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Siete Dias Para Una Eternidad

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Siete Dias Para Una Eternidad
Название: Siete Dias Para Una Eternidad
Автор: Levy Marc
Дата добавления: 16 январь 2020
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Siete Dias Para Una Eternidad - читать бесплатно онлайн , автор Levy Marc

Por primera vez, Dios y el diablo est?n de acuerdo. Cansados de sus eternas disputas y deseosos de determinar de una vez por todas qui?n de los dos debe reinar en el mundo, deciden entablar una ?ltima batalla. Las reglas son las siguientes: cada uno de ellos enviar? a la Tierra un emisario que contar? con siete d?as para decantar el destino de la humanidad hacia el Bien o el Mal. Dios y Lucifer establecen que el enfrentamiento se producir? en la ciudad de San Francisco y eligen a sus mediadores. Dios escoge a Zofia, una joven competente, con el encanto de un ?ngel. Lucifer se decide por Lucas, un hombre atractivo sin ning?n tipo de escr?pulos. La tarde de su primer d?a en la Tierra, los destinos de Zofia y Lucas se cruzan, pero para consternaci?n de Dios y el diablo, el encuentro, lejos de provocar un altercado, toma unos derroteros insospechados.

Marc Levy nos ofrece una irresistible comedia rom?ntica protagonizada por dos seres procedentes de mundos dispares que nunca deber?an haberse encontrado, pero irremediablemente predestinados a hacerlo.

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– Viéndolo así, hay buenas razones para pensar que es de constitución fuerte, pero así y todo no tiente al demonio exponiéndose a pasar frío. Acompáñeme.

Entró en sus habitaciones y abrió su viejo ropero. La puerta de madera chirrió sobre sus goznes. Reina apartó algunas cosas para sacar una chaqueta colgada de una percha y se la tendió a Lucas.

– Está un poco anticuada, aunque, en mi opinión, el príncipe de Gales no pasará nunca de moda, y además, el tweed abriga mucho.

Ayudó a Lucas a ponerse la americana, que parecía hecha a su medida, y miró a Zofia por el rabillo del ojo.

– No intentes averiguar de quién era, haz el favor. A mi edad, una hace lo que le da la gana con sus recuerdos.

Se dobló en dos y se apoyó en la repisa de la chimenea haciendo una mueca. Zofia se precipitó hacia ella.

– ¿Qué le pasa, Reina?

– Nada grave, un simple dolor de vientre, no tienes por qué alarmarte.

– ¡Está blanca como el papel, y parece agotada!

– Hace diez años que no tomo el sol, y además, a mi edad es inevitable levantarse algunos días cansada, así que no te preocupes.

– ¿No quiere que la lleve a que la vea un médico?

– ¡Sólo me faltaría eso! ¡Los médicos que se queden en su casa, que yo me quedo en la mía! Es la única manera de llevarme bien con ellos.

Les hizo una seña con la mano que significaba «marchaos, marchaos, se nota que los dos tenéis prisa».

Zofia vaciló antes de obedecer.

– Zofia…

– Dime, Reina.

– Ese álbum que tenías tantas ganas de ver, creo que me gustaría enseñártelo. Pero son fotos muy especiales y quisiera que las vieras a la luz del atardecer. Es la que mejor les va.

– Como quiera, Reina.

– Entonces, ven a verme esta tarde a las cinco. Y sé puntual.

– Vendré, se lo prometo.

– Y ahora, marchaos los dos, ya os he entretenido bastante con mis historias de vieja. Lucas, cuide la chaqueta… Apreciaba al hombre que la llevaba más que a nada en el mundo.

Cuando el coche se alejó, Reina dejó caer la cortina de la ventana y masculló mientras arreglaba uno de los ramos que adornaban la mesa:

– Comida, techo…, ¡sólo faltaba la ropa!

Bajaron por la calle California. En el semáforo del cruce con la calle Polk se detuvieron justo al lado del coche del inspector Pilguez. Zofia bajó la ventanilla para saludarlo. El policía estaba escuchando un mensaje que le transmitían por radio.

– No sé qué pasa esta semana, pero todo el mundo se está volviendo loco. Es la quinta pelea seria en Chinatown. Los dejo, que pasen un buen día -dijo, poniéndose en marcha.

El vehículo del policía giró a la izquierda con la sirena en marcha; el suyo se detuvo, diez minutos después, al final del muelle 80. Miraron el viejo carguero que se balanceaba indolentemente en el extremo de las amarras.

– Se me ha ocurrido una idea que quizá pueda evitar lo inevitable -dijo Zofia-: llevarte conmigo.

Lucas la miró, inquieto.

– ¿Adonde?

– Con los míos. Ven conmigo, Lucas.

– ¿Cómo? ¿Por obra y gracia del Espíritu Santo? -repuso Lucas con ironía.

– Cuando uno no quiere seguir trabajando para una empresa, tiene que hacer todo lo contrario de lo que se espera de él. ¡Haz que te despidan!

