Amarse con los ojos abiertos
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Bajo el t?tulo de `Amarse con los Ojos Abiertos` (2000) editorial Del Nuevo Extremo presenta una novela original y atrapante. Jorge Bucay y Silvia Salinas narran la experiencia de un hombre y una mujer que se enredan a trav?s del correo electr?nico, dando comienzo al mismo tiempo a una fascinante historia y a un libro de reflexi?n sobre el sentido de la pareja.
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Si bien él era bastante más parecido a un anarquista que un hacker , en ese momento se sintió representado por ellos.
Desplazó el puntero sobre la C de Carlos y apretó dos veces el botón izquierdo del mouse :
Ésta es, pues, la nueva propuesta: empezar a pensar la pareja desde otro lugar, desde el lugar de lo posible y no de lo ideal.
Por eso vamos a intentar ver los conflictos no sólo como un camino para superar mis barreras y poder acercarme así al otro, sino también como un camino para encontrarme con mi compañero y, por supuesto, a partir de lo dicho, como un camino para producir el transformador encuentro conmigo mismo.
Estar en pareja ayuda a nuestro crecimiento personal. A ser mejores personas, a conocernos más.
La relación suma.
Por eso vale la pena.
Vale… la PENA (es decir, vale penar por ella).
Vale el sufrimiento que genera.
Vale el dolor con el que tendremos que enfrentarnos.
Y todo eso es valioso porque cuando lo atravesamos, ya no somos los mismos, hemos crecido, somos más conscientes, nos sentimos más plenos.
La pareja no nos salva de nada, no debería salvarnos de nada.
Muchas personas buscan pareja como medio para resolver sus problemas. Creen que una relación íntima los va a curar de sus angustias, de su aburrimiento, de su falta de sentido.
Esperan que una pareja llene sus huecos. ¡Qué terrible error!
Cuando elijo a alguien como pareja con estas expectativas, termino inevitablemente odiando a la persona que no me da lo que yo esperaba.
¿Y después? Después quizás busque a otra, y a otra, y a otra… o tal vez decida pasarme la vida quejándome de mi suerte.
La propuesta es resolver mi propia vida sin esperar que nadie lo haga por mí.
La propuesta es, también, no intentar resolverle la vida al otro, sino encontrar a otro para poder hacer un proyecto juntos, para pasarlo bien, para crecer, para divertirnos, pero no para que me resuelva la vida.
Pensar que el amor nos salvará, que resolverá todos nuestros problemas y nos proporcionará un continuo estado de dicha o seguridad, sólo nos mantiene atascados en fantasías e ilusiones y debilita el auténtico poder del amor, que es transformarnos.
Y nada es más esclarecedor que estar con otro desde ese lugar, nada es más extraordinario que sentir la propia transformación al lado de la persona amada.
En vez de buscar refugio en una relación, podríamos aceptar su poder de despertarnos en aquellas zonas en que estamos dormidos y donde evitamos el contacto desnudo y directo con la vida: la virtud de ponernos en movimiento hacia adelante mostrándonos con claridad en qué aspecto debemos crecer.
Para que nuestras relaciones prosperen, es menester que las veamos de otra manera: como una serie de oportunidades para ampliar nuestra conciencia, descubrir una verdad más profunda y volvernos humanos en un sentido más pleno.
Y cuando me convierto en un ser completo, que no necesita de otro para sobrevivir, seguramente voy a encontrar a alguien completo con quien compartir lo que tengo y lo que él tiene.
Ése es, de hecho, el sentido de la pareja.
No la salvación, sino el encuentro.
O mejor dicho, los encuentros.
Yo contigo.
Tú conmigo.
Yo conmigo.
Tú contigo.
Nosotros, con el mundo.
Roberto sintió otra vez que le desbordaba la sorpresa. Ideas e imágenes de su vida reciente y pasada se agolpaban en su mente. La cabeza le estallaba, Laura escribía como si le hablara a él.
«Un camino para producir el transformador encuentro conmigo mismo.»
«La relación suma. Vale… la PENA.»
«El sentido de la pareja: no la salvación, sino el encuentro.»
Laura decía exactamente lo que él necesitaba escuchar, como si realmente lo conociera. De hecho el mail parecía escrito por su terapeuta de hacía años, para despertarlo del infinito letargo de su ignorancia sobre el significado de estar en pareja.
A lo mejor Laura ni siquiera era psicóloga, quizás ni siquiera se llamaba Laura. Acaso no tenía ni idea de lo que decía y en realidad solo transcribía párrafos de algún famoso libro o de una revista barata. Poco importaba. Lo cierto es que la claridad y la pertinencia del texto con relación a su vida actual volvieron a conmoverlo.
Pensaba en el encuentro de esa noche con Cristina. ¿Cómo transmitirle en palabras…? Algo se había acomodado en él de un modo diferente, algo se había movido de lugar. De eso estaba seguro.
Pero ¿puede acaso una carta de un desconocido ser tan reveladora? Él mismo no tenía respuesta a su pregunta. Sin embargo, intuía que algo misterioso y trascendente estaba ocurriendo.
Y de pronto se dio cuenta:
¡Sincronía!
Ésa era la palabra que había estado buscando despierto y dormido. Eso era lo que había logrado conmoverlo: la sincronización de los hechos.
