La Provincia Del Hombre
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No sirve de nada; uno puede cantarse coros a s? mismo, admirar a can?bales, estar doscientos a?os bajando por el tronco de un ?rbol al que antes hab?a trepado; uno puede encerrar al mes como a un loco, en inofensivas cruzadas ir de peregrinaci?n a Palestina con toda una quincaller?a en el cuerpo, escuchar a Buda, amansar a Mahoma, creer en Cristo, vigilar un capullo, pintar una flor, malograr la aparici?n de una fruta; uno puede tambi?n ir detr?s del sol, as? que ?ste se dobla; ense?ar a los perros a maullar, a los gatos a ladrar, devolverle todos los dientes a un centenario, cosechar bosques, regar calvas, castrar vacas, orde?ar bueyes; uno puede hacerlo todo con excesiva facilidad (termina uno tan r?pidamente con todo), aprender la lengua del hombre de Neanderthal, cortar los brazos de Shiva, quitar de las cabezas de Brahma los Vedas que est?n anticuados, vestir los Vedas desnudos; impedir que en los cielos de Dios canten los coros de ?ngeles, espolear a Lao-Tse; incitar a Confucio a que asesine a su padre, arrebatarle a S?crates la copa de cicuta; quitarle de la boca la inmortalidad; uno puede…, pero no sirve de nada, no hay nada que sirva para nada, no hay qu? hacer, no hay m?s pensamiento que ?ste: ?cu?ndo se dejar? de asesinar?
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Todo es mejor que «yo», pero ¿dónde ponerlo?
Su pesar; que todavía no se haya abierto a la más pequeña expresión de vida. Su pesar: los decenios de arrogancia.
La megalomanía del intérprete: se siente más rico que la obra; su interpretación es la medida de esta riqueza.
Se considera mejor que él mismo; le gusta tener una opinión muy buena y muy mala de sí mismo.
¿Qué significa que hay que ser mejor? ¿Más abierto? ¿Más complaciente? ¿Es mejor esto realmente? ¿Más claro? Sí, ¿Más de acuerdo consigo mismo? No demasiado. ¿Más tranquilo? No sé.
A veces he deseado poder vaciar mi cabeza de todo lo que se ha instalado en ella y empezar a pensar de nuevo, como si jamás hubiera habido allí nada. Ahora ya no tengo este deseo. Acepto a los pobladores de mi cabeza e intento llevarme bien con ellos.
Es posible que me haya convertido en habitante de una pequeña ciudad.
En un diario italiano leo la noticia de una monja que acaba de morir a la edad de cien años.
Había muerto ya una vez, cuando era una muchacha de diecisiete años; habían cerrado el ataúd con clavos, cuando su hermana se empeñó que lo abrieran de nuevo. Entonces volvió en sí y se incorporó. A raíz de este milagro tomó la decisión de hacerse monja y consagrar su vida a Dios. De este modo, después de su primera muerte vivió aún ochenta y tres años.
El hombre tiene la grandeza que tenga su miedo; puede conocerlo y aguantarlo y vivir con él sin olvidarlo jamás.
