La Mano Del Amo
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En un territorio dividido por una zanja construida un siglo antes?una muralla china hacia abajo?, el para?so no est? en el mismo sitio para todos. Unas monta?as amarillas esconden la felicidad, hay un r?o redondo de aguas p?rpuras, una luna con lunas, un pa?s sin mapas y un tiempo solitario y sin pasado, donde conviven vivos y muertos, recuerdos, sue?os y realidades.
En la familia de Carmona, Madre decide el destino de los dem?s. Ella es tambi?n quien no pierde su poder ni siquiera con la muerte. Carmona es un cantante de voz prodigiosa para quien la dicha del para?so consiste en ser hu?rfano. Ha heredado una casa y unos gatos que prolongan la voluntad de Madre, quien s?lo se quiere a s? misma.
El autor de El vuelo de la reina, Premio Alfaguara de novela 2002, crea aqu? un universo distinto que nos permite acercarnos al humor y al sexo y encontrarnos tambi?n con otros temas que nos preocupar?n siempre: los conflictos sociales y pol?ticos, el destino, la muerte, y la b?squeda de la felicidad en un mundo en continuo proceso de transformaci?n. Pero, sobre todo, esta novela puede ser le?da como una par?bola sobre la creaci?n art?stica doblegada por el poder.
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Regresaron por las mismas veredas de piedra, pero los lugares ya no se parecían al recuerdo que conservaban de ellos. En el antiguo curso del río se alzaba ahora un columnario de hormigueros. Lo que volvieron a oír fue el lamento de un gato.
Sucedió así: Madre y la nodriza marchaban a los saltitos por el piso candente, esquivando el borbollón de las hormigas. Padre, adelante, llevaba un parasol. En ese punto del camino sonó un maullido larguísimo, que no bien se agotaba en un eco ya estaba empezando en otro. Madre se estremeció y sintió la tentación de volver atrás.
«Ahora sí lo han oído, ¿verdad? Ya me había dicho la señora Ikeda: es natural que aquí haya gatos.»
Sobrevino un silencio interminable. A Padre se le apagó la sonrisa. «No pudo ser un gato», dijo. «Es el niño, que canta.»
Madre perdió la paciencia y no quiso tomarlo del brazo. Creo que nunca volvió a tomarlo del brazo, salvo cuando se casó.