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Mazurca Para Dos Muertos

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Mazurca Para Dos Muertos
Название: Mazurca Para Dos Muertos
Автор: Cela Camilo Jos?
Дата добавления: 16 январь 2020
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Mazurca Para Dos Muertos - читать бесплатно онлайн , автор Cela Camilo Jos?

Mazurca para dos muertos toma su t?tulo de un asesinato y una venganza, sucesos que no son sino dos puntos de referencia en el vasto hilo conductor de la obra, que se erige en un extenso retablo de unas vidas se?aladas por la sexualidad, la barbarie y la violencia f?sica, bajo la recurrencia c?clica de temas que, como la lluvia o el eje de carro, aluden a la continuidad inmutable del tiempo. El soporte principal de la novela es el fin?simo e infalible o?do de C. J. C., su sentido de la sonoridad (en lo armonioso tanto como en lo estridente y terrible) y de la rotunda m?sica verbal, que impone cada pasaje como una realidad irrefutable en virtud de su contundencia expresiva. La guerra civil, irrumpiendo en primer plano en el centro del libro, sit?a en una perspectiva hist?rica este recitativo de una maestr?a t?cnica y expresiva indeclinable, que llega al m?ximo refinamiento y a la magia tribal desde una est?tica que no elude enfrentarse a lo fatal o b?rbaro. Mazurca para dos muertos, que obtuvo el Premio Nacional de Literatura, es una de las obras maestras de su autor y ya actualmente un cl?sico mayor de la literatura de todos los tiempos en nuestra lengua.

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– Tío Cleto.

– Dime, Camilito.

– ¿Me das diez reales?

– No.

– ¿Y seis?

– Tampoco.

La casa de mis tíos está en Albarona, toda cubierta de yedra y de guisante de olor, es una casa espaciosa y de buen ver, ahora casi en ruinas.

– ¿Te acuerdas de aquel mirlo que le robaba la comida al ciego de Senderiz? Era el peor ciego del mundo y Dios lo castigó mandándole un pájaro que le robase la comida, a poco se muere de hambre.

Don Claudio Dopico Labuñeiro es maestro de escuela y, según parece, se entiende con doña Elvira, la patrona, algo de esto ya quedó dicho.

– Castora es una puta, ya lo sé, pero tiene treinta años menos que yo y eso manda mucha fuerza, no la echo a la calle porque así te tengo sujeto, ¿tú me querrás siempre?

– Mujer, siempre, siempre, lo que se dice siempre… ¡cualquiera sabe!

Doña Elvira y don Claudio sólo se tutean en la cama, conviene guardar las apariencias. A don Claudio no le resulta fácil acostarse con Castora, doña Elvira los tiene muy vigilados a los dos, lo que sí puede es palparle las tetas y el culo cuando se cruza con ella por el pasillo.

– Estése quieto, don Claudio, ¿qué saca usted con esto?, ya tendrá todo cuando llegue el domingo.

Don Claudio y Castora se ven los domingos por la tarde en un almacén de coloniales que hay en la carretera de Rairo, el dueño es amigo de don Claudio y le da la llave, tienen hasta una cama turca y un aguamanil. A don Cristóbal, doña Elvira lo deja más suelto porque tampoco está enamorada de él.

– ¡Usted sí que tiene suerte, don Cristóbal, que para acostarse conmigo no tiene más que empujar la puerta!

– ¡Calla, mujer, no seas descarada! ¡Tú atiende a lo tuyo!

Mamerto Paixón, el amigo de Manueliño Remeseiro Domínguez, iba para futbolista pero se desgració con un invento que hizo y tuvo que dejarlo.

– ¿Y no pensaste nunca irte cura?

– No, señora, nunca jamás.

Moncho Preguizas es muy mentiroso, los cojos suelen ser muy troleros, los hay que no, pero ésa es la regla general.

– Mi prima Georgina, aún en vida de su primer marido, el Adolfito, se bañaba desnuda en la balsa del molino de Lucio Mouro, lo mismo que Catuxa Bainte, había una trucha que se le quedaba mirando para las tetas y ni se movía del sitio hasta que mi prima se marchaba a lo que fuese, mi prima siempre tuvo las tetas de muy buen ver, lo raro es que una trucha se le quedara mirando igual que un quinto.

El Adolfito Penouta Augalevada, alias Choqueiro, había sido novio de María Auxiliadora Porras, quien lo dejó porque iba para muerto.

– Éste va para muerto, a mí que no me digan, no hay más que tocarle las manos.

Moncho Preguizas también había visto, subidas en una piedra de la orilla, a una donicela y una liebre deleitándose e incluso regodeándose en la contemplación de las tetas de su prima.

– ¡Hay que ver cómo son los animalitos, qué instinto tienen!

María Auxiliadora Porras argumentaba su decisión con muy sólidos principios.

– Ése va para muerto, no hay más que mirarle lo apagada que tiene la piel, no hay más que tocarle las manos, yo se lo dejo a Georgina, ya será ella la que se ponga de luto, a mí no me desvirga un muerto, bueno, ningún muerto, no me da la gana.

– Pero, María Auxiliadora, ¿tú estás virgo?

– ¡Calla, mamón! ¿A ti, qué leche se te da?

– ¡Repórtate, María Auxiliadora! ¡No me levantes la voz!

