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Las Venas Abiertas De America Latina

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Las Venas Abiertas De America Latina
Название: Las Venas Abiertas De America Latina
Автор: Galeano Eduardo
Дата добавления: 16 январь 2020
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Las Venas Abiertas De America Latina - читать бесплатно онлайн , автор Galeano Eduardo

20.04.2009 Книга, подаренная лидером Венесуэлы Уго Чавесом президенту США Бараку Обаме, стала бестселлером, сообщает AFP. Чавес преподнес Обаме книгу уругвайского писателя Эдуардо Галеано "Вскрытые вены Латинской Америки" (Las Venas Abiertas de America Latina) 18 апреля на саммите стран Америки, проходившем в Тринидаде и Тобаго. Уже 19 апреля, книга Галеано, переведенная на английский язык, поднялась в списке лидеров продаж интернет-магазина Amazon.com с 734-го на 2-е место. "Открытые вены Латинской Америки" на языке оригинала продемонстрировали еще более впечатляющий рост популярности, переместившись в течение суток с 47468-го месте на 283-е. Книга известного публициста Эдуардо Галеано, рассказывающая об истории разграбления Латинской Америки от конкистадоров до глобальных корпораций, впервые вышла в свет в 1971 году. На русском языке произведение Галеано было опубликовано в 1986 году. На книге Галеано, преподнесенной Чавесом Обаме, президент Венесуэлы оставил дарственную надпись: "Обаме, с любовью" (For Obama, with affection). Президент США назвал подарок Чавеса "приятным жестом". На саммите стран Америки Чавес также пообещал восстановить дипломатические отношения между Венесуэлой и США, прерванные в сентябре 2008 года по инициативе Каракаса. На пост посла Венесуэлы в США Чавес предложил кандидатуру Роя Чэйдертона – представителя Венесуэлы в Организации американских государств. Госсекретарь США Хиллари Клинтон поддержала идею восстановления двусторонних дипломатических отношений, однако пока не сообщила, кто займет пост посла США в Венесуэле.

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Escrita en 1970, y revisada en 1978, `Las Venas…` no ha perdido la m?s m?nima actualidad. Se trata de un libro de Historia Contempor?nea, en el que se relata el devenir del subcontinente latinoamericano, desde su conquista por los europeos, hasta la actualidad. Y no es una historia f?ctica, es decir, de hechos y batallitas. Todo lo contrario, es la historia del expolio, la injusticia y la destrucci?n y sometimiento que este continente ha sufrido desde el siglo XVI hasta el XX a manos de los `civilizadores` occidentales.

La atenci?n principal se dedica a los hechos econ?micos, y se estudia desde el comercio del oro y el az?car de los primeros tiempos de la conquista, hasta las modernas formas de despojo de las materias primas como caf?, petr?leo, cacao, etc. Ello haciendo un brillante estudio de c?mo actualmente las econom?as de los pa?ses emancipados pertenecen del todo (y no ha podido ser de otra manera) a sus antiguos colonizadores. Por supuesto se estudian concienzudamente las causas y el desarrollo hist?rico de estos hechos (el libro cuenta con un amplio ?ndice anal?tico).

Y si a todo ello sumamos que est? escrito con un estilo made in Galeano, r?pido, directo, agudo, sin artificios, lleno de ejemplos ilustrativos, podremos concluir que estamos ante una obra maestra, que se lee con vivo inter?s y sin caer en el menor sopor o aburrimiento.

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Había de todo entre los indígenas de América: astrónomos y caníbales, ingenieros y salvajes de la Edad de Piedra. Pero ninguna de las culturas nativas conocía el hierro ni el arado, ni el vidrio ni la pólvora, ni empleaba la rueda. La civilización que se abatió sobre estas tierras desde el otro lado del mar vivía la explosión creadora del Renacimiento: América aparecía como una invención más, incorporada junto con la pólvora, la imprenta, el papel y la brújula al bullente nacimiento de la Edad Moderna. El desnivel de desarrollo de ambos mundos explica en gran medida la relativa facilidad con que sucumbieron las civilizaciones nativas. Hernán Cortés desembarcó en Veracruz acompañado por no más de cien marineros y 508 soldados, traía 15 caballos, 32 ballestas, diez cañones de bronce y algunos arcabuces, mosquetes y pistolones. Y sin embargo, la capital de los aztecas, Tenochtitlán, era por entonces cinco veces mayor que Madrid y duplicaba la población de Sevilla, la mayor de las ciudades españolas, Francisco Pizarro entró en Cajamarca con 180 soldados y 37 caballos.

