me quieren ni los quiero yo, tal vez debiera llamarme Jesús de Magdala, como tú, y por la misma razón, Recuerda que quemamos la casa, Pero no la memoria, dijo Jesús. De la vuelta de María a Betania no volvió a hablarse, esta orilla del mar es para ellos el mundo entero, dondequiera que el hombre esté, estará con él la obligación.
Dice el pueblo, lo decimos nosotros, probablemente lo dicen los pueblos todos, siendo como es tan general y universal la experiencia de los males, que bajo los pies se levantan las fatigas. Tal dicho, si no nos equivocamos, sólo podía haberlo inventado un pueblo a costa de tropezones y topadas, de contrariedades, percances y púas asesinas. Después, en virtud de la generalidad y de la universalidad ya señaladas, se habrá difundido por todo el orbe, haciendo ley, pero, aun así, suponemos que con cierta resistencia por parte de las gentes marítimas y piscatorias que saben que existen hondísimas honduras entre sus pies y el suelo, y no pocas abisales abismos. Para el pueblo del mar, las fatigas no se levantan del suelo, para el pueblo del mar, las fatigas caen del cielo, se llaman viento y vendaval, y por su culpa se alzan las ondas y el oleaje, se generan tempestades, se rompe la vela, se quiebra el mástil, se hunde el frágil leño, estos hombres de la pesca y de la navegación donde mueren, realmente, es entre el cielo y la tierra, el cielo que las manos no alcanzan, el suelo al que los pies no llegan. El mar de Galilea es casi siempre un manso, tranquilo y comedido lago, pero un día cualquiera se desmandan las furias oceánicas por estos lados y es un sálvese quien pueda, a veces, desgraciadamente, no todos pueden. De un caso de estos tendremos que hablar, pero antes es preciso que regresemos a Jesús de Nazaret y a algunas recientes preocupaciones suyas que muestran hasta qué punto el corazón del hombre es un eterno insatisfecho y, en definitiva, el simple deber cumplido no da tanta satisfacción como nos vienen diciendo quienes con poco se contentan. Sin duda, se puede decir que gracias al continuo sube y baja de Jesús, entre el río Jordán de arriba y el río Jordán de abajo, no hay penuria, ni siquiera carencias ocasionales, en toda la orilla occidental, habiéndose llegado al punto de que se beneficiaran de la abundancia los que ni pescadores eran, pues la plétora de pescado hace caer los precios, lo que, evidentemente, vino a resultar en más gente comiendo más y más barato. Verdad es que hubo alguna tentativa de mantener los precios altos por el conocido método corporativo de lanzar al mar un poco del producto de la pesca, pero Jesús, de quien en última instancia dependía la mayor o menor suerte de las mareas, amenazó con irse de allí a otra parte, y los prevaricadores de la ley nueva le pidieron disculpas, hasta la próxima. Toda la gente, pues, parece tener razones para sentirse feliz, pero Jesús no. {él piensa que no es vida andar continuamente de un lado a otro, embarcando y desembarcando, siempre los mismos gestos, siempre las mismas palabras, y que, siendo cierto que el poder de la pesca abundante le viene del Señor, no ve la razón para que el Señor quiera que su vida se consuma en esta monotonía hasta que llegue el día en que se sirva llamarlo, como ha prometido. Que el Señor está con él, no lo duda Jesús, pues nunca deja el pescado de venir cuando lo llama y esta circunstancia, por un proceso deductivo inevitable del que aquí no creemos necesario hacer demostración ni presentar su secuencia, acabó por llevarlo, con el tiempo, a preguntarse si no habría acaso otros poderes que el Señor estaría dispuesto a cederle, no por delegación o por concesión graciosa, claro está, sino por préstamo simple y con la condición de hacer de ellos buen uso, lo que, como hemos visto, Jesús estaba en condiciones de garantizar, véase si no el trabajo en que se ha metido, sin más ayuda que la intuición. La manera de saberlo era fácil, tan fácil como decirlo, bastaba con hacer la experiencia, si ella resultaba, era porque Dios estaba de su parte, si no resultase, Dios manifestaba que estaba en contra.
Simplemente quedaba una cuestión previa por resolver, y esa cuestión era la de elegir. No siendo posible consultar directamente al Señor, Jesús tendría que arriesgar, seleccionar entre los poderes posibles el que pareciera ofrecer menos resistencia y que no se viera demasiado, aunque tampoco tan discreto que pasara inadvertido a quien de él viniera a beneficiarse y al mundo, con lo que hubiera padecido la gloria del Señor, que en todo debe prevalecer.