– ¿Tú has leído mi currículo? ¿Crees que puedo borrarlo o reescribirlo en cuarenta y ocho horas? Y aunque pudiera, ¿crees de verdad que tu familia me recibiría con los brazos abiertos y el corazón rebosante de buenos sentimientos? Zofia, antes de que hubiera cruzado el umbral de tu casa, una horda de guardias se abalanzaría sobre mí para devolverme al lugar del que procedo, y dudo mucho que hiciera el viaje de vuelta en primera clase.

– He dedicado mi alma a los demás, a convencerlos de que no se resignen nunca a la fatalidad, así que ahora me toca a mí, me ha llegado el momento de saborear la felicidad, de ser feliz. El paraíso es ser dos, y me lo merezco.

– Pides lo imposible. Su oposición es demasiado grande, jamás dejarán que nos amemos.

– Bastaría un poco de esperanza, un indicio. Tan sólo tú puedes decidir cambiar, Lucas; dales una prueba de buena voluntad.

– ¡Me gustaría tanto que lo que dices fuese verdad y que resultara tan fácil!

– ¡Entonces inténtalo, por favor!

Lucas no contestó y se hizo el silencio. Se alejó unos pasos hacia el estrave herrumbroso del gran buque. Cada vez que sus amarras crujían al tensarse, emitiendo unos chirridos salvajes, el Valparaíso adoptaba el aspecto de un animal que lucha para conquistar la libertad, para escoger su última morada: un hermoso naufragio en alta mar.

– Tengo miedo, Zofia…

– Yo también. Deja que te lleve a mi mundo, guiaré todos tus pasos, aprenderé tus despertares, inventaré tus noches, permaneceré junto a ti. Borrare todos los destinos escritos, coseré todas las heridas. Los días que la cólera te domine, te ataré las manos a la espalda para que no te hagas daño, pegaré mi boca a la tuya para ahogar tus gritos y nada será nunca más igual. Y si tú estás solo, estaremos solos en pareja.

Lucas la tomó entre sus brazos, le rozó una mejilla y le acarició una oreja con el timbre grave de su voz.

– Si supieras todos los caminos que he tomado para llegar hasta ti… No sabía, Zofia, me he equivocado muchas veces y siempre he vuelto a empezar con más alegría aún, con más orgullo. Quisiera que nuestro tiempo se detuviese para poder vivirlo, descubrirte y amarte como mereces, pero este tiempo nos une sin pertenecemos. Yo soy de otra sociedad donde todo es nadie, donde todo es único; yo soy el mal y tú el bien, yo soy tu diferencia, pero creo que te amo, así que pídeme lo que quieras.

– Tu confianza.

Abandonaron la zona portuaria y el coche subió por la calle Tercera. Zofia buscaba una gran arteria, un lugar de mucho tránsito, poblado de hombres y de vehículos.

Blaise entró avergonzado, con el semblante macilento, en el gran despacho.

– ¿Vienes a darme la clase particular de ajedrez? -gritó el Presidente caminando arriba y abajo junto al interminable ventanal-. Vuelve a definirme el concepto de «jaque mate».

Blaise se acercó un gran sillón negro.

– ¡Quédate de pie, cretino! ¡Aunque no, siéntate, cuanto menos te veo, mejor me siento! Bien, para resumir la situación, parece ser que nuestra elite ha cambiado de chaqueta.

– Presidente…

– ¡Calla! ¿Me has oído pedirte que hables? ¿Has visto que mi boca dijera que mis oídos desean escuchar el sonido de tu voz gangosa?

– Yo…

– ¡Cállate!

El Presidente había chillado tan fuerte que Blaise se encogió cinco buenos centímetros.

– Es inadmisible que lo perdamos para nuestra causa -prosiguió el Presidente- y es inadmisible que perdamos sin más. ¡Llevaba toda la eternidad esperando esta semana y no voy a permitir que lo estropees todo, gusano! ¡No sé cuál era tu definición del infierno hasta ahora, pero es posible que tenga una nueva para ti! ¡Sigue callado! Arréglatelas para que no vuelva a ver moverse tus labios adiposos. ¿Tienes algún plan?

Blaise tomó una hoja de papel y escribió unas líneas a toda prisa. El Presidente le arrebató la nota y la leyó mientras se alejaba hacia el otro extremo de la mesa. Si la victoria parecía comprometida, se podía interrumpir la partida y empezar de nuevo. Blaise proponía llamar a Lucas antes de que finalizara el plazo. Lucifer, furibundo, arrugó el papel antes de arrojarlo contra Blaise.

– Lucas me lo pagará muy caro. Tráelo aquí antes del anochecer, ¡y esta vez que no se te ocurra fallar!

– No vendrá de buen grado.

– ¿Insinúas que su voluntad es superior a la mía?

– Insinúo simplemente que tendrá que morir…

– ¡Dejando a un lado un pequeño detalle…, hace tiempo que está muerto, imbécil!

– Si una bala ha podido herirlo, existen otros medios de alcanzarlo.

– Entonces, ¡encuéntralos en vez de hablar!

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