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Siete Dias Para Una Eternidad

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Siete Dias Para Una Eternidad
Название: Siete Dias Para Una Eternidad
Автор: Levy Marc
Дата добавления: 16 январь 2020
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Siete Dias Para Una Eternidad - читать бесплатно онлайн , автор Levy Marc

Por primera vez, Dios y el diablo est?n de acuerdo. Cansados de sus eternas disputas y deseosos de determinar de una vez por todas qui?n de los dos debe reinar en el mundo, deciden entablar una ?ltima batalla. Las reglas son las siguientes: cada uno de ellos enviar? a la Tierra un emisario que contar? con siete d?as para decantar el destino de la humanidad hacia el Bien o el Mal. Dios y Lucifer establecen que el enfrentamiento se producir? en la ciudad de San Francisco y eligen a sus mediadores. Dios escoge a Zofia, una joven competente, con el encanto de un ?ngel. Lucifer se decide por Lucas, un hombre atractivo sin ning?n tipo de escr?pulos. La tarde de su primer d?a en la Tierra, los destinos de Zofia y Lucas se cruzan, pero para consternaci?n de Dios y el diablo, el encuentro, lejos de provocar un altercado, toma unos derroteros insospechados.

Marc Levy nos ofrece una irresistible comedia rom?ntica protagonizada por dos seres procedentes de mundos dispares que nunca deber?an haberse encontrado, pero irremediablemente predestinados a hacerlo.

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«Soy yo, Mathilde, quería decirte que no te preocupes. Les he dado tanto la lata esta mañana que me dejarán salir antes de mediodía. He llamado a Manca; vendrá a buscarme para llevarme a casa, y me ha prometido que pasará todas las noches a llevarme la cena hasta que me recupere… A lo mejor lo alargo un poco… El estado de Reina no ha evolucionado, no puede recibir visitas, duerme. Zofia, hay cosas que decimos en las relaciones amorosas y no nos atrevemos a decir en las de amistad, pero bueno, allá va: has sido mucho más que la luz de mis días o la cómplice de mis noches, has sido y sigues siendo mi amiga. Vayas a donde vayas, buena suerte. Ya te echo de menos.»

Zofia pulsó el botón con todas sus fuerzas y el móvil se apagó; lo dejó caer dentro del bolso.

– Ve hacia el centro de la ciudad.

– ¿Adonde vamos? -preguntó Lucas.

– Dirígete hacia el Transamerica Building, la torre en forma de pirámide de la calle Montgomery.

Lucas paró en el arcén.

– ¿A qué juegas?

– No siempre se puede contar con las vías aéreas, pero las del cielo siguen siendo inescrutables. ¡Arranca!

El viejo Chrysler siguió su camino en el silencio más absoluto. Dejaron la 101 en la salida de la calle Tercera.

– ¿Hoy es viernes? -preguntó Zofia de repente, con aire de preocupación.

– ¡Por desgracia! -contestó Lucas.

– ¿Qué hora es?

– Me has pedido un coche discreto y, como ves, éste no da ni la hora. En fin, son las doce menos veinte.

– Tenemos que desviarnos un poco, debo cumplir una promesa. Ve al hospital, por favor.

Lucas giró para subir por la calle California y, diez minutos más tarde, entraron en el recinto del complejo hospitalario. Zofia le pidió que aparcara delante de la unidad de pediatría.

– Ven -dijo tras cerrar la portezuela de su lado.

El la siguió por el vestíbulo hasta las puertas del ascensor. Ella lo tomó de la mano, entraron y pulsó un botón. La cabina subió hasta la séptima planta.

En el pasillo donde otros niños jugaban, vio al pequeño Thomas. El le sonrió, ella le devolvió el saludo con un tierno ademán y se le acercó. Zofia reconoció al ángel que estaba a su lado y se detuvo. Lucas notó entonces que le estrechaba la mano. El niño asió de nuevo la de Gabriel y continuó su camino hacia el otro extremo del corredor sin apartar ni un momento la mirada de ella. En la puerta que daba al jardín de otoño, el niño se volvió por última vez. Abrió la mano y depositó un beso en la palma para enviárselo soplando. Cerró los ojos y, sonriendo, desapareció en la pálida luz de la mañana. Zofia cerró también los ojos.

– Ven -murmuró Lucas, tirando de ella.

Cuando el coche salió del aparcamiento, Zofia sintió náuseas.

– ¿Hablabas de ciertos días en los que el mundo se nos echa encima? -dijo-. Hoy es uno de esos días.

Circularon por la ciudad sin intercambiar una palabra. Lucas no tomó ningún atajo, al contrario, escogió los caminos más largos. Condujo por la costa y se detuvo. La llevó a caminar por la playa ribeteada de espuma.

Una hora más tarde, llegaron al pie de la torre. Zofia dio tres vueltas al edificio sin encontrar un sitio para aparcar.

– Las multas de los coches robados no se pagan -dijo Lucas, alzando los ojos al cielo-. Aparca en cualquier sitio.