Los indígenas fueron, al principio, derrotados por el asombro. El emperador Moctezuma recibió, en su palacio, las primeras noticias: un cerro grande andaba moviéndose por el mar. Otros mensajeros llegaron después: «… mucho espanto les causó el oír cómo estalla el cañón, cómo retumba el estrépito, y cómo se desmaya uno; se le aturden a uno los oídos. Y cuando cae el tiro, una como bola de piedra sale de sus entrañas: va lloviendo fuego…». Moctezuma creyó que era el dios Quetzalcóatl quien volvía. Ocho presagios habían anunciado, poco antes su retorno. Los cazadores le habían traído un ave que tenía en la cabeza una diadema redonda con la forma de un espejo, donde se reflejaba el cielo con el sol hacia el poniente. En ese espejo Moctezuma vio marchar sobre México los escuadrones de los guerreros. El dios Quetzalcóalt había venido por el este y por el este se había ido: era blanco y barbudo. También blanco y barbudo era Huiracocha, el dios bisexual de los incas. Y al oriente era la cuna de los antepasados heroicos de los mayas.

Los dioses vengativos que ahora regresaban para saldar cuentas con sus pueblos traían armaduras y cotas de malla, lustrosos caparazones que devolvían los dardos y las piedras; sus armas despedían rayos mortíferos y oscurecían la atmósfera con humos irrespirables. Los conquistadores practicaban también, con habilidad política, la técnica de la traición y la intriga. Supieron explotar, por ejemplo, el rencor de los pueblos sometidos al dominio imperial de los aztecas y las divisiones que desgarraban el poder de los incas. Los tlaxcaltecas fueron aliados de Cortés, y Pizarro usó en su provecho la guerra entre los herederos del imperio incaico, Huáscar y Atahualpa, los hermanos enemigos. Los conquistadores ganaron cómplices entre las castas dominantes intermedias, sacerdotes, funcionarios, militares, una vez abatidas por el crimen, las jefaturas indígenas más altas.

Pero además usaron otras armas o, si se prefiere, otros factores trabajaron objetivamente por la victoria de los invasores. Los caballos y las bacterias, por ejemplo.

Los caballos habían sido, como los camellos, originarios de América, pero se habían extinguido en estas tierras. Introducidas en Europa por los jinetes árabes, habían prestado en el Viejo Mundo una inmensa utilidad militar y económica.

Cuando reaparecieron en América a través de la conquista, contribuyeron a dar fuerzas mágicas a los invasores ante los ojos atónitos de los indígenas. Según una versión, cuando el inca Atahualpa vio llegar a los primeros soldados españoles, montados en briosos caballos ornamentados con cascabeles y penachos, que corrían desencadenando truenos y polvaredas con sus cascos veloces, se cayó de espaldas. El cacique Tecum, al frente de los herederos de los mayas, descabezó con su lanza el caballo de Pedro de Alvarado, convencido de que formaba parte del conquistador: Alvarado se levantó y lo mató. Contados caballos, cubiertos con arreos de guerra, dispersaban las masas indígenas y sembraban el terror y la muerte. «Los curas y misioneros esparcieron entre la fantasía vernácula», durante el proceso colonizador, «que los caballos eran de origen sagrado, ya que Santiago, el Patrón de España, montaba en un potro blanco, que había ganado valiosas batallas contra los moros y judíos, con ayuda de la Divina providencia».

