Pantale?n Y Las Visitadoras
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Pantale?n Pantoja, un capit?n del ej?rcito recientemente ascendido, recibe la misi?n de establecer un servicio de prostituci?n para las fuerzas armadas del Per? en el m?s absoluto secreto militar. Estricto cumplidor del deber que le ha sido asignado, Pantale?n se traslada a Iquitos, en plena selva, para llevar a cabo su cometido, pero se entrega a esta misi?n con tal obcecaci?n que termina por poner en peligro el engranaje que ?l mismo ha puesto en movimiento.
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– Es un gran zamarro, sí, pero su programa lo oyen hasta las piedras-curiosea una revista abandonada en una mesa del "Lucho's Bar" el teniente Bacacorzo-.
Ojalá que ese remojón en el Itaya no le traiga problemas, mi capitán.
– Prefiero los problemas antes que ceder a un sucio chantaje-un titular que pregunta "¿Sabe quién es y qué hace el Yacuruna?" intriga al capitán Pantoja-. He dado parte al Tigre Collazos y estoy seguro que él comprenderá. Más bien, me preocupa otra cosa, Bacacorzo.
– ¿Las diez mil prestaciones, mi capitán?-"Un príncipe o demonio de las aguas que provoca los remolinos o malos pasos de los ríos" se llega a leer entre los dedos del teniente Bacacorzo-. ¿Subieron a quince mil con el calorcito del verano?
– Las habladurías-"Cabalga en el lomo de los caimanes o sobre la piel de las gigantescas boas del río" dice una ilustración sobre la que ha inclinado la cabeza el capitán Pantoja-. ¿Cierto que hay tantas? Aquí, en Iquitos. Sobre el Servicio, sobre mi persona.
– Anoche me soñé otra vez lo mismo, Panta-se toca la sien Pochita-. A ti y a mí nos crucificaban en la misma cruz, uno de cada lado. Y la señora Leonor venía y nos clavaba una lanza, a mí en la barriga y a ti en el pajarito. ¿Qué sueño más loco, no amor?
– Es usted él hombre más famoso de la ciudad, naturalmente-"Calza sus pies con la caparazón de las tortugas" asegura una frase interrumpida por el codo del teniente Bacacorzo-. El más odiado por las mujeres, el más envidiado por los hombres. Y Pantilandia, con su perdón, el centro de todas las conversaciones. Pero como usted no ve a nadie y sólo vive para el Servicio de Visitadoras, qué le importa.
– No me importa por mí sino por la familia-"Y en las noches duerme protegido por cortinas hechas con alas de mariposas" consigue leer por fin el capitán Pantoja-. Mi esposa es muy sensible y en su estado actual, si descubre esto, le haría una impresión tremenda. Y no se diga a mi madre.
– A propósito de habladurías-arroja la revista al suelo, se vuelve, recuerda el teniente Bacacorzo-. Tengo que contarle algo muy gracioso. Scavino ha recibido a una comisión de vecinos notables de Nauta, encabezados por el Alcalde. Venían a traerle un memorial, jajá.
– Consideramos un privilegio abusivo que el Servicio de Visitadoras sea exclusividad de los cuarteles y de las bases de la Naval -se cala los lentes, mira a sus compañeros, adopta una postura solemne y lee el alcalde Paiva Runhui-. Exigimos que los ciudadanos mayores de edad y con libreta militar de los abandonados pueblos amazónicos, tengan derecho a utilizar ese Servicio, y a las mismas tarifas reducidas que los soldados.
– Ese Servicio solo existe en sus mentes podridas, mis amigos-lo interrumpe, les sonríe, los mira con benevolencia, con afecto paternal el general Scavino-. ¿Cómo se les ocurre pedir audiencia para semejante disparate?
Si la prensa se enterara de esta petición, no le duraría mucho la Alcaldía, señor Paiva Runhui.
– Estamos dando el mal ejemplo a los civiles, llevando tentaciones a pueblos que vivían en una pureza bíblica-se demuda el padre Beltrán-. Espero que cuando lean este memorial, se les tuerza la cara de vergüenza a los estrategas de Lima.
– Escucha esto y cáete de espaldas, Tigre-estruja el teléfono, lee el memorial con ira el general Scavino-.
Ya empezó a circular la noticia por todas partes, mira lo que piden esos tipos de Nauta. Se nos viene encima el escándalo que tanto te advertí.
– Qué cuentas saca con los dedos-alza la presa de pollo y da un mordisco el teniente Bacacorzo-. Como dice Scavino, ustedes los de Intendencia terminan siempre con la locura matemática.
– Vaya conchudos, antes protestaban porque la tropa se tiraba a sus mujeres y ahora porque les hacen falta mujeres para tirarse juguetea con un secante el Tigre Collazos-. No hay manera de tenerlos contentos, lo que les gusta es protestar. Ponlos de patitas en la calle y no les recibas solicitudes tan cojudas, Scavino.
– Horror de los horrores-se cuelga la servilleta en el pecho. condimenta la ensalada con aceite y vinagre, empuña el tenedor y come el capitán Pantoja-. Si ampliaran el Servicio a los civiles, teniendo en cuenta la población masculina de la Amazonía la demanda subiría de diez mil a un millón de prestaciones mensuales cuando menos.
– Tendría que importar visitadoras del extranjero-liquida los últimos restos de carne, deja el hueso blanquísimo, bebe un trago de cerveza, se limpia la boca y las manos y delira el teniente Bacacorzo-. La selva se convertiría en un solo bulín y usted, en su oficinita del Itaya, tomaría el tiempo de ese diluvio de polvos con un millón de cronómetros. Confiese que le gustaría, mi capitán.
– No te imaginas lo que he visto, Pochita-pone la canasta en el repostero, saca un paquete y lo ofrece Alicia-. En la panadería de Abdón Laguna, que es hermano, han comenzado a hacer panes del mártir de Moronacocha. Les llaman los panes- niño y la gente los compra a montones. Te traje uno, mira.
– Te pedí diez y me traes veinte-observa desde la baranda las cabezas lacias, crespas, morenas, pelirrojas, castañas Pantaleón Pantoja-. ¿Crees que voy a pasarme el día tomando examen a las candidatas, Chuchupe?
– No es mi culpa-va bajando la escalerilla prendida del pasamanos Chuchupe-. Se corrió la voz que había cuatro vacantes y empezaron a salir mujeres como moscas de todos los barrios. Hasta de San Juan de Munich y de Tamshiyaco vinieron. Qué quiere, señor Pantoja, a todas las chicas de Iquitos les gustaría trabajar con nosotros.
– La verdad es que no lo entiendo-baja tras ella mirando las rollizas espaldas, las gelatinosas nalgas, las tuberosas pantorrillas Pantaleón Pantoja-. Aquí ganan poco y les sobra trabajo. ¿Qué caramelo las atrae tanto? ¿El buen mozo de Porfirio?
– La seguridad, señor Pantoja-señala con la cabeza los vestidos multicolores, los grupos que zumban como enjambres de abejas Chuchupe-. En la calle no hay ninguna. Para las lavanderas, a un día bueno siguen tres malos, nunca vacaciones y no se descansa el domingo.
– Y el Mocos es un negrero en sus bulines-las hace callar con un silbido y les indica que se acerquen Chupito-. Las mata de hambre, las trata mal y a la primera quemada a su casa. No sabe lo que es consideración ni humanidad.
– Aquí es distinto-se endulza, se toca los bolsillos Chuchupe-. Siempre hay clientes, las jornadas son de ocho horas y usted lo tiene todo tan organizado que a ellas les encanta. ¿No ve que hasta las multas le aguantan sin chistar?
– Lo cierto es que el primer día me dio un poco de aprensión-corta, pone mantequilla, mermelada, prueba un bocado y mastica la señora Leonor-, pero que le vamos a hacer, el pan-niño es el más rico de Iquitos. ¿A ti no te parece, hijito?
– Bueno, vamos a seleccionar a esas cuatro-decide Pantaleón Pantoja-. Qué esperas, hazlas formar Chino.
– Sepálense un poco, muchachas, pa que se luzcan mejol-coge brazos, presiona espaldas, hace avanzar, retroceder, ladearse, coloca, mide el Chino Porfirio-.
Las enanitas delante y las gigantas detlás.
– Aquí las tiene, señor Pantoja-brinca de un lado a otro, indica silencio, da ejemplo de seriedad, las alinea Chupito-. Ordenadas y formalitas. A ver, chicas, volteen a la derecha. Así, muy bien. Ahora a la izquierda, muestren su lindo perfil.
– ¿Que suban una pol una a su oficina pal examen calatitas, señol?-se acerca y le susurra al oído el Chino Porfirio.
– Imposible, me demoraría toda la mañana-mira su reloj, reflexiona, se anima, da un paso al frente y las encara Pantaleón Pantoja-. Voy a pasar revista colectiva, para ganar tiempo. Escúchenme bien, todas: si alguna tiene reparos en desvestirse en público, salga de la fila y la veré después. ¿Ninguna? Tanto mejor.
– Todos los hombres afuera-abre el portón del embarcadero, los azuza, les da empellones, regresa Chuchupe-. Rápido, flojos ¿no han oído? Sinforoso, Palomino, enfermero, Chino. Tú también, Chupón. Cierra esa puerta, Pichuza.
– Abajo faldas, blusas y sostenes, me hacen el favor -se coge las manos a la espalda y camina muy grave escudriñando, sopesando, comparando Pantaleón Pantoja-. Pueden quedarse en calzón, las que llevan.
Ahora, media vuelta en el mismo sitio. Eso mismo. Bueno vamos a ver. Una pelirroja, tú. Una morena, tú. Una oriental tú. Una mulata, tú. Listo, cubiertas las vacantes. Las otras, déjenle la dirección a Chuchupe, tal vez haya una nueva oportunidad pronto. Muchas gracias y hasta la próxima.
– Las seleccionadas, aquí mañana a las nueve en punto, para la revista médica-anota calles y números, las acompaña hasta la salida, las despide Chuchupe-. Bien bañaditas, muchachas.
– A ver, a ver, sírvanse esto calientito que si no, no es rico-distribuye los platos de sopa humeante la señora Leonor-. El famoso timbuche loretano, por fin me animé a hacerlo. ¿Qué tal me salió, Pocha?
– Qué buen gusto ha tenido para elegirlas, señor Pan Pan -sonríe con malicia, mira chispeando, canta la Brasileña -. De todos los colores y sabores. Sáqueme de la curiosidad ¿no tiene miedo que viendo tanta calata un día se acostumbre y ya no sienta nada con las mujeres?
Dicen que les pasa a algunos médicos.
– Está riquísimo, señora Leonor-toma la temperatura con la punta de la lengua, sorbe una cucharada Pochita-. Se parece mucho a lo que en la costa llamamos chilcano.
– ¿Estás tratando de tomarme el pelo, Brasileña? -arruga las cejas Pantaleón Pantoja-. Te advierto que ser un hombre serio no es ser un cojudo, no te equivoques.
– La diferencia es que todos los pescados de esta sopita son del Amazonas y no del Océano Pacífico-vuelve a llenar los platos la señora Leonor-. Paiche, palometa y gamitana. Uy, qué gustosa.
– Es usted el que se equivoca, no estoy tomándole el pelo sino haciéndole una broma-hace una caída de pestañas, quiebra la cadera, palpita los senos, modula la Brasileña -. ¿Por qué no me deja ser su amiga? Apenas le hablo se pone chúcaro, señor Pan-Pan. Cuidadito, mire que soy como los cangrejos, me encanta ir contra la corriente. Si me basurea tanto, me voy a enamorar de usted.
– Uf, pero qué calor da-se abanica con la servilleta, se toma el pulso Pochita-. Pásame el ventilador, Panta. Me ahogo.