Zofia estacionó junto a la acera reservada para carga y descarga. Se dirigió hacia la entrada este y Lucas la siguió. Cuando la baldosa se desplazó, Lucas retrocedió instintivamente.

– ¿Estás segura de lo que haces? -preguntó, inquieto.

– ¡No! ¡Sígueme!

Recorrieron los pasillos que conducían al gran vestíbulo. Pedro estaba detrás del mostrador y se levantó al verlos.

– ¡Menudo descaro, traerlo aquí! -exclamó, indignado.

– Necesito tu ayuda, Pedro.

– ¿Es que no sabes que todo el mundo te está buscando y que todos los guardianes de la Morada andan detrás de vosotros? ¿Qué has hecho, Zofia?

– No tengo tiempo de explicártelo.

– Es la primera vez que veo a alguien con prisa aquí.

– Tienes que ayudarme, sólo puedo recurrir a ti. Debo ir al monte Sinaí, déjame acceder al camino que conduce allí por Jerusalén.

Pedro se frotó la barbilla mirándolos a los dos.

– No puedo hacer lo que me pides, no me lo perdonarían. En cambio -dijo, alejándose hacia la otra punta del vestíbulo-, es posible que tengas tiempo de encontrar lo que buscas mientras informo al servicio de seguridad de que estáis aquí. Mira en el compartimiento central de la consola.

Zofia se precipitó detrás del mostrador y abrió todos los cajones. Confiando en su instinto, escogió una llave y arrastró consigo a Lucas. Cuando la introdujo en la puerta camuflada en la pared, ésta se abrió. Entonces oyó la voz de Pedro a su espalda:

– Zofia, es un camino sin retorno, ¿sabes lo que haces?

– ¡Gracias por todo, Pedro!

El hombre meneó la cabeza y tiró de una empuñadura que colgaba en el extremo de una cadena. Las campanas de Grace Cathedral sonaron y Zofia y Lucas apenas tuvieron tiempo de entrar en el estrecho corredor antes de que todas las puertas del gran vestíbulo se cerraran.

Unos instantes más tarde, salieron por una abertura practicada en la valla de un solar.

El sol inundaba con sus rayos la pequeña calle bordeada de edificios de tres o cuatro pisos con la fachada descolorida. Lucas puso cara de preocupación al mirar a su alrededor. Zofia se dirigió al primer hombre que pasó por su lado.

– ¿Habla nuestra lengua?

– ¿Tengo pinta de idiota? -repuso el hombre, ofendido, alejándose.

Zofia no se desanimó y se acercó a otro peatón que se disponía a cruzar.

– Estoy buscando…

Antes de que tuviera tiempo de acabar la frase, el hombre ya había llegado a la acera de enfrente.

– ¡La gente no es muy acogedora para vivir en una ciudad santa! -dijo Lucas con ironía.

Zofia hizo caso omiso del comentario y abordó a una tercera persona, un hombre completamente vestido de negro, sin duda alguna un religioso.

– Padre -dijo-, ¿puede indicarme el camino para ir al monte Sinaí?

El sacerdote la miró de arriba abajo y se marchó encogiéndose de hombros. Lucas, apoyado en una farola con los brazos cruzados, sonreía. Zofia se volvió hacia una mujer que caminaba en su dirección.

– Señora, estoy buscando el monte Sinaí.

– No tiene ninguna gracia, señorita -contestó la transeúnte, alejándose.

Zofia se acercó al vendedor de salazones que estaba arreglando el escaparate de su tienda mientras hablaba con un repartidor.

– Buenos días, ¿alguno de ustedes podría indicarme cómo ir al monte Sinaí?

Los dos hombres se miraron, intrigados, y reanudaron su conversación sin prestar la menor atención a Zofia. Al cruzar la calle, ésta estuvo a punto de ser atropellada por un automovilista, que le dio un sonoro bocinazo.

– Son de lo más encantadores -dijo Lucas en voz baja.

Zofia giró sobre sí misma en busca de alguna ayuda. Sintió que la sangre se le subía a la cabeza, recogió una caja de madera vacía del comercio, bajó a la calzada para plantarse en medio del cruce, se subió al pequeño estrado improvisado y, con las manos en jarras, gritó:

– ¿Tendría alguien la amabilidad de prestarme atención un minuto? Tengo que hacer una pregunta importante.

La calle se paralizó y todas las miradas convergieron en ella. Cinco hombres que pasaban en comitiva se acercaron y dijeron al unísono:

– ¿Cuál es la pregunta? Nosotros tenemos una respuesta.

– Debo ir al monte Sinaí. Es urgente.

Los rabinos formaron un círculo a su alrededor. Se consultaron unos a otros y, gesticulando mucho, intercambiaron opiniones sobre la dirección más apropiada que indicar. Un hombre bajito se deslizó entre ellos para acercarse a Zofia.

– Acompáñeme -dijo-, tengo un coche, puedo llevarla. Acto seguido, se dirigió hacia un viejo Ford aparcado a unos metros de allí. Lucas se apartó de la farola y se sumó al cortejo.

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