Desgracia
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A los cincuenta y dos a?os, David Lurie tiene poco de lo que enorgullecerse. Con dos divorcios a sus espaldas, apaciguar el deseo es su ?nica aspiraci?n, sus clases en la universidad son un mero tr?mite para ?l y para los estudiantes. Cuando se destapa su relaci?n con una alumna, David, en un acto de soberbia, preferir? renunciar a su puesto antes que disculparse en p?blico. Rechazado por todos, abandona Ciudad del Cabo y va a visitar la granja de su hija Lucy. All?, en una sociedad donde los c?digos de comportamiento, sean de blancos o de negros, han cambiado, donde el idioma es una herramienta viciada que no sirve a este mundo naciente, David ver? hacerse a?icos todas sus creencias en una tarde de violencia implacable. Una historia profunda, extraordinaria, que por momentos atenaza el coraz?n, y siempre, hasta el final, subyuga.
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– No es nada fácil hablar de esto -le dice-, pero ¿has ido a ver a un médico?
Ella se incorpora, se sienta, se suena.
– Ayer por la noche vi a mi médico de cabecera.
– ¿Y él se ha hecho cargo de todo lo que pueda pasar.
– Ella -le responde-. Es una médico, no un médico. No -y ahora se nota un deje de cólera en su voz-, ¿cómo iba a hacerse cargo? ¿Cómo va a hacerse cargo una médico de todo lo que pueda pasar? ¡No seas insensato, por favor!
Él se pone en pie. Si ella prefiere mostrarse irritada, también él puede serlo.
– Lamento habértelo preguntado -le dice-. ¿Qué planes tenemos para hoy?
– ¿Qué planes tenemos? Volver a la granja y limpiarla. -¿Y luego?
– Luego, seguir como hasta ahora. -¿En la granja?
– Pues claro, en la granja.
– Lucy, ten un poco de sentido común. Las cosas han cambiado. No podemos continuar justo en el punto donde lo dejamos.
– ¿Por qué no?
– Porque no es buena idea. Porque ni siquiera tenemos un mínimo de seguridad.
– Nunca tuve un mínimo de seguridad, y no se trata de una idea, ni buena ni mala. No voy a volver en aras de una idea, no es eso. Lisa y llanamente, voy a volver y a seguir igual que hasta ahora.
Sentada en la cama, con el camisón prestado, ella le planta cara con el cuello rígido y los ojos relucientes. No es la niña de su padre, no. Ya no lo es.