Adolfito Choqueiro casó con Georgina y no duró demasiado, por voluntad de Dios hubiera durado más pero aguantó mal los cuernos y se ahorcó de la barra de colgar los trajes en el armario, algunos dicen que lo mató su esposa con un cocimiento de yerbas, cualquiera sabe, cuando el juez abrió la puerta del armario y se le vino el muerto encima y bamboleándose, se pegó un susto considerable.

– ¡Joder, con esta mierda de muerto! ¡Qué forma de recibirle a uno!

Carmelo Méndez acompañó a Georgina en las diligencias y cuando el juez se distraía le metía mano.

– Estate quieto, Méndez, ya jugaremos cuando se lleven al finado.

– Como gustes, amor mío, ya sabes que siempre hago lo que tú mandes, ya sabes que no tengo más voluntad que la tuya.

Moncho Preguizas hablaba con mucho cariño de sus primas Georgina y Adela y de la madre de ambas.

– Para mí era como una madre, tía Micaela siempre fue muy buena conmigo, muy complaciente, cuando era pequeño me regalaba las aventuras de Dick Turpin y me la meneaba en cuanto nos quedábamos a solas. A mí me saltaba el corazón en el pecho cuando me decía: ¿Te gusta, marrano?

Al entierro de Adolfito fue mucha gente, como era un chisgarabís tenía simpatías. El personal del acompañamiento hablaba del Celta de Vigo y de lo buena y apetitosa que estaba la viuda.

– ¡Pues anda que la hermana!

– No hay por qué comparar, son distintas pero están las dos como es mandado.

Moncho Preguizas quedó cojo en tierra de moros, de Melilla volvió con una pata de palo y muerto de risa.

– ¿De qué te ríes, desgraciado?

– Me río de que peor hubiera sido que me pusieran de palo el alma.

Por casa de mi familia anduvieron rodando durante años y años tres boinas carlistas blancas y con el borlón de hilo de oro que fueron de don Severino Losada, un tío de mi madre que llegó a coronel carlista y que anduvo peleando por las comarcas de Órdenes y Arzúa, a un lado y a otro del río Tambre, entre el valle de Dubra y la tierra de Melide, mismo por donde al acabar la última guerra civil levantaron partida los guerrilleros Manuel Ponte y Benigno García Andrade, Foucellas; hay paisajes a los que va bien el olor de la pólvora y el color de la sangre. Las tres boinas de don Severino se las pateó tío Cleto en los carnavales y acabaron apolillándose, en mi familia lo normal es que las cosas se apolillen; en mi familia, el aburrimiento y la desidia se cultivan como dos bellas artes.

– Jesusa.

– Dime, Emilita.

– ¿Te acuerdas de aquel rosario de plata, bendecido por el Papa León XIII, que nos trajo nuestra santa madre de Roma?

– ¡Huy, vete tú a saber! Hace siglos que no lo veo, lo más probable es que se haya perdido.

– Claro.

Tía Jesusa y tía Emilita, a fuerza de rezar sin tino, murmurar sin descanso y orinar sin orden, han perdido el uso de la esperanza, la fe las reconforta y la caridad la ignoran. Tío Cleto, como se aburre como una ostra, se pasa el día vomitando en la bacinilla o detrás de la cómoda.

– ¡Qué alivio!

La perra de tío Cleto se llama Véspora y se alimenta de lo que el amo convulsamente vomita o dulcemente regurgita, que de ambas formas arroja tío Cleto. Véspora, a veces, hace los extraños y camina dibujando los jeribeques de la borrachera, se conoce que algunos días el vómito de tío Cleto le resulta algo fuerte. Tío Cleto tiene muy buena mano para tocar el jazz-band, sólo le falta ser negro, para esto de tocar de oído el jazz-band o lo que sea, la flauta, la bandurria o lo que sea, va bien ser viudo, le añade cierto interés a la interpretación.

– No lo entiendo.

– ¡Anda! ¿Y por qué lo había de entender? Hay muchas cosas que no se entienden, amigo mío, y ante eso no toca sino aguantarse.

– Ya me hago cargo.

Los restos del santo Fernández y de sus siete compañeros mártires (no hay por qué poner aquí los nombres, que lo hagan sus parientes) reposan en el convento español de Tierra Santa, en el barrio cristiano de Bab Tuma, en Damasco, casi todos los datos que vienen en las enciclopedias están equivocados pero esto es lo de menos porque fue un santo de poca importancia, en nuestra familia no tenemos otro. El P. Santisteban, S. J., era un pardillo que sorbía rapé y le acababa con la cascarilla a las tías.

– ¿Otra tacita, don Obdulio? Esto siempre reconforta.

– Por complacer, mis buenas amigas, por complacer…

El P. Santisteban, S. J., no conocía la misericordia.

– El día del Juicio Final los justos recibiremos nuestra recompensa entre alegres y saludables risas mientras los condenados caerán en la horrible caldera en la que arderán entre espantosos tormentos hasta la consumación de los siglos, ¿me pasa una galletita, amiga Jesusa?, que Dios se lo pague. Y nosotros les diremos henchidos de razón: ¿No queríais gozar de las galas del mundo corrupto y de los deleites de la carne pecadora? ¡Pues ahí tenéis vuestro premio! ¡Arded, malditos, y sufrid mientras nosotros nos solazamos con la bienaventuranza eterna!, ¿me sirve un culín de cascarilla, amiga Emilita?, que Dios se lo pague.

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