Diablo Guardian
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El sepelio de Violetta o Rosa del Alba Rosas Valdivia es observado por Pig, escritor compulsivo, perfeccionista, y sin carrera literaria. Pig cede la palabra a la muerta y hace narrar a Violetta, que cuenta su historia en primera persona. Desde ni?a, el personaje tiene dos diferentes apelativos y una vocaci?n de lo que ella entiende por la palabra puta que cobra diferentes significados durante toda su vida (mismos que ella lleva a la pr?ctica). La ni?a vive en un ambiente de mentira (su padre ti?e de rubio la cabellera de cada uno de los integrantes de la familia desde los primeros a?os de la infancia). Las apariencias rigen a la familia de Violetta. El pap? planea un robo a la madre, que a su vez ha estado robando a la Cruz Roja y guarda el dinero en una caja fuerte en el cl?set. La jovencita-ni?a empieza a vivir aventuras desde que se escapa de su casa con los cien mil d?lares robados. Contrata a un taxista anciano para que viaje con ella por avi?n y a partir de ese momento, manipular? a los dem?s. Cruza la frontera con los Estados Unidos, siempre usando a alguien, comprando favores y voluntades. Como todos los hombres que se topan con Violetta, Pig tambi?n es usado por ella, que lo domina como escritor y le exige escribir la novela en que ella aparece. Una obra divertida, sin concesiones, despiadada como observaci?n de la sociedad y de los individuos, que tiene el buen gusto art?stico de no caer en sentimentalismos o en?denuncias?. Una novela de la globalizaci?n.
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Siempre creí que era muy buena para la ratería. Digo, ahí estaban las pruebas, ¿ajá? Pero igual luego no paraba de reprocharme que por andar de uñas largas me había quedado sin Eric. Claro que él se iba a ir de cualquier forma, pero eso no acababa de constarme. Menos desde que habló: me llamó ya en abril, el diecinueve. ¿Sabes por qué se fijó? Porque mientras lo tenían agarrado en Saks se le ocurrió hablar a su casa. El papá les rogó a los de Seguridad que lo dejaran ir, por eso lo soltaron. Creo que habían filmado a Eric pasándome el abrigo, no sé si sería cierto. Hablamos mucho tiempo. Dos horas, dos y media. Estaba preocupado, según esto. Quería saber qué había pasado con Lois Lane. She’s dead le contesté. Y él callado, de esos putos silencios que aturden como gritos. Yo le había dicho que Luisa estaba muerta porque quería saber si le afectaba, si tenía por ahí alguna voluntad de regresar. That too bad, me decía, pero no hablaba nada de vernos otra vez. How much money you got left? Estúpido pendejo. Tenía cuatro meses sin saber de mi vida y se ponía a hablar de pinche dinero. Ya sé que igual se estaba preocupando por mí, pero ni modo de decirle: Fíjate que me quedan tres mil dólares. Además qué iba a hacer. ¿Rescatarme otra vez? Eso era lo que más me molestaba, que se pusiera en el lugar de mi papá. Que supiera tan bien cuál era el pie del que cojeo..Qué quería? ¿Dormir un poco más tranquilo? El pobrecito ya no hallaba cómo disculparse, porque igual no pensaba rescatarme, pero estaba sinceramente worried por Violetta. Desde la pura voz se le notaba. Pero eso no me iba a quitar el gusto de martirizarlo un rato, hasta que me dijera lo que yo quería oír. Checa que con seis meses en New York seguía sin conocer a nadie. Desde que Eric se fue no había tenido un pinche poste con quien platicar. Y si Eric no decía que me quería, o que me extrañaba, o que a veces le daban ganas de llorar, yo iba a quedarme como idiota con el teléfono en la mano, diciéndome: No sirves para nada, Violetta R. Schmidt. Total que Eric terminó chillando, pidiéndome que lo esperara y bueno: todo lo qué Violetta necesitaba oír. Aunque no me creyó un demonio cuando al fin le conté que me quedaba casi todo el dinero, tenía trabajo y estaba yendo a la escuela. O sería que yo tampoco me empeñé en ser así que digas convincente. Como esas veces en las que les juras: Estoy bien, y pones cara de panteón para que sigan preguntándote.
¿Sabes por qué te digo que Eric estaba honestamente preocupado por mi? Me siento pésimo nomás de pensarlo: ese día en el teléfono soportó una por una mis rabietas sin decir nada, y al día siguiente en la mañana me llegó por correo un sobre con un cheque por mil dólares. O sea que cuando me llamó ya me lo había enviado, ¿ajá? Siempre que quieras que alguien sepa que te importa, no lo dudes: envíale mil bucks y va a tenerlo claro. 0 quinientos, o cinco mil, los que puedas mandarle. Yo veía los mil dólares de Eric y me parecían muchísimo dinero, más que todo lo que me había robado. Porque éste era dinero con el que yo podía encariñarme. Una cosa es que te gusten los billetes y otra que les agarres cariñito. Decidí no gastarlos: iban a ser mis únicos ahorros. Cobré el cheque, sin tener que identificarme porque ya ves que Supermán pensaba en todo, y guardé los billetes en el mismo sobre donde mi primer novio había escrito las dos mejores frases de su vida:
Just becauseyou’re lovely? No. Just because I love you.
