La Silla Del ?guila
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En el a?o 2020, en un M?xico sin telecomunicaciones ni computadoras porque los norteamericanos (proveedores ?nicos) lo tienen castigado, se desata la lucha por la presidencia, es decir, por sentarse en la Silla del ?guila y no abandonarla nunca. Aqu? no hay lealtad que valga: por conseguir el poder, el padre es capaz de traicionar al hijo, la esposa al c?nyuge, el secretario de Estado al Primer Mandatario. Y todo puede pasar: cr?menes de viejos caciques, espionaje de supuestos allegados, maniobras t?tricas, extorsi?n sexual? e incluso, que reaparezca en la escena pol?tica un fallido candidato presidencial al que todos creyeron asesinado a?os atr?s. El triunfador, el Ungido, oculta un pasmoso secreto que ser? necesario preservar a toda costa.
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María del Rosario Galván a Nicolás Valdivia
Insistes, querido y guapo Nicolás. Veo que mi carta no te convenció. Me duele menos tu falta de inteligencia que mi falta de persuasión. Por eso no te culpo. Debo ser espesa, muy lerda en verdad, muy inarticulada. Te digo directamente mis razones y tú, un muchacho tan listo, no me entiende. La falta, te repito, ha de ser mía. Admito, sin embargo, que tu pasión no me es indiferente y me mueve a desdecirme. No, no creas que con tu ardiente prosa has derrumbado los muros de mi fortaleza sexual -si así puedes llamarla-. No, el puente levadizo sigue elevado, las cadenas de la puerta tienen candado. Pero hay una ventana, hermoso y joven Nicolás, que se ilumina todas las noches a las once.
Allí, una mujer que tú deseas se desnuda lentamente, como si la observase un testigo más carnal y cálido que el frío azogue de su espejo. Esa mujer no es vista por nadie y sin embargo se desviste con una sensual lentitud que su imaginación puebla de testigos. Es delectable esa hembra, Nicolás. Y para ella es delectable desnudarse ante un espejo con la lentitud de los artistas de la escena o de la corte (una caprichosa evocación, lo admito), imaginando que ojos más ávidos que los del propio espejo que la refleja la están mirando con deseo -ese deseo ardiente que tu mirada comunica, niño malvado, chiquillo travieso, objeto tan deseable de mi deseo sólo porque eres objeto aplazable. Pues el deseo consumado, ¿todavía no lo sabes?, nos condena a la virtud subsiguiente o, lo que es peor, a la indiferencia.
Dirás que una mujer de casi cincuenta años se defiende -con derecho, admítelo- de la pasión juvenil, ardiente, pero acaso pasajera y frívola de un garcon que apenas rebasa los treinta. Piénsalo si así lo deseas. Pero no me detestes. Estoy dispuesta a aplazar tu odio y alentar tu esperanza, mi casi pero ya no imberbe amiguito. Esta noche, a las once, procederé a mi deshabillé. Dejaré abiertas de par en par las cortinas de mi recámara. Las luces estarán prendidas -con sabiduría, recato e insinuación parejas, te lo aseguro.
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