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El Lago Sin Nombre

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El Lago Sin Nombre
Название: El Lago Sin Nombre
Автор: Liang Diane Wei
Дата добавления: 16 январь 2020
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El Lago Sin Nombre - читать бесплатно онлайн , автор Liang Diane Wei

Cuando los tanques entran en la plaza de Tiananmen, la vida de Diane Wei Liang cambia para siempre. Estudiante de la Universidad de Pek?n, ella y su amigo Dong Yi participan en una demostraci?n pac?fica que provoca la respuesta sangrienta y dura del gobierno chino. La condena pol?tica en todo el mundo no cambia el hecho de que esta terrible masacre ocurri? ante los ojos de millones de personas.

Los dram?ticos acontecimientos del 4 de junio de 1989 pusieron fin a los sue?os de una vida mejor, de democracia, libertad… y de amor de muchos j?venes, chinos. Entre ellos, Diane y Dong Yi, que deben huir de Pekin y no vuelven a verse.

Siete a?os m?s tarde, Diane regresa a su pa?s natal para tratar de encontrarlo. Entonces recuerda su infancia y juventud, sus a?os universitarios y aquellos tr?gicos sucesos.

El lago sin nombre es el relato de Diane que fue testigo de aquel traum?tico periodo. Nos presenta un viaje personal a su propio pasado, una historia de amor, as? como un testimonio pol?tico que nos lleva desde la Revoluci?n Cultural hasta un momento determinante en la historia reciente de China.

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En el campus de la Universidad de Pekín, cada día se colocaban carteles nuevos. Los profesores que eran como la profesora Li Shuxian del departamento de física se declararon claramente en favor de los estudiantes, en tanto que otros ofrecían consejos sobre cómo promover el Movimiento. Los periodistas extranjeros acudieron entonces al campus: entrevistaban a los estudiantes y fotografiaban y grababan en vídeo sus actividades.

La noche del 25 de abril, los programas de radio y televisión nacionales emitieron el texto principal de un editorial que iba a aparecer al día siguiente en el Diario del Pueblo. El editorial, que según el parecer de mucha gente era la opinión de Deng Xiaoping, se titulaba: «La necesidad de una clara postura contra la anarquía». Decía así:

«Este movimiento es una conspiración bien planeada. Su intención es la de confundir a la gente y sumir el país en la anarquía. Su verdadero objetivo es rechazar el liderazgo del Partido Comunista Chino y el sistema socialista. Se trata de una lucha política muy grave que preocupa a todo el Partido y toda la nación.»

Aquella tarde había ido a ver a Eimin pronto. Sentada ante el televisor en su habitación, no podía creer lo que escuchaban mis oídos. Era la primera vez que vivía de cerca una lucha política, y estaba horrorizada. Eimin, al haber experimentado de primera mano la crueldad y la maldad de la Revolución Cultural, no tenía ninguna duda de que aquello era el preludio de una severa represalia.

– Me temo que no hay más. El editorial ha calificado el Movimiento de anarquía. Ésa es la evaluación oficial del Partido, y el Partido nunca cambiará de forma radical su apreciación. Los estudiantes tienen que retirarse si quieren evitar un final desastroso.

Eimin estaba realmente preocupado. Creo que fue a partir de ese momento cuando se involucró, por muy a regañadientes que lo hiciera. Sabía lo que el castigo podía significar en China y no quería que eso les sucediera a sus inocentes e ingenuos estudiantes.

Fuimos al Triángulo, donde la gente ya había empezado a congregarse. Se expusieron distintas opiniones: unos pedían una retirada, otros pedían cautela. Algunos estudiantes querían que la recién formada Asociación Autónoma de Estudiantes presentara una moción para obtener una respuesta. A medida que transcurría la tarde fue acudiendo cada vez más gente al Triángulo. Entonces llegó una carreta de madera. Un joven, de pie en ella, exhortaba a la gente a no retirarse y a seguir adelante hasta que la democracia triunfara en China. Dijo a la multitud que el día anterior se había creado la Asociación Autónoma de Estudiantes para representar a todas las universidades de Pekín. Terminó con la ya habitual consigna: «¡El Movimiento no es "la anarquía"!».

