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El astillero

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El astillero
Название: El astillero
Автор: Onetti Juan Carlos
Дата добавления: 16 январь 2020
Количество просмотров: 307
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El astillero читать книгу онлайн

El astillero - читать бесплатно онлайн , автор Onetti Juan Carlos

En la presente novela, el protagonista regresa a la ciudad que le expulsara de su seno, enfrentado a dos proyectos quim?ricos. Obra maestra de Onetti, El astillero instaura, en el espacio corro?do de depredaci?n y deterioro que enuncia su t?tulo, una alegor?a de la condici?n humana que es o puede ser a la vez la alegor?a de un pa?s y un tiempo concretos y una visi?n refleja de la esencial precariedad del hombre. …Entre sus novelas, probablemente es la m?s equilibrada, la m?s perfecta. El mundo entero de Onetti y el de Santa Mar?a est?n aqui, su fascinaci?ndoble por la pureza y la corrupci?, por la dulzura de los sue?o y la herrumbre siniestra del desenga? y fracaso, todo resumido, concentrado en una peque? ciudad inexistente y en unos pocos personajes, sobre todo en Larsen, tambi? apodado Juntacad?eres o Junta, el h?oe o contraheroe m?s querido por Onetti.

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Había vuelto a cerrar los ojos y era evidente que lo estaba echando y que no le importaba de veras que el título falso llegara o no al juzgado. Se divertía ahora de esta manera y continuaría divirtiéndose de la otra. Desde muchos años atrás había dejado de creer en las ganancias del juego; creería, hasta la muerte, violento y jubiloso, en el juego, en la mentira acordada, en el olvido.

Un poco rabioso por la envidia, apocado por una confusa admiración, Larsen caminó en puntas de pie hasta rescatar de la chimenea de estuco el sombrero deformado por la lluvia. Con dos dedos lo encajó en el ángulo habitual y, siempre de puntillas, fue de regreso hasta la cama y miró bien, de arriba abajo, erguido, las manos en los bolsillos.

Casi perpendicular a las mantas, la máscara blanca y amarilla, calva, cejinegra, parecía dormir; la boca fina y vencida, estaba apretada sin esfuerzo. «Quedan pocos como éste. Quiere que lo liquide a Gálvez, a la mujer preñada, a los perros mellizos. Y él sabe que para nada. Voy a despedirme; si despierta y mira, lo escupo.»

Sin doblar las rodillas, se inclinó hasta besar la frente de Petrus. La cara siguió quieta, entregada y a salvo, recóndita, amarilla. Larsen se enderezó y estuvo moviendo un dedo contra el ala del sombrero. Balanceándose y sin ruidos cruzó la salita oscura, llegó a la puerta y la abrió; en la habitación del fondo del corredor, el hombre y la mujer que habían pasado conversando un rato antes discutían ahora furiosos, con la sordina del viento, de las maderas y la distancia.

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