El Misterio De La Cripta Embrujada

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El Misterio De La Cripta Embrujada
Название: El Misterio De La Cripta Embrujada
Автор: Mendoza Eduardo
Дата добавления: 16 январь 2020
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El Misterio De La Cripta Embrujada - читать бесплатно онлайн , автор Mendoza Eduardo

El protagonista se encuentra en un manicomio encerrado. Entonces, el comisario Flores y la monja del colegio de las Madres Lazarista, lo sacan del manicomio a cambio de que ?l descubra que pasa con las ni?as que desaparecen en el colegio. Cundo sale del manicomio, va en busca de su hermana C?ndida, para que le ayude, pero esta no quiere, y cuando se va se encuentra con el novio de esta, el sueco. El que horas m?s tarde aparece muerto en la pensi?n donde se hospedaba el protagonista.

El protagonista, empieza a investigar y empieza por Isabel Peraplana y a Mercedes Negrer. La primera de ellas desapareci? hace seis a?os pero apareci? sin saber a donde hab?a ido. Esta no le cont? nada, pero cuando encontr? a Mercedes, se lo cont? todo, puesto que aquella noche sigui? a Isabel. Y se lo empez? a contar, cuando Isabel se iba, hab?a alguien que le abr?a las puertas, hasta llegar a la cripta, donde se hallaba un hombre con una daga que le travesaba. Entonces Mercedes se desmay?, y no recordaba nada de lo que pas? despu?s. Las expulsaron a las dos del colegio y a ella la hicieron ir a vivir al pueblo donde ahora se hallaban el protagonista y Mercedes.

El protagonista empez? a atar cabos. Un d?a que sigui? al Sr. Peraplana, que llevaba un bulto que meti? en el maletero. Era la hija del dentista. Por la noche el protagonista se introdujo al colegio, salteando a los perros que hab?a en el jard?n. All? empez? a buscar a la hija del dentista, y la encontr?. Le hizo oler ?ter, y la llev? a la cripta, pero la perdi? por dentro de la cripta. All? dentro, con el mareo del ?ter, el protagonista empez? a alucinar. Vio al muerto que le quer?an cargar, el sueco, y se desmay?. Cuando se despert?, estaban el comisario, el doctor que ten?a en el manicomio, Mercedes y las monjas. Mercedes hab?a llamado al comisario tal y como hab?an acordado ella y el protagonista. Luego, siguieron al comisario hasta el fin de la cripta, donde encontraron un funicular, al cual subieron y donde encontraron una mansi?n. Pero no encontraron nada, puesto que all? hac?a diez a?os que viv?a una familia.

El loco, cuenta que el Sr. Peraplana a?n estaba metido en negocios sucios, y ?l era el que hac?a que las ni?as fueran a la cripta y encontraran el cad?ver, puesto que anteriormente el colegio hab?a sido suyo, y como conoc?a la cripta, por donde entrar y salir lo tuvo f?cil, adem?s que lo mas seguro, fuera que el Sr. Peraplana tuviera a?n alguna llave. El comisario le dijo al protagonista, que no lo pod?an demostrar porque no ten?an pruebas. A pesar de que a ?l le quedaban algunos cabos que atar lo tuvo que dejar. Y volvi? a la rutina de siempre antes de salir del manicomio.

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– ¿Qué quiere de mí? -murmuró la joven con voz entrecortada.

– Usted fue alumna del colegio de las madres lazaristas de San Gervasio, ¿no es verdad? Sí, sí que es verdad, porque yo lo sé y porque he visto su foto en el número de abril del 71 de Rosas para María.

– Fui a ese colegio, es verdad.

– No fue: estaba usted interna en ese colegio. Lo estuvo hasta quinto de bachillerato. Era usted una alumna buena y aplicada, las monjitas la adoraban. Pero una noche desapareció.

– No sé de qué me está usted hablando.