Las bacterias y los virus fueron los aliados más eficaces. Los europeos traían consigo, como plagas bíblicas, la viruela y el tétanos, varias enfermedades pulmonares, intestinales y venéreas, el tracoma, el tifus, la lepra, la fiebre amarilla, las caries que pudrían las bocas. La viruela fue la primera en aparecer. ¿No sería un castigo sobrenatural aquella epidemia desconocida y repugnante que encendía la fiebre y descomponía las carnes?

«Ya se fueron a meter en Tlaxcala. Entonces se difundió la epidemia: tos, granos ardientes, que queman, dice un testimonio indígena, y otro: “A muchos dio la muerte la pegajosa, apelmazada, dura enfermedad de granos”. Los indios morían como moscas; sus organismos no oponían defensas ante las enfermedades nuevas. Y los que sobrevivían quedaban debilitados e inútiles. El antropólogo brasileño Darcy Ribeiro estima que más de la mitad de la población aborigen de América, Australia y las islas oceánicas murió contaminada luego del primer contacto con los hombres blancos.

«Como unos puercos hambrientos ansían el oro»

A tiros de arcabuz, golpes de espada y soplos de peste avanzaban los implacables y escasos conquistadores de América. Lo cuentan las voces de los vencidos. Después de la matanza de Cholula, Moctezuma envía nuevos emisarios al encuentro de Hernán Cortés, quien avanza rumbo al valle de México.

Los enviados regalan a los españoles collares de oro y banderas de plumas de quetzal. Los españoles «estaban deleitándose.

Como si fueran monos levantaban el oro, como que se sentaban en ademán de gusto, como que se les renovaba y se les iluminaba el corazón.

Como que cierto que es que eso que anhelan con gran sed. Se les ensancha el cuerpo por eso, tienen hambre furiosa de eso. Como unos puercos hambrientos ansían el oro», dice el texto náhuatl preservado preservado en el Código Florentino. Más adelante, cuando Cortés llega a Tenochtitlán, la espléndida capital azteca, los españoles entran en la casa del tesoro, «y luego hicieron una gran bola de oro, y dieron fuego, encendieron, prendieron llama a todo los que restaba, por valioso que fuera: con lo cual todo ardió. Y en cuanto al oro, los españoles lo redujeron a barras…».

Hubo guerra, y finalmente Cortés, que había perdido Tenochtitlán, lo reconquistó en 1521. «ya no teníamos escudos, ya no teníamos macanas, y nada teníamos que comer, ya nada comimos». La ciudad, devastada, incendiada, y cubierta de cadáveres, cayó. «toda la noche llovió sobre nosotros».

La horca y el tormento no fueron suficientes: los tesoros arrebatados no colmaban nunca las exigencias de la imaginación, y durante largos años excavaron los españoles el fondo del lago de México en busca de oro y los objetos preciosos presuntamente escondidos por los indios.

Antes de la batalla decisiva, y «vístose los indios atormentados más, que allí les tenían mucho oro, plata. Diamantes y esmeraldas que les tenían los capitanes Nehaib Ixquin, Nehaib hecho águila y león. Y luego se dieron a los españoles y se quedaron con ellos…».

Antes de que Francisco Pizarro degollara al inca Atahualpa, le arrancó un rescate en «andas de oro y plata que pesaba más de veinte mil marcos de plata, fina, un millón y trescientos veintiséis mil escudos de oro finísimo…». después se lanzó sobre el Cuzco. Sus soldados creían que estaban entrando en la ciudad de los Césares, tan deslumbrante era la capital del imperio incaica, pero no demoraron en salir del estupor y se pusieron a saquear el Templo del Sol: «Forcejeando, luchando entre ellos, cada cual procurando llevarse del tesoro la parte del león, los soldados, con otra de malla, pisoteaban joyas e imágenes, golpeaban los utensilios de oro o les daban martillazos para reducirlos a un formato más fácil y manuable… Arrojaban al crisol, para convertir el metal en barras, todo el tesoro del templo: las plantas habían cubierto los muros, los asombrosos árboles forjados, pájaros y otros objetos del jardín».

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