Se trataba de Feng Congde, uno de los líderes estudiantiles. Al parecer había estado reuniendo a estudiantes por todo el campus para que asistieran a una reunión de urgencia aquella noche en el Triángulo. La emisora estudiantil empezó a transmitir el editorial del Diario del Pueblo. Los miles de personas que había entonces congregadas en el Triángulo estallaron en rugidos de protesta. Me acerqué a saludar a Feng Congde. Estaba casado con mi antigua compañera de habitación Chai Ling, a quien hacía mucho tiempo que no veía. Quería saber qué tal le iban las cosas.

– ¿Cómo está tu esposa? -le pregunté.

– Muy bien. De hecho, va a venir a la reunión más tarde.

Fue casi un accidente que Chai Ling se convirtiera en mi compañera de habitación. Había pasado de geología al curso superior al mío. Era la primera vez que se autorizaban ese tipo de traslados en la Universidad de Pekín. Mucha gente tenía sus reservas acerca del nuevo sistema, pues creía que el traslado permitía que las personas que no sacaran una nota lo bastante alta en los exámenes de ingreso a la universidad pasaran a departamentos más deseables.

En aquella época, psicología requería una de las notas de acceso más altas de la Universidad de Pekín; por consiguiente, el sentimiento hacia los trasladados era particularmente hostil en dicho departamento. Nadie quería compartir habitación con ellos.

Yo había sido la rara desde que entré en la universidad. Había nueve chicas en mi clase, una más de las que podía albergar una habitación y, en consecuencia, siempre había una que tenía que compartir dormitorio con las chicas de otro curso. Como había estado sola desde los doce años, en el internado, no me importó ser la elegida. Así pues, pasé el primer año compartiendo habitación con las estudiantes de último curso, y el año siguiente con las de primero. Las chicas de mi clase se alojaban unas cuantas puertas más allá del pasillo, pero rara vez las veía fuera de las aulas.

Naturalmente, cuando llegaron las trasladadas me pidieron que compartiera el dormitorio con ellas. El departamento consideraba que, puesto que hasta el momento no había tenido un grupo estable con el que compartir habitación, era poco probable que me importase que volvieran a cambiarme, esta vez con las estudiantes que se habían trasladado. No me importó en absoluto: estaba acostumbrada a ser una intrusa.

Las estudiantes trasladadas sabían que estaban de más y que no eran bienvenidas, de manera que anduvieron con pies de plomo al entrar en su nuevo hogar. Eran extremadamente amables y encantadoras, y observaban con cautela las reacciones de los demás antes de hablar. Era como si todas nosotras estuviéramos en alguna prolongación de las clases de psicología, con las nuevas estudiantes temerosas de dar un paso en falso. Bueno, casi todas.

Chai Ling era pequeña, con la cara redonda y unos ojos penetrantes, pero amables. Siempre llevaba el pelo corto, rozándole las mejillas. Era independiente, rebelde y, en ocasiones, desagradable. Nunca parecía sentir temor de decir lo que pensaba, y lo hacía con una voz curiosamente suave y aguda.

Como tenía que ponerse al día en muchas cosas de su nueva licenciatura, Chai Ling asistía a algunas clases con nosotras, además de seguir las de su propio curso. A veces pasábamos la mayor parte del día juntas, intercambiando apuntes y ayudándonos con las tareas. A pesar de su tardío comienzo en psicología, Chai Ling progresó con rapidez y al cabo de un año, en el examen del curso de posgrado, obtuvo suficiente puntuación para que le concedieran una plaza.

Por desgracia, los profesores no estaban contentos con ella, probablemente a causa de su personalidad díscola. En el departamento había muchos que la consideraban una persona con la que era difícil trabajar y, por tanto, no querían aceptarla. Al final, tras persistentes súplicas por parte de Chai Ling, el departamento accedió a dejar que lo decidiera el profesor con quien ella quería estudiar.

Para entonces, Chai Ling se había mudado a una pequeña habitación que había en un rincón del pasillo y yo estaba por fin con mis compañeras de clase después de otra redistribución de dormitorios. Un día vino a verme.

