Desgracia
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A los cincuenta y dos a?os, David Lurie tiene poco de lo que enorgullecerse. Con dos divorcios a sus espaldas, apaciguar el deseo es su ?nica aspiraci?n, sus clases en la universidad son un mero tr?mite para ?l y para los estudiantes. Cuando se destapa su relaci?n con una alumna, David, en un acto de soberbia, preferir? renunciar a su puesto antes que disculparse en p?blico. Rechazado por todos, abandona Ciudad del Cabo y va a visitar la granja de su hija Lucy. All?, en una sociedad donde los c?digos de comportamiento, sean de blancos o de negros, han cambiado, donde el idioma es una herramienta viciada que no sirve a este mundo naciente, David ver? hacerse a?icos todas sus creencias en una tarde de violencia implacable. Una historia profunda, extraordinaria, que por momentos atenaza el coraz?n, y siempre, hasta el final, subyuga.
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Ahora sí está seguro: no le cae bien ese hombre, no le gustan nada sus trucos.
Se pone en pie, avanza a tientas por la sala de estar, que está desierta, y por el pasillo. Desde detrás de una puerta entrecerrada le llegan voces que hablan bajo. Abre la puerta. En la cama están sentadas Desirée y su madre, hacen algo con un ovillo de lana. Pasmadas al verlo, quedan en silencio.
Con todo el esmero que requiere una ceremonia, se arrodilla y toca el suelo con la frente.
¿Será suficiente?, piensa. ¿Bastará con eso? Si no, ¿qué más hará falta?
Se yergue. Las dos siguen sentadas en la cama, inmóviles. Mira a la madre a los ojos, luego mira a, la hija, y vuelve a saltar la corriente imparable, la corriente del deseo.
Se pone en pie, aunque con más esfuerzos de lo que hubiera deseado.
– Buenas noches -dice-. Gracias por su hospitalidad. Gracias por la cena.
A las once en punto de la noche recibe una llamada en la habitación de su hotel. Es Isaacs.
– Le llamo para desearle fuerza de cara al futuro. -Pausa-. Hay una pregunta que no tuve ocasión de hacerle, señor Lurie. ¿No estará usted esperando que intercedamos en su nombre ante la universidad?
– ¿Interceder?
– Sí. Para que le devuelvan su puesto, por ejemplo.
– Es una idea que no se me había pasado por la cabeza. Con la universidad he terminado.
– Se lo decía porque el camino por el que va usted es el camino que Dios quiere que recorra. No está en nuestra mano interceder.
– Entendido.
