Cantos De Marineros En Las Pampas

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Cantos De Marineros En Las Pampas
Название: Cantos De Marineros En Las Pampas
Дата добавления: 16 январь 2020
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Cantos De Marineros En Las Pampas - читать бесплатно онлайн , автор Fogwill Rodolfo Enrique

Para usted, lector espa?ol, por fin en directo, esta selecci?n de la obra de uno de-los autores m?s fascinantes y exc?ntricos de la mejor literatura argentina: Rodolfo Enrique Fogwill (1941). 0, como ?l mismo prefiere, Fogwill a secas. (`Probablemente por una especie de megaloman?a`, explicaba en una entrevista. `Yo quer?a ocupar un lugar tipo S?crates o Hegel. ?Qui?n dice Guillermo Federico Hegel?`). Imposible dar aqu? cabida al abigarrado curr?culo de este autor, quien, seg?n declara en la indispensable presentaci?n de s? mismo que antepone a este volumen, ha sido entre otras cosas `publicitario, investigador de mercados, redactor, empresario, especulador de Bolsa, terrorista y estafador -eso consta en mi prontuario de la polic?a federal argentina-, columnista especializado en temas de pol?tica cultural en todo tipo de medios, profesor universitario y consultor de empresas`. Como cr?tico y editor, Fogwill tuvo en los a?os setenta una intervenci?n muy activa y pol?mica en la escena literaria argentina, dando a conocer las obras de N?stor Perlongher y Osvaldo Lamborghini y orientando la lectura de autores como Aira y Laiseca (`los ?nicos aportes a la literatura argentina que reivindico`). Tanto C?sar Aira y Alberto Laiseca como el propio Fogwill, con Lamborghini a la cabeza (`el mejor maestro que tuvo la literatura argentina`), pertenecen a una facci?n destacad?sima de la narrativa argentina, sin apenas paralelos en el resto del ?mbito hisp?nico. Su actitud irreverente, y a menudo provocadora, no disimula una pasi?n y una cultura portentosas, refractarias por igual a todo atisbo de solemnidad como de ingenuidad, no s?lo en literatura. De C?sar Aira, Mondadori public? hace unos meses Ema la cautiva y saca estos d?as un volumen estupendo, C?mo me hice monja-. La publicaci?n ahora de esta antolog?a de Fogwill insiste en llamar la atenci?n sobre determinadas conductas literarias que, m?s all? de su val?a indiscutible, conviene tener presentes en estos tiempos en que la entusiasta y sin duda saludable postulaci?n de una difusi?n m?s global de la literatura latinoamericana propicia un esp?ritu indiscriminatorio que con frecuencia adquiere los ripios provincianamente internacionalistas de un festival de la OTI.

