Martes Con Mi Viejo Profesor

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Martes Con Mi Viejo Profesor
Название: Martes Con Mi Viejo Profesor
Автор: Albom Mitch
Дата добавления: 16 январь 2020
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Martes Con Mi Viejo Profesor - читать бесплатно онлайн , автор Albom Mitch

Martes con mi viejo profesor refleja todos los valores humanos a la perfecci?n, encerrando en ?l una lecci?n de vida para todos, ya que nos narra el testimonio de las repetidas visitas durante cada martes, entre Mitch Albom y su viejo profesor, Morrie Schwartz, al cual le han diagnosticado una terrible enfermedad terminal, la ELA. A trav?s de estos encuentros llenos de conexi?n y complicidad ambos, alumno y maestro, intercambian ideas y reflexionan sobre la muerte, la familia, el perd?n o el amor entre otros temas de la vida cotidiana, encerrando as? una ense?anza subliminar fruto de un extraordinario testamento espiritual que nos ayudar? a encontrarnos a nosotros mismos a la vez que nos instar? a reflexionar sobre nuestra vida de la mano de un hombre que depende por completo de los dem?s, pero que luchar? hasta el final con el mayor optimismo. Esta fabulosa obra est? llena de sencillez, pero a la vez, cargada de emoci?n y vitalidad, es uno de esos relatos que hacen que te plantees la vida, de los que dejan huella, y de los que dificilmente se olvidan.

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El plan de estudios

M i viejo profesor impartió la última asignatura de su vida dando una clase semanal en su casa, junto a una ventana de su despacho, desde un lugar donde podía contemplar cómo se despojaba de sus hojas rosadas un pequeño hibisco. La clase se impartía los martes. Comenzaba después del desayuno. La asignatura era el Sentido de la Vida. Se impartía a partir de la experiencia propia.

No se daban notas, pero había exámenes orales cada semana. El alumno debía responder a varias preguntas, y debía formular preguntas por su cuenta. También debía realizar tareas físicas de vez en cuando, tales como levantar la cabeza del catedrático para dejarla en una postura cómoda sobre la almohada, o calarle bien las gafas en la nariz. Si le daba un beso de despedida, ganaba puntos adicionales.

No se necesitaba ningún libro, pero se cubrían muchos temas, entre ellos el amor, el trabajo, la comunidad, la familia, la vejez, el perdón y, por último, la muerte. La última lección fue breve, de sólo unas pocas palabras.

En lugar de ceremonia de graduación se celebró un funeral.

Aunque no hubo examen final, el alumno debía preparar un largo trabajo sobre lo que había aprendido. Aquí se presenta ese trabajo.

En la última asignatura de la vida de mi viejo profesor sólo había un alumno.

Ese alumno era yo.

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Estamos a finales de la primavera de 1979, una tarde calurosa y húmeda de sábado. Somos centenares y estamos sentados juntos, lado a lado, en filas de sillas plegables de madera, en el prado principal del campus. Llevamos togas azules de nailon. Escuchamos con impaciencia los largos discursos. Cuando termina la ceremonia, tiramos los birretes al aire y ya somos oficialmente graduados universitarios, la última promoción de la Universidad de Brandeis, de la ciudad de Waltham, en Massachusetts. Para muchos de nosotros acaba de caer el telón sobre nuestra infancia.

Más tarde, busco a Morrie Schwartz, mi catedrático favorito, y se lo presento a mis padres. Es un hombre pequeño que camina a pasitos, como si en cualquier momento una ráfaga de viento fuerte pudiera arrastrarlo hasta las nubes. Vestido con su toga de las ceremonias de graduación, parece un cruce entre un profeta bíblico y un duende de árbol de Navidad. Tiene los ojos de color azul verdoso, chispeantes, el cabello plateado y ralo, que

le cae sobre la frente, las orejas grandes, la nariz triangular y matas de cejas canosas. Aunque tiene torcidos los dientes, y los inferiores están inclinados hacia atrás, como si alguien se los hubiera hundido de un puñetazo, cuando sonríe parece como si le acabaras de contar el primer chiste de la historia del mundo.

Cuenta a mis padres cómo me porté yo en cada una de las asignaturas que me impartió. Les dice: «Tienen aquí un muchacho especial». Avergonzado, me miro los pies. Antes de marcharnos, entrego a mi catedrático un regalo, un maletín de color cuero con sus iniciales en la parte delantera. Lo había comprado el día anterior en un centro comercial. No quería olvidarme de él. Quizás no quisiera que él se olvidase de mí.

– Mitch, eres de los buenos -dice, admirando el maletín. Después, me abraza. Siento sus brazos delgados alrededor de mi espalda. Soy más alto que él, y cuando me tiene en sus brazos me siento incómodo, más viejo, como si yo fuera el padre y él fuera el hijo.

Me pregunta si seguiré en contacto con él, y yo digo sin titubear:

– Por supuesto.

Cuando se aparta, veo que está llorando

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