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Fantasmas Del Pasado

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Fantasmas Del Pasado
Название: Fantasmas Del Pasado
Автор: Sparks Nicholas
Дата добавления: 16 январь 2020
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Fantasmas Del Pasado - читать бесплатно онлайн , автор Sparks Nicholas

Jeremy Marsh es un periodista especializado en desenmascarar fraudes con apariencia de hechos sobrenaturales. All? donde parece darse un caso extra?o que escapa a toda explicaci?n l?gica, ?l se empe?a en demostrar que para encontrarla s?lo hace falta investigar el caso a fondo y seguir en todo momento los dict?menes de la raz?n. Hasta ahora nunca se ha equivocado, y con esa determinaci?n viaja a Boone Creek, una peque?a localidad de Carolina del Norte, en busca de la causa real que se esconde detr?s de unas apariciones fantasmag?ricas en el cementerio del pueblo. La leyenda local habla de una maldici?n y de almas que vagan con sed de venganza, pero ?cu?nto de verdad y cu?nto de f?bula hay en esa leyenda, como en todas las dem?s?

Sin embargo, Jeremy ha de enfrentarse a algo verdaderamente inesperado, para lo que esta vez su raz?n no tiene respuesta: el encuentro con Lexie Darnell, la nieta de la vidente del pueblo. Y es que Jeremy pod?a prever que Lexie lo ayudar?a en sus pesquisas gracias a su trabajo como bibliotecaria, pero no que ?l acabar?a enamor?ndose perdidamente de ella. El dilema no tardar? en surgir: si la joven pareja quiere empezar a construir un futuro en com?n, Jeremy deber? arriesgarse a otorgar un voto de confianza a la fe ciega, en la que nunca hab?a cre?do…

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Mientras Lexie relataba la historia, Jeremy se dedicaba a observarla. Era la primera vez que explicaba tantas cosas sobre sí misma desde que se habían conocido, e intentó imaginársela a los quince años. ¿Cómo era cuando iba al instituto? ¿Una de las animadoras populares? ¿O una de esas empollonas que se pasaban todas las horas metidas en la biblioteca? «¡Qué más da!», se dijo; al fin y al cabo no era más que agua pasada. ¿A quién le importaba lo que había sucedido en el instituto? Sin embargo, incluso ahora, cuando Lexie continuaba perdida en sus memorias, a él se le hacía imposible figurársela a esa temprana edad.

– Supongo que estabas aterrorizada -apuntó Jeremy-. Un rayo puede estar a cincuenta mil grados centígrados de temperatura, ¿lo sabías? Es decir, diez veces más candente que la superficie del sol.

Ella sonrió, sorprendida.

– No, no lo sabía. Pero tienes razón. Me parece que jamás he estado tan aterrorizada en toda mi vida.

– ¿Y qué sucedió?

– Bueno, llegó un momento en que la tormenta tocó a su fin, como sucede siempre. Y cuando nos hubimos recuperado de la gran impresión, regresamos al pueblo. Pero recuerdo que Rachel me agarró de la mano con tanta fuerza que me dejó las uñas marcadas.

– ¿Rachel? ¿No te referirás a la camarera del Herbs?

– Sí, la misma. -Se cruzó nuevamente de brazos y lo miró con curiosidad-. ¿Por qué? ¿Ha intentado ligar contigo a la hora del desayuno?

Jeremy empezó a balancearse, apoyando todo el peso de su cuerpo de un pie a otro alternativamente.

– Hombre, tampoco lo definiría de ese modo. Digamos que… me ha parecido una chica bastante lanzada.

Lexie se echó a reír.

– No me sorprende. Rachel es… Bueno, Rachel es así. Es una de mis mejores amigas desde la infancia, y sigo considerándola como una hermana. Supongo que siempre sentiré el mismo aprecio por ella. Pero después de marcharme a la universidad y luego a Nueva York… No sé cómo explicarlo… Cuando regresé, ya nada volvió a ser igual. Algo había cambiado. No me malinterpretes; es una chica formidable y divertidísima, y no tiene ni un pelo de tonta, pero…

Se detuvo unos instantes, como buscando las palabras adecuadas. Jeremy la observó con atención.

– ¿Veis la vida de una manera distinta, quizá? -sugirió él.

Ella suspiró.

– Sí, supongo que sí.

– Me parece que eso nos pasa a todos cuando nos hacemos mayores -respondió Jeremy-. Descubrimos nuestra propia identidad y lo que queremos, y entonces nos damos cuenta de que la gente que conocemos desde la infancia no interpreta las cosas del mismo modo. Y por eso, aunque recordemos los viejos tiempos con nostalgia, nuestras vidas toman sendas muy diferentes. Es perfectamente normal.

– Lo sé. Pero en un pueblo de pequeñas dimensiones, estas cosas se notan mucho más. Queda tan poca gente de treinta años, e incluso menos que esté soltera… Realmente es como un mundo reducido.

Él asintió antes de esbozar una sonrisa.

– Así que tienes treinta años…

De repente Lexie se acordó de que él había intentado averiguar su edad el día anterior.

– Sí -confirmó sintiéndose abrumada-. Supongo que me hago mayor.