Nunca entendí muy bien la primera. ¿Quería decir que yo no le parecía suficientemente adorable? ¿Me quería por eso, o a pesar de eso? Afortunadamente los billetes son mucho más explícitos que las palabras. ¿De dónde iba a sacar Eric mil dólares? Seguramente tuvo que vender su scooter, o alguna estupidez así. Porque hay que ser un bestia para quedarte sin tu scooter por ayudar a quien ya ni siquiera vas a ver. Que fue lo que pasó: no volví a verlo. No volvió a llamarme. ¿Será por esa causa que ni siquiera ahora he dejado de quererlo? ¿0 será por los otros dos cheques de mil dólares que me llegaron luego? Otra más material o menos sola que yo habría hecho cuentas y ya estaría diciéndome: Violetta, eres pendeja Porque claro que yo me había gastado mucho más en él, pero eso igual no cuenta porque entonces yo lo necesitaba, y él me mandó los tres mil dólares sin pedir nada a cambio. No tenía que mandarlos, ¿ajá? Nunca me contó mucho de su vida, pero yo ya sabía que no era millonario. O sea, no tenía en qué caerse muerto. Su papá trabajaba de achichinde en un banco, nada muy importante, hazte cuenta un agente de seguros. Qué horrible profesión: alimentar a tu familia de la paranoia ajena. Te decía que la familia de Eric era como la mía: equis. Pero debían de ser más decentes que mis queridos padres, si no su hijito jamás me habría enviado esos cheques. Mr Kent. Mrs. Kent. Así hablábamos Eric y yo de sus papás. Los míos por supuesto se apellidaban Lane. ¿Cómo te explico la podrida depre que agarré cuando cambié el dinero y guardé el sobre? No sé si Eric se quedó siendo mi novio, mi amigo o mi papá, pero de cualquier forma era la única persona en el mundo, punto. No había nadie más. Y lo peor era que no podía llamarle. Nunca me dio su número. Creo que los señores Kent tenían un problema con la señorita Lane. O sea la ratera mexicana que se llevó a su hijito y por poco lo deja en la New York State Prison. El sobre no tenía dirección y yo había perdido las de Dick y Jane. O sea que cero: Eric estaba completamente fuera de mi alcance, y ni modo de irlo a buscar a Laredo. Tampoco era para tanto, ¿ajá? Por mucho que lo extrañara, no se me había olvidado lo insoportable que me puse cuando empezó a estorbarme. Una puede pasar que un hombre la maltrate, pero no que la estorbe. Por no hablar del estorbo que también era yo en su vida de sano beisbolista. Let’s say we did notfit into each othersplans.
¿Cuáles eran mis planes? Tenía que atacar. Desde abril se me había pegado la costumbre de tomar cafecitos en hoteles. No creas que no me acordaba del ángel del Waldorf. Sólo que yo quería ser más profesional, dominar todo el territorio. Por eso si la cuenta era de siete dólares, yo le daba al mesero diez de propina. Ya casi no tenía para esos chistecitos, creo que al fin de mayo me quedaban menos de quinientos. Pero era una inversión, tanto por convencerme sola de que era gente bien como para hacer fama entre los lacayos. No te imaginas todo lo que un lacayo puede hacer por ti cuando sabe que tú eres el único espécimen que lo trata como gente. Porque además de darles las superpropinas me preocupaba por mirarlos, sonreírles, hacerlos sentir alguien. Claro que mis escotes también hacían lo suyo, ¿ajá? Cartera generosa, sonrisa generosa, escote generoso, ¿quién no se iba a acordar de tantas atenciones? En cambio las mujeres no me funcionaban. Nunca he podido ser amiga de mujeres, ni cómplice, ni nada. Por eso me buscaba hombres trabajando. Lo de menos es que unos sean mariconcitos; igual te ayudan más que las mujeres. ¿Tienes alguna idea de por qué me odian tanto? ¿Se me ve desde lejos lo tramposa?
Me tuve que inventar toda una historia. Estudiaba business administration en Columbia, vivía en 244 Claremont Avenue y mis padres viajaban muy seguido a New York. No se quedaban en mi depto porque estaban mejor en el hotel. Mi papá tenía citas con socios, clientes, business people, you know. ¿Qué hacía mi papá? Tenía una agencia de Mercedes Benz. Claro que en México no había ni Mercedes Benz, pero eso no tenían por qué saberlo en la cafetería del Plaza. Además, yo no me ponía a platicarles. Más bien me daba por preguntar cosas, pedirles que me guiaran, you know Im’ not from town. A los hombres los tranquiliza enormidades verte desprotegida. Todos quisieran ser The Amazing Spider-Man. Les pedía que me dijeran cómo llegar a un banco, cómo cobrar un cheque, dónde estaban las oficinas de American Express. Y como de todo ese dinero que iba y les embarraba en la jeta siempre les salpicaba algún billete, ya supondrás que me hice popular. Sin perder la distancia, ¿ajá?, porque yo era una niña rica y los amigos de las niñas ricas no trabajan de gatos en el Plaza. En algunos lugares el mozo de la puerta me reconocía. Good afternoon, Miss Schmidt. Luego también a ellos les daba su tributo. Son básicos, te juro. ¿Sabes de cuánto fue la última propina? Cien dólares. No me quedaba otro billete grande. Claro que cuando tuve más dinero regresé a las propinas, ni modo de pararle a la inversión. Digo que era la última propina porque creo que el capítulo tendría que acabarse junto con la lana de la Cruz Roja. Me quedaban cuarentaicuatro dólares con treintaisiete centavos. Podía comerme unas cuantas hamburguesas, ver un par de películas y quedarme sin nada. Fuera del sobre de Eric ya no había ni un centavo. Era un lunes el día que tronaron las finanzas de Violetta. Lunes cuatro de junio del noventa, nearly five, p.m.