Recordaba ahora claramente haber leído sobre esa idea de los Jungianos, la idea de que las cosas confluyen sincrónicamente en la vida para traer el mensaje necesario, el aprendizaje preciso, los recursos indispensables.
Y se acordó también de la frase mística:
«Sólo cuando el alumno está preparado el maestro aparece el maestro»
El maestro había aparecido. Sus mensajes llegaban electrónicamente y él no podía renunciar a su palabra. O mejor dicho: No quería.
Decididamente, no mandaría aquel mensaje a Laura.
"Sincronía", se dijo mientras copiaba el maíl en su procesador de texto a continuación del anterior y le ordenaba a su PC que imprimiera los dos juntos.
Mientras miraba la hoja de papel que la máquina escupía obedeciendo su orden, una emoción diferente lo poseyó. Con el puño cerrado dio dos o tres golpes breves sobre la mesa al acordarse de los mensajes anteriores que borró sin siquiera leerlos.
Abrió rápidamente la papelera de reciclaje buscando los elementos eliminados, pero no encontró nada…
«Sincronía»…, se repitió, quizás para consolarse.
CAPÍTULO 2
Estacionó el auto frente al edificio de departamentos donde vivía Cristina. Estaba inusualmente alegre, sentía que había llegado hasta allí sin historia.
Planeaba un encuentro nuevo, una nueva propuesta: una pareja estructurada en función del mutuo crecimiento.
Sonaba maravilloso.
Se miró en el espejo retrovisor y ensayó su mejor sonrisa, luego bajó del auto y al llegar al portero automático tocó el 4º A.
– ¿Sí?… -atendió Cristina.
– Soy yo -dijo Roberto.
– Bajo -dijo ella.
Roberto se apoyó sobre el marco de la puerta y desenfocó la mirada hacia la calle; los autos pasaban, algunos aceleraban adelantándose a los que, por el contrario, se desplazaban a paso de hombre. Unos y otros se detenían en el semáforo de la esquina.
Se le ocurrió pensar que así era su vida, muchísimos hechos pasando desenfocados, algunos increíblemente rápidos, otros demasiado lentos, pero todos pasando y pasando en incansable caravana.
"Qué tonto sería que un hecho se quedara detenido, en mitad del camino, interrumpiendo el paso de los que siguen -pensó-, y sin embargo, a veces, mi vida se parece mucho a un gran atasco…"
Cristina tardaba demasiado.
“Me lo hace a propósito -pensó-, se está haciendo la interesante".
Empezó a irritarse.
"La puta madre, yo vengo con la mejor onda y ella me…"
Se interrumpió.
"Qué me pasa a mí -recordó-, por qué me irrita tanto estar esperándola. Por qué me irrita tanto esperar. También me molesta esperar al cliente que no llama… y la respuesta de un mensaje… y a que me atiendan en un bar… y a que se encienda el ordenador. Me moleta esperar… -y siguió- ¿Qué me pasa para que me moleste esperar?"
Siempre le había fastidiado la sensación de estar perdiendo el tiempo.
Recordó al mercader del Principito, vendía pastillas para no tener que perder tiempo tomando agua. Uno podía ahorrar hasta 20 minutos en una semana, promocionaba el mercader. Y el principito había pensado: "Si yo tuviera 20 minutos libres, los usaría para caminar lentamente hacia una fuente”.
”Perdiendo el tiempo… -se dijo-. ¿Cómo se puede perder lo que no se posee? ¿Cómo se puede conservar lo que no es posible retener? Si pudiera elegir… ¿Qué querría hacer si dispusiera de 20 minutos de más?”
Sonrió.
"Sería muy buena inversión usarlos en esperar el encuentro con la persona amada.”
Reacomodó su espalda contra la pared y siguió mirando la calle. Vio los autos que circulaban más espaciados; uno gris, otro azul y otro blanco, una camioneta marrón, una moto, un auto enormemente negro; y luego, por unos instantes, nada.
De pronto, la calle estaba vacía de autos.
De pronto, su mente estaba vacía de pensamientos.
Se sintió sereno, y su sonrisa se extendió a cada músculo de su cara.
Cristina tardó todavía algunos minutos más, quince… veinte…, quién sabe.
Roberto no registraba el paso del tiempo, todo su universo estaba conformado por él, la calle y el descubrimiento del vacío.
La voz de Cristina lo interrumpió.
– Aquí estoy.
– Hola -contestó Roberto intentando volver al mundo de lo tangible.
– Como siempre llegás tarde… -se justificó ella- me puse a hacer otras cosas y entonces, cuando viniste temprano, no estaba lista.
Roberto ya sabía cómo seguía esta discusión.
– Yo no llegué temprano -habría dicho él- llegué a la hora.
– En ti, querido -habría dicho ella-, llegar a la hora es llegar temprano.
Y él habría contestado.
– ¿Todavía que te tuve que esperar más de media hora me quieres echar la culpa a mí?
Cristina, fastidiada por quedar al descubierto, seguramente hubiera optado por el contraataque.
Mira Roberto -siempre lo llamaba por su nombre cuando se enojaba-, con todas la veces que yo te esperé, podés esperar una vez y callarte la boquita.