Poeta antes que narrador, y autor dotado de un fuerte carisma personal (`la construcci?n de la figura es hoy parte fundamental del trabajo de un escritor`), el retrato del propio Fogwill con el pelo revuelto y los ojos desorbitados funcion?, en la Argentina de los ochenta, como un aut?ntico logotipo, que desde la portada de sus libros se?alaba la existencia de otras posibilidades para la actitud del creador. Esas posibilidades permanecen hoy todav?a abiertas para los j?venes escritores, que reconocer?n en Fogwill el tratamiento precursor y profundamente intencionado de determinados rasgos de estilo que, a modo de tics, menudean en la actualidad. As?, la referencia constante a marcas genracionales, marcas de clase, marcas sociales, calles y locales de moda (`eso que gusta a los tontos y a los chicos posmodernos`),empleados con voluntad documental y -no mim?tica por parte de quien tiene la impresi?n de haber sido, en los setenta, `un preposmoderno y un pre-yuppy`. As? la prisa del estilo (`escribo mal, lo reconozco, pero r?pido`). As? tambi?n la utilizaci?n del sexo o de las drogas como elementos estructurales de relatos en los que se explora la percepci?n del tiempo y del espacio, de la identidad sexual o la del g?nero del narrador, por parte de quien admite intrigado que `con frecuencia imagino que soy una mujer` y lamenta el tiempo derrochado durante los m?s de diecisiete a?os en que fue cocain?mano. Veinte a?os despu?s de escrito, un relato como Muchacha punk (1979) conserva frescas toda su acidez y su iron?a, Memoria de paso (1979) invierte el tr?nsito sexual de Orlando y parodia a la vez a Borges y a Virgnia Woolf. La larga risa de todos estos a?os (1983) engatusa genialmente al lector hasta conducirlo a una amarga reflexi?n sobre la negra sombra de la dictadura en Argentina. Restos diurnos (1986) reescribe, impregn?ndolo de coca?na y de una inteligencia l?gubre y feroz, el cortazariano La noche boca arriba. El relato que da t?tulo a este volumen, y el m?s reciente, Cantos de marineros en la Pampa (1997), entona una hermosa y destartalada eleg?a por la vieja ?pica guerrera… Pero, entre las 10 piezas, -todas formidables- que componen el volumen, merece menci?n particular Los pichiciegos, relato visionario y alucinante de la guerra en la nueva era tecnol?gica. Escrita en s?lo tres d?as, durante el conflicto de las Malvinas, esta novelita traza un cuadro a la vez desopilante y atroz del sacrificio de miles de soldados en una guerra ciega, en la que se peleaba `de noche, con radios, radar, miras infrarrojas y en el oscuro`, y en la que ni siquiera se pod?a huir `porque atr?s de ti, los de tu propio regimiento hab?an estado colocando minas a medida que avanzabas, y las minas son lo peor que hay`. Los reclutas desertores de Fogwili son adolescentes del extrarradiourbano, id?nticos a los que -con la misma sintaxis narrativa- aparecen en las novelas de Ray Loriga o de F?lix Romeo, pero arrojados a un infierno de nieve y barro en el que los Harrier brit?nicos hacen las veces de ?ngeles exterminadores y en el que su condici?n social subalterna se evidencia brutalmente. Queda por se?alar de qu? modo el humor, el sentido l?dico, las innovaciones l?xicas y el gesto vanguardista de Fogwill adquieren su justa dimensi?n en el marco de una vivencia ?tica del hecho literario. Pero para ello lo mejor es traer aqu? las palabras de Fogwill en una entrevista memorable: `Escribo para no ser escrito. Viv? escrito muchos a?os, representaba un relato. Supongo que escribo para escribir a otros, para operar sobre el comportamiento, la imaginaci?n, la revelaci?n, el conocimiento de los otros. Quiz? sobre el comportamiento literario de los otros. Escribo para conservar el arte de contar sin sacrificar el ejercicio de pensar, un pensar que tiene que ver con la moral… Creo que es mucho m?s importante pensar que contar, pero para imponer el arte de pensar hay que contar. La raz?n no se sostiene sin relatos`. Va dicho. Escribir para no ser escrito Antolog?a de uno de los escritores argentinos m?s fascinantes: Fogwill.

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Habló el que siempre repetía la cantilena de la flota de mar:

– ¡Por el sol…! -Le sintieron decir.

Y si alguien mas lo oyó también debió pensar que era la prImer cosa atinada de lo mucho que dijo durante todas esas semanas de marcha.

Días malgastados y leguas descaminadas en esa pampa interminable, tolerando las serenatas de los payucas y dichos hasta peores y mas desquiciados que los del marino, cuidando parecer que seguían creídos de que tarde o temprano llegarían al oeste y que alcanzarían la sierra chica y mas atrás el nacimiento del río que, corriente abajo, los llevaría justo hasta El Lugar.

Llamaban El Lugar al sitio de encuentro de todos los que seguían firmes en la idea de juntarse y volver a empezar. Se platicaba eso pero de los derroches de tiempo y del descaminar leguas y jornadas nadie en la tropa cometió la imprudencia de hablar.

Tropa: solo tanta arma y munición encajonada demorándose en las carretas justificaba llamar tropa a ese montón indisciplinado y desparejo que traía semanas y semanas de marchar, montar, apearse, ensillar y volver a montar, solo para volver a juntarse y tratar de empezar otra vez.

¿Cuántas semanas?

Si alguno tuvo voluntad de ir llevando la cuenta supo guardarse el número y ni cuando las conversaciones daban lugar para lucirse con la cifra y amargarle la noche a todos dejó entrever que la sabía y que no la decía por respeto.

Se conversaba siempre en la comida de la noche. Se aprovechaba la poca luz de los fogones para platicar sin que alguien, por escudriñador que fuese, pudiera descubrir de la cara del que iba hablando, o del que oía, los pensamientos verdaderos que no se dicen en la conversación.