– O que todavía eres joven, según cómo se mire -argumentó él-. Mira, cuando me deprimo al pensar en la edad, me pongo mis pantalones más bajos de tiro, me subo los calzoncillos basta el ombligo para que se vean, me coloco la gorra de béisbol con la visera echada hacia atrás, y salgo a pasear por algunas galerías comerciales mientras escucho música rap.

Lexie soltó una risita al imaginárselo con esa pinta. A pesar de que el aire era cada vez más fresco, se sintió arropada, como tonificada; aunque pareciera extraño, tuvo que admitir que se sentía a gusto con él. Todavía no estaba segura de si le gustaba -más bien tenía la impresión de que no- y por un momento intentó hacer un esfuerzo por reconciliar los dos sentimientos, lo que obviamente quería decir que era mejor evitar esa cuestión por completo. Puso un dedo sobre la barbilla.

– Ya me lo imagino, vaya pinta. Me parece que le das mucha importancia al estilo personal.

– Así es. Pero ayer me fijé en que nadie se mostró impresionado por mi atuendo, incluida tú.

Ella se echó a reír y, en el silencio reconfortante, lo observó tranquilamente.

– Supongo que tendrás que viajar mucho por tu trabajo, ¿no?

– Unas cuatro o cinco veces al año, y cada viaje dura un par de semanas.

– ¿Habías estado antes en un pueblo tan pequeño como este?

– No -respondió él-. Cada lugar tiene su propio encanto, pero puedo decir con toda franqueza que jamás había visitado un lugar como éste. ¿Y tú? ¿Has estado en algún otro sitio, además de en Nueva York?

– Estudié en la Universidad de Carolina del Norte, en Chapel Hill, y pasé bastante tiempo en Raleigh. También estuve en Charlotte un día, cuando estudiaba en el instituto. El equipo de futbol local se convirtió en el campeón del estado cuando yo estudiaba el último año, así que nadie en el pueblo quiso perderse la final. Montamos una larguísima caravana de hasta casi cuatro millas. ¡Ah! ¡Y se me olvidaba! En Washington DC, en una excursión cuando era pequeña. Pero jamás he salido de Estados Unidos.

Mientras hablaba, era plenamente consciente de lo aburrida que debía de parecerle su vida a Jeremy, pero éste, como si le leyera el pensamiento, esbozó una cálida sonrisa.

– Te gustaría Europa. Las catedrales, los pueblos pintorescos, los bares y las plazas bulliciosas de los pueblos y de las ciudades. El estilo de vida relajado… Por tu forma de ser, segura que te sentirías como pez en el agua allí.

Lexie sonrió. Qué agradable pensamiento, pero… Ese era el problema. Siempre había un pero. La vida mostraba una desagradable tendencia a acotar las oportunidades exóticas. Viajar por placer a lugares lejanos no era una realidad al alcance de la mayoría de la gente, incluida ella. No podía convencer a Doris para que la acompañara, ni tampoco podía tomarse demasiados días libres de la biblioteca. De todos modos, ¿por qué diantre le estaba contando él toda esa película? ¿Para mostrarle que era más cosmopolita que ella? Lexie ya sabía eso de antemano; no hacía falta una exhibición tan desconsiderada.

No obstante, mientras intentaba digerir esos pensamientos, otra vocecita se interpuso en su monólogo mental, una voz que le decía que Jeremy sólo intentaba elogiarla, decirle que sabía que ella era diferente, más mundana de lo que parecía, y que por eso podía encajar en cualquier sitio sin ningún problema.

– Siempre he querido viajar -admitió finalmente, intentando sortear las voces contradictorias en su cabeza-. Debe de ser fantástico, si uno puede permitírselo, claro.

– Sí, a veces es maravilloso. Pero lo creas o no, lo que más me atrae es conocer a gente. Y cuando recuerdo los lugares donde he estado, a menudo veo caras en lugar de monumentos.

– Hablas como un verdadero sentimental -aseveró ella mientras pensaba: «Señor Marsh, es usted difícil de resistir. Mujeriego, romántico y altruista, viajero pero a la vez enamorado de su ciudad natal, mundano pero consciente de las cosas que realmente valen la pena en esta vida. Seguro que no importa adonde vaya o a quién conozca; no me cabe la menor duda de que tiene una habilidad innata para hacer que los demás, especialmente las mujeres, se sientan a gusto con usted». Lo cual, por supuesto, la llevaba directamente a aceptar la primera impresión que había tenido de él.

– Quizá sí que soy un sentimental -dijo Jeremy, sin apartar los ojos de ella.

– ¿Sabes lo que más me gustaba de Nueva York? -dijo Lexie cambiando de tema.

Él la miró con curiosidad.

– La sensación de que siempre pasaba algo en esa ciudad. A todas horas había gente caminando a un ritmo frenético por las aceras, y las calles estaban plagadas de taxis, sin importar la hora que fuera. Siempre había algún lugar adonde ir, algo que ver, un nuevo restaurante que probar. Era excitante, especialmente para alguien como yo, que se había criado en un pueblo pequeño; vaya, casi tan excitante como ir a Marte.

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