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Fantasmas Del Pasado

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Fantasmas Del Pasado
Название: Fantasmas Del Pasado
Автор: Sparks Nicholas
Дата добавления: 16 январь 2020
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Fantasmas Del Pasado - читать бесплатно онлайн , автор Sparks Nicholas

Jeremy Marsh es un periodista especializado en desenmascarar fraudes con apariencia de hechos sobrenaturales. All? donde parece darse un caso extra?o que escapa a toda explicaci?n l?gica, ?l se empe?a en demostrar que para encontrarla s?lo hace falta investigar el caso a fondo y seguir en todo momento los dict?menes de la raz?n. Hasta ahora nunca se ha equivocado, y con esa determinaci?n viaja a Boone Creek, una peque?a localidad de Carolina del Norte, en busca de la causa real que se esconde detr?s de unas apariciones fantasmag?ricas en el cementerio del pueblo. La leyenda local habla de una maldici?n y de almas que vagan con sed de venganza, pero ?cu?nto de verdad y cu?nto de f?bula hay en esa leyenda, como en todas las dem?s?

Sin embargo, Jeremy ha de enfrentarse a algo verdaderamente inesperado, para lo que esta vez su raz?n no tiene respuesta: el encuentro con Lexie Darnell, la nieta de la vidente del pueblo. Y es que Jeremy pod?a prever que Lexie lo ayudar?a en sus pesquisas gracias a su trabajo como bibliotecaria, pero no que ?l acabar?a enamor?ndose perdidamente de ella. El dilema no tardar? en surgir: si la joven pareja quiere empezar a construir un futuro en com?n, Jeremy deber? arriesgarse a otorgar un voto de confianza a la fe ciega, en la que nunca hab?a cre?do…

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Lexie lo miró con insistencia antes de acabar soltando el aire apresado en sus pulmones. Quizá tenía razón. No, sabía que Jeremy tenía razón. Y debía admitir que era ella la que había iniciado la bronca. Pero ¿por qué demonios lo había presionado tanto? A lo mejor porque, a veces, los pensamientos nublados pueden provocar esa clase de reacciones en cualquiera.

– De acuerdo -proclamó finalmente-, pero con una condición.

– ¿Cuál?

– Que tú conduzcas. He venido sin coche.

Jeremy pareció aliviado.

– A ver si encuentro las llaves.

Ninguno de los dos tenía demasiado apetito, así que Lexie lo llevó hasta una pequeña tienda de comestibles, de la que salieron unos minutos más tarde con una caja de galletas saladas, varias piezas de fruta, diversos tipos de queso, y dos botellas de Snapple.

En el coche, Lexie depositó la comida a sus pies:

– ¿Hay algo en particular que te gustaría ver? -preguntó Lexie.

– Riker's Hill. ¿Existe alguna carretera que conduzca hasta la cima?

Ella asintió.

– Bueno, no es un camino en buen estado, que digamos. Es la pista que originalmente utilizaba la gente para transportar troncos, pero ahora sólo la usan los cazadores. Está llena de socavones, por lo que no sé si quieres subir con tu coche.

– No me importa; es de alquiler. Y además, ya me estoy acostumbrando a las malas carreteras que hay por aquí.

– Muy bien, pero luego no digas que no te he avisado.

Ninguno de los dos habló demasiado mientras se alejaban del pueblo, dejaban atrás el cementerio de Cedar Creek y cruzaban un pequeño puente. La carretera se empezó a estrechar hasta formar una fina línea entre los arbustos cada vez más espesos. El cielo azul había dado paso a un cielo gris enmarañado, que le recordó a Jeremy las tardes invernales de un lugar a lo lejos, más al norte. Esporádicamente, una bandada de estorninos levantaba el vuelo cuando pasaba el coche, moviéndose al unísono como si estuvieran todos atados a una misma cuerda.

Lexie se sentía incómoda con tanto silencio, así que empezó a describir el área: proyectos sobre urbanizaciones que jamás habían llegado a fructificar, nombres de algunas especies de árboles, Cedar Creek cuando lo avistaron a través de la espesa vegetación. Riker's Hill emergió de repente por el flanco izquierdo, con aspecto lóbrego y tenebroso, bajo la luz apagada en el cielo.

Jeremy había llegado hasta ese mismo punto el día anterior, después de su visita al cementerio, pero había dado media vuelta porque creyó que el camino no llevaba a ninguna parte. Sin embargo, un minuto más tarde, ella le indicó que girara en la siguiente intersección, por una pista que parecía enfilar hacia la parte posterior de Riker's Hill. Lexie se inclinó hacia delante y miró con atención a través del parabrisas.

– El desvío está un poco más arriba -explicó-, así que será mejor que vayas más despacio.

Jeremy aminoró la marcha, y mientras ella continuaba con la mirada fija en el camino, él se dedicó a observarla de reojo, fijándose en la pequeña arruga vertical que se le formaba entre las cejas.

– Por aquí -anunció ella, señalando con el dedo.