Y la hora del sueño ayudaba: se podía platicar confiado en que al momento de no querer oír mas, o decir mas, estaba a mano el pretexto de caerse dormido y Dios Guarde que mañana será otro día.

Volteaba el sueño y todos se dejaban voltear y mas cuando se andaba cerca de la cuestión de cuántos eran y del tema de de con cuántos mas sería menester contar y el de cuánto sería que faltaba en meses o años, en tropa o armas, en caballos y en plata, o en voluntad y en muertos, para la hora de ganar, o para lo que cada uno pretendiera.

Ganar era lo que querían los mas, que eran los mas ilusos. Los menos, ya desde antes de arrancar querían ganar pero se contentaban con perder siempre que les dieran ocasión de perder al modo propio y no al que elijan los favorecido por la fortuna de ganar.

Los cuándo, cuánto, y el ganar y perder eran los temas "que ni nombrar". Todavía se dice de ese modo en muchas partes.

Y lo que "ni escuchar" era lo que agobiaba: hablar de las criaturas, las mujeres y las haciendas quedaron atrás y de cosas parecidas que no conducen a nada. Tal esa cantilena del que venían llamando El Marinero desde los primeros días de marcha.

Porque siempre repetía lo mismo: que años y años revistó en la flota de mar y que en la flota ésto o que en la flota aquello o que ellos en la flota de mar solían hacer tal o cual otra cosa de tal o cual manera y nunca pudieron pasar dos noches sin que alguien tuviera que mandarle que pare de una vez de contar y de estorbar y que deje dormir la tropa.

De día, uno que por dormirse oyéndola la voz del marinero se le había convertido en un mal sueño, le rogaba por el Sacrosanto que la termine con la historia de que en el mar los que mas cantan son los mejores marineros y que se guarde para él solo el cuento de que en la flota no es como en el campo y en los pueblos, que en la flota de mar se toma menos, y que entre los marinos el que mas canta nunca es el borracho, porque al revés: mejor y mas dispuesto a bordo se muestra un personal mas canta y menos chupa y porque, igual que en todos lados, en el mar el tomador le esquiva el bulto a la pelea y en el peligro se ve bien que los que toman se achican primero que nadie.

Y de noche, a la hora de contar, le copiaban los dichos y hasta la manera medio goda de hablar con zetas para anoticiarlo de que ya todos se sabían la cantilena de memoria.

En cuanto amenazaba empezar algún imitador le ganaba el turno y, poniendo voz de bastonero de circo, anticipaba:

– Para esta velada anunciamos a la digna concurrencia de damas, clero, nobiliario, gente de armas y chinas de culear que habremos el honor de oír a quien ha visto faluchos corsarios llenos de hindús y chinos iguales a los que la Britannia dio de escolta a San Martín, que mas semejan lazareto de leprosos o quilombo de remate de esclavos que a cosa de utilidad para la guerra y ha tripulado naves insignia con gavieros a proa que calzan botín de caucho y ostentan uniforme de -lana inglés bordado en hilos de oro y dará fe de que por igual en ambas barcas como en toda nave de mar cualquiera sea su enseña, mas canta el marinero, mejor marino es y mas se lo respeta a la hora en que a bordo se reclama personal que sirva…

Copiándolo, los imitadores agrandaban la boca cuando les tocaba decir la aés y la és, y tanto ceceaban que se sentía "abodo ze nejzezita pesoall que zirja…"

Y a fuerza de copiar la forma goda de hablar de los marinos mezturaban una que otra voz lusitana en las frases mas largas y hacían sonar las zetas mas fuerte que cualquier español que, por descuido, hayan dejado vivo los ejércitos de la Patria.

Pocos han de quedar, si queda alguno, de los que supieron recibir al Capitán de San Martín cuando bajó por primera vez de la fragata inglesa y lo escucharon hablar como un godo.

Y no ha de haber muchos vivos que pudieron oírlo cuando fue General de estas Provincias y Gran Libertador de América y ni zetas ni eshes se le escapaban. Si hasta los mandos de batalla los profería estirando el labio para que ni oés ni ás sonaran como en la voz de un monárquico hidemilputas.

Valiente y puro sacrificio fue el puñado de criollos que se alistó en las naves de Brown y de Bouchard sin conocimiento de en dónde se metían. Las que pasaron en esas goletas de tablones podridos, calafateadas a lo bestia por gauchos y peones de herrero y mandadas por corsarios sin Dios, ni patria, ni respeto por la gente, obliga a tolerarles mañas y salvajadas a los pocos que pudieron volver.

