Cuentos
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Dramaturgo y narrador espa?ol. Naci? en Par?s en 1903, hijo de padre alem?n y madre francesa que se instalaron en Valencia en 1914. Dirigi? entre 1935 y 1936 el teatro universitario `El b?ho` perfil?ndose como uno de los escritores j?venes influido por la Revista de Occidente y Jos? Ortega y Gasset. Durante la guerra civil colabor? con Andr? Malraux en la filmaci?n de L`Espoir (1937). Republicano, cruz? la frontera en 1939 y fue internado en un campo franc?s. Deportado a Argelia, consigui? escapar en 1942 y se traslad? a M?xico, donde ha publicado la parte m?s significativa de su obra literaria. A pesar de sus comienzos esteticistas y de vanguardia, resulta ser un escritor de car?cter realista y de fuerte contenido sociopol?tico. Antes de la guerra civil hab?a publicado Los poemas cotidianos (1930), Teatro incompleto (1930), Espejo de avaricia (1935) y Yo vivo (1936). A finales de la d?cada de 1960 se atrevi? a regresar a Espa?a, para comprobar el desconocimiento absoluto de su persona y de su obra entre los espa?oles, y poco despu?s escribi? La gallina ciega, diario espa?ol (1971) en la que recogi? sus amargas impresiones. Public? revistas muy personales: Sala de Espera (1960) y Los 60. Su obra narrativa comprende las novelas del ciclo El laberinto m?gico (Campo cerrado, 1943, Campo de sangre, 1945, Campo abierto, 1951, Campo del moro, 1963, Campo franc?s, 1965, y Campo de los almendros, 1968), varios vol?menes de cuentos y, entre otras novelas, Juego de cartas (1964).
En este recopilaci?n se encuentran los siguientes cuentos: El que gan? Almer?a, La gran guerra, La invasi?n, Sesi?n secreta, La sonrisa, la Gabardina y Las alpargatas.
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Las alpargatas
Los hombres, de tanto andar, y por carencia de alas, no pueden llevar los pies descalzos. Cúbrense con la carroña de reses muertas, llámanlos los zapatos: hay que reconocer que preservan algo del agua y del lodo. La Cruz Roja ha enviado al campo quinientos pares de alpargatas, para que sean repartidas entre los internados; es un zapato de lona y mejor que nada. Tiénenlos en los almacenes, guardados, quién sabe en espera de qué. El viejo Eloy Pinto, de sesenta y cinco años de edad, carnicero, cojo, pidió un par de buenas botas a un guardia joven. Le hicieron barrer y lavar el cuartel, le dijeron que volviera al día siguiente: le darían las alpargatas. Ocho días se repitió la escena. El viejo, ya cansado, se las pidió al ayudante:
– ¡Ah!, ¿con que quieres alpargatas, eh? Y no quieres trabajar. Y comer, sí que comes, ¿no? Para comer no faltas a la lista, ¿no?
El viejo calló, miró sus pies envueltos en trapos, levantó, lentamente, la vista. El ayudante le escupió a la cara, y siguió:
– Supongo que tendrás la conciencia tranquila, ¿no? ¿No decís eso? Pues póntela en los pies.