Lexie estaba en lo cierto: no se podía decir que eso fuera precisamente un camino en buen estado. La estrecha pista estaba llena de cantos rodados, y las raíces de árboles y arbustos habían reventado la superficie. Era similar a la entrada de Greenleaf, pero aún peor. Dejaron atrás la pista principal, y el coche empezó a dar saltitos y a andar a trompicones. Jeremy aminoró la marcha todavía más.

– ¿Las tierras de Riker's Hill pertenecen al Estado?

Ella asintió.

– Las compraron a una de las grandes compañías de madera (Weyerhaeuser o Georgia-Pacific o algo parecido) cuando yo era pequeña. Parte de nuestra historia local, ya sabes, pero no es un parque ni nada por el estilo. Creo que hace tiempo tenían planes para convertirlo en un campin, pero al final no han hecho nada.

Los pinos se condensaron a medida que la pista se estrechaba, pero el camino pareció mejorar cuando avanzaron más hacia la cumbre, siguiendo una pauta casi en zigzag. A cada momento se cruzaban con otras pistas forestales, que Jeremy dedujo que eran las que usaban los cazadores.

Al cabo, los árboles empezaron a dispersarse y pudieron divisar un pedazo más amplio del cielo. Cuando ya estaban muy cerca de la cima, la vegetación se hizo más ligera, hasta que finalmente llegó a desaparecer casi por completo. Docenas de árboles habían quedado reducidas drásticamente a la mitad, y menos de un tercio de los que se habían salvado de la tala indiscriminada estaban todavía vivos. La inclinación del tramo final de la ladera se hizo menos pronunciada, hasta que llegaron a una superficie plana en el último tramo hasta la cima. Jeremy aparcó el coche a un lado de la pista. Lexie le hizo una señal para que apagara el motor, y los dos salieron del auto.

Lexie cruzó los brazos mientras caminaban. El aire parecía más fresco allí arriba; la brisa, más invernal. El cielo también parecía estar más cerca de ellos. Las nubes ya no tenían rasgos monótonos, sino que ahora se retorcían en formas distintivas. Más abajo se podía ver el pueblo, con sus tejados formando una malla contigua, encumbrados a lo largo de calles rectas, una de las cuales conducía directamente hasta el cementerio de Cedar Creek. Justo en los confines del pueblo, el viejo río salobre se asemejaba a una sinuosa barra de hierro. Jeremy avistó el puente sobre la carretera y también el puente de caballetes por el que pasaba el tren, mientras un halcón de cola roja planeaba en círculos sobre sus cabezas. Fijó la vista con más atención en un punto determinado hasta que distinguió la diminuta silueta de la biblioteca, y luego el enclave donde se asentaba Greenleaf, aunque los búngalos se confundían con la vegetación difuminada.

– Qué vista más espectacular -acertó a decir finalmente.

Lexie señaló hacia uno de los extremos del pueblo.

– ¿Ves esa casita de allí, la que está cerca del estanque? Ahí vivo yo. ¿Y esa otra más alejada? Es la casa de Doris. Allí es donde crecí. A veces, cuando era una niña, miraba hacia la colina e imaginaba que me veía a mí misma, contemplándome desde aquí arriba.

Jeremy sonrió. La brisa jugueteaba con el pelo de Lexie mientras ella continuaba exteriorizando sus pensamientos.

– Mis amigos y yo solíamos venir aquí y nos quedábamos mucho rato cuando teníamos quince años. Durante los meses de verano, el calor hace que las luces de las casas titilen, casi con tanta intensidad como las estrellas. Y las luciérnagas… Bueno, en junio hay tantas que prácticamente parece que haya otro pueblo en el cielo. Aunque todo el mundo conoce este lugar tan especial, no suele estar muy concurrido. Así que era el punto de reunión de la pandilla, un lugar que podíamos compartir sin que nadie nos molestara.

De pronto dejó de hablar, manifiestamente incómoda y nerviosa; aunque el motivo de su nerviosismo sólo lo supiera ella.

– Recuerdo un día que se esperaba una fuerte tormenta. Mis amigos y yo convencimos a uno de los muchachos para que nos subiera aquí con su tractor, uno de esos remolcadores de oruga que podría trepar por el Gran Cañón si se lo propusiera. Nuestra intención era presenciar el espectáculo de relámpagos desde este sitio privilegiado, sin pararnos a pensar que nos colocábamos en el punto más alto de la zona. Al principio nos pareció impresionante. El cielo entero se iluminó cuando empezaron a caer los relámpagos, a veces con unos destellos sesgados, otras con unas luces destellantes. Animados, nos pusimos a contar en voz alta hasta el estruendo del siguiente trueno, ya sabes, eso que se hace para calcular a qué distancia queda la tormenta. Pero en cuestión de segundos, y sin que nos diera tiempo a reaccionar, el aguacero se nos echó encima. El viento empezó a soplar con tanta virulencia que el tractor no paraba de tambalearse, y la cortina de lluvia era tan tupida que no veíamos nada. Entonces los relámpagos empezaron a caer con una furia desmedida sobre los árboles cercanos; unas gigantescas descargas provenientes del cielo, tan cerca de nosotros que incluso podíamos notar cómo temblaba la tierra bajo nuestros pies con cada impacto. Todavía puedo ver la imagen espeluznante de las copas de los pinos estallando, como bolas chispeantes.

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