Pero hasta en esos patriotas disgusta ésa ínfulas de hablar como asesinos virreinales: ni para burlar a un loco habría que permitir que un criollo hable así y revuelva a sus paisanos los tiempos en que el que el monárquico se creía mas y se jactaba de que siempre esta patria iba a seguir dejándose pisotear.

Pero la pampa que endurece al hombre en tantas cosas en otras lo hace mas blando y lo distrae. Por eso que hablara igual que uno de la flota era lo último que le amonestarían al marinero. Lo primero era lo peor de aquellas noches: su repetir y el agobiar repitiendo tanto y cansando.

A él que lo copiaran y burlaran no parecía bochornarlo. Mismo cuando la tropa, meta risa y palmada, estaba festejando a algún imitador, podía apersonarse ante cualquiera a pedir un chala, o el yesquero de llama pronta para prender un chala o un tabaco enrollado que algún otro le convidó: ni bochorno ni nada parecía producirle la burla al hombre.

Y menos enojo: igual que todos por esos días era capaz de perdonarle lo peor al otro con tal de que no fuese un flojo, un federal con tirador de plata, o un salvaje unitario de librea de tarciopelo y cachete entalcado.

Si cuando se empezó a oír que había unos que andaban por ahí comprando caballos y encargando reservas y encurtidos con el plan de empezar otra vez el marino se compareció en la capilla de Flores entre los primeros y ahí mismo donó unas libras de plata -que debía ser todo lo que tuvo en la vida- y reclamó que le tomasen juramento y lo contasen como enrolado porque, sin eso, -le dijo al escribiente-, y sin arrancar en la primer partida que saliera a juntarse para empezar de nuevo, nunca mas iría a dormir tranquilo.

Y ahora justo venía a ser él lo que no dejaba dormir en paz a la tropa. Mejor dicho: sería él o causa de él porque si no empezaba él con la cantilena desde lo oscuro saltaban las voces que se le anticipaban para burlarlo o incitarlo.

No bien hablaba uno poniendo voz de godo marinero quien siguiera despierto lo festejaba y se reía. Casi todos reían cuando escuchaban a un imitador diciendo o cantando. En cambio si se lo oían a él al revés: agobiaba, daba como una tristeza y rabia y al mismo tiempo y ganas de que se calle de una vez.

Él no festejaba burlas ni imitaciones. Pero escuchaba atento y al reflejo de algún fogón o al relumbrar de la brasa de un chala que pitaba ávido daba la impresión de medio sonreír.

Y si hablaba era para corregir algo que le estaban copiando mal. Mas que enfadarlo parecía que se daba por satisfecho con que se escuche lo que quiso decir aunque diera a reír a todos y aunque el que lo repetía se estuviera burlando y no creyese nada de lo que le copió.

Había uno con jeta de mazorquero y que por eso mismo lo llamaban Mazorquero aunque se conocía que fue procurador con diploma en Chuquisaca y hasta la víspera del día que pidió juntarse con los que iban a volver a empezar figuró como letrado de la Legación del Litoral. Poco que ver con mazorqueros, pero, en el fondo, las ideas son casi las mismas: vivir de los gobiernos.

Fue el que mas le discutió la primeras veces, cuando todavía pensaban que valía la pena discutirle, y en esas últimas noches era el que lo imitaba mejor.

Poniendo voz de ceremonia para destacarse y que lo oyeran, recitaba el Mazorquero:

– Y que ningún criollo vaya a sentir que no haberlo sabido era ignorancia, porque nuestro invitado, antes de servir en la flota de mar era también de los que se creían que cantos de marineros como el "Boga Boga" o el "Mi Bonito Se Fue Por Los Mares" que las gentes entonan sin entender eran güevada que cuanto mas se las escucha mas güevada parecen. El sabe bien -decía y, alumbrado amarillo por la linterna de parafina, señalaba a la oscuridad- cuánto cuesta meterle en la cabeza a un milico pueblero o a un pajuerano de fortín que los viejos marinos no exageran cuando hablan de que al canto de los marineros nadie lo va a entender del todo hasta que padezca algún naufragio o una desgracia grande de mar…

A esa altura empezaban los gritos desde el oscuro:

– ¡Naufragio! ¡Transnluchada impestuosa! -Podía oírse una voz.

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