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El Lago Sin Nombre

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El Lago Sin Nombre
Название: El Lago Sin Nombre
Автор: Liang Diane Wei
Дата добавления: 16 январь 2020
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El Lago Sin Nombre - читать бесплатно онлайн , автор Liang Diane Wei

Cuando los tanques entran en la plaza de Tiananmen, la vida de Diane Wei Liang cambia para siempre. Estudiante de la Universidad de Pek?n, ella y su amigo Dong Yi participan en una demostraci?n pac?fica que provoca la respuesta sangrienta y dura del gobierno chino. La condena pol?tica en todo el mundo no cambia el hecho de que esta terrible masacre ocurri? ante los ojos de millones de personas.

Los dram?ticos acontecimientos del 4 de junio de 1989 pusieron fin a los sue?os de una vida mejor, de democracia, libertad… y de amor de muchos j?venes, chinos. Entre ellos, Diane y Dong Yi, que deben huir de Pekin y no vuelven a verse.

Siete a?os m?s tarde, Diane regresa a su pa?s natal para tratar de encontrarlo. Entonces recuerda su infancia y juventud, sus a?os universitarios y aquellos tr?gicos sucesos.

El lago sin nombre es el relato de Diane que fue testigo de aquel traum?tico periodo. Nos presenta un viaje personal a su propio pasado, una historia de amor, as? como un testimonio pol?tico que nos lleva desde la Revoluci?n Cultural hasta un momento determinante en la historia reciente de China.

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«¡Policías, abrid paso! ¡Policías, abrid paso!», gritaban los ciudadanos que había junto a la calzada. Un gran grupo comenzó a avanzar hacia la policía. Al mismo tiempo, nuestra columna se puso en movimiento. Los estudiantes que iban en cabeza enlazaron los brazos. El cordón policial retrocedió, pero no se rompió. Cao Gu Ran y sus compañeros trataban desesperadamente de evitar que los ciudadanos que se abalanzaban hacia la policía irrumpieran en la manifestación. La policía empujó. La gente gritaba, pero yo ya no oía nada. Lo único que oía eran los latidos de mi corazón y el sonido de nuestros pasos sobre el asfalto. Chen Li me rodeó el brazo izquierdo con su derecho.

Otra oleada de estudiantes se acercó por detrás. Noté la presión y el sabor del ácido que me subía del estómago. Pero mis pies siguieron andando. Mi cuerpo se echó hacia delante. Agarrados de los brazos, volvimos a cargar contra la policía. Me acerqué tanto al cordón policial que pude mirar directamente a los ojos a uno de sus miembros. Nos miramos fijamente y fuimos dando empujones de un lado a otro mientras me obligaban a retroceder.

Para sorpresa de todos los que estaban allí aquel día -y también por fortuna-, la policía no llevaba armas. Al final, los agentes no pudieron resistir la presión de la masa de gente que se abalanzaba contra ellos, se abrió una brecha y atravesamos el bloqueo policial.

Los miles de espectadores prorrumpieron en aclamaciones. «¡Larga vida a los estudiantes!», gritaban. La gente se asomaba a los balcones y lanzaba comida, dinero, papeles de colores y tiras de tela como muestra de su apoyo. Todos los integrantes del frente de la marcha, incluidos Chen Li y yo, dimos saltos de alegría. La policía en seguida se retiró a sus furgonetas. Mientras se retiraban, algunos de ellos cambiaron unas sonrisas, manifestando por gestos que no podían hacer nada. La aparentemente interminable columna de manifestantes pasó a toda prisa.

Cuando empezamos a avanzar de nuevo, con los brazos entrelazados, cantamos La Internacional en alta voz. Dos personas del equipo médico se acercaron a toda prisa con un botiquín de primeros auxilios. Las cruces rojas de las cintas que llevaban en la cabeza relucían intensamente bajo el sol de primavera. A un chico que estaba tres filas por delante de nosotros se lo llevaron a un lado de la calle para tratarlo. En el siguiente cruce se unieron a nosotros más millares de estudiantes de otras universidades. Banderas y pancartas convergieron. El sonido de los gritos y los cánticos resonaba por los edificios y las calles de Pekín.

– ¡Habrá un nuevo mañana! -gritábamos.

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