– Wei, tú eres la mejor de tu clase, todos los profesores te quieren. Por favor, ¿podrías hablarle de mí a la profesora Wang? La verdad es que me encantaría estudiar emociones humanas con ella.

Fui a ver a la profesora Wang y hablé en defensa de Chai Ling, pero se mostró inflexible: no pensaba trabajar con aquella alumna. Me sentí fatal cuando le conté a Chai Ling el resultado de mi conversación con la profesora Wang. Así pues, era inevitable que, cuando el departamento accedió por fin a admitir a Chai Ling en el programa de posgrado bajo la supervisión de otro profesor, ella rechazase la oferta y dijera que prefería estudiar en otro sitio que con un profesor que no hubiese elegido ella.

Unos meses más tarde se matriculó en el curso de posgrado de la Universidad Normal de Pekín.

Mucha gente del departamento -incluyéndome a mí- quedó sorprendida por su decisión y creía que estaba siendo obstinada e inflexible y que, como resultado de ello, sufría innecesariamente.

Unos meses después de licenciarse, Chai Ling se presentó en la habitación de mi residencia. Me la había encontrado un par de veces en el campus cuando acudía a visitar a su novio, Feng Congde.

Me alegré de verla. Hablamos de su nueva vida como estudiante de posgrado y de qué le parecía la Universidad Normal de Pekín. Entonces dejó caer la bomba: Feng Congde y ella se habían casado. En aquella época, en China, la gente tenía que esperar a terminar su carrera universitaria y a cumplir veintitrés años para contraer matrimonio. Chai Ling acababa de cumplir los veintitrés.

– No tenía ni idea de que os hubierais casado -me disculpé, porque me había referido a Feng como a su novio, y en seguida me apresuré a felicitarla.

– Hemos alquilado una vivienda fuera del campus -dijo-. Tienes que visitarnos.

Era poco común por aquel entonces que la gente corriente alquilara habitaciones a particulares. Nadie tenía propiedades, y alquilar un inmueble propiedad del Estado era ilegal. Había oído hablar de gente que lo hacía, pero se arriesgaba a acabar en la cárcel. La mayoría de estas personas eran granjeros que habían ido a la ciudad a trabajar, que no tenían otra alternativa y estaban demasiado desesperados como para que les importara el castigo. Pero Chai Ling no pertenecía a aquel grupo de desesperados. Los estudiantes de posgrado que estaban casados vivían en sus propias residencias, lo cual se consideraba una generosidad, pues casi todo el mundo tenía que esperar, a veces durante años, a que su cuadrilla le asignara una vivienda. Muchos jóvenes tenían que seguir viviendo con sus padres y sus abuelos.

Por tanto, el comportamiento poco convencional de Chai Ling me impresionó y me intrigó al mismo tiempo; aquella era una nueva forma de vivir con la que nunca me había encontrado, de modo que acepté gustosamente ir a hacerle una visita.

La habitación que había alquilado formaba parte de una de las casas tradicionales con patio interior, situada dentro del distrito de Haidian, al otro lado de la calle del campus de la Universidad de Pekín. Chai Ling me condujo a través de patios estrechos y largos callejones. Allí, las familias residían en unas casas pequeñas con patio cuya existencia ignoraba, rodeadas por un laberinto de paredes. Se acercaba la hora de cenar y había humo por todas partes, pues muchas familias preparaban la comida en los patios en cocinas de carbón. Por encima de nuestras cabezas, el cielo estaba oscuro y cubierto de nubes densas. Los vientos de otoño habían empezado a refrescar las tardes.

Aquél era un mundo distinto al de la Universidad de Pekín, con distintas generaciones de una misma familia viviendo juntas, niños que corrían alborozados por el patio, la colada tendida en las cuerdas y el agua de desecho vertida en las calles. Mientras caminábamos me pregunté cómo Chai Ling y Feng Congde habían encontrado aquel lugar. ¿Y por qué preferían vivir allí en vez de hacerlo en un hermoso campus en el que la universidad organizaba minuciosamente todos los aspectos de la existencia?

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