– Una noche desapareció misteriosamente del dormitorio, cruzó varias puertas cerradas, atravesó el jardín sin que los perros advirtieran su paso, salvó una verja o un muro inexpugnables y se perdió en lo desconocido.

– Está usted rematadamente loco -intercaló la joven.

– Desapareció sin dejar rastro y toda la policía de Barcelona no pudo dar con su paradero hasta que dos días más tarde rehizo usted el mismo camino y se reintegró a su dormitorio como si nada hubiera pasado. Y dijo usted a la madre superiora que no recordaba lo ocurrido, pero eso no puede ser. No puede ser que no recuerde usted haber realizado por dos veces consecutivas tamañas proezas, ni puede ser que no recuerde qué hizo y dónde se ocultó durante los dos días que estuvo eclipsada del reino de los vivos. Cuénteme usted lo que pasó. Cuéntemelo, por el amor de dios, y habrá contribuido usted a salvar a una niña inocente de una suerte incierta y a obtener la rehabilitación social de un pobre ser humano que sólo persigue el respeto de sus semejantes y una buena ducha.

Sonaron unos taconazos en el pasillo y unos decididos trompazos en la puerta: la policía. Miré angustiado a la joven.

– ¡Por favor, señorita Isabel!

– No sé de qué me habla. Le juro por lo que más quiera que no sé de qué me habla.

Había una desesperada sinceridad en su voz, pero aunque lo hubiera dicho a carcajadas no habría tenido yo más que aceptar la respuesta que me hubiera dado, porque ya cedían los goznes de la puerta y asomaba la porra enhiesta de un policía por entre las astillas del panel superior. Me limité, pues, a pedir disculpas por las molestias causadas y me arrojé de cabeza por la ventana cuando ya el primer representante de la autoridad tendía hacia mí su mano reglamentariamente enguantada.

Caí sobre la capota de uno de los Seats aparcados en la grava y salvo que me rasgué los pantalones con la antena por la parte posterior, sumándome así a la ola de erotismo que nos invadía y a la que eran proclives nuestras vedettes, ávidas de mostrar hoy fláccidas las carnes que un ya lejano ayer prietas cubrían, no sufrí daños materiales de mayor envergadura. El policía, sin duda considerando que los emolumentos que percibía no justificaban el riesgo de saltar en mi pos, se contentó con vaciar el cargador de su metralleta sobre el SEAT, en el que yo ya no estaba, dejando motor, carrocería y cristales como un queso de Gruyere. Diré de pasada que no ignoro que el queso de Gruyere no tiene agujeros, perteneciendo éstos más bien a otra marca cuyo nombre he olvidado, y que he utilizado el parangón que antecede porque en el habla común de nuestra tierra suele identificarse con el primero de ambos quesos, el Gruyere, toda superficie horadada. Agregaré asimismo que me desilusionó un poco que el coche acribillado no explotara como hacen siempre análogos mecanismos en las series de televisión, aunque ya se sabe que entre la realidad y la fantasía media un abismo y que el arte y la vida no siempre corren parejas.

Brinqué, pues, como iba diciendo, del coche al suelo y otrosí por sobre el seto y con pasmosa agilidad corrí por la calle usando la cabeza a modo de ariete para abrirme paso entre el gentío que los gritos y los tiros habían congregado. Quiso la suerte que la policía determinara a priori que se enfrentaba a un probable violador y actuara con la ligereza y condescendencia propias del caso, y no a un terrorista, contingencia en la cual habría procedido a rodear la manzana y a emplear la moderna tecnología de que dispone.

Una vez a salvo, recapitulé: la entrevista con Isabel Peraplana podía tacharse sin ambages de fracaso y los peligros por ella arrostrados, de desmedidos en relación con el beneficio redituado. Pero no me sentía del todo encogido, porque aún me quedaba por jugar la última baza, materializada en la persona de Mercedes Negrer, cuyo nombre hasta pocas horas antes todos habían silenciado por motivos que se me antojaban